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Democracia como antifaz

Jorge Léautaud

Jorge Léautaud, alumno del grado en Filosofía, Política y Economía (PPE), de la
Facultad de Filosofía y Letras, nos trae un agudo análisis acerca de los últimos
acontecimientos de Myanmar y su relación con la crisis del sistema democrático
en el mundo
 

Democracia como antifaz

Min Aung Hlainggeneral al frente de la junta militar que tomó el poder del gobierno de Myanmar a principios de este mes, prometió el pasado lunes ocho de febrero, en un mensaje a la nación, impulsar una “democracia auténtica y disciplinada”. ¿Qué significa esto? ¿Es que las elecciones celebradas en noviembre no fueron democráticas? ¿Qué implican estas palabras por parte del general en una democracia incipiente y precaria que lleva diez años gestándose y ahora parece dar marcha atrás? Es más; ¿cómo se relaciona este fenómeno particular con otras democracias fallidas, sistemas híbridos o regímenes autoritarios alrededor del mundo? 

Myanmar, o Birmania, lleva veintidós días en un estado de agitación política que no tiene pies ni cabeza; pero lleva mucho más tiempo persiguiendo al fantasma de una democracia mientras sufre los obstáculos de una dictadura que no se reconoce como tal ante el público. El lunes primero arrestaron a la lideresa de facto Aung San Suu Kyi y a varios integrantes de su partido: la Liga Nacional para la Democracia. La junta militar que lo hizo declaró un estado de emergencia con duración de un año y ha bloqueado el acceso a Internet desde los teléfonos móviles y el uso de redes sociales irregularmente.

Entre toques de queda y manifestaciones que han escalado violentamente-—llegando a la muerte de civiles—, también se ha impuesto la Ley Marcial, limitando las reuniones de los ciudadanos a no más de cinco personas en diez zonas del país, y se le han imputado a Aung San Suu Kyi dos cargos aparentemente verosímiles, con pena conjunta de hasta seis años de cárcel. 

Bajo este contexto, resulta difícil entender cómo es que el general planea impulsar una “democracia auténtica y disciplinada”. Y es que a pesar de que se le ha considerado como tal durante una década precaria —desde el 2011—, es bien sabido dentro y fuera del país que el ejército siempre ha controlado los asuntos del gobierno. Es en tanto esto que cuando el cuerpo militar ve que su poder se ve amenazado por una pérdida importante de escaños, resultado de las pasadas elecciones, recurre a reclamar un fraude electoral, a proclamar un estado de emergencia y a tomar por la fuerza al gobierno.

Democracia en declive: un fenómeno global

Desafortunadamente, este tipo de situaciones no suceden únicamente en Myanmar. Según el Índice de Democracia del 2020 hecho por The Economist, el país ocupa el puesto número 135 de 167 en cuanto al progreso hecho para alcanzar una democracia. Esto significa que habrá por lo menos, si dejamos de lado a los que van adelante, otros 32 países que van detrás de Myanmar. Y, ¿qué pasa con estas naciones? ¿Por qué será que los regímenes autoritarios consiguen consolidarse arguyendo democracias disque-exitosas —los que lo hacen—? ¿Qué les falta en realidad para serlo? 

Democracia como antifaz

Se me ocurre, elemental y brevemente, que estos países fallan en sus intentos de conseguir una democracia exitosa porque los interesados en alcanzarla no toman en cuenta el contexto sustancial bajo el que surge esta forma de gobierno. Por este contexto me refiero al resto de valores liberales —en su origen occidentales— que apoyan y sustentan al florecimiento de un sistema democrático: Estado de derecho, respeto de los derechos individuales, concretamente los humanos y los civiles de sus integrantes, libertad de mercado y comercio, entre otros… Y es en tanto esto, que si se ha de tomar en cuenta el contexto occidental bajo el que surge el liberalismo y la democracia, entonces se ha de estimar en la misma medida la aplicación de estos valores a cada país que lo requiera en su propio caso particular.

Dictaduras enmascaradas

Pongamos de esta manera que Myanmar no logra una democracia efectiva porque tan sólo intenta cubrir con la estructura de una forma de gobierno—una democracia disfrazada— un problema mucho más profundo. Está claro que no respeta los derechos humanos, mucho menos los civiles, al menos así lo demuestran las reacciones de la milicia para con los manifestantes: cañones de agua y gases lacrimógenos, fuerza bruta en las calles, incluso armas de fuego. 

El ejército al mando en estos momentos del Gobierno de Myanmar proclama el deseo de una “democracia auténtica y disciplinada”, pero la proclama y la desea mediante la transgresión de derechos humanos fundamentales, mediante la obstaculización de la apertura comercial —los militares ocupan los ministerios más importantes del país—, mediante el constante abuso de poder y libertad política y la omisión del Estado de derecho cuando les conviene; en fin, buscan un valor liberal mediante la omisión de todos los demás que lo sustentan. 

Es entonces que países como Sudán—puesto 149 en el Índice—, Uzbekistán—155—, Laos—161—, República Democrática del Congo—166—, Venezuela—143—, y Myanmar tienen en mayor o menor medida el continente de la forma de gobierno democrática —una constitución, cuerpos legislativos, un sistema judicial, líderes ejecutivos, votaciones y más—, pero en absoluto su contenido: un entendimiento doctrinalmente comprensivo de lo que implican los valores fundamentales del liberalismo.

¿Qué podemos hacer? Primeramente, no confundirnos. Eso es lo más importante. La democracia y el respeto a los derechos humanos no son excluibles. Que un país tenga un líder ejecutivo bajo la etiqueta de presidente y un cuerpo legislativo bajo el de Congreso no implica que tenga un sistema democrático de facto fructífero. 

Ahora, para salvaguardar a la democracia, en toda su esencia claro, habrá que voltear tanto para afuera como para adentro y ver si no estamos a su vez en peligro nosotros mismos. ¿Será que la pandemia no habrá facilitado el que los Estados transgredan algunas libertades elementales? ¿No habrá creado una cubierta para el avance de la democracia en varias regiones del mundo? ¿La orden, aparentemente justificada, de disparar a matar para quien rompa cuarentena en Filipinas no es prueba de ello? Todas estas son cuestiones a reflexionar, pero eso ya es asunto de otro artículo. 

Democracia como antifaz
 

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