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Entre tantos "yo", ¿qué "yo" es el real?

Esta semana contamos con la colaboración de la estudiante de tercero del Grado en Lengua y Literatura españolas, Francis Prada, quien, a través de las figuras de Borges y Hölderlin reflexiona sobre la multiplicidad de la identidad humana.

En 1987, el físico Hugh Everett, propuso la teoría llamada ¨La interpretación de los muchos mundos¨. En esta se  hipotetiza acerca de la existencia de universos paralelos, donde las decisiones no tomadas en una vida, se materializan en otra. |Quizá, por alguna parte del universo exista una Francis que, como yo, escribe este artículo, pero en un idioma extraño y desconocido. Quizá, en otro universo, leo este mismo artículo, pero redactado por alguien más. Y quizá en otro hasta ni escribo. Esto se debe a que para Everett, las posibilidades son infinitas, tal como el número de universos paralelos y versiones de nosotros mismos.

De manera similar, la literatura, a pesar de alejarse del campo de la física cuántica, ha sido el medio para la exploración de posibilidades, porque abrir un libro equivale a la exploración de un mundo paralelo. Sin embargo, ¿qué ocurre con los autores? Así como existen escritores de diferentes historias, ¿no existen también diferentes versiones de un mismo autor? Esto lleva a pensar que nuestra personalidad humana, más que unitaria es múltiple, tal como los múltiples universos de Everett. Un ejemplo de esto es Pessoa, gran escritor, que creó 72 heterónimos. Cada uno con su propia historia, estilo y horóscopo eran un reflejo del Pessoa compuesto por tantos, y a la vez, incapaz de ser identificado con uno solo.

Otro gran ejemplo es aquel perteneciente al entrañable poeta alemán, Hölderlin. Se dice que Hölderlin murió dos veces. Una muerte fue natural y la otra, anterior a esta, fue simbólica. De esta manera, ante la caída de sus valores, desilusiones amorosas y creencias, un pobre Hölderlin comprendió que la verdad, que tanto buscaba en la poesía, no se encontraba en ella. Las palabras y los versos de un poema, simplemente, no podían cambiar el mundo. Por esto, Hölderlin dejó de ser alguien para convertirse en nadie, pero aquel ¨nadie¨ venía con nombre propio: Scardanelli. Mientras que Hölderlin murió entre sueños imposibles, el otro, Scardanelli, nació. Hölderlin, tal como lo conocíamos, dejó de escribir. Ahora, quien firmaba los poemas era ¨​el nuevo¨.

​​Entre el Scardanelli nacido del difunto Hölderlin, y las multiplicidades de nuestro ser, imagino a Borges diciendo que entre los tantos que somos, somos todos y ninguno. En su cuento El otro, Borges se sienta en una banca con una versión joven de sí mismo. ¨Al recordarse¨ dice el anciano Borges, ¨no hay persona que no se encuentre consigo misma. Es lo que está pasando ahora, salvo que somos dos¨, más adelante añade ¨el hombre de ayer no es el hombre de hoy¨. Borges nos muestra que somos un incesante movimiento y estamos en constante cambio. Ante este incesante movimiento, ¿qué es aquello que nos avisa que una persona sigue siendo quien es? Esto recuerda a aquello que una vez preguntaron los griegos naturalistas: Si un árbol crece, si un río fluye y avanza, ¿qué es aquello que resiste el cambio?

En el ejemplo anterior, Borges se encuentra con un ¨yo¨ pasado, en el caso de Hölderlin un ¨yo¨ coexiste con otro, pero a la vez se sobrepone y lo elimina. Esta idea, a su vez, me trae a la memoria (fatídica y borgiana memoria) un fragmento perteneciente a la novela Sostiene Pereira, escrita por Tabucchi. En una de las escenas, el médico Cordero le explica al personaje principal, Pereira, acerca de la teoría llamada ¨la confederación de las almas¨:

¨Lo que llamamos la norma, o nuestro ser, o la normalidad, es solo un resultado, no una premisa, y depende del control de un yo hegemónico que se ha impuesto en la confederación de nuestras almas¨.

Así, dentro de los tantos que existen dentro de nosotros, uno se impone, pero ¿qué ocurre con el anterior? Retomando las referencia borgianas, el escritor en el cuento Borges y yo, reflexiona: ¨Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas¨ y más adelante añade, ¨Yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica¨. Borges coexiste con este otro Borges; sin embargo, el otro comienza a tomar su lugar abandonando a aquel Borges, casi inexistente, que narra la historia: ¨Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es olvido, o del otro¨. Cambiamos, así como el Borges que se encuentra con su juventud y es consciente de que ya no es el mismo. Cambiamos, también en tiempo presente, porque no necesitamos una diferencia de años para reconocer que hemos mudado o estamos mudando de piel. A veces, basta con un mes, unos días, ¿quizá hasta horas?, para mirarse al espejo y comprender que aquello que miramos ya no es lo que conocemos. Es otro, nuevo —quizá hasta mejor— pero, después de todo, sigue siendo otro (y, a la vez, el mismo).

Habiendo dicho esto y disculpando mi imprudencia, yo le pregunto al señor Everett, ¿qué importan los mundos paralelos si el verdadero problema existencial es que estos ya se encuentran en la realidad vivida? Somos miles, seremos miles, y hemos sido  muchos otros que ya hemos quizá hasta olvidado. La incógnita persiste: ¿dónde se van aquellos otros que hemos sido? ¿Dónde fueron a parar Hölderlin y el otro Borges (o el Borges original si tal cosa existe)? Ante la silenciosa respuesta, yo seguiré insistiendo:

Cuando Scardanelli asesinó a Hölderlin, ¿dónde fue a parar su cuerpo?

 

Bibliografía:

Tabucchi, A. Sostiene Pereira. Barcelona: Salvat, 2001.

Borges, J. (1981). El libro de arena. Madrid: Alianza

Borges, J. (1983). El Aleph. Seix Barral.

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