La comunicación es el acto más humano que existe. De hecho, desde el principio de los tiempos las palabras han sido el hilo que une a las personas, un puente sonoro e invisible que transforma pensamientos en significados y sentimientos en acciones. Pero ¿qué sucede cuando no hay palabras? ¿Cómo comunicamos lo que no podemos decir o escribir? Aquí es donde el arte se convierte en lenguaje, donde otro tipo de expresión humana se alza como textos ocultos que narra historias, ideas y creencias. En este sentido, el arte romano y el hispanomusulmán son buenos ejemplos de cómo la humanidad ha transmitido principios universales a través de formas que trascienden el lenguaje verbal.
Sobre la palabra escrita, su esencia no es solo transmitir información sino también crear belleza. Cada letra, cada trazo, tiene un ritmo y una forma. Los romanos, maestros del orden y la monumentalidad, usaban relieves para inmortalizar victorias y narrar el devenir de sus mitos. En esas escenas esculpidas, las imágenes sustituyen al texto, y el espectador se convierte en lector de una historia narrada en figuras de piedra. Es un lenguaje universal donde un gesto puede ser tan elocuente como un verso. La estatua de Augusto Prima Porta se revela ante nosotros como un claro ejemplo de un retrato no solo majestuoso por su realismo, sino por el discurso tan visual que está tallado en su coraza y que habla sobre la grandeza del primer emperador romano.
Siglos después, el arte hispanomusulmán crea un contraste fascinante: la ausencia de figuras humanas por razones religiosas obliga a creadores a poner el énfasis en la decoración abstracta y geométrica. La caligrafía árabe cobra todo el protagonismo como vehículo de comunicación. En la Alhambra, Granada, los muros se llenan de poesía gracias a la decoración epigráfica: versos del Corán, oraciones y palabras de alabanza se entrelazan con patrones geométricos, creando espacios donde la palabra y la imagen forman una unidad. Pero no se trata de un lenguaje directo, pues invita a la contemplación, a conectar lo humano con lo divino.
A estos dos periodos del arte universal les une la capacidad para comunicar sin depender exclusivamente de las palabras. Lo que les diferencia es la manera en la que lo hacen. Mientras los romanos hicieron uso del realismo para inmortalizar lo tangible, los hispanomusulmanes inventaron un arte espiritual, donde la belleza y el mensaje se funden en un susurro eterno.
Estas formas de comunicación visual nos han legado algo más que un fragmento del pasado: son una conexión imperecedera con las civilizaciones que nos precedieron. En las imágenes talladas en piedra y los versos inscritos en los muros residen no solo creencias y valores, sino emociones universales que rompen las barreras del lugar y del tiempo. Al admirarlas no solo comprendemos quiénes fueron y a qué pueblo representaron, sino que descubrimos una parte de nosotros mismos, pues son un recordatorio silencioso de que la humanidad ha buscado siempre modos adecuados de comunicarse, de dejar huellas para el futuro, de trascender el presente. Quizás, esa capacidad de transmitir con sensibilidad y arte sea la mejor herencia de nuestro pasado.