Pensar
En esta ocasión contamos con la colaboración de María Domingo, alumna de Filosofía y Periodismo, que nos invita a viajar por sus recuerdos para mostrarnos cómo descubrió su vocación filosófica y periodística. Todas sus inquietudes nos muestran la relación que existe entre grados y cómo la llevan a descubrir la verdad y a descubrirse a sí misma.
Dudas nocturnas
Beso de buenas noches, apaga la lamparita y se va. Espera a que los pasos se alejen y, cuando ya no logra oírlos, vuelve a encenderla. Como siempre, saca el libro de debajo de la almohada y se coloca en una posición táctica, por si tiene que fingir estar dormida. Lee porque le gusta, pero sobre todo lee porque lo espera. Sabe que volverá, todas las noches lo hace.
Pasa las páginas, aunque no tan rápido como los minutos.
Los pasos…, ¡ya vienen! Son lentos, pesados. Solo suyos. Esconde el libro, toca jugar a las estatuas. Enciende la lamparita del pasillo, y su figura a contraluz se asemeja a un gigante. Vuelve a entrar en la habitación, y pese a percibir que su hija sigue despierta, lo ignora y le regala un segundo beso en la frente (esos que los padres dan para quedarse con la conciencia tranquila).
La niña abre un ojo y luego el otro, juguetona. Él queda expectante, tiene ganas de escuchar con qué saldrá hoy la chiquilla inquieta.
— Papá, ¿por qué flota la Luna?
Y el ritual nocturno se celebra de nuevo. Pregunta tras pregunta, la niña busca entender la realidad. Hala, papá… ¿Y por qué? Y esto, ¿por qué? ¿Por qué lo hacen así? Y tira del porqué como si fuera una cadena eterna.
— Pero… ¿por qué?
Llega el temido momento. El padre se queda sin respuesta. O quizás la tiene, pero no… No logra expresarla como quiere. La sombra del titán se congela. Queda vacilante, arrancándose la piel seca de los labios como si esa manía tan suya le descubriera la réplica perfecta…
Silencio. Oyen el tictac intruso del reloj. Tragedia. Ha sido derrotado. Se encoge de hombros y su sombra se reduce. Ya no es un gigante. Hoy papá no sabe más, no sabe qué ni cómo decir. Es tarde, dice. A dormir. Un tercer beso y se retira, esta vez hasta mañana.
La duda queda sembrada en la pequeña, que ya no guarda el libro debajo de la almohada.
La niña, ya mujer (o eso quiere creer), tiene 16 años. Rebelde porque le toca. Lee y escribe, piensa y opina con una osadía repelente que haría exasperar a cualquier adulto razonable. Las dudas la asedian. Busca, busca, busca… y encuentra; de vez en cuando. Preguntas pícaras en clase; atracos a mano armada en el despacho del departamento de Letras, cargada de artículos que contradicen las doctrinas de aquella profesora que, según ella, no debería dedicarse a la educación. Su padre se ha quedado atrás, ya no puede saciarla. Ahora son documentales, revistas y, en especial, noticias.
Tergiversación de las historias, primicias falsas o no del todo ciertas… El mal uso del arte de las palabras y el falseo de la verdad le erizan la piel. ¡Manipuladores! ¡Ladrones de libertad! ¿Cómo luchar contra ellos? En medio de la frustración, llega un rayo de lucidez. Si no puedes vencerlos, únete a ellos. Lo dicho: se matricula en Periodismo. Los porqués la acompañan, y decide apostar también por la Filosofía, esperando poder dormir mejor desde ahora.
Tercero de carrera. Las dudas siguen, y el afán por comunicar una verdad entera es lo que la mantiene en vela todavía. Trabajos, ensayos, lecturas o pura curiosidad por lo que ocurre en el mundo. Está más feliz que nunca. En Pamplona, ahora su casa, cultiva lo que le permitirá colmar a la niña curiosa y a la joven ambiciosa, y preparar a la futura mamá que algún día se enfrentará a un inocente y familiar “por qué”.
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