Colección de medallas del Ayuntamiento de Pamplona
EDUARDO MORALES SOLCHAGA
Además de resultar una ciencia auxiliar de la Historia y rama esencial de la numismática, la medallística se erige en un campo de estudio muy versátil, pues en él convergen varios aspectos provenientes de otras disciplinas, como la joyería y la platería. De hecho, en muchas ocasiones las medallas se acuñaron en metales preciosos, siguiéndose diseños de plateros, grabadores y joyeros de reconocido prestigio. Tanto sus aspectos formales como los más propiamente intrínsecos, referentes a las circunstancias de su creación, resultan de gran interés para el investigador, lo que ha favorecido la publicación de repertorios y colecciones desde antiguo.
Una de las colecciones más interesantes que se preservan en Navarra, tanto por su nivel de conservación como por su variedad, es la del Ayuntamiento de Pamplona. Se custodia en las dependencias del Archivo Municipal y la conforman una veintena de ejemplares prácticamente inéditos. Existen también algunas insignias, condecoraciones y botonaduras de menor entidad, descontextualizadas y de escaso valor, histórica y materialmente hablando, por lo que han sido excluidas del presente estudio. Al margen de esta, existe otra colección de gran valor y que por sí merecería un estudio minucioso, conformada por las condecoraciones ofrecidas al insigne violinista pamplonés Pablo Sarasate, que a su muerte fueron legadas al ayuntamiento de la capital navarra.
En esta exposición virtual se ha optado por el orden cronológico, pues aun siendo conscientes de que tradicionalmente las medallas se clasifican por origen, tipologías (honoríficas, conmemorativas y devocionales) o temática, ninguno de estos criterios se adapta de un modo adecuado y pleno a la colección municipal. Se preservan medallas desde el siglo XVII a las postrimerías del siglo XX, destacando obviamente las decimonónicas, pues en dicha centuria las acuñaciones de todo tipo alcanzaron su cenit.
Durante el Antiguo Régimen, el ceremonial municipal se erigió en una de las facetas más importantes de las celebraciones, civiles y religiosas, que acontecían. Entre los elementos más interesantes destacaron las veneras o medallas de regidor, de las que se han conservado numerosos ejemplares en los territorios abrazados por la Monarquía Hispánica. En Navarra destacan aquellas pertenecientes a las Cabezas de Merindad, que presentan variaciones en su decoración.
En la colección pamplonesa existen cuatro ejemplares ovales acuñados en oro (5 x 3.5 cm), sin duda las piezas más valiosas conservadas. Presentan ambas caras decoradas: en el anverso, las armas de Pamplona, el león pasante timbrado por corona real, orlado con las cadenas de Navarra; en el reverso se sitúa otro emblema de la ciudad, el escudo con las cinco llagas rodeado por la coronas de espinas.
A pesar de que no se cuenta con documentación sobre su autoría, sí se conocen las circunstancias de su creación. El 13 de noviembre de 1599, y con Pamplona abatida por la peste, la Corporación se comprometió a llevar el emblema del reverso de la medalla, las cinco llagas y la corona de espinas, cosido sobre sus ropas, siguiendo las instrucciones dictadas en la visión de un fraile franciscano del convento de Calahorra. La epidemia cesó rápidamente, y desde entonces se sigue renovando anualmente el voto de la ciudad.
Por lo que respecta a la venera, su acuñación se aprobó en sesión de 2 de septiembre de 1600, acordándose
que las dichas insignias queden a la dicha ciudad y las traigan los señores alcalde y regidores nuevos, a quienes se encarga y encomienda las traigan con la decencia y respeto que se debe a tan altas señales… las cuales insignias son de oro de martillo, esculpidas de la una parte las cinco llagas de Cristo Nuestro Señor, esmaltadas de color rojo a modo de sangre, y por orla de corona de espinas de color verde; y a la otra parte, un león de argent con su corona real en campo azul, con las cadenas de Navarra en campo de gules bermejo, que son las armas de la dicha ciudad, colgada de un cordón de seda negra; y también acordamos se dé otra insignia al secretario del dicho regimiento, un tercio menor que las demás, con su orla blanca por orillo.
Solo dos de los ejemplares conservan los restos de los citados esmaltes. Las medallas se acompañan de cordones de hilo metálico dorado para colgarlas y de sendas bolsas de terciopelo para guardar las cadenas.
La religiosidad popular se manifestó en muy diversos soportes, incluyendo las medallas. Las más codiciadas se realizaron en Roma desde el siglo XVI al XIX, algunas de ellas en plata, pero la mayoría en bronce y latón. Fueron importadas tanto por las órdenes eclesiásticas como por particulares y peregrinos.
La colección municipal conserva una de ellas, acuñada en bronce (5 x 3.2 cm), que presenta decoración en toda su superficie. De perfil circular, en el anverso figura la efigie de la Virgen, con manto corona y rostrillo, con el Niño en su regazo, también coronado, enmarcado por la inscripción “N. S. del Sagrar de Pamplona. Roma”, que se dispone paralela al borde; mientras que en el reverso se sitúa la efigie de san Fermín, con capa pluvial, báculo y mitra, enmarcado por la inscripción “S. Fermin O. P .M. Pat D Navarra”, también paralela al borde. La medalla presenta en la parte superior un asa piramidal que cuelga de un alfiler ovalado.
Si se atiende a su origen, es preciso situarlo en don Pascual Bertrán de Gayarre, arcediano de cámara de la catedral de Pamplona y agente del Cabildo en Roma, donde también mandó confeccionar dos planchas de estampación de la imagen representada. A su vuelta, en 1731, trajo consigo una remesa de medallas como la que aquí se estudia, que fueron encargadas a los talleres de la Ciudad Eterna, llegando incluso a ser enviadas como presente al virrey de Lima, don José de Armendáriz, en agradecimiento a sus dádivas con la catedral. No se cuenta con información relativa a su llegada al regimiento pamplonés, pero su perfecto estado de conservación y su nula circulación hacen pensar que recaló en fechas parejas a las descritas, como obsequio del cabildo catedralicio.
Aunque la mayor parte de la colección se ciñe al ámbito hispánico, y más concretamente al pamplonés, también se preservan en el fondo municipal dos medallas extrañas al citado entorno, de las que se desconoce su procedencia, aunque probablemente se trate de donaciones particulares.
La primera de ellas, acuñada en bronce (4 cm), presenta ambas caras decoradas. Conmemora la Carta Constitucional de 1814, un documento aprobado en Francia el 4 de junio de 1814. No se trata de una constitución propiamente dicha, sino de una carta otorgada, una concesión del rey Luis XVIII. De acuerdo con ella, la soberanía y el poder ejecutivo residían en el rey por derecho divino. El articulado reconocía algunos de los derechos originales de la Declaración de Derechos del Hombre y el Ciudadano. El poder legislativo quedaba constituido por dos cámaras: la Cámara de los Diputados y la de los Pares. En el anverso, el busto perfilado de Luis XVIII circundado con la leyenda: “LOUIS XVIII ROI DE FRANCE ET DE NAVARRE”; en el reverso, el monarca entregando la citada carta a los dos representantes de las cámaras anteriormente descritas, acompañado por la leyenda acreditativa del evento: “CHARTE CONSTITUTIONNELLE/ IV. JUIN MDCCCXIV”.
Por lo que respecta a su autoría, fue realizada por Jean-Beltrand Andrieu, grabador de medallas de Burdeos, considerado el restaurador del arte de la medallística francesa, muy depauperada desde tiempos del Rey Sol, lo que le llevó a convertirse en medallista oficial del gobierno, encargándosele más de una veintena de modelos.
Una de las más importantes efemérides de la Guerra de la Independencia en Navarra fue la capitulación de Pamplona, que llevaba sitiada desde el 25 de junio de 1813 por las tropas anglo-españolas, dirigidas sucesivamente por los generales Thomas Picton, Enique O’Donell, y Carlos de España. El general napoleónico Louis-Pierre Cassan, consciente de la imposibilidad de mantener la plaza, en manos francesas desde el 16 de febrero de 1808, decidió capitular el 31 de octubre de 1813.
Testimonio de dicho hito de la historia pamplonesa se erige una medalla conmemorativa conservada en colección municipal. Acuñada en bronce, presenta decoración en ambas caras. En el anverso, el busto perfilado del duque de Wellington, parte de cuya armada liberó la ciudad, circundado por la leyenda: “ARTHUR DUKE OF WELLINGTON”; en el reverso, una escena en la que él mismo a caballo, ataviado como un segundo Pompeyo –a la sazón, fundador de la ciudad–, recibe las llaves de Pamplona por parte de una personificación de ella, a modo de matrona romana, con corona mural, ateniente a su condición de plaza fuerte. Sobre la escena y siguiendo el arco de la medalla, figura
la inscripción “ENGLAND PROTECTS THE TOWN OF POMP.E.I”; bajo la composición, otra leyenda acreditativa: “CAPITULATION OF PAMPELUNE/ OCTOBER THE 31/ MDCCCXIII”.
Es preciso situar el origen de la medalla en 1820, cuando el escocés James Mudie (1779-1854), expulsado de la armada inglesa, se embarcó con una editorial a publicar la historia metálica de las gestas británicas contra Napoleón (tanto en el mar como en tierra firme e incluyendo Europa Continental, Asia, África, Portugal y España), mediante una serie de cuarenta piezas, troqueladas en la fábrica de Thomasons de Birmingham. Fueron realizadas, siguiendo sus diseños, por los más prestigiosos medallistas de Inglaterra y Europa, en el caso que aquí se presenta, por Nicolas Brenet
(1773-1846), artífice parisino que ya había contribuido a la serie de medallas napoleónicas comisionada años atrás por Dominique Vivant Denon; y el suizo Jean Pierre Droz (1740-1823), quien tras realizar notables avances en el proceso de acuñación y trabajar para Luis XVI, pasó a Inglaterra, donde realizó no pocas composiciones, antes de regresar a Francia, donde participó en el citado proyecto de Vivant Denon. Ambos artistas, así como también el propio Mudie, grabaron sus
credenciales en la presente medalla.
La medalla de la capitulación ocupa el vigésimo quinto espacio dentro de la colección y el último de las efemérides españolas, tras las tituladas: batalla de Talavera (1809); la armada inglesa en el Tajo (1810-1811); batalla de Albuera (1811); captura de Badajoz (1812); batalla de Almaraz (1812); batalla de Salamanca. La armada británica entra en Madrid (1812); batalla de Vitoria (1813); batalla de los Pirineos (1813); y batalla de San Sebastián (1813).
Todas ellas se acuñaron en oro, plata y bronce, y se vendían por separado (a media libra, 1 libra y 15 libras, respectivamente), o bien juntas en un elegante juego a modo de encuadernación (24 x 40 x 4 cm), con dos bandejas de veinte medallas cada una (a 20 libras, 40 libras y 600 libras, en función también de la aleación elegida). Se acompañaban de una lista de suscriptores y de la dedicatoria a Jorge IV, redactada en Londres el 15 de agosto de 1820. Se distribuyeron en numerosos puntos de Inglaterra como Londres, York, Newcastle, Salisbury, Edimburgo, Bath, Hull, Leeds, Oxford,
Wakefield, Liverpool, Worcester, Dublín, Glasgow, Plymouth, Bristol y Manchester, donde opcionalmente también podía adquirirse un volumen explicativo de ellas, recientemente reeditado. A pesar de sus pretensiones, el proyecto fracasó con estrépito, llevando a la bancarrota tanto a la editorial como al propio Mudie, que con una deuda de 10.000 libras se vio forzado a empezar una nueva vida en Nueva Gales del Sur (Australia), donde floreció en lo económico, medrando también socialmente.
En la actualidad no resulta difícil encontrar ejemplares en bronce, ya que muchos de los participantes en dichos acontecimientos adquirieron las medallas a modo de souvenirs tras terminar la campaña contra el emperador. De todos modos, su valor estético e histórico es innegable, encontrándose algunas de ellas en colecciones de entidad, como la del Victoria and Albert Museum de Londres o la American Numismatic Society de Nueva York.
La medalla de la colección municipal fue donada el 16 de mayo de 2013, cuando Andrés Armendáriz Ibiricu, aficionado a la numismática, firmó un convenio de cesión con el alcalde de Pamplona, Enrique Maya, “teniendo en cuenta su interés público y con el fin de garantizar su conservación y difusión entre los investigadores y la sociedad general”. El citado coleccionista la había adquirido unos años atrás a un colega californiano.
La segunda medalla ajena al ámbito puramente municipal conservada en la colección, proveniente probablemente de una donación particular, es la de Enrique de Borbón.
Acuñada en bronce (4.5 cm), vio la luz en 1833 y presenta ambas caras decoradas: en el anverso se representa el busto perfilado de Enrique de Borbón, conde de Chambord, todavía niño, ataviado con armadura de capitán general de los húsares y circundado por la leyenda “JE VEUX ETRE HENRI QUATRE SECOND”; en el reverso se puede ver el busto de Enrique IV “el grande” de Francia, nacido en Navarra, en la misma disposición, coronado por laureles y ataviado de la misma manera, circundado por la inscripción: “HENRI LE GRAND ROI DE FRANCE ET DE NAV”.
Se trata de una medalla más reivindicativa que conmemorativa, que presenta a Enrique de Borbón como un segundo Enrique “el grande de Francia”, realizándose un juego entre su onomástica y acciones. El príncipe francés Enrique de Borbón fue pretendiente a la corona de Francia con el nombre de Enrique V y reinó efímeramente en 1830, como consecuencia de la abdicación de su abuelo Carlos X. La medalla a buen seguro tuvo por objeto, como muchas otras acciones, hacerle primar sobre el duque de Angulema, también pretendiente a la corona bajo el nombre Luis XIX. A la muerte de este en 1844, se convirtió en el último miembro de la rama primogénita de los Borbones, y único pretendiente legitimista a la corona francesa. En el exilio, se negó a ser restaurado en el trono en 1873 por las condiciones inaceptables que a su juicio se le impusieron, entre ellas aceptar la bandera tricolor.
En cuanto a su autoría, está firmada por Pierre-Amédée Durand, afamado grabador y editor de series de medallas francés, autor de numerosos diseños durante la primera mitad del siglo XIX.
Como testimonio de la Primera Guerra Carlista, se conserva en los fondos municipales una coqueta caja de madera que contiene en su interior dos troqueles realizados para la estampación de una medalla conmemorativa para Baldomero Espartero “la Espada de Luchana”. A pesar de no tratarse de una medalla, deben considerarse parte de la colección, pues solo se acuñó un ejemplar de la misma.
La medalla original, circular y acuñada en oro (7.5 cm), presentaba decoración en ambas caras. En el anverso, una composición paisajística con un amanecer, que acabó con las tinieblas que se cernían sobre la nación, en cuyo centro aparece un ramo de laurel. Todo ello se clarifica con la inscripción en el pie de la composición: “AL PACIFICADOR DE ESPAÑA/ DUQUE DE LA VICTORIA”; en el reverso,
simplemente la leyenda “EL AYUNTAMIENTO/ CONSTITUCIONAL/ DE/ PAMPLONA. / AÑO 1839.”, timbrada por corona real.
Se conoce con exactitud el origen de la medalla, que fue acuñada con objeto de premiar al prestigioso general una vez finalizada la Primera Guerra Carlista, tras el Abrazo de Vergara, lo que le valió el ducado de la Victoria otorgado por Isabel II el 14 de diciembre de 1839. Siguiendo al documento que acompaña a los troqueles:
Terminada la guerra civil, acordó el Ayuntamiento, entre otras demostraciones de regocijo, acuñar una medalla de oro en obsequio del general Baldomero Espartero, duque de Luchana y de Morella, y habiendo encargado los cuños a París, llegaron en la primavera de 1840. La medalla se entregó al general, que se hallaba en Aragón con el ejército, y estos son los troqueles. Costó la medalla, con los
troqueles correspondientes y todos los gastos de portes y comisión, 6.748 reales vellón.
La medalla pamplonesa fue una de las múltiples muestras de gratitud que recibió el celebérrimo mandatario, detectándose en su inventario de bienes otros presentes de ciudades como Madrid, Barcelona, Valencia o Zaragoza. En el mismo documento, y con el número ocho, se registra la entrada “una medalla de oro, regalo del Ayuntamiento de Pamplona”, que evidentemente hace referencia a la condecoración acuñada con los troqueles que aquí se presentan.
Otra de las medallas preservadas en el Archivo Municipal, muy relacionada con el propio Espartero y acuñada tan solo un año después, da testimonio de otro de los acontecimientos acaecidos en la capital durante el convulso siglo XIX, concretamente del levantamiento del general Leopoldo O’Donnell contra la regencia de Espartero y en defensa de María Cristina. El 2 de octubre de 1841 se atrincheró en la Ciudadela, desde donde bombardeó la ciudad. Tras no conseguir el apoyo deseado, abandonó Pamplona el 13 de octubre, marchando al exilio francés.
La medalla es de plata ovalada (3.5 x 1.7 cm) y presenta decoración en ambas caras: en el anverso, un león rampante coronado, circundado por la inscripción: “A LOS DEFENSORES DE PAMPLONA”; en el reverso, la inscripción “OCTUBRE/ 1841”, circundada por corona de laurel. Conserva todavía la cinta azul con sus filetes amarillos.
El origen de la medalla, probablemente donada por uno de los regidores que se mantuvieron contrarios a la intentona golpista, está en un decreto del general Espartero, rubricado en Vitoria el 23 de octubre de 1841: “Se concede una cruz de distinción arreglada al diseño aprobado a los milicianos nacionales, a los individuos del ejército que en los días del 1º al 2 del actual guarnecían la plaza, y a los demás beneméritos patriotas que se hayan mantenido fieles al gobierno legítimo, y hayan contribuido a sofocar la rebelión promovida aquellos días”. Al margen de la medalla que aquí se
presenta, existe también una variante, esmaltada en rojo y blanco, que porta la fecha en el anverso y no presenta decoración en el reverso. Quizás pueda tratarse del diseño destinado a los integrantes de la Milicia Nacional, al que se refiere el citado decreto.
Entre la colección municipal también destaca una medalla acuñada con objeto de conmemorar el levantamiento del sitio de Bilbao, uno de los episodios más destacables de la Tercera Guerra Carlista, que se prolongó desde el 21 de febrero de 1874 hasta el 2 de mayo de aquel mismo año, cuando fue liberada por el ejército republicano.
Realizada en bronce (5 x 3.5 cm), solo presenta decoración en el anverso, concretamente las armas de la villa: la iglesia de San Antón y el puente de dos arcos situado en las proximidades de este templo. El río Nervión aparece representado bajo los arcos del puente mediante ondas. A la izquierda de la iglesia pueden observarse dos lobos colocados en paralelo, emblema derivado de la heráldica de la casa de Haro, haciendo referencia al legendario fundador de la villa. Todo ello se circunda con la
leyenda “AL EJÉRCITO LIBERTADOR Y A LOS DEFENSORES DE LA INVICTA BILBAO - 2 DE MAYO DE 1874”.
En cuanto a su origen, es preciso buscarlo en un Real Decreto de 10 de junio de 1874 con objeto de
dar un testimonio de público de aprecio en nombre de la nación, a los defensores de la invicta Bilbao, al ejército y la armada que tomaron parte en los gloriosos combates sostenidos hasta el levantamiento del sitio de la citada villa el día 2 de mayo último, así como que al recuerdo del triunfo obtenido sobre las huestes del carlismo vaya unido el del mérito contraído por los generales, jefes, oficiales, soldados y voluntarios que lo alcanzaron, sufriendo con abnegación, valor y constancia, las fatigas de una penosa campaña.
En origen pendía de una cinta que variaba en función de la condición de defensor o libertador del propietario, y contaba con un pasador de plata con cuatro variantes, dependiendo de las acciones en las que hubiera participado.
Como se ha comentado, el reverso es liso, pero existen variantes que presentan una corona de laurel, quizás para inscribir el nombre del agraciado. Existen variantes subversivas también en las que los lobos son de menor tamaño, o bien son sustituidos por borricos. Quizás ello sea debido a que fue acuñada por una empresa privada y no por la Casa de la Moneda.
También resulta interesante otra acuñación encargada por el Ayuntamiento de Pamplona en 1876, con objeto de conmemorar la subida de aguas del Arga durante el sitio de la ciudad, acaecido también en la última de las guerras carlistas.
Circular y acuñada en cobre (6 cm), en el anverso presenta una composición simbólica, con una alegoría de Pamplona a modo de matrona romana e identificada por las armas de la ciudad, acompañada de dos hijos, en referencia a sus habitantes, que se apresuran a tomar agua de la fuente en un cántaro. Presidiendo la composición y abriendo la conducción de agua, un ángel de la guarda que simboliza a Salvador Pinaqui. Todo ello se circunda por la leyenda explicativa del proceso: “Se comenzaron las obras en 3 de octubre/ Corrieron las aguas del Arga por las fuentes en 6 de noviembre”. El reverso se muestra mucho más sencillo, presidiendo el centro la frase: “Dio de beber al sediento”, en razón a la consabida obra de misericordia, rodeada por una corona triunfal de hojas
de laurel. Circundando el perímetro, la leyenda acreditativa del acontecimiento: “A Dn. Salvador Pinaqui, Pamplona agradecida/ 1874”.
En lo que al origen se refiere, es preciso remontarse a 1874 para entender la acuñación que aquí se presenta, concretamente al 14 de septiembre, cuando los seguidores de don Carlos cortaron la conducción de aguas de Subiza, dejando a la plaza desabastecida y con evidentes problemas de salubridad. Las dificultades avivaron el ingenio de Salvador Pinaqui Ducasse, industrial de Bayona establecido en la capital del Viejo Reino. El 1 de octubre descubrió un manantial de agua de gran calidad, y con financiación municipal y tras grandes esfuerzos, consiguió instalar una turbina que finalmente hizo brotar el agua en las fuentes pamplonesas. Dicho acontecimiento se erigió en uno de los más importantes hitos del bloqueo y, aún sin haber finalizado este, el ayuntamiento de la ciudad quiso tener una muestra de agradecimiento con el industrial galo. Por ello, el 3 de enero de 1875 acordó premiarle con una medalla de oro conmemorativa, cuyo modelo sigue la que aquí se presenta. Los troqueles, conservados actualmente en el Archivo Municipal de Pamplona y probablemente realizados en Francia, llegaron en 1876, remitiéndose a Madrid para su acuñación en la Casa de la Moneda.
La medalla de oro le fue entregada en agosto “rogándole en nombre del Ayuntamiento se sirva de aceptarla, como eterna prueba de gratitud por los buenos deseos que le animan, en pro del inteligente e incansable genio a quien se dedica”. En poder del Ayuntamiento quedó, al margen del lujoso estuche con los troqueles, una medalla de plata que es descrita por el doctor Arazuri en una de sus más célebres monografías e incluso reproducida en la revista Pregón, de la que hoy nada se sabe. Al margen de estas dos medallas se acuñaron otras cincuenta en cobre, como la que aquí se estudia, que quedaron en manos de
todos los señores concejales, entregándose también al Excmo. Sr. Capitán General; Sr. General; segundo cabo; Sr. Auditor de Guerra; Señor Gobernador Civil; Señor Presidente y Fiscal de la Audiencia del Territorio; Señor Juez de Primera Instancia; Sr. Obispo de esta Diócesis; Sr. Coronel; Teniente Coronel de Ingenieros, Paulino Aldaz; Sr. Diputado Provincial y Secretario; Sr. Director del Instituto Provincial; Sr. Presidente de la Comisión de Monumentos Histórico-Artísticos de Navarra; y Sres. Aniceto Lagarde, don Juan Vilella, don Nicasio Landa, don Pedro María Irigoyen, don José María Villanueva, y don Crisóstomo García, de Madrid, encargado que fue de las diligencias necesarias para la contratación.
Acuñada en la siguiente década, se preserva la medalla de la Asociación Euskara de Navarra, corporación cultural de cierto recorrido durante el último cuarto del siglo XIX. Su principal objetivo, según su acta fundacional de 1877, fue “conservar y propagar la lengua, literatura e historia vasco-navarra, estudiar su legislación y procurar cuanto tienda al bienestar moral y material del País”. En ella participó buena parte de la intelectualidad navarra del momento, aunque la falta de fondos y las disensiones internas entre fueristas y liberales la hicieron desaparecer en la práctica en 1885, si bien
mantuvo cierta actividad hasta 1897.
Estampada en bronce (4.6 cm), circular y ciertamente dañada, presenta ambas caras decoradas. Según descripción de la época:
En el anverso se halla grabado el roble de Guernica, coronado por la Cruz o Lau-buru, sosteniendo en el tronco el escudo de Navarra, con corona real, y divisándose en el fondo del cuadro siete montañas, representación de las siete provincias euskaras de una y otra margen del Bidasoa. Las leyendas que ostenta son las siguientes: NAFARROKO EUSKARAZKO ELKARGOA - JAUNGOIKOA ETA FUEROAK. En el reverso aparece un círculo vacío destinado a grabar el nombre del premiado o la dedicatoria, circundado de hojas de roble entrelazadas con eslabones de cadenas. La leyenda es la siguiente: ASOCIACIÓN EUSKARA DE NAVARRA, fecha y nombre de localidad.
El origen es preciso encontrarlo en un acuerdo de la citada institución en 1880 con objeto de ofrecerlas a los premiados de los juegos florales, competición intelectual de carácter periódico organizada por la citada institución en Vera de Bidasoa en agosto de aquel año. El diseño fue realizado por Juan Iturralde y Suit, “uno de los inteligentes socios de la Euskara, que maneja con tanta habilidad la pluma como el pincel”. Su ejecución se encomendó a D. J. Kummer, grabador alemán establecido en Madrid,
donde también se realizaban los estuches. Según la documentación conservada, se acuñaron en oro, plata, bronce y cobre. El diseño de Iturralde, difundido por una litografía de Francisco Cortés, traspasó las fronteras españolas, siendo utilizado incluso por el Centro Gallego de Buenos Aires para premiar sus propios juegos florales de 1881.
De todos modos, las medallas de la Asociación Euskara no quedaron restringidas únicamente a los citados certámenes, sino que también se ofrecieron a sus asociados y colaboradores, e incluso al propio Ayuntamiento de Pamplona, que a su vez las brindaba como premio en sus certámenes de San Fermín. El ejemplar que se conserva en el archivo, como demuestra su reverso, nunca debió de entregarse, y muy probablemente formó parte de la remesa con la que la asociación contribuyó en 1884
al certamen literario anunciado por el Ayuntamiento de Pamplona para las próximas fiestas de San Fermín, con una medalla de plata al autor de la mejor poesía en castellano cantando las hazañas de los navarros en la conquista de Zaragoza, bajo las órdenes de D. Alfonso el Batallador, destinando como accésit, al mismo tema, una medalla de bronce; y con otra medalla de plata al autor del mejor ensayo dramático en verso vascongado, con libertad de asunto, destinando, en calidad de accésit, al mismo tema, una medalla de bronce.
Probablemente alguno de los accésit quedó vacuo y la medalla pasó a engrosar la colección municipal desde entonces.
Entre los ilustres receptores de la citada medalla se encuentra el propio Pablo Sarasate y Navascués (14 de julio de 1882), a quien la asociación siempre consideró como un éuskaro más. Dicha acuñación, mucho mejor conservada y realizada en plata, también se ha custodiado en el Museo Sarasate, dependiente del archivo, desde principios del siglo XX. Así mismo fue agraciada con idéntica distinción la reina María Cristina durante su visita a Pamplona el 26 de septiembre de 1887. Recibió a una representación de la sociedad, encabezada por Nicasio Landa, que le explicó sus orígenes y finalidad, toda vez que le agradeció enormemente haber pronunciado algunas palabras en euskera, algo que un monarca español no realizaba desde Carlos V. Por ello le obsequiaron con una medalla de bronce, con su correspondiente caja de marfil, en cuyo reverso se le engarzó en oro una dedicatoria en vascuence: “B. M. Erregiñ Erondari María Kristinari”.
También relacionada con la realeza y ya perteneciente al siglo XX, se conserva en las dependencias municipales una medalla bastante popular, aunque no por ello carente de interés. Conmemora el homenaje dado por los ayuntamientos españoles a Alfonso XIII y a doña Victoria Eugenia de Battenberg en Madrid, el 23 de enero de 1925, como respuesta a una campaña difamatoria contra los reyes impulsada por exiliados en el extranjero y motivada por su apoyo decidido a la dictadura de Primo de Rivera.
Acuñada en bronce (5 x 3.5 cm) y decorada en ambas caras, presenta forma de cartela de cueros retorcidos y se encuentra timbrada por la corona real. En el anverso, bustos sobrepuestos de Alfonso XIII y la reina Victoria Eugenia, con orla ovalada con la inscripción: “HOMENAJE DE LOS AYUNTAMIENTOS A LOS REYES/ 23 ENERO 1925”; en el reverso se representó una alegoría del trabajo nacional mediante un obrero acompañado de la inscripción: “TODOS Y TODO POR LA PATRIA”, todo ello circundado por una corona de laurel.
Por lo que respecta a su origen, queda regulado por Real Orden de 17 de mayo de 1925, a instancias de Miguel Primo de Rivera. De clase única, debía acuñarse en bronce adecuándose al modelo establecido previamente por la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre, y acompañarse de un diploma acreditativo. Al margen de conmemorar el citado homenaje, también perseguía la expresión del sentimiento de adhesión a la Corona. Por ello, su concesión se amplió a todos los ciudadanos, incluso a los que no presenciaron el acontecimiento pero que de este modo quisieron sumarse a él. Lo recaudado por las tasas de la medalla, que desde entonces se denominaría “de homenaje” (10 pesetas), sería destinado a la recuperación de la documentación del archivo de Cristóbal Colón,
previéndose que, en su caso, se destinase el sobrante a la construcción de un monumento a la “madre española”. Un año después se decidió destinar la totalidad de lo que se recaudara exclusivamente al primero de los objetivos.
En un principio solo debía acuñarse hasta mediados de 1925, pero tal fue su éxito que su producción se prorrogó paulatinamente hasta el 31 de mayo de 1930, con objeto de que todo español que la deseara, también en el extranjero, la pudiera obtener, creándose incluso una oficina expresamente para ello. Un año después, ya en la Segunda República, la medalla fue derogada por decreto de 10 de diciembre.
Precisamente a época republicana pertenece otra de las medallas preservadas en la colección. Es originaria de la Escuela de Artes y Oficios de Pamplona, institución centenaria fundada en 1873 por la Diputación Provincial de Navarra y el Ayuntamiento de Pamplona, cuyo establecimiento vino a culminar un proceso iniciado ya a finales del siglo XVIII, que sustituyó a la formación gremial estilada durante el Antiguo Régimen.
Circular y acuñada en plata (4 cm), presenta ambas caras decoradas. En el anverso, una alegoría de las artes, personificadas a modo de matrona romana que muestra a un alumno, también togado al estilo clásico, los elementos básicos que compondrán su formación (vaciados, modelos, una paleta, un martillo, un yunque, etc.), mientras en la parte posterior se describe un nuevo amanecer, iluminador del conocimiento. En la parte inferior y salpicado por hojas de laurel, el curso académico al que perteneció: “1931-1932”; en el reverso, las armas del Ayuntamiento de Pamplona, de quien la escuela pasó a depender exclusivamente desde 1917, engarzadas en una cartela de cueros retorcidos,
circundada por laurel, con la particularidad de que sus coronas, la que las timbra y la que lleva el león, son murales, lo que la filia al periodo republicano, época en la que se acuñó. En el perímetro de la composición se lee: “ESCUELA DE ARTES Y OFICIOS DE PAMPLONA”.
Por lo que respecta al autor, cuyas credenciales “R. Badía” están estampadas en el anverso, se trata de Rafael Badía y García, escultor catalán del que poco se conoce. Estudió en la Escuela de Artes Industriales y Bellas Artes de Barcelona, donde destacó, obteniendo varios premios en las categorías de “Teoría e Historia de las Bellas Artes”, “Anatomía Pictórica” y “Modelado y Vaciado” durante la segunda década del siglo XX. Al finalizar este periodo, continuó su formación con el afamado escultor barcelonés Antonio Parera y Saurina, en cuyo estudio, ubicado en la calle Provenza, se mantuvo
hasta la muerte del maestro en 1947. De hecho, el estilo de la medalla presenta ineludibles afinidades con algunos de los diseños realizados por Perera, como por ejemplo el anverso de la medalla que conmemoró la inauguración del Palacio de Justicia de Barcelona en 1908. Al margen de la medalla pamplonesa, se conserva otro diseño suyo en la Real Academia de Bellas Artes de Barcelona, realizado para una concentración de la Sección Femenina acaecida en Medina del Campo una vez
finalizada la Guerra Civil.
Por lo que respecta a su origen, lo más probable es que se trate de una de las acuñaciones en plata encargadas por el municipio, no solo para premiar a los alumnos más aventajados de la Escuela de Artes y Oficios, sino también para hacer lo propio con los alumnos de las Escuelas Salesianas, a quienes se cedió una medalla aquel mismo año a instancias de su director. Por testimonios de la época se conoce que además de la medalla solo se entregaba un diploma, e incluso en la prensa local se llegó a solicitar que se agregase algún objeto de interés, como por ejemplo un estuche de dibujo, que “sería estimadísimo por quien demostrando afición a él, carece de medios para adquirirlo”.
También se conservan dos medallas referentes a la Coronación de la Virgen del Sagrario, acaecida en 1946, en tiempos del llamado Nacional-Catolicismo en los que el régimen franquista intentó desvincularse de los totalitarismos fascistas mediante una práctica más rigorista de la religiosidad.
Entre las manifestaciones más relevantes del fervor religioso anteriormente descrito destacó la llamada “coronación canónica mariana”. Dicho rito surgió en Italia en el siglo XVII y permaneció ceñido a aquel territorio hasta finales del siglo XIX, cuando fue incluido en el Pontifical Romano, extendiéndose por ende a todo el orbe católico. En España, el proceso comenzó en 1881 con la coronación de la Virgen de Veruela y se sucedió sin solución de continuidad hasta la Segunda República, cuando solo fueron coronadas tres imágenes (la Virgen de los Desamparados de Valencia, la Virgen de la Salud de Palma de Mallorca y la Virgen de Sonsoles de Ávila). Tras la Guerra Civil, la
práctica se reactivó con gran fervor (Virgen del Coro de San Sebastián-1940), manteniéndose con buen ritmo hasta la actualidad (Virgen de la Hermandad de la Paz y la Esperanza de Córdoba-prevista para el 11 de octubre de 2020). Para final de 2020 habrán sido coronadas 551 imágenes marianas en España.
En el caso de Navarra, la primera que se coronó fue la Virgen del Romero de Cascante (1928), seguida de la Virgen del Sagrario de la Catedral de Pamplona (1946), la Virgen de Ujué (1952), la Virgen del Villar de Corella (1956), la Virgen del Puy de Estella (1958), la Virgen de Roncesvalles (1960); y, más recientemente, la Virgen del Yugo de Arguedas (2010). Todas ellas generaron expectación, literatura y arte, si bien, por asentarse en la capital, la más destacable fue la de la Virgen del Sagrario, que desde entonces es conocida como Santa María la Real.
La coronación de la Virgen del Sagrario, imagen titular de la seo pamplonesa, como reina de Navarra tuvo lugar durante el congreso eucarístico celebrado en la capital navarra del 15 al 22 de septiembre de 1946. Al margen del citado congreso, de carácter diocesano, lo más destacable fue la procesión que lo clausuró, en la que la imagen catedralicia fue acompañada por numerosas reliquias y más de treinta imágenes marianas procedentes de diferentes puntos de la geografía navarra, como por ejemplo: Nuestra Señora de Roncesvalles, la Virgen del Puy de Estella, Santa María de Irache,
Nuestra Señora de Rocamador de Sangüesa o la Virgen de Ujué, entre otras muchas. San Miguel de Aralar, una de las devociones más extendidas en territorio foral, tampoco faltó a la cita, ante la mirada atónita de los asistentes.
La procesión arribó finalmente a la plaza del Castillo de la capital, donde la Virgen del Sagrario fue coronada solemnemente por el Dr. Manuel Arce y Ochotorena, arzobispo de Tarragona, que había sido nombrado cardenal en febrero de aquel año por el papa Pío XI. Para ello se siguió el mismo rito con el que antaño se celebraban las coronaciones de los reyes navarros ante dicha imagen, en una ceremonia en la que participaron los gigantes, las hermandades, el ejército, coros de música, el cabildo, ayuntamientos navarros, y la diputación al completo, entre otras muchas instituciones y prohombres. Con anterioridad, la imagen hizo estación en la plaza Príncipe de Viana, donde 16.000
niños comulgaron en la mayor comunión masiva de la Historia de Navarra. Como narra la crónica de la coronación:
la apoteosis final del acto tuvo momentos de gran espectacularidad. Aviones que pasaron en vuelo rasante arrojando pétalos sobre la plaza. La artillería disparó 21 cañonazos de ordenanza. La banda de música interpretó la Marcha Real. Todos los danzaris presentes interpretaron su repertorio de danzas. Se dio libertad a cientos de palomas en las inmediaciones del altar. Bailaron los gigantes de la comparsa de Pamplona.
Como se ha mencionado, para conmemorar dichos acontecimientos se acuñaron dos medallas oficiales, muy diferentes en morfología, materiales, promotores y destinatarios, de las que se han conservado varios ejemplos en colecciones privadas y públicas, como la del Ayuntamiento de Pamplona.
La primera de ellas, de perfil circular y acuñada en plata (5.5 cm), presenta ambas caras decoradas y acotadas por una orilla moldurada. En el anverso y sobre campo recto se sitúa un relieve de la imagen de la Virgen del Sagrario enmarcado por dos arcos de tracería gótica del claustro de la catedral, también en relieve, y circundado por la inscripción: “SANTA MARÍA LA REAL DEL SAGRARIO, ROGAD POR NOSOTROS”. En el reverso se repite el mismo modelo, con la inscripción en letras
góticas: “Coronación Canónica en Pamplona Septbre MCMXLVI” en la orilla y el escudo de Navarra con la laureada de san Fernando, concedida por el general Franco tras la Guerra Civil, en el campo.
Por lo que respecta a su origen, fue acuñada por orden de la Diputación Foral de Navarra, que en sesión de 22 de julio de 1946 aprobó el modelo que efectivamente se siguió, conservándose también ejemplares más modestos en bronce y aluminio. Nada se sabe de su autor, aunque sí se conocen sus destinatarios: “prelados, hijos adoptivos y representaciones, que habían sido sus invitados”. Entre las instituciones pamplonesas que recibieron dicho obsequio y que todavía hoy lo conservan, al margen del Ayuntamiento de Pamplona que contribuyó al evento con la nada desdeñable suma de 100.000 pesetas, destaca el Cabildo Catedralicio, titular de la imagen coronada. Un ejemplar en bronce fue concedido por la Diputación a don Ignacio Baleztena Ascárate por ejercer como maestro vertebrador de tan singular ceremonia.
La segunda (3 cm) es de perfil circular y solo decorada en el anverso. Inscribe en su interior una cruz griega, calada y recortada, de brazos trapezoidales, y cuadrón circular en el que se engarza el anagrama de Cristo sobre fondo esmaltado en blanco, del que parten cuatro haces de rayos biselados. En la parte superior presenta una anilla girada de la que en su día colgó –como se aprecia en otros ejemplares conservados– una banda de tela blanca y amarilla, colores del Vaticano. El borde circular de la medalla, esmaltado en verde, presenta la inscripción: “Coronación de Sta. María. Congreso Eucarístico. 15 · 22 · Sepbre · 1946 · Pamplona” en letras doradas. Los brazos de la cruz están
esmaltados de manera alterna en azul y rojo; sobre los primeros se disponen un relieve de la Virgen del Sagrario y un jarro de azucenas, emblema de la seo pamplonesa, mientras que los segundos enmarcan los escudos de Navarra y Pamplona, todo ello sobre una estructura dorada.
El origen lo encontramos en la prensa local:
La Junta organizadora de estas dos grandes solemnidades religiosas que van a tener lugar en Pamplona, junto con la coronación de Nuestra Señora del Sagrario, ha aprobado el modelo oficial de medalla conmemorativa, que lucirán en su pecho tantos miles de navarros como han de concurrir en Pamplona del 15 al 22 de septiembre de este año… nada tenemos que decir a la vista del bonito diseño que ha sido ideado para la medalla, pues reúne, con dignidad, todos los motivos que concurren a las solemnidades que Navarra entera celebrará.
Por tanto, el destinatario de esta, bastante más modesta que la anterior, fue el pueblo fiel de Navarra, al que también se ofrecieron otro tipo de souvenirs, como por ejemplo sellos, carteles, estampas, manuales o tarjetas de congresista, que podían adquirirse en el pequeño chalet de la administración de la tómbola de la caridad, ubicado en el paseo de Sarasate. Para el caso de la medalla, se acuñaron cuatro versiones: modelo de aguja (2 pesetas), modelo plateado (5 pesetas), modelo de esmaltes (10 pesetas) y modelo dorado (15 pesetas). La que el ayuntamiento conserva responde al tercero de los modelos.
En lo que respecta al diseño y a la iconografía, corresponde al polifacético artista Leocadio Muro Urriza (1897-1987), que también fue el encargado de configurar el cartel del acontecimiento que aquí se ha explicado. En palabras de José María Muruzábal, no ha sido valorado convenientemente a causa de su labor docente en el seno de la Escuela de Artes y Oficios de Pamplona, y de su controvertida personalidad.
La última de las medallas pertenecientes a la colección, acuñada prácticamente en época constitucional, es la conmemorativa del decimosegundo centenario de la batalla de Roncesvalles (778), en la que los vascones emboscaron la retaguardia del ejército de Carlomagno que regresaba de su aventura peninsular atravesando los Pirineos.
Acuñada en plata (4 cm), presenta ambas caras circulares decoradas. En el anverso, una escena relativa al hecho conmemorado en la que se observa a un vascón arrojando una piedra de grandes dimensiones desde el desfiladero de Valcarlos, ubicación en la que teóricamente se produjo la emboscada. Bajo él, la leyenda: “Vascones in summi montis vertice surgentes”, recogida en la Vita Caroli Magni de Eginardo, biógrafo oficial del emperador. Todo ello se circunda con la leyenda: “BATALLA DE RONCESVALLES - XII CENTENARIO - 778. 15 de agosto. 1978”. Entre las palabras se pueden apreciar el báculo cruciforme del monasterio de Roncesvalles y dos medialunas invertidas con
estrellas de seis puntas, símbolo originario del primitivo Reino de Navarra; en el reverso, se aprecian unas formas vegetales circundadas por la leyenda: “S’[igillum] CONCILLI RONCIDEVALLIS”. La composición emula el sello céreo del monasterio, acuñado en 1303 para conmemorar su independencia del Cabildo catedralicio de Pamplona.
Por lo que respecta al origen, es preciso situarlo en el VIII Congreso de la Sociedad Internacional Roncesvalles, que se consolidó, según la prensa, en el principal congreso académico europeo de 1978, puesto que aunó los esfuerzos de todo tipo de instituciones públicas y privadas para conmemorar la efeméride. Se trató de un evento itinerante con varias sedes a lo largo del Camino de Santiago, destacando sobremanera Roncesvalles –donde se erigió un monumento conmemorativo– Pamplona, y Santiago. Un año antes de su celebración se fijaron las bases que lo conformarían, destacando entre las ambiciosas ideas la acuñación de una medalla conmemorativa que corrió a cargo de la Diputación Foral de Navarra.
La medalla se estampó también en bronce, pues se conserva un ejemplar en la colección catedralicia de Pamplona. A su vez, también se realizó una acuñación exclusiva en oro, que fue entregada por el diputado foral Julio Asiáin Gurucharri al rey Juan Carlos I en el acto de clausura del exitoso congreso internacional, el 24 de agosto de 1978. Aunque en el reverso se puede apreciar la marca “P*”, que probablemente haga referencia a una ceca pamplonesa, nada se conoce del autor.
En el Museo Vasco de Bayona (Francia) se conserva también un ejemplar en plata como el preservado en el Archivo Municipal. Engrosó su colección en 1991, como donación del abad de Nuestra Señora de Belloc, monasterio benedictino del País Vasco francés.
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