Opinar
Auschwitz: las razones de la barbarie
Sonia Pérez, alumna del grado en Historia de la Facultad de Filosofía y Letras, nos invita a reflexionar sobre la importancia del respeto y del recuerdo viviente del Holocausto.
“Debemos liberar a la nación alemana de polacos, rusos, judíos y gitanos.”
Otto Thierack, ministro de justicia del III Reich.
Hoy en día para describir el movimiento nazi nos valemos de su propia doctrina resumida en: el antisemitismo, la superioridad aria, la grandeza del estado alemán y el expansionismo. Estas cuatro características las vemos reflejadas en los campos de concentración convertidos en un longevo recuerdo viviente del Holocausto.
Auschwitz es uno de esos lugares en los que se puede escuchar, si prestas atención, como hablan las paredes de los barracones o el llanto de los muros que asistieron a la muerte violenta de una inocente minoría. Sin embargo, en otros lugares, el silencio que se transmite es tal, que nos invita a realizar una profunda reflexión personal.
Este terrorífico lugar fue construido a finales de los años 40 del siglo XX en las afueras de Oświęcim, ciudad polaca anexionada por los nazis al III Reich, que tras su incorporación al imperio nazi pasó a llamarse Auschwitz, al igual que el campo de concentración. En un principio, cumplió la función de alojar a la gran masa de polacos que eran arrestados por la policía alemana, pero más tarde se bautizó como el mayor centro de exterminio masivo de judíos.
El historiador Ferrán Gallego hace referencia en sus escritos a cómo la población ha ido normalizando, olvidando o incluso ignorando este periodo histórico. En sus estudios presenta los motivos por los que sucedió, por los que se intenta desechar y por los que dicha etapa no se debe olvidar.
En primer lugar, detalla la idea de que el pasado, en ocasiones, nos tiende la trampa de serlo del todo y esto conduce irremediablemente al olvido. Este es el primer modo de arrinconar este genocidio en los números, sin tener en cuenta que, detrás de esa cifra, está una persona a la que se le despojó de su proyecto de vida, su futuro, su familia, etc. Por eso, para hacer justicia a las víctimas, deberíamos recordarlas de forma individual, dándoles la importancia que merecen.
Otra forma de relegar este hecho histórico es mediante la inexistente explicación de los acontecimientos, considerando Auschwitz como un “paréntesis moral sin sentido de la Historia producto del silencio”. Del silencio de las víctimas, justificado por la angustia, del pueblo como cómplice que colaboró con el homicida por miedo o por autoprotección y por culpa del narcisismo de los responsables, que pensaban que hacían lo correcto y se exculparon a sí mismos.
Gallego puntualiza como, al intentar hablar de Auschwitz objetivamente, nos encaminamos al territorio de la moral. Considera que supuso “una cura de humildad para una cultura altanera, segura de sí misma, carente de vergüenza”. Fue el germen de la modernidad, el que afloró el concepto del otro, del distinto, de la insatisfacción con el mundo, la incertidumbre del futuro, el miedo a nosotros mismos y al vecino.
El miedo existente y la desmoralización que provocó el Tratado de Versalles en Alemania fueron saneados por Adolf Hitler, que dotó al pueblo con una identidad aria superior que consideraba que debía permanecer pura y limpia, cosificando y menospreciando a las personas. Con el paso del tiempo las matanzas que se realizaban no solo se centraron en las personas judías o de procedencia judía.El fin intrínseco del exterminio en realidad no era limpiar Alemania, sino conseguir la cohesión del pueblo a través de la complicidad del silencio, no era el fin el que justificaba los medios, sino que, solo había medios para un fin.
En definitiva, en Auschwitz se demostró la falta de valores, la falta de humanidad, y la prepotencia de un pueblo dolorido, manipulado y con sed de venganza.
Extrapolando los hechos del Holocausto a nuestra realidad diaria, creo importante recalcar que, a pesar de que la mayor parte de la población defiende la postura de que el recuerdo es nuestra salvación, existe una gran comunidad que no aprovechan la oportunidad para lograr un gran eco en la sociedad. Son las llamadas influencers, quienes tienen una gran credibilidad en las redes sociales y pueden influir en la opinión, sobre todo, en preadolescentes y adolescentes.
Aunque su labor fundamental no es la educación de sus seguidores, cierto es que aprovechando su “dominio” podrían obrar didácticamente e intentar disuadir a sus simpatizantes. Por ejemplo, enfatizando que el campo de concentración de Auschwitz no es un lugar puramente turístico donde fotografiarse, sino que es un lugar en el que se cometió una masacre y al que hay que guardar respeto, al igual que los monumentos que conmemoran la muerte de miles de personas no son construcciones para embellecer una ciudad.
Hoy en día vivimos en una sociedad en la que las personas nos vemos obligadas, en cierto modo, a aspirar a la perfección. Nos sentimos inseguras en muchos aspectos, vemos en el prójimo un contrincante al que no respetamos, somos individualistas y narcisistas, existe cierta deshumanización y cosificación en redes sociales… ¿No es acaso un cuadro de circunstancias afines con el comienzo del episodio totalitario del siglo pasado? ¿Cómo podremos detener esta coyuntura si se extiende?
Está claro que los remedios son, fundamentalmente, la educación, la enseñanza de valores basados en la igualdad y la empatía, un mayor acercamiento de la historia a la población… pero, desgraciadamente, parece que en la actualidad no es ni lo que más se estila, ni lo que más repercusión proyecta en la sociedad.
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