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Santo Tomás, una comprensión sintética de la realidad

Autor: José Manuel Giménez Amaya y José Ángel Lombo
Publicado en: Omnes, julio-agosto 2024, pp. 20-21, con el título “La relación entre la biología humana y la racionalidad. Una interpretación reciente de Tomás de Aquino”.
Fecha de publicación: 2024

Se ha dicho con frecuencia que Tomás de Aquino es un pensador de síntesis. Como se sabe, recibió de Alberto Magno enseñanzas fundamentales sobre Aristóteles y el neoplatonismo, elaboradas por ambos sobre una base cristiana. Junto a la Sagrada Escritura y los Padres de la Iglesia, Tomás de Aquino conoce también los clásicos de la cultura grecorromana y la filosofía árabe. Esta capacidad de síntesis explica, en buena medida, por qué su visión sería propuesta, siglos después, como base segura en los estudios de filosofía y de teología, a pesar del recelo que el aristotelismo había suscitado en el siglo XIII.

Si consideramos ese rechazo inicial, sorprende aún más la insistencia del Aquinate en proponer el pensamiento aristotélico. ¿Qué vio Tomás en Aristóteles, que le llevó a seguirle no solo en su metafísica, sino también en su antropología y en su filosofía moral? Parece razonable pensar que encontró, en el Estagirita, una confirmación de su propia visión sintética de la realidad. Esa visión se fundaba en una comprensión dinámica de los seres a partir de sus causas: la integridad de materia y forma (unidad sustancial «hilemórfica») y la orientación de todos los movimientos hacia un fin (teleología de la naturaleza).

La metafísica

Esta comprensión de la realidad implicaba, por tanto, una metafísica que era al mismo tiempo unitaria y dinámica. De aquí que ni Aristóteles ni Tomás de Aquino tengan una concepción rígida de la sustancia: para ellos, toda sustancia posee algún grado de actividad, y las sustancias por excelencia son los seres naturales y, más precisamente, los seres vivos. A su vez, la vida se da según grados, esto es, las plantas, los animales y los seres intelectuales, entre los cuales se encuentran los seres humanos (también los ángeles y Dios, en cuya comprensión difieren notablemente nuestros autores).

Desde esta metafísica unitaria y dinámica, el Aquinate llegaba a una antropología opuesta igualmente al dualismo y al monismo, tanto si este último era de corte materialista o espiritualista. La naturaleza racional incluye el cuerpo y el alma, y es principio de la actividad libre. Por ello, esta comprensión antropológica del ser humano tenía, además, notables consecuencias en la ética.

En efecto, la actividad libre está abierta al bien universal, que el ser humano es capaz de alcanzar por sí mismo. Este bien es el más excelente y constituye su felicidad, que es la vida lograda. Sin embargo, en cuanto que somos una unidad de alma y cuerpo, nuestro obrar no consiste exclusivamente en realizar acciones, sino también en recibir el influjo de las acciones de otros seres. La dirección hacia el fin último requiere, por tanto, el orden racional tanto de las acciones como de las pasiones, y ese orden lo dan precisamente las virtudes.

Así, en la medida en que necesitamos la acción de los otros, el ser racional no se basta a sí mismo para conseguir su fin último, sino que requiere muy especialmente la colaboración de los otros seres racionales. Por tanto, el bien de cada individuo está en continuidad con el de los otros, en un bien que es común a todos. Los seres racionales tienden a ese bien común configurando entre ellos una unidad, que es la sociedad humana. De esta manera, la sociabilidad es constitutiva de nuestra naturaleza y no algo añadido a ella.

Una visión unitaria

Al inicio de estas líneas, nos hemos preguntado qué había visto Tomás de Aquino en Aristóteles para seguir su filosofía en ámbitos fundamentales, como la metafísica, la antropología y la ética. De acuerdo con lo que hemos expuesto, la clave se encuentra en una comprensión sintética de la realidad, que se demuestra como una interpretación válida en cuanto permite poner en diálogo diferentes tradiciones filosóficas, con una visión unitaria y dinámica de la multiplicidad de los seres.

Análogamente a como Tomás de Aquino propuso una comprensión de Aristóteles frente a varias corrientes interpretativas, así también el pensamiento del Aquinate ha sido objeto de múltiples lecturas, que no son necesariamente excluyentes entre sí. Estas concepciones buscaban, en el fondo, acercarse a la visión unitaria y dinámica de los seres a la que antes nos hemos referido. En otras palabras, Tomás de Aquino, como el Estagirita, aspiraba a una comprensión sintética de la realidad y no a simples explicaciones parciales.

En el fondo, el pensamiento del Aquinate pretendía mantener la continuidad con Aristóteles, pero no desde el punto de vista de una determinada escuela, sino como un acceso adecuado a la realidad. Esto es lo que se ha conocido tradicionalmente como philosophia perennis, que ha quedado interrumpido, de alguna manera, en la modernidad. Una manifestación de esto ha sido la fragmentación del saber en perspectivas parciales y una cierta renuncia a alcanzar la comprensión de las cosas en sí mismas.

Desde aquí, se entiende cómo la renovación de un planteamiento filosófico en la línea de Aristóteles y de Tomás de Aquino debe cumplir, al menos, tres condiciones. La primera es que esté abierto a una continuidad en el conocimiento de las cosas, no clausurado en un sistema. La segunda es que sea capaz de establecer un diálogo con otras tradiciones que puedan encontrase en un terreno común. La tercera es que busque superar la fragmentación del saber para acceder a la realidad en su unidad y en su dinamismo.

En los dos últimos siglos, el tomismo ha intentado desarrollar la filosofía de Tomás de Aquino en diálogo con algunas posiciones intelectuales modernas, como ha sido el caso de Rosmini, Maréchal o Rahner. Sin embargo, con frecuencia se ha cuestionado la consonancia de esos intentos con el pensamiento del Aquinate, si consideramos que el pensador medieval presuponía la continuidad con Aristóteles en la línea de la mencionada philosophia perennis. En ese sentido, la modernidad partía de unos presupuestos de ruptura, más que de continuidad, con dicha filosofía. Asumir los presupuestos modernos hace altamente problemática la coherencia con una filosofía aristotélico-tomista con pretensión de universalidad.

MacIntyre y otras propuestas

En tiempos recientes, han surgido otros intentos de acercamiento a una filosofía realista, en la línea de Aristóteles y Tomás de Aquino. Una de las propuestas que nos parece más destacable es la que ha llevado a cabo el pensador anglosajón Alasdair MacIntyre, que se distingue por acceder a la filosofía aristotélico-tomista precisamente a través de la ética.

En el caso de MacIntyre, su punto de partida es un contexto moderno –filosofía analítica, marxismo, psicoanálisis–, en el que se siente insatisfecho al no encontrar respuestas que den razón del ser humano, de manera unitaria, en su actuar en relación con otros. De esta manera, para él, la modernidad ha quedado lastrada por el individualismo y por la fragmentación del ser humano. De aquí que inicialmente planteara la recuperación de la noción aristotélica de virtud, a través de una concepción narrativa de la vida humana, que se entreteje con la de los otros en el seno de una tradición común.

Teleología en el pensamiento tomista

Sin embargo, el autor británico toma conciencia del papel fundamental de la teleología para alcanzar esa concepción unitaria de la vida humana. En esta búsqueda, descubre a Tomás de Aquino como lector de Aristóteles, lo cual le acerca progresivamente a planteamientos claramente metafísicos y a una visión más unitaria del saber.

En este proceso, también descubre con mayor profundidad la relevancia de la unidad del cuerpo y el alma en el ser humano, y en esta investigación reconoce la importancia de la biología para comprender adecuadamente la naturaleza de los seres racionales. De esta manera, esa naturaleza racional se muestra no solo en su unidad espiritual-corpórea, sino también en su propia vulnerabilidad. Más allá de una simple carencia, esta condición significa una dependencia recíproca entre los seres racionales, que manifiesta, en último término, la capacidad de dar y recibir en la relación con los demás.

A esta conclusión llega el filósofo escocés al comprender en profundidad no solo la integridad espiritual-corpórea de cada ser humano en sí mismo, sino también la unidad de unos con otros en una vida común, realidad que descubre a través de Tomás de Aquino. En este punto, se da cuenta de que el planteamiento del Aquinate continúa la concepción aristotélica del ser humano como un ser unitario y social. Así pues, Alasdair MacIntyre ha tenido la audacia de reconocer que Tomás de Aquino ha llevado a Aristóteles más allá que el propio Aristóteles.