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Para todos los estudiantes de la Universidad de Navarra, el mes de mayo supone una cosa: exámenes finales. El bullicioso campus universitario se transforma en un lugar de intenso estudio donde los gruesos libros y las apretadas agendas se abren paso a una irresistible tentación: la procrastinación. La estudiante de Lengua y Literatura Españolas Teresa Tabuenca, abordará la noción de procrastinar desde diversas perspectivas: etimológica,  literaria…


Especialmente a final de curso, la procrastinación se presenta como una gran amenaza para los estudiantes. Sin embargo, escritores como Marcel Proust o Franz Kafka procrastinaron y, aun así, publicaron exitosas obras literarias.

En busca del tiempo perdido. Seguramente es lo que tú, yo y muchas personas más nos vemos forzados a hacer cuando llega esa “fecha de entrega” que tanto temíamos, pero que evitábamos a toda costa.

La expresión “perder el tiempo” tiene unas claras connotaciones negativas y, a menudo, genera un profundo sentimiento de culpabilidad y frustración. Sin embargo, tomar un café, alargar una siesta que prometía ser breve o extender una conversación banal no siempre constituyen pérdidas de tiempo. El verbo perder se forma a partir del verbo latino dare, dar. Por lo tanto, puede considerarse que perder el tiempo supone darlo, o dedicarlo, a otros quehaceres considerados de menor valor.

La postergación constante de las tareas se reconoció en el Diccionario de la Real Academia Española en 1989 con el verbo procrastinar y, aunque su uso se extendió por influencia del inglés (porcrastinate), el término es de origen latino. Aparentemente, la procrastinación imposibilita la productividad, por lo que se han desarrollado múltiples plataformas o técnicas de estudio encaminadas a combatirla: el método GTD (Getting Things Done), la técnica Pomodoro o las aplicaciones ToDoist o Focus To Do.

Sin embargo, otros han defendido sus beneficios e incluso se ha instaurado un Día Mundial de la Procrastinación, el 25 de marzo. Esta irreprimible costumbre de aplazar los quehaceres, que a veces se achaca a la vagancia o a la falta de motivación, puede acabar constituyendo la fuente de inspiración necesaria para completar una tarea. El pintor renacentista Leonardo Da Vinci era conocido por su tardanza a la hora de finalizar sus obras y el arquitecto Frank Lloyd Wright diseñó una de sus mejores viviendas (Fallingwater) tan solo dos horas antes de reunirse con su cliente.

La procrastinación tiene un gran protagonismo en la producción literaria y esto se ha hecho evidente a través de reconocidos autores que postergaron la redacción de sus escritos, pero publicaron grandes obras de la literatura universal.

Marcel Proust, al que se citaba al comienzo con su gran obra autobiográfica En busca del tiempo perdido, podría considerarse el paradigma de la procrastinación. En la novela, el protagonista y narrador relata cómo las tentaciones mundanas le alejan de su objetivo de convertirse en escritor. Algunas son tan simples como la costumbre obsesiva de doblar calzoncillos o calcetines en forma de magdalena para eludir el momento de comenzar a escribir.

El célebre escritor Franz Kafka tan solo dedicaba las últimas horas del día a escribir y dedicaba el resto de la jornada a dormir o ejercitarse. Y, aun así, consiguió publicar célebres obras como Las metamorfosis.

Por otra parte, en la novela Resurrección de Lev Tolstói se describe a un joven que es incapaz de terminar un cuadro “porque no me corresponde ocuparme de estas futilezas”. Aunque esta sensación le “resulta desagradable” nace de un “sentido de estética”, es decir, del deseo de hacer bien las cosas. Esto revela que la procrastinación no es siempre fruto de la vagancia o del desinterés, sino más bien al contrario.

En ocasiones, se deben dejar de lado ciertas tareas para encontrar o recuperar la inspiración necesaria para concluirlas. De hecho, el escritor irlandés Oscar Wilde defiende que el verdadero artista es aquel capaz de no hacer nada, ya que esto “es la cosa más difícil del mundo y la más intelectual”.

Muchos escritores empezaron su carrera literaria tardíamente a pesar de que habían expresado su voluntad de hacerlo con anterioridad. Charles Perrault escribió La Cenicienta, su primera obra, a los 55 años; José Saramago, a los 60; Frank McCourt, a los 66 y Harriett Doerr, Premio Nacional de Literatura en Estados Unidos, a los 74.

Seguramente, todos procrastinaron…

BIBLIOGRAFÍA:
-Tolstói, L. (2012). Resurrección. Alianza Editorial.

-Pardina, R. (2022). Las mejores procrastinaciones de los grandes escritores de la historia universal. Poesía completa.
-McArdle, M. (2017, 9 enero). Why Writers Are the Worst Procrastinators. The Atlantic.
-Arnau, J. (2022). Oscar Wilde, la verdad de la máscara. El País.


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