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Sacerdotes y científicos. De Nicolás Copérnico a Georges Lemaître
Autor: Enrique Solano
Fecha de publicación: 26 de marzo de 2020
Reseña de: Ignacio del Villar. Sacerdotes y Científicos. De Nicolás Copérnico a Georges Lemaître. Digital Reasons, España 2019 (Colección Argumentos para el s. XXI).
Dentro de la colección Argumentos para el s. XXI de la editorial Digital Reasons se ha publicado el libro Sacerdotes y Científicos dedicado a dar a conocer la biografía de cinco destacados investigadores que vivieron entre los siglos XVI al XX y que compaginaron sus descubrimientos científicos con una vida dedicada a Dios a través del sacerdocio: Copérnico, Steno, Spallanzani, Mendel y Lemaître, que fueron, respectivamente, los padres del heliocentrismo, la geología, la inseminación artificial, la genética y la teoría del Big Bang.
Mediante este libro Ignacio del Villar, Doctor en Ingeniería de Telecomunicación de la Universidad Pública de Navarra, añade un argumento más para desmontar el tópico de que la ciencia se opone a la religión y viceversa, tópico que, aún siendo un tema plenamente superado a nivel académico desde hace décadas, goza de gran aceptación a pie de calle. Como el propio autor reconoce en la Introducción, confeccionar la lista final de autores no fue tarea fácil, no por falta de candidatos sino por tener que descartar a numerosos sacerdotes que, a lo largo de los siglos, han realizado contribuciones relevantes al avance científico. Dedicando un capítulo a cada uno de los cinco sacerdotes científicos, el autor nos va relatando de manera amena los principales hechos acaecidos en sus vidas a la vez que nos proporciona pinceladas sobre el entorno y las circunstancias familiares, sociales y políticas que les tocaron vivir. Si duda, un aspecto a destacar en todos ellos es su pasión por el Conocimiento, en mayúsculas.
Uno de los principales argumentos de los defensores del conflicto entre ciencia y Fe es el que sostiene que la Iglesia siempre ha atacado a la ciencia por temor a perder su monopolio de la verdad. Nada más lejos de la realidad. De hecho, la Iglesia jugó un papel fundamental en el nacimiento y desarrollo de la ciencia en el mundo occidental. Baste recordar que, durante siglos, la Iglesia fue el principal garante del conocimiento en Europa a través de las escuelas monásticas, instituciones que, junto con las posteriores escuelas palatinas y catedralicias, fueron el germen en el siglo XI de las primeras universidades. Éste es un hecho muy poco conocido por la sociedad: las universidades, uno de los principales centros de generación de conocimiento en el mundo actual, fueron una creación de la Iglesia Católica.
Nicolás Copérnico es el primero de los personajes descritos. Como se nos indica en el libro, Copérnico fue un típico hombre del Renacimiento: conocía cuatro idiomas, cursó estudios de Derecho y Medicina, escribió tratados de Economía y ejerció de diplomático en diferentes momentos de su vida. Pero, sin duda, la Astronomía fue la rama del saber en donde más destacó este monje polaco del siglo XVI al escribir una de las obras más famosas de toda su historia: De revolutionibus orbium coelestium, el tratado en el que, desde el punto de vista teórico, abordaba la posibilidad de que la Tierra girara alrededor del Sol, un reto enorme ya que suponía cambiar de manera drástica la visión que el mundo había tenido durante siglos del Universo. En el plano teológico, la nueva teoría era igualmente rompedora puesto que chocaba con la idea descrita en la Biblia de que era el Sol el que rotaba alrededor de la Tierra.
Copérnico es una figura fundamental para desmontar uno de los argumentos más extendidos en el imaginario colectivo acerca del juicio a Galileo. Si bien éste fue un proceso tremendamente complejo en donde, por ejemplo, las luchas de poder a nivel europeo jugaron un papel mucho más relevante que las propias ideas científicas, el mensaje que se ha transmitido a la sociedad es que la Iglesia condenó a Galileo por decir que la Tierra giraba alrededor del Sol. Baste mencionar que Copérnico escribió su obra casi un siglo antes del juicio a Galileo y que la Iglesia era plenamente conocedora de la misma tal y como lo atestigua el hecho de que estuviera dedicada al Papa Pablo III.
La biografía de Nicolás Steno, el segundo de los personajes tratados en el libro, debería ser lectura obligada para todo aquél interesado en el diálogo interreligioso. Educado en el ambiente protestante de la Dinamarca de la época, a Steno le tocó vivir una época de triste recuerdo para el cristianismo: la correspondiente a las guerras de religión entre católicos y protestantes. No obstante, nada de esto fue obstáculo para su conversión al catolicismo durante su estancia en Italia, llegando a ser nombrado obispo y, con el paso de los siglos, beatificado por San Juan Pablo II en 1988.
Al igual que Copérnico, Steno era todo un erudito: idiomas, filosofía, teología, matemáticas, botánica, física, química,..., eran algunas de las ramas del saber en donde realizó aportaciones relevantes. No obstante fueron la Medicina, donde destacó por su destreza con el bisturí y sus conocimientos anatómicos y, sobre todo, la Geología, con su teoría de la Estratigrafía, en la que definió una serie de principios básicos que siguen siendo válidos en la actualidad, los ámbitos del conocimiento donde realizó las principales aportaciones. Al igual que ocurrió con el heliocentrismo copernicano, esta nueva ciencia, la Geología, supuso un cambio de paradigma en el estudio de la Tierra. Ya no hacía falta recurrir a documentos históricos o a la Biblia para comprender la formación de la misma. Y al igual que ocurrió con Copérnico, la publicación de estas nuevas ideas no estuvo exenta de polémica tanto en el ámbito científico como en el religioso.
En 1659 Steno redactó un diario en donde plasma negro sobre blanco una de las ideas que ha inspirado desde siempre a todo científico católico. En dicho diario Steno afirma que “uno peca contra la majestad de Dios al ser reacio a examinar las obras de la naturaleza y contentarse con leer otras. De esta manera uno se forma nociones imaginarias y no solo no se disfruta del placer de penetrar los milagros de Dios, sino que incluso se desperdicia el tiempo que se debería invertir en las necesidades y en el beneficio del vecino” (p. 51). El estudio de la naturaleza, entendido no solamente como algo lícito sino deseable para llegar a conocer mejor a Dios, ha estado siempre presente a lo largo de la historia de la Iglesia. San Pablo (Romanos 1, 19-20), San Agustín, quien introduce el concepto de Libro de la Naturaleza como camino complementario a la Sagrada Escritura para conocer a Dios (Enarrationes in Psalmos XLV, 7) o San Juan Pablo II cuando presenta la Fe y la Razón como “dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la Verdad”. (Fides et Ratio), son excelentes ejemplos de cómo la Iglesia ha entendido que el estudio de la creación nos puede acercar al Creador.
Lazzaro Spallanzani es, quizás, el protagonista de este libro menos conocido por el público en general aunque, al igual que Copérnico y Steno destacó en numerosas disciplinas como física, matemáticas, astronomía, meteorología, mineralogía, geología, vulcanología, botánica, química y, sobre todo, zoología, biología y fisiología. Estudios sobre el vuelo de los murciélagos, la demostración de que la generación espontánea no ocurría realmente en la naturaleza o la realización de la primera inseminación artificial de la historia, son alguno de los logros más destacados de Spallanzani en estos campos.
Al contrario que Spallanzani, Gregor Mendel es muy probablemente el más popular de los cinco sacerdotes científicos que Ignacio del Villar trata en su libro. ¿Quién no ha oído hablar de la historia de los guisantes o, incluso, en sus tiempos de instituto, no ha hecho problemas de genética con guisantes verdes o amarillos, pelo liso o rizado u otros caracteres hereditarios? Sorprende comprobar cómo, a pesar de la sencillez y elegancia de sus leyes, tuvieron que pasar décadas para que la comunidad científica fuera consciente de que las leyes de Mendel constituían la base de la herencia genética.
La última de las biografías presentadas, Georges Lemaître, nos sirve para cerrar el círculo. Si la teoría heliocéntrica de Copérnico supuso una revolución en la Astronomía del siglo XVI, la resolución de las ecuaciones de Einstein en la década de los años veinte del siglo pasado por parte del sacerdote belga, mostrando que éstas eran compatibles con la existencia de un Universo en expansión a partir de una singularidad inicial, tiró por tierra el último bastión de los defensores de la existencia de un cosmos inmutable y homogéneo y fue la base sobre la que se asentó el modelo cosmológico con el que los astrónomos intentan dar respuesta a las preguntas sobre el pasado y el futuro de nuestro Universo.
En este libro Ignacio del Villar nos invita a viajar por cuatro siglos de la historia de Europa y, a través de un estilo sencillo y claro, nos muestra el crecimiento, tanto en el ámbito científico como en el de la Fe, de los protagonistas del mismo. Algunos bebieron del catolicismo desde su tierna infancia. Otros sufrieron un proceso de conversión a lo largo de su vida adulta. Pero las vidas de todos ellos muestran un mismo patrón: la posibilidad de ser excelentes científicos y excelentes hombres de Fe. Sus vidas y sus trabajos nos muestran que, lejos de ser un impedimento para la ciencia, la Iglesia Católica ha sido parte importante en el desarrollo de la misma.
Esta obra, escrita con rigor pero dirigida al gran público, es, sin duda, una pieza de gran importancia para la lucha contra el cientifismo imperante en nuestra sociedad, una ideología a través de la que se intenta transmitir la idea de que no existe nada fuera del ámbito de la ciencia. Ignacio del Villar nos muestra todo lo contrario. La Ciencia y la Fe suman y no restan.