Esto es verdaderamente preocupante. El 10 de octubre de 2024 se entregó el premio Nobel de Literatura 2024 a Han Kang, una escritora surcoreana de 53 años. El jurado destacó su “intensa prosa poética que afronta traumas históricos y expone la fragilidad de la vida humana” —he aquí la gran cuestión—. ¿Existen límites en la literatura? ¿Es necesaria la censura en casos extremos? ¿Qué límites —si es que existen— debe tener en cuenta un escritor?
Hace un par de días, indagué en la vida de Kang y vi que su obra más importante —y por la que le habían concedido el premio—, es The Vegetarian, una obra que trata la historia de Yeong-hye, un ama de casa que decide hacerse vegetariana tras un sueño. En un primer momento pensé que podría ser una lectura muy enriquecedora —iluso de mí—, pues tenía una sinopsis cautivadora. La ilusión me duró poco. Antes de empezar a leer cualquier obra, disfruto investigando un poco acerca de la misma —aunque corro el riesgo de caer en los dichosos spoilers—. Leí un artículo publicado en The New York Times escrito por Porochista Khakpour, una célebre escritora. Khakpour comentaba los temas más importantes de la obra, entre los que destacaban el sexo y los trastornos alimentarios. Al leer esto, el desagrado fue tremendo.
The Vegetarian es una obra que rompe esquemas —en el mal sentido de la palabra—. No quiero comentar mucho acerca de la misma, porque me parece deplorable, pero esbozo la estructura de la obra para que se hagan una idea: en la primera parte, aborda el tema de los malos tratos y las agresiones sexuales no consentidas; en la segunda parte, indaga en el concepto de pornografía; y, en la tercera parte, trata enfermedades mentales como la anorexia. Solamente con esto, se aprecia que no es una estructura ni obra común. Es un claro ejemplo de cómo la literatura ha cambiado a lo largo de los años —a mejor o a peor, eso lo dejo a su decisión—.
La literatura es una forma de expresar arte y siento que, a medida que avanza el tiempo, lamentablemente, se ha perdido esa concepción. Numerosos críticos apuntan a una cierta decadencia de la literatura. H. Bloom, en El canon occidental, defiende la importancia de preservar el legado de los grandes autores clásicos. Por otro lado, el notorio M. Vargas Llosa, en su ensayo La civilización del espectáculo, argumenta el impacto de la cultura de masas en la calidad de la literatura: “El predominio del entretenimiento y el consumismo ha hecho que la literatura de calidad pierda su lugar central en la sociedad, llevándola a una decadencia en términos de influencia y profundidad”. Sin embargo, otros muchos profesionales como J. Wood, Z. Smith o A. Manguel, defienden que la literatura no está en declive, sino que está evolucionando y adaptándose a los cambios sociales, tecnológicos y culturales.
Bajo mi punto de vista, las historias han pasado de describir las travesías de héroes legendarios como Aquiles o Ulises a narrar violentas escenas que pueden herir la sensibilidad de los lectores —y para mí, eso es deleznable—. Digo que es deleznable porque en los textos antiguos, las travesías y luchas de los héroes, aunque contenían violencia, se presentaban en un contexto simbólico o moral. Sin embargo, en las historias actuales, el enfoque en la brutalidad y el sensacionalismo se percibe como una exposición gratuita de la violencia, es decir, una banalización del sufrimiento y esto puede resultar perturbador para algunos lectores. En este punto, entra en juego la gran temida censura. ¿Es necesaria? ¿Qué efectos provoca?
La sociedad actual promueve, todavía más, la abolición de la censura. Y esto ha tomado un papel muy decisivo en la literatura. Siempre se ha dicho que los escritores deben ostentar una plena libertad de expresión, expresar todo tipo de ideas, incluso si son controvertidas o incómodas para ciertos sectores de la sociedad. También la negatividad de la censura se suele atribuir al pensamiento crítico, ya que, si hay censura, no se ejercitará el pensamiento —concepción completamente errónea, pues no hace falta tratar temas delicados como el sexo o las drogas para fomentar una mentalidad crítico—.
Por otro lado, existen varios argumentos a favor de la censura. Uno de los más esenciales es la protección de valores y la moralidad, pues ciertos contenidos literarios, especialmente aquellos que son explícitamente violentos, sexuales o moralmente controvertidos —como los que aborda Han Kang en su obra—, pueden tener un impacto negativo en la sociedad, particularmente en jóvenes o audiencias vulnerables. Otro aspecto es la prevención de discursos de odio, esto es debido a que la literatura puede perpetuar estereotipos dañinos, racismo, sexismo o violencia de género.
En definitiva, aunque la literatura sigue siendo una de las herramientas más poderosas y útiles para explorar la condición humana y fomentar una rica reflexión, no podemos ignorar algunas tendencias actuales —en torno a los últimos 5 años— que parecen alejarla de los verdaderos propósitos que tiene. Una de estas tendencias es la búsqueda excesiva de fórmulas comerciales —para que ‘crezca’ el número de lectores—, pero solo consiguen desviar el enfoque hacia la inmediatez y el entretenimiento que desemboca en una ‘literatura de supermercado’. Sin embargo, todavía tengo la esperanza de que este panorama pueda evolucionar positivamente. El desafío, por tanto, arraiga en equilibrar la innovación con la preservación de los valores clásicos que asignan a la literatura su impacto y trascendencia a lo largo de las generaciones.