Escribir
El mosquito / Los libros que hablan
Los finalistas del Programa de Excelencia Literaria descubren
el secreto de las curiosas pesadillas de los conserjes
colegiales y reflexionan sobre el tacto de las palabras
y el color de su silencio.
EL MOSQUITO
—¿Podría venir, por favor?... Un chico ha vomitado en el comedor.
El conserje asintió con desgana, pero en seguida se puso en camino hacia el cuarto de la limpieza, abriéndose paso entre la amalgama de alumnos que llegaban tarde a clase.
Dentro de la minúscula habitación, llenó el cubo de la fregona y buscó con la mirada el bote del jabón líquido. De pronto sintió un zumbido a sus espaldas.
«¡Ahá…! Con que aquí tenemos al último mosquito de invierno...», pensó al descubrir al insecto, que chocaba contra la bombilla que colgaba del techo.
Cogió un trapo, dispuesto a aplastarlo, pero cuando se disponía a alzar el arma, la bombilla se fundió.
«¡Otro corte de luz», protestó en su interior. Era el tercero de la semana.
Tanteó a ciegas en busca del pomo, sin éxito. En ese momento notó de nuevo el zumbido, que iba y volvía alrededor de su cabeza. Sacó el mechero de su bolsillo y lo encendió con un chasquido.
La llama proyectó una gran silueta en sombras sobre la pared. El conserje escuchó un chillido que le hizo perder el equilibrio y cayó al suelo.
Se incorporó en la oscuridad, confundido y mareado, pues el zumbido parecía rugir palabras ininteligibles. Una vez en pie, entre jadeos, agitó las manos para espantar a lo que fuera aquello. Pero, de repente, un arañazo cruzó su cara, hiriéndole también una oreja y el cuello. Hubo un leve silencio antes de que algo bien afilado se le clavara en la nuca.
El despertador le hizo abrir los ojos. Contempló al último mosquito de enero, que se le había posado en el brazo, decidido a darse un banquete.
Jesús Montalbán
Colegio Mulhacén (Granada)
Primer premio, relato. XV edición
LOS LIBROS QUE HABLAN
A mí los libros me hablan. Los libros de verdad, por supuesto; aquellos que mantienen viva una historia única porque consiguen que los personajes de tinta queden escritos en el corazón del lector, o que sea el lector quien relate la historia a un interior mendigante de palabras. Como prefiráis.
Los libros me cuentan, bajito, lo que el viento de la imaginación relató al escritor. Me marean al llevarme por el tiempo y el espacio, sin aplicar las fórmulas de la Física. Les susurran las buenas noches a mis párpados y me hacen caer en la espiral sin fin de leer, leer y leer.
También me hablan de mí misma. Acuso el cansancio cuando ni siquiera en leer encuentro disfrute. Entonces me doy cuenta de la pequeña victoria que me supone avanzar tan solo un capítulo más. Los libros le chivarán a un observador atento que quizás mi mal humor se debe a que no tengo una nueva novela en mi mesilla, o que el libro que estoy leyendo me deja vacía. Porque necesito personajes de los que pueda imaginarme la sonrisa. Paso tantas horas junto a ellos que con sus pensamientos y sentimientos ocurre como con los de un buen amigo: que se me pegan. Durante le lectura dejo de ser Irene y me convierto en Jo, Papá Piernaslargas, Liesel o Kvothe. Y se me abre una ventana por la que entran el tacto de las palabras, el color del silencio, el sabor de la ilusión y… que cada uno inserte lo que más le guste.
Por ende, los libros me hablan de los demás. En un momento de desesperanza, el secreto que permanece escondido entre la tapa donde va el título y la contraportada me deja ver la mejor y la peor parte de las personas: sus ilusiones, miedos, esperanzas y debilidades, que se cuelan en el aroma a tinta nueva. Aquello que no llego a intuir en aquellos que me rodean, me lo gritan los libros —¿acaso podemos esconderle nuestras inquietudes a una buena novela?—. Siempre encuentra respuestas y nos las da, aunque no siempre nos gusten.
Por último, y en especial, cada libro me habla de la persona que me lo ha traído hasta mí. Después de concluir la lectura de una novela que me ha dejado una amiga conozco un poco mejor sus aspiraciones y su manera de entender la realidad. Es decir, la comprendo mejor. Así que para conocer mejor a los demás, es bueno intercambiar libros. Al compás del roce de las páginas descubrimos retazos escondidos de esa persona, características que ni el aludido sabe que tiene.
Ojalá escuchemos la voz de los libros para escribirla por todo el mundo.
Irene Pola
Colegio La Vall (Barcelona)
Segundo premio ex aequo, artículo de opinión. XV Edición