La Catedral de Colonia y la evolución de las especies
Autor: Juan Luis Lorda
Fecha de publicación: 27 de mayo de 2008
Algunos sostienen que la evolución ha podido producirse por el bombardeo de radiaciones a que está sometido el material genético. Esto produciría alteraciones y las que resultaran viables y supusieran una ventaja adaptativa, se impondrían sobre las demás.
El problema de estas cosas es que la mente necesita representaciones para pensar y, si son demasiado simples, se confunde, porque olvida cosas relevantes. En este ejemplo, se olvidan cosas relevantes y es útil poner otros ejemplos.
Al final de la segunda guerra mundial, los aliados bombardearon varias ciudades alemanas. También Colonia. Aunque procuraron no dañar la Catedral, resultó bastante destruida. La Catedral es un edificio complejo, con muchas dependencias y adornos, aunque muchísimo menos complejo que una célula.
La probabilidad de que una célula o su patrimonio genético mejoren de alguna manera con una radiación es muchísimo menor que la probabilidad de que la catedral de Colonia mejorara con el bombardeo.
¿Cómo es posible que una célula (o su patrimonio genético) pueda mejorar con un bombardeo? Puede ser útil pensarlo siguiendo con el mismo ejemplo, que es más manejable que la realidad biológica.
Pensemos ¿Qué tendrían que tener las piedras de la catedral de Colonia, para reordenarse de una manera más eficaz o más bella que antes? ¿cómo podrían dar lugar a otra estructura mejor?
Esta es la pregunta fundamental de la biología porque es la pregunta fundamental de la evolución. ¿Qué hay en el patrimonio genético que produce mejoras viables? ¿Qué tienen las piedras biológicas, que, en algunas condiciones bastante excepcionales, al ser bombardeadas, forman nuevas estructuras viables y con mejoras?
Algunos negarían que se trate de "mejoras", y defenderían que un paramecio con un flagelo es un éxito de adaptación al medio exactamente igual que un hombre con su inteligencia. Pero también podríamos responder que una choza del altiplano andino está tan perfectamente adaptada al medio como la Catedral de Colonia al suyo. Pero nadie pagaría lo mismo por la choza en el altiplano que por la Catedral en el centro de Colonia. Y si no pagan lo mismo quiere decir que, por lo menos en algún sentido, no valen lo mismo.
Pero hay que volver a la pregunta. ¿Qué tienen las piedras biológicas que las hace capaces de improvisar otra estructura mejorada? Y hay que darse cuenta de que la pregunta se centra en las piezas y no en el bombardeo? La pregunta no es qué tiene la radiación que es capaz de ordenar el ADN. Sino, más bien, ¿Qué tiene el ADN que parece capaz, en algunas circunstancias, de reordenarse para dar lugar a algunas formas viables y mejoradas?
Se puede decir que el rayo es la causa. Pero, en realidad, más bien es la ocasión. El rayo puede aportar la energía necesaria para el cambio. Pero el cambio viene de una cierta capacidad de reordenarse de las mismas piezas. Y allí está el misterio que todavía no se ha podido explicar. Allí está el tercer factor que necesita la teoría de la evolución para sostenerse como una explicación completa.
Hasta ahora, la teoría de la evolución funciona con dos supuestos: la alteración espontánea del patrimonio genético, que da lugar a variaciones en la descendencia. Y la selección de las variantes que resultan adaptarse mejor al medio. A esta explicación, para tenerse de pie, le falta una pata.
Es necesario saber por qué las piezas son capaces de reordenarse para dar lugar a estructuras que, por lo menos en algún sentido, suponen un crecimiento de complejidad y de valor, y que permiten pasar desde los organismos unicelulares hasta el ser humano.
¿Qué leyes hay en las piezas que van provocando este cambio cuando, de una manera aleatoria, son bombardeadas por las radiaciones (o se alteran en los procesos de la reproducción)? Esta es la tercera pata pendiente. Esto es lo que todavía le falta a Darwin, al cumplirse el centenario de su nacimiento.
Le debemos el inicio de un gran capítulo de la ciencia. Le debemos las dos explicaciones, que hoy se sostienen casi en los mismos términos en que él las formuló, aunque con mayor conocimiento de la genética. Nos falta todavía la tercera pata.