Pensar
TEN PÓLIN PHYLÁSEIN
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Hace unos días, nuestro buen amigo Ángel Ventura, del Departamento de Arqueología de la Universidad de Córdoba, nos hacía partícipes de una frase de un colega suyo, de la Universität Mainz, en Alemania, muy atinada para la situación que, toda Europa, y de modo particular España, está viviendo: "qué bonito es escribir Historia pero qué difícil es vivirla". Y es cierto, con bromas o sin ellas todos somos conscientes de estar viviendo, por la crisis del coronavirus, una situación que no sólo tendrá, seguro, una gran transcendencia económica y vital sino que, además, se estudiará en el futuro como hito-bisagra, quizás, de un nuevo tiempo histórico. No han faltado, de hecho, medios que han realizado comparativas históricas entre la letalidad de otras pandemias y la que ahora padecemos (como hizo ABC el pasado 21 de marzo) o quienes han recurrido al pasado para ver qué enseñanzas pueden darnos esas pandemias para la situación actual (como hizo la BBC el pasado 7 de marzo).
En esas comparativas, mirar al mundo clásico puede, de nuevo, venir bien, dada esa perennidad que el pasado grecorromano tiene como verdadera escuela de civilización (1). Remontémonos a la Atenas clásica, a la admirada Atenas de Pericles, en concreto al periodo comprendido entre el 431 y el 404 a. C., las guerras del Peloponeso, uno de los más apasionantes, sobre todo en sus preparativos, de la Historia de la Antigüedad. Estamos en el año 431 a. C., el estratego griego Pericles ha articulado la resistencia frente a los Lacedemonios -frente a los espartanos- en evitar el combate a campo abierto forzando a aquéllos a una guerra de sitio en una ciudad que se consideraba autónoma y autárquica gracias al sistema defensivo de los Largos Muros, que, establecido unos años antes, comunicaban el puerto con el centro de la ciudad. Atenas -ya por entonces una ciudad de numerosa y heterogénea población que, décadas antes, Clístenes había tenido que articular en regiones diversas- asiste, pues, al inicio de la guerra. Pericles exhorta a su población a que abandone sus ocupaciones y hogares, deje su vida en el campo y se refugien, todos juntos y sin saber por cuánto tiempo, en la astý, en la parte central de la ciudad, en su centro histórico, para entendernos. Esa es la estrategia inicial de Pericles, que luego se verá alterada, precisamente, por la entrada en escena de la peste (2).
Los Largos Muros en el mapa.
Nos pareció que el relato que Tucídides, en la Historia de las Guerras del Peloponeso, hace de ese pasaje, en el Libro II de la citada obra, podía valer para la situación actual en la que -acaso por la irresponsabilidad de muchos,- se nos pide el sencillo gesto de quedarnos en casa. El mundo clásico vuelve a estar, pues, presente en el mundo de hoy como una escuela de la que poder aprender, máxime ahora que, efectivamente nuestros políticos, seguramente sin ser conscientes de ello, emplean lo mejor de los procedimientos diseñados por la retórica clásica. El visionado de este discurso, por poner un ejemplo, del Presidente del Gobierno o de este otro, del líder de la oposición, puede resultar inspirador en este sentido más si se tiene delante la gráfica comparativa que, respecto del primero y de uno histórico de G. Bush ante los tristes acontecimientos del 11-S ha publicado recientemente ABC. Todo para apelar a nuestro sacrificio personal en pro de la victoria contra esta pandemia. Compare, si no, el lector, algunos de los tópicos de esos discursos con el, probablemente, mejor discurso político de todos los tiempos, la oración fúnebre de Pericles, dictada poco después de los acontecimientos que aquí se describen.
Dejamos a continuación sólo el texto de Tucídides, sin más comentarios, conscientes de que su validez hará que cualquier buen entendedor, no necesite demasiados comentarios. La comparativa y el carácter pedagógico de la mini-antología que aquí se ofrece vendrá a la mente de cualquier lector crítico (en esta ocasión, seguimos la traducción de la edición de Crítica -Barcelona, 2003-, a cargo del incombustible y reputado helenista Francisco Rodríguez Adrados, casi último testigo todavía vivo de una generación de estudiosos de la Antigüedad que se antoja irrepetible).
[I]. Un pequeño sacrificio para contribuir a una gran causa: quédate en casa.
[13, 2] Y, sobre la situación presente les hizo las mismas exhortaciones de siempre; que se prepararan para la guerra y metieran dentro (de la ciudad) las cosas que tenían en el campo; pero que no salieran a reñir batalla, sino que guardaran la ciudad, refugiándose en ella (...) y que la mayoría de las victorias se lograban con un plan inteligente y con abundancia de dinero.
[II]. La retórica del empoderamiento, en situación de emergencia.
[13, 3-6 y 9] Les exhortó a tener ánimo, ya que cada año entraban en la ciudad, sin contar con los otros ingresos, unos seiscientos talentos del tributo de los aliados, y que en la Acrópolis se guardaban todavía entonces seis mil talentos en plata acuñada (...); y, además o menos de quinientos talentos en oro y plata sin acuñar en ofrendas privadas y públicas, en los utensilios sagrados utilizados en las procesiones y juegos, en despojos de los persas y cosas semejantes (... ) De este modo les animó en cuanto a la parte económica (...) Añadió además Pericles otras cosas que solía decir para convencer al pueblo de que ganarían la guerra.
[III]. La necesidad de obedecer a las autoridades, y la disciplina.
[14, 1 y 2] Los atenienses al oírle le obedecieron e hicieron entrar del campo a sus hijos y mujeres y los enseres domésticos en general que utilizaban en el campo, e incluso el maderamen de sus propias casas, se llevaron y transportaron a Eubea y las islas cercanas sus ovejas y animales de tiro. Llevaron con dolor la evacuación porque la mayoría de los atenienses había por lo general vivido siempre en el campo.
[IV]. Cambio de hábitos y exigencias de la cuarentena.
[16] (... los atenienses) llevaron a término la evacuación en unión de toda su familia con dificultad, dado sobre todo que hacía poco que, después de las guerras médicas, habían recobrado sus posesiones, y se entristecían y soportaban mal el abandonar sus casas y sus templo (...) así como estar a punto de cambiar su género de vida.
[V]. Las oportunidades de una situación inédita, casi irreal.
[17, 3 y 4] (...) Se instalaron también muchos en las torres de las murallas y en donde podía cada cual, pues no estaban juntos en la ciudad, sino que más tarde vivieron en el espacio entre los Muros Largos, repartiéndoselo, y en la mayor parte del Pireo.
Está claro, con o sin dificultades, pero siempre con recursos, recurriendo al sacrificio individual pensando en el bien general y, sobre todo, con gran fe en nuestras capacidades, lograremos salir de esta prueba que empieza a ser ya demasiado larga.
(1) Sobre ello Javier habla en otro post suyo.
(2) Que centró ya un visitadísimo post anterior de este blog a propósito de la crisis del coronavirus.
El blog del profesor Javier Andreu. LEER.