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El cerebro del Dr. Crick. Buscando el alma con el bisturí
Autor: Mariano Artigas
Publicado en: Aceprensa, 156/94
Fecha de publicación: 23 noviembre 1994
Junto con James Watson, Francis Crick recibió el premio Nobel por su descubrimiento, en 1953, de la estructura en doble hélice del ADN. A sus 77 años, ha publicado un libro sobre el cerebro y la consciencia, en el que mezcla interesantes perspectivas científicas con un materialismo barato y anti-religioso, impropio de un premio Nobel1.
Casi todo el libro de Crick es una divulgación de los conocimientos actuales sobre el cerebro y, sobre todo, de la visión. La carga ideológica se concentra en el Prefacio y la Introducción, al principio del libro, y en el último capítulo y un breve epílogo final: 33 páginas en total. Poca cosa. Pero son esas 33 páginas las que dan al libro un tono provocativo y polémico.
La búsqueda científica del alma
Este título resume la intención del libro y explica por qué va a fracasar. En efecto, ¿cómo se podría encontrar el alma espiritual mediante los métodos científicos? Los experimentos deben tener resultados observables y repetibles. Por tanto, sólo permiten estudiar lo material. Sin embargo, el Dr. Crick afirma que la ciencia puede juzgar el problema del alma.
En los años 50, cuando iba al colegio, algunos negaban la existencia del alma porque no aparece por ninguna parte, aunque se diseccione todo el cuerpo con un bisturí. En los años 60, un astronauta ruso volvió del espacio diciendo que no hay Dios, porque no lo había visto por ninguna parte. Ahora, en los años 90, el Dr. Crick nos dice que la ciencia del cerebro no encuentra el alma y, en cambio, encuentra neuronas y procesos neuronales por doquier. Estamos en las mismas: cambia el escenario, pero se comete el mismo error. ¿Qué pensaríamos de alguien que va al fútbol y volviera defraudado, diciendo que los jugadores no han tocado la novena sinfonía de Beethoven? Le diríamos que para oir a Beethoven hay que ir a un concierto, no a un campo de fútbol. Pues aquí sucede algo semejante. La ciencia nos proporciona conocimientos interesantísimos, pero nunca nos ha dicho ni nos dirá nada sobre las dimensiones espirituales de la realidad, y eso no significa que esas dimensiones no existan.
Lo que puede desconcertar es que un premio Nobel caiga en tal elemental error. Pero es que los premios Nobel, cuando se salen de su tema, saben tanto (o tan poco) como usted y yo. Y además se contradicen. El propio Dr. Crick escribe: "No todos los neurocientíficos creen que la idea del alma sea un mito (sir John Eccles es la excepción más notable), pero sí la mayoría". Eccles es premio Nobel por sus estudios sobre el cerebro, y defiende a capa y espada que cada persona humana posee un alma espiritual creada por Dios. De todos modos, no vale la pena seguir esta línea, porque el problema del alma no se puede solucionar apelando a votos, mayorías ni premios Nobel.
Alma y cerebro
En el prefacio, Crick escribe: "Este libro trata del misterio de la consciencia: cómo explicarla en términos científicos... lo que quiero saber es qué ocurre exactamente en mi cerebro cuando veo algo". Perfecto. Ese estudio es interesantísimo. No somos espíritus puros. Cuando pensamos, queremos, deseamos, imaginamos, algo sucede en nuestro cerebro, y probablemente en otros lugares de nuestro organismo. Cuando más avanza la ciencia, mejor conocemos la correlación entre lo físico y lo mental.
Crick añade: "El mensaje del libro es que es el momento de pensar científicamente sobre la consciencia (y su relación, si la tiene, con la hipotética alma inmortal) y, lo que es más importante de todo, el momento de empezar el estudio experimental de la consciencia de un modo serio y deliberado". A lo largo del libro, Crick va a defender que el alma no existe. ¿Por qué?
¿Qué es el alma?
El primer capítulo comienza con esta cita: "¿Qué es el alma? El alma es un ser vivo sin cuerpo, que dispone de razón y libre voluntad (Catecismo católico)". En nota a pie de página, Crick explica que eso fue lo que escuchó su esposa Odile, cuando era pequeña, a una vieja dama irlandesa que le enseñaba el catecismo.
Desde luego, la cita induce a pensar que eso es lo que dice la doctrina católica. Pero eso es falso. La doctrina oficial de la Iglesia, que se ha concretado a lo largo de dos mil años en muchos Concilios ecuménicos y en el magisterio de los Papas, jamás ha dicho nada parecido. Y no es que no haya dicho nada sobre el alma: ha dicho muchas cosas. Por ejemplo, que el alma es «forma substancial» del cuerpo, lo cual significa que alma y cuerpo forman una sola cosa, una sola substancia, un solo ser.
En uno de mis libros he dedicado un capítulo a exponer brevemente, en 12 páginas, lo que la Iglesia ha enseñado sobre el alma humana a lo largo de su historia, y lo que significa esa doctrina, que pretende salvar a la vez la espiritualidad humana y la unidad de la persona2. Lamentablemente, en las 386 páginas del libro de Crick no se encuentra ninguna aclaración seria sobre este tema, a pesar de que la tesis central del libro gira en torno a él. Cuando se escribe un libro entero sobre la búsqueda del alma y se ataca a la religión por mantener el concepto de alma, lo menos que se debería hacer es no reducir el «enemigo» a una caricatura. Eso ya es de dudoso gusto en política; pero cuando se escribe sobre ciencia, filosofía y religión, y quien escribe es un premio Nobel, uno espera que el autor no se limite a dogmatizar con generalidades que parecen gozar de la autoridad de la ciencia.
La hipótesis revolucionaria
Crick propone una «hipótesis revolucionaria». ¿Cuál es? En sus propias palabras, "La hipótesis revolucionaria es que «Usted», sus alegrías y sus penas, sus recuerdos y sus ambiciones, su propio sentido de la identidad personal y su libre voluntad, no son más que el comportamiento de un vasto conjunto de células nerviosas y de moléculas asociadas. Tal como lo habría dicho la Alicia de Lewis Carroll: «No eres más que un montón de neuronas». Esta hipótesis resulta tan ajena a las ideas de la mayoría de la gente actual que bien puede calificarse de revolucionaria".
No creo que la hipótesis sea tan revolucionaria. Es la hipótesis materialista, tan vieja como la filosofía. Hace unos años, Carl Sagan decía lo mismo en su programa «Cosmos». Otros han dicho lo mismo. Me atrevo a suponer que, dentro de 50 años, se dirá lo mismo, añadiendo a las neuronas y redes neuronales lo que se haya descubierto en el cerebro para aquellas fechas.
Crick, habla dos veces, en pocas líneas, de no ser «nada más que». En filosofía, eso se llama «reduccionismo», porque significa «reducir» algo a uno de sus aspectos. Es una posición peligrosa, porque la realidad es rica y compleja, y los reduccionismos suelen acabar mal: un día u otro se acaba por reconocer que son demasiado estrechos. El reduccionista quiere encorsetar la realidad, meterla en una camisa de fuerza en la que no cabe lo que a él no le gusta, aun a costa de dejar fuera aspectos importantes.
El reduccionismo
Crick no sólo habla del reduccionismo, sino que lo define y lo defiende. Su definición es la siguiente: "«enfoque reduccionista», es decir, que un sistema complejo pueda explicarse por el funcionamiento de sus partes y las interacciones entre ellas". Crick se pregunta dónde vamos a parar con el reduccionismo, o sea, si hay unas partes últimas a las que todo se reduce, y también contesta: "¿Dónde acaba ese proceso? Afortunadamente, hay un punto natural de parada, a la escala de los átomos químicos". Y luego hace un elogio del reduccionismo, afirmando que "el «reduccionismo» es el principal método teórico que ha guiado el desarrollo de la física, la química y la biología molecular. Es el principal responsable de los desarrollos espectaculares de la ciencia moderna. Es el único modo sensato de proceder hasta que (y a menos que) nos veamos obligados a afrontar una evidencia experimental incontestable que nos exija cambiar de actitud. No sirven aquí los argumentos filosóficos generales en contra del reduccionismo".
Se trata, por tanto, de estudiar al hombre reduciéndolo a sus partes, a los átomos en último término, y a las interacciones entre ellas. O sea, a física, química y biología. Desde luego, no hace falta ser un lince para advertir que ese método es legítimo, pero nunca nos llevará hasta el alma ni nada parecido. Muchos pensadores ilustres han atacado al reduccionismo. Por ejemplo, Bergson decía que no podemos comprender qué es un gato haciéndolo pedazos y tratando luego de juntarlos: podremos conocer algunos aspectos del gato, pero lo que de verdad es un gato vivo no se puede conocer así. Y tenía razón.
El «reduccionismo metodológico» es útil en la ciencia: se estudian los componentes, se aíslan, se realizan experimentos en condiciones controladas, y así aprendemos muchas cosas que antes no sabíamos. Pero se trata sólo de un método, que tiene sus limitaciones. Muchas cosas no pueden ser conocidas así. El «reduccionismo filosófico» pretende que sólo existe lo que puede someterse a estudio experimental; pero esto ya es filosofía, no ciencia, y por cierto es mala filosofía, porque nada autoriza a negar la existencia de lo que no se pueda someter a un método particular, por importante que sea ese método. El reduccionista filosófico se pone unas orejeras, como las que llevaban los burros que transitaban por las calles de nuestro país hace unos años, para no ver más que lo que tiene delante de las narices. Las orejeras pueden ser útiles y, a veces, necesarias para no perderse en la complejidad de los problemas, pero no debería perderse de vista que la realidad es más amplia de lo que permiten ver las orejeras.
Además, Crick reconoce que, en su libro, no se ocupa de las características típicamente humanas, diciendo: "Muchos de mis lectores podrían quejarse justificadamente de que lo que se ha discutido en este libro tiene muy poco que ver con lo que ellos entienden por alma humana. No se ha dicho nada de la más humana de todas las capacidades, el lenguaje, ni sobre cómo hacemos matemáticas, ni en general cómo resolvemos cualquier problema... He ignorado completamente asuntos tales como la conciencia de uno mismo y las experiencias religiosas... ". En efecto. En esas condiciones, lo lógico sería no hablar del alma, ni de la persona. En cambio, Crick hace un juego de malabarista, añadiendo: "Estas críticas son perfectamente válidas en este momento, pero situándolas en este contexto demostrarían una carencia de comprensión por los métodos de la ciencia. Koch y yo hemos elegido considerar el sistema visual porque... parece ofrecer ciertas posibilidades de éxito. Otra cosa que aceptamos fue que, una vez que se comprendiera completamente el sistema visual, sería mucho más fácil estudiar los aspectos más fascinantes del «alma». Sólo el tiempo dirá si estas argumentaciones son correctas...".
Pero no se trata de un problema de tiempo. Crick estudia el cerebro y la visión, comunes al hombre y a muchos animales, y desde el punto de vista de la ciencia. De ahí nada puede salir que sobrepase el nivel material.
¿Quién ataca a quién?
No pretendo atacar a Crick: le admiro, porque hizo uno de los descubrimientos principales de toda la historia. Critico sus opiniones sobre el alma, y digo por qué. Si adopto un tono algo agrio, quizás se deba a que el libro de Crick incluye ataques fuertes, injustos y superficiales contra la filosofía y contra la religión. En esas condiciones, me parece que existe el derecho de defenderse.
Crick se refiere a los filósofos en los términos siguientes: "Los filósofos han obtenido unos resultados tan pobres durante los últimos dos mil años que más les valdría mostrar algo de modestia en lugar de esa arrogante superioridad que normalmente exhiben... tienen que aprender a prescindir de sus teorías favoritas cuando la evidencia científica las contradice, so pena de ponerse en ridículo ellos mismos". El ataque es indiscriminado y, por tanto, puede tener una parte de razón, porque ataca a todos. Pero es muy superficial. Queramos o no, hemos de utilizar la filosofía. Crick también: utiliza una filosofía, por cierto bastante mala, de tipo reduccionista. La única manera de no utilizar la filosofía es no pensar y no hablar; y cuando se piensa o se habla sobre asuntos importantes, o uno se toma la molestia de saber qué filosofía utiliza y por qué, o corre serio riesgo de utilizar una filosofía pobretona o simplemente equivocada.
Los ataques a la religión son peores, y también van dirigidos a todas las religiones, a bulto. Por ejemplo, Crick dice: "Hasta ahora, los resultados obtenidos por las creencias religiosas para explicar los fenómenos científicos han sido tan pobres que no hay mucho motivo para creer que las religiones convencionales lo consigan en un futuro... No sólo las creencias de las religiones más populares se contradicen unas a otras sino que, según los planteamientos científicos, se basan en pruebas tan endebles que sólo pueden aceptarse mediante un acto de fe ciega... La historia nos demuestra que los misterios que las religiones pensaban que sólo ellas podían explicar (por ejemplo, la edad de la Tierra) han caído ante un asalto científico coherente. Lo que es más: las respuestas verdaderas suelen encontrarse bastante alejadas de las de las religiones convencionales. Si las religiones reveladas han revelado algo es, precisamente, que suelen estar equivocadas".
Desde luego, la Iglesia católica no pretende "explicar los fenómenos científicos", ni nunca ha considerado que la edad de la Tierra sea un misterio ni que sólo la religión pudiera explicarlo. Sobre esa base, concluir que las religiones reveladas suelen estar equivocadas, así, sin más, parece como mínimo inadecuado, gratuito y superficial.
Ciencia, filosofía y religión
Es una pena, entre otros motivos, porque ahora existe, por fin, un ambiente de comprensión y colaboración entre científicos, filósofos y teólogos, y el libro de Crick lo estropea. Es un auténtico atentado intelectual, una especie de terrorismo en el mundo de las ideas.
Las ideas influyen poderosamente en la conducta de las personas. Crick dice que es maravilloso lo que descubre la ciencia sobre nuestro cerebro y nuestras neuronas. De acuerdo. Pero si uno es materialista de verdad, si todo se reduce a las neuronas, si no somos más que «un montón de neuronas», ¿dónde irán a parar la libertad, la moralidad, la responsabilidad y todo este tipo de cosas? De hecho, Crick acaba el libro con un post scriptum dedicado a la libertad, y de sus palabras se desprende que no somos realmente libres, aunque nos parezca que lo somos.
En efecto, según Crick, es el cerebro el que trabaja, hace planes y decide: "parte de nuestro cerebro se ocupa de hacer planes para futuras acciones", "podemos ser conscientes de tales planes", somos conscientes "de las «decisiones» que toma: esto es, de los planes". Evidentemente, ni Crick ni nadie pueden explicar qué significa todo esto, ni menos aún pueden probarlo. Pero, una vez embarcados en esta extraña empresa, ya no podemos sorprendernos de que Crick nos diga en qué lugar del cerebro se localiza la libertad: "El libre albedrío se encuentra en, o cerca de, el surco del cíngulo anterior. En la práctica, lo más probable es que el asunto sea más complicado. Puede que intervengan otras áreas frontales del cerebro...".
Sí, el asunto es más complicado. Pero no sólo porque intervengan también otras áreas del cerebro, sino porque intervienen otros factores que el Dr. Crick ha olvidado completamente. Lo que es peor: como hemos visto, él sabe que los ha ignorado, y quiere remediarlo planteando una apuesta de futuro. Nos dice, en efecto: "Sólo el tiempo, junto con mucho más esfuerzo científico, nos permitirá decidir. Sea cual fuere la respuesta, el único modo sensato de llegar a ella es una detallada investigación científica. Todos los demás enfoques son poco más que unas palmaditas de ánimo para que no desfallezcamos". Este tipo de apuestas también son conocidas, y alguien las ha denominado «materialismo promisorio», porque siempre se basa en la promesa de que el futuro le dará la razón. Pero, ¿dónde estará el Dr. Crick para responder de su apuesta?
El Dr. Crick pone las cosas difíciles para quienes afirman que la libertad es algo real, y por tanto, que también son reales la responsabilidad y la moral. Supongo que el Dr. Crick tiene libertad y moral; lo que no comprendo es por qué las admite. Sólo se me ocurre felicitar al Dr. Crick porque tiene un cerebro estupendo, capaz del premio Nobel. Mejor dicho: a quien tengo que felicitar es al cerebro del Dr. Crick, que es el que planea y decide: el Dr. Crick sólo se entera, de vez en cuando, de lo que planea y decide su cerebro. Somos nuestro cerebro. Por tanto, ya lo saben: hay que cambiar todo desde la raíz. Hay que hacer política y leyes para los cerebros. Hay que hacer escuelas para cerebros. Hay que meter en la cárcel a los cerebros. Hay que escribir libros para los cerebros. Hay que hacer películas para los cerebros. Mientras tanto, quizás nos podremos ir de vacaciones, aunque si tiene razón el Dr. Crick, probablemente no podremos, porque sólo somos unos fantasmas ilusorios. Quizá no quede más remedio que repetirnos una y otra vez: soy mi cerebro. A lo mejor nos lo acabamos creyendo.
- Francis Crick. La búsqueda científica del alma. Una revolucionaria hipótesis para el siglo XXI. Debate, Madrid 1994. 386 páginas. 18 capítulos más unpost scriptum sobre el libre albedrío.
- Mariano Artigas. El hombre a la luz de la ciencia. Palabra, Madrid 1992. Capítulo «El alma humana», páginas 175-187.