Pensar
Una aproximación a Auschwitz
Adrián Samayoa Mendoza, alumno del Doble Grado en Historia y Periodismo, nos trae al recuerdo la barbarie de Auschwitz y la labor tan importante que supone la Historia y la memoria
Con el paso de los años los eventos del Holocausto se han mezclado con la totalidad de la historia: un evento más entre los cientos de años en los que ha existido la humanidad. Parecen sucesos lejanos y extraños, que tienen que ver con otros tiempos y otras civilizaciones. Sin embargo, el Holocausto está más cerca de lo que parece.
Sin darnos cuenta, nos hemos acercado a las cámaras de Auschwitz y, sin pretenderlo, nos hemos convertido juntamente con los soldados en los verdugos. A pesar de las buenas intenciones de muchas personas: los libros, películas y fotografías han transformado Auschwitz en una imagen inabarcable, únicamente comprensible en su conjunto. Se pierde lo concreto, lo individual. Las personas se vuelven cifras, se convierte a seres humanos en números.
De igual forma que los soldados, despersonalizamos a las víctimas arrebatándoles su humanidad. A esto, hay que sumarle que los acontecimientos del Holocausto han sido impregnados en nuestro imaginario, de tal forma, que hemos llegado a familiarizarnos con ellos, incluso, podemos hablar con normalidad de las víctimas o bromear sobre los nazis con un café. Ahora parece que cuando vemos una película de los nazis no es la realidad, sino solo una historia de terror.
Con el paso de los años la muerte de seis millones de humanos se ha normalizado hasta el punto de ser algo efímero, e incluso repetitivo. El mayor problema es que la dirección la estamos marcando nosotros mismos. La trampa más importante al estudiar la Historia es pensar justamente que la Historia es solo pasado. Con esto convertimos escenas concretas, vidas particulares y decisiones libres en una masa de gente que sufrió, en un conglomerado de acciones. Les arrebatamos su riqueza personal e incluso pretendemos que podemos comenzar de nuevo: borrar el pasado e iniciar desde cero. Una decisión mucho más cómoda que afrontar la crueldad humana.
El siguiente paso es convertir a los individuos en cifras, en números tan grandes que, más que dar una idea de lo ocurrido, nos abruman y resultan del todo anestesiantes. Por tanto, está bien hacer eco en esta terrible lista, pero recordando que detrás de cada número hay una vida, detrás de cada lista un individuo. ¿Por qué crees que resulta tan conmovedor el recuerdo de Ana Frank y de su diario? Esta conmoción se debe a que atendemos a una persona, a un individuo en el que podemos vernos reflejados. A través de su historia particular conectamos con la cotidianeidad de su adolescencia. Por otro lado, con las imágenes de pilas de fallecidos y de hombres cadavéricos, preferimos apartar la vista y, al hacerlo, buscamos olvidarlo. Su efecto dura unos segundos antes de que volvamos a nuestro día.
No podemos “volver a catalogarlos como si fueran mercancías válidas solamente por constituir, todas juntas, una cantidad ingente”1. A esto va aparejado la deshumanización de los alemanes que ejecutaron el Holocausto. ¿Cómo va a ser capaz una persona de cometer tales atrocidades? La historia nos muestra que lo fueron y que lo hicieron hombres corrientes. Pensar de cualquier otra forma sería excusarse, justificar sus acciones y mentirnos. Tenemos que conocer de qué son capaces los humanos, para poder poner los medios para prevenir que se repitan las atrocidades.
Hay otras formas de olvidar. Podemos considerar que Auschwitz es un sinsentido, un paréntesis en el progreso humano, una inexplicable desviación de la historia, una moral sin sentido. Así, por quitarle las razones que explican el hecho, llegamos a olvidarlo, lo justificamos al no darle sentido. De esta forma, arrancamos la dignidad humana no solo a los muertos, sino también a los que sobrevivieron: los supervivientes dejan de ser parte de una ideología, política o gobierno, para volverse parte de un accidente estúpido sin sentido. Los castigamos tres veces: en los campos de concentración, deshumanizándolos en cifras y volviendo su sufrimiento inútil. Un sin sentido: les arrancamos el valor de su supervivencia.
No se puede volver a comenzar desde cero, sino desde Auschwitz, reflexionando desde la dignidad humana de las víctimas y de los supervivientes, así cómo de la condición humana de los verdugos. No se trata de que el historiador sea un moralista, pero al hablar del holocausto nos dirigimos al territorio de lo moral. “¿Por qué? Porque Auschwitz supuso una advertencia, una cura de humildad para una cultura altanera, segura de sí misma, carente de vergüenzas”2. La advertencia dejará de tener sentido, si volvemos a cometerlo, como siempre ha ocurrido con los que olvidan la historia. Estaríamos condenados a repetirla, una y otra vez, hasta hacernos cargo de los hechos, de nuestras acciones, de lo que son capaces los hombres.
1 “Auschwitz: las razones de la barbarie” de Ferrán Gallego.
2 Ibídem
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