Julia Montoro, ganadora de la XIX edición del programa Excelencia Literaria, nos deleita con este texto sobre el trasfondo de las personas relacionado con un simple paquete de pasta.
Hace unas semanas encontré en mi despensa un paquete de macarrones a punto de caducar. Sí… ¡a punto de caducar! Nunca creí que productos como la pasta llegaran a hacerlo. ¿Cuánto tiempo llevaría ahí como para encontrarse en tal estado? ¿A quién se le habrá caducado un paquete de macarrones?
Iré por el principio: abrí la despensa para ordenarla y me llamó la atención un paquete cuyo contenido y marca no reconocí. De no haber sido porque había movido los productos guardados en la alacena, no me hubiera percatado de la existencia de esos macarrones. Incitada por la curiosidad tomé el paquete y lo examiné con cautela. El empaquetado ha cambiado. Quiero decir que la marca ahora comercializa su pasta con una nueva imagen. Así que, ante semejante hallazgo, me pregunté cuál sería la fecha de consumo recomendada, pues la pasta parecía encontrarse en perfecto estado. Bueno, quizás no presentaban el aspecto más apetecible, pues el color se había tornado un tanto blanquecino y las franjas de la bolsa habían perdido intensidad en su colorido y estaba un poco roída por los laterales.
Mi sorpresa fue supina: los macarrones habían caducado en 2011. ¡Hace once años! ¿Cómo es posible que hubieran quedado allí olvidados más de una década? Probablemente mi madre los almacenó en la despensa <<por si acaso>>, <<porque nunca se sabe lo que puede pasar>>. Y, probablemente, se había olvidado de la existencia de aquel paquete, de modo que cada vez que se acababa la pasta en casa, compraba uno nuevo.
La pasta nos parece un alimento básico y simple. Aunque no agasajaríamos a nuestros invitados con un plato de macarrones con tomate (o sí), estamos de acuerdo en que no hay comida más rica, sencilla y económica. Además, damos por sentado que siempre hay una bolsa de macarrones para sacarnos de un apuro los días en que todo parece funcionar al revés y no nos queda tiempo para sacar el “Master Chef” que llevamos dentro.
Pero, ¿y si de pronto no la encontramos y su espacio en la despensa está vacío? Los niños se echarán a berrear porque tienen hambre y no habrá nada rápido que prepararles, el perro ladrará a causa del alboroto que forman los pequeños y nosotros trataremos de mantener la calma mientras maldecimos nuestra incapacidad previsora.
Todos disfrutamos de determinadas personas que sostienen nuestra existencia desde la retaguardia. Son aquellos que no permiten que falte el paquete de macarrones. Pero muchas veces infravaloramos su trabajo, hasta que nos quedamos sin pasta y reparamos en todo lo que hacen por nosotros, en que siempre permanecen en la sombra para echarnos una mano invisible.
La próxima vez que me acerque a la despensa, echaré un vistazo para comprobar que tengo macarrones. Sé que los encontraré, y me he propuesto no dejar que caduquen.
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