Escribir
Los pantalones de Mary Firth
María Pérez Ibáñez, alumna de 3º del grado en Literatura y Escritura Creativa, nos presenta, desde su estancia Erasmus en Londres, un relato muy original dirigido a Mary Firth, una mujer con una vida cargada de mitos e incógnitas todavía por esclarecer.
Mary Firth: encantada de conocerte. De modo que tú fuiste la primera mujer fumadora de Inglaterra. Una se va a explorar la British Library en busca de los primeros manuscritos de Shakespeare y se encuentra con estas cosas.
Si existiera una máquina del tiempo que me trasladase a finales del siglo XVI podría charlar un rato contigo. Eras más conocida como Moll Cutpurse, ¿no es así? Mientras que tu nombre, Moll, era un apelativo femenino que en tu época se utilizaba para referirse a mujeres de mala reputación; tu apellido “Cutpurse” significa, literalmente, “corta carteras”. Este término alude a la técnica que los ladrones utilizaban para apoderarse de las bolsas de sus víctimas: con un cuchillo se cortaba la correa que las sujetaba y se daban a la fuga. Debiste ser toda una experta en este campo para merecer semejante apodo, ¿verdad? Con estos escasos datos lo que de momento sé de ti es que eras una mujer que disfrutaba con el robo, el escándalo y el tabaco. Encantador.
Tu biografía queda desdibujada debido a la inconmensurable cantidad de mitos y leyendas que se han contado sobre ti. A los veinticinco años, tu tío te metió a la fuerza en un barco rumbo a las Américas como castigo por tu comportamiento poco femenino. Al parecer no estuviste de acuerdo con esta decisión porque saltaste por la borda, regresaste a tierra y decidiste no acercarte a tu tío nunca más.
Otra de las anécdotas que corrían de boca en boca entre tus contemporáneos es la de aquel día (¿lo recuerdas?) en el que William Bankes apostó veinte libras a que no te atreverías a pasear desde Charing Cross hasta Shoreditch vestida de hombre. Bueno, no solo te atreviste, sino que recorriste las tres millas del camino a lomos del famoso caballo Morocco mientras tocabas la trompeta. (Dato curioso: tal era la fama del caballo, que Shakespeare lo menciona en su obra Trabajos de Amor Perdidos). La cantidad de personas que se congregaron en las calles para aplaudirte y abuchearte fue tan numerosa, que el caos y el griterío de la muchedumbre alcanzó el grado de una auténtica revolución. Cómo te gustaba llamar la atención.
Tus aventuras fueron tan sonoras, que en 1611 Thomas Middleton y Thomas Dekker hicieron pública la pieza teatral The Roaring Girl, una adaptación ficticia de tu vida. Tú misma hiciste el papel de Moll Cutpurse en una de las representaciones. No contenta con el escándalo que produjo ver a una mujer actuando, quisiste llevar tu descaro más allá, así que apareciste en el escenario vestida con ropa de hombre.
Mary, tu vida me ha dado qué pensar. Me he tomado la molestia de escribir un pequeño artículo sobre ti. En los tiempos que yo vivo, la mujer lucha por hacer oír su voz. Deseamos que se nos reconozca como únicas e irrepetibles; especialmente en el ámbito profesional.
Sin embargo, creo que la mujer (en tu época y en la mía) debe encontrar su valía en su propia naturaleza. Debemos amar nuestra forma de ser y esto no se consigue imitando todo lo que hagan los hombres. Al igual que los hombres se sienten orgullosos de sí mismos sin necesidad de tomar prestados rasgos femeninos, nosotras no tenemos por qué parecernos a los hombres para sentirnos realizadas. Tú, –lamento decirlo tan francamente–, buscabas forjar una fama duradera a través de tu rebeldía, pero al ver la mala reputación que empaña tu carrera, me pregunto si todo ese esfuerzo valió la pena. ¿Estás orgullosa de que te recordemos como la ladrona Moll Cutpurse y no como la señorita Mary Firth? Estoy segura de que valías mucho más de lo que creías, y que toda esta pantomima no era necesaria para hacerle saber al mundo lo fabulosa que eres.
No soy yo quién para juzgarte. Tu maestría en el arte del robo y del teatro, tu pipa, tu descaro y tus pantalones me obligan a censurarte, pues me considero una mujer discreta y femenina. Pero seamos sinceros: si apelas a mi faceta de escritora, a esa parte de mí que se desvive por crear historias trágicas, reales y conmovedoras; entonces me tragaré todas y cada una de mis palabras y contarás con mi más ardiente admiración. Que este secreto quede entre nosotras.
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