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La Facultad de Comunicación entregó el pasado jueves 17 de febrero, en Pamplona, el Premio Luka Brajnovic a título póstumo al periodista David Beriain (COM'99). 

El galardón reconoce a comunicadores que hayan destacado por una trayectoria profesional marcada por una defensa de la libertad, los valores humanos y la dignidad de las personas. 

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DISCURSO MARC MARGINEDAS, PERIODISTA Y PREMIO LUKA BRAJNOVIC 2019

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Marc Marginedas durante la entrega del premio Luka Brajnovic a su amigo David Beriain

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Lo que mejor recuerdo era el polvo. Esa ubicua nube de partículas molestas e indefinidas que te impregnaba el cuerpo con permanencia y que presidía la insalubre atmósfera de Diwaniya allá donde fueres. En aquella localidad de Irak, de calles sin asfaltar y niños sin zapatos jugando en ellas, emergió un día del verano de 2003, como quien no quiere la cosa, la generosa silueta de un joven barbudo, vestido con ropas ligeras y con aire de haber pasado mucho tiempo en aquel infierno.

Las tropas españolas habían sido desplegadas en esa ciudad de provincias, a medio camino entre Bagdad y Basora, en los meses posteriores a la caída del régimen de Sadam Husein, y el mando militar español había convocado a los representantes de los medios para hacernos un briefing sobre la misión de nuestro país en Irak. David Beriain había acudido a la cita representando a La Voz de Galicia, siendo la suya era una figura ignota en el sarao de los consagrados en la profesión, un forastero en un mundo en el que todos, quien más quien menos, nos conocíamos desde hacía tiempo y hasta nos dábamos de palmadas en la espalda. Un recién llegado que, además, trabajaba para un medio que muchos podían llegar a calificar de ‘regional’, y que por tanto carecía de tradición de enviar a reporteros a escenarios de guerra

David podía parecer un advenedizo. Pero en lo que respecta a la información, más que un rezagado, en realidad era el escapado del pelotón. En lugar de quedarse en el confort, parcial y relativo, de Bagdad, como el resto de nosotros, el de Artajona llevaba tiempo viviendo en un infrahotel de Diwaniya, ganándose la confianza de los principales líderes religiosos chiís de la localidad, los verdaderos amos del lugar tras el colapso del Estado iraquí. En otras palabras: había establecido hilo directo, nada más y nada menos, que con las fuerzas vivas de un territorio en el que acababan de instalarse nuestro Ejército, casi como un astronauta aterrizando en un lejano planeta. Unas fuerzas vivas que ya habían transmitido al reportero navarro su descontento con algunas de las actuaciones realizadas por sus integrantes, comenzando a desentrañar la ristra de falsedades a las que nuestras autoridades recurrieron con frecuencia durante aquella campaña militar. Recuerdo perfectamente que cuando un servidor pidió hablar con esas mismas fuentes, que instintivamente desconfiaban de los extranjeros, lo primero que le dijeron, es esto: “nosotros ya hablamos con David”.

En aquel caluroso septiembre iraquí, David y yo establecimos un primer contacto. La amistad, sin embargo, tardó algo más en fraguarse, diría que un par de años. El reportero navarro trabajaba mano a mano por aquel entonces con Sergio Caro, un fotógrafo colaborador de El Periódico. Le había propuesto un viaje, en esta ocasión a Afganistán, y en la dirección de mi diario en Barcelona pusieron como condición para dar el sí, que ambos aceptaran llevarme a mí de ‘paquete’. Yo, convertido en el furgón de cola de una aventura periodística planeada e ideada por mentes ajenas, ni siquiera me daba cuenta de que me disponía a vivir uno de los viajes más trascendentes de mi propia trayectoria como reportero, un ‘game changer’ para mi vida profesional, como dirían los anglosajones: Gracias al talento y al carisma desbordante de Beriain, se me iban a abrir los horizontes periodísticos, desembarazándome de clichés, barreras psicológicas y techos de cristal que inconscientemente había construido alrededor de mi.

Como cualquier reportero, David había recibido los encargos de rigor de los responsables de su cabecera, y los cumplía con profesionalidad. Hablar con civiles, entrevistar a los mandos militares españoles, contactar con las autoridades locales, hacer reportajes cobre la situación de las mujeres afganas… Pero venía con una idea fija que posteriormente se convertiría en el leiv motiv de su carrera, y que acabaría marcando toda su trayectoria  como periodista. Quería acceder a ‘los otros’, a aquellos de los que los medios de comunicación, por alguna razón u otra, no hablan y dejan de lado, ya se trate de milicias armadas enemigas de nuestros gobiernos y fuerzas armadas, insurgentes calificados de asesinos, sicarios a sueldo o incluso hasta grupos armados responsables de secuestros. El navarro buscaba conocerlos, desentrañar su verdad, entender las razones que les habían empujado a hacer lo que hacen. Su teoría, según me contaba a menudo, era que cualquier ser humano, dependiendo de las circunstancias, podría llegar a actuar de la misma manera. Ni siquiera excluía que él mismo, habiendo nacido en otro lugar y en otras circunstancias, pudiera acabar siguiendo sus pasos.

En el caso de Afganistán, ‘los otros’ tenían un nombre que despertaba inquietud  temor. Eran los talibanes, también conocidos como los estudiantes del Corán, quienes habían sumido al país durante años los años previos en que estuvieron en el poder en un régimen oscurantista y medieval, dando incluso refugio al hombre más buscado del planeta: el saudí Osama Bin Laden, responsable del atentado terrorista más mortífero de la Historia. Quien la sigue la consigue, y hacia el final del viaje coronamos con éxito nuestro propósito cuando establecimos un primer contacto con los hombres prohibidos que desafiaban a nuestro país y a sus aliados. Y aunque en aquel momento se trató de una simple conversación telefónica -luego vendrían las entrevistas presenciales y los rodajes con cámara- aquello ya marcaba un hito en la historia del periodismo internacional en España: un medio español hablaba por ver primera con el así llamado ‘enemigo’. 

Nuestra segunda colaboración profesional sucedió a los pocos meses de aquel primer viaje y también tuvo Afganistán como escenario. La situación de seguridad se había deteriorado muchísimo en ese intervalo de tiempo, y en la zona bajo responsabilidad del contingente español, las fuerzas estadounidenses acababan de provocar una masacre, con decenas de civiles muertos, al irrumpir en una localidad de imposible pronunciación en castellano para detener al cabecilla de las milicias locales, al que acusaban de colaborar con la insurgencia talibán. Y allí, junto a David, aprendí otra de las cualidades que deben caracterizar a un reportero que aspira a la excelencia: no soltar una historia hasta que no haber conseguido desentrañarla por completo.

Tras un primer reportaje realizado durante la visita a aquella localidad y que ocupó las primeras páginas de nuestros medios de comunicación, David, perro de presa por naturaleza en cuanto a la información se refiere, se negó en redondo a pasar página y a buscar nuevas historias. Lejos de contentarse con lo escrito y lo publicado, algo que ya había logrado un gran impacto en España, insistió en que nos personáramos a diario en aquel sitio, pidiendo a los lugareños algo así como una quimera: que nos permitieran entrevistar a aquel escurridizo personaje que traía de cabeza al mando militar estadounidense. Tras dos días de gestiones infructuosos y muchas, muchas tazas de té, finalmente logramos nuestro objetivo.

Todo aquello sucedía mientras en Madrid, un Gobierno alérgico a la palabra “guerra”, en esta ocasión de diferente color político, vendía todo tipo de versiones edulcoradas sobre lo que sucedía en Afganistán a una opinión pública incapaz de contrastar lo dicho por las fuentes oficiales, ya que apenas había destacado reporteros a Asia Central. 

En Afganistán, un país donde los relojes, por razones religiosas, no se adelantan o atrasan dependiendo de la época del año, oscurece mucho antes que en Europa. Y ello permitía que en esas largas veladas que comenzaban a partir de las cinco y media de la tarde, el reportero navarro y servidor estableciéramos un vínculo que fue mucho más allá de la camaradería profesional. En el envoltorio, es cierto, éramos muy diferentes. Pero en lo esencial, en lo que respecta a las ideas sobre nuestra profesión, comulgábamos a pies juntillas.

David, nacido en un pueblo navarro y acostumbrado al agua y jabón como única cosmética masculina matinal, no dejaba pasar la ocasión para hacer chanza del contenido de mi neceser de viaje, repleto de cremas hidratantes para hombre que muchos de nosotros, urbanitas barceloneses, hemos asumido ya como una necesidad innecesaria. Cuando quería que le prestara atención, se dirigía a mí en castellano imitando un suave deje catalán, pronunciando con intención las eles y llamándome con retintín por el apellido y no por el nombre: Marginedassssss.

Pero yo sabía que con él, todo estaba bien. Cuando realizábamos incursiones peligrosas, ya fuese atravesando desiertos propicios para un mal encuentro, sabíamos que los tres, David, Sergio y servidor, nos cubríamos las espaldas. Todos estábamos en el mismo barco y correríamos la misma suerte. Uno para todos y todos para uno. Nadie se quedaría atrás si las cosas se torcían, o aceptaría salvar el pellejo a costa de dejar alguno de nosotros por el camino.

También comprobé otro elemento importante que me hacía sentir en ‘comunión espiritual’ con él: David trabajaba para informar, transmitir datos y empoderar a nuestros lectores para que éstos adoptaran las decisiones que creyeran oportunas. No militaba en ningún partido político, causa o ideología, ni estaba al servicio de ningún Estado, ni siquiera del nuestro. Era periodismo en estado puro, con ningún otro compromiso que con la verdad y con la libertad de expresión. Y si ello implicaba poner en un brete incluso a nuestros propios dirigentes o responsables diplomáticos en un país ajeno, pues se hacía.   

Sobre estas sólidas bases, David y yo construimos una relación personal y profesional que convertiría en un inmenso placer, repito, un inmenso placer, las ocasiones en que trabajábamos juntos, ya fuese porque planeábamos un viaje de forma coordinada, como cuando entrevistamos a las milicias independentistas kurdas en las montañas del norte de Irak en plena campaña militar contra ellas  lanzada por el Ejército turco, ya fuese porque coincidíamos en algún escenario bélico, como cuando nos juntamos en Trípoli para cubrir la sangrienta, cruel y caótica caída del régimen de Muamar Gadafi en Libia.

Cuando nos veíamos, hablábamos de cosas serias, de la situación aquí o allá, de tal o cual escenario bélico, de lo divino y lo humano, pero también reíamos muchísimo. Y era capaz de aliarse con el más pintado para sacarme los colores y ‘pincharme’. Recuerdo cómo en una ocasión, en el Kurdistán iraquí, tras un tenso y difícil viaje a Kirkuk, una ciudad repleta entonces de milicias que luchaban entre sí y donde estallaban coches bomba a diario, forjó una entente contra natura navarro-andaluza, en primer lugar para reducir el estrés acumulado durante el día, pero también para sacarle punta a mi catalanidad. Compinchado con Francisco Peregil, corresponsal de El País en Rabat, se fueron los dos por bulerías, a sabiendas de que se trata de un tipo de música que mi pobre y deficiente oído no es capaz de apreciar. 

Decana, profesores, alumnos y exalumnos de la facultad de Ciencias de la Comunicación de la universidad de Navarra: David fue, es y será. Lo fue, porque gracias a su desbordante talento y carisma, sacudió hasta sus cimientos las bases del periodismo internacional en España, sacándolo de un relativo anquilosamiento y diría que hasta provincianismo. Es, porque precisamente estamos aquí hoy reunidos para rememorar su figura y examinar su obra. Y no me cabe ningún género de duda de que será, porque su nombre en el futuro reverberará junto a los grandes de este ámbito de la profesión, ya se llamen Ernest Heminghway, Archibald Forbes, Martha Gellhorn, Anna Politkóvskaya o Manu Leguineche, por mencional solo a algunos de los grandes del periodismo internacional. Muchas gracias 

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DISCURSO CHARO SÁDABA, DECANA DE LA FACULTAD DE COMUNICACIÓN

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Hoy es un día muy especial para la Facultad de Comunicación. 

Entregamos un nuevo Premio Luka Brajnovic de comunicación, instituido en honor a un Profesor que dejó una impronta en decenas de generaciones de periodistas; y  se le otorga a un antiguo alumno, David Beriain, con una trayectoria excepcional y que lo recibe, tristemente, a título póstumo; cuya semblana ha sido realizada por otro antiguo alumno y último Premio Brajnovic, Marc Marginedas.  Nadie podrá negar que es una ocasión única. 

Creo que todos, y muchos que no han podido venir, queríamos estar aquí, y al mismo tiempo ninguno querríamos estar aquí. 

Y es que el premio que entregamos hoy es, a la vez, muy justo y muy injusto. 

Es injusto que la vida de David, joven, vibrante, con un enorme potencial para remover conciencias, haya sido interrumpida de repente por intereses criminales. Que quienes les emboscaron y acabaron con la vida de David y Roberto probablemente ni supieran quiénes eran de verdad, quién les esperaba en casa, en Madrid, en Artajona, o quién necesitaba de su trabajo para que su voz se pudiera oír, lo hace todavía más injusto. 

Pero al mismo tiempo es un premio extraordinariamente justo y merecido. Un profesor de la facultad me dijo el mismo 26 de abril algo que luego escuché repetido en otras personas: “David tenía perfil de premio Luka Brajnovic, todos sabíamos que un día lo iba a ganar, aunque nunca que fuera a ser tan pronto, ni por este motivo”. 

Lo justo y lo injusto. Nuestra vida está llena de paradojas que tenemos que navegar con nuestra inteligencia limitada y nuestras emociones a veces desbordadas. 

Paradojas que David asumió con naturalidad desde el inicio de su carrera profesional: las raíces bien profundas para volar muy alto. 

La libertad de saberse querido y al mismo tiempo aceptar que un día esos seres queridos podrían recibir una llamada definitiva y muy dolorosa.

Afrontar el reto de conocer y escuchar de verdad a todas las personas, incluso a aquellas con vidas muy poco ejemplares, sabiendo que él mismo podría haberse encontrado en su lugar.  

El pueblo y el mundo. 

La familia, la cuadrilla, los colegas y amigos, y la audiencia millonaria a la que mostrar esos mundos desconocidos. 

La pasión por el oficio de contar historias y la implicación en la gestión empresarial que pudiera hacerla posible. 

La vida, el trabajo y el ejemplo de David dan muestra de que esas paradojas propias de la naturaleza humana son conciliables, pueden ser vividas con ilusión, con propósito, con responsabilidad, con amor. 

Y quizá pensemos que la solución a este jeroglífico tan complicado solo está al alcance personas extraordinarias. Porque en eso todos estamos de acuerdo: David era extraordinario.

Y aquí está la última y definitiva paradoja: quienes habéis tenido la oportunidad de conocerle y tratarle como hijo, marido, amigo, socio, colega, nos mostráis a un David extraordinariamente ordinario: alguien que adoraba a su abuela, que añoraba y buscaba volver al pueblo a comer con su cuadrilla, bromista, muy navarro, y que aspiraba a enseñar en el futuro. Alguien que no se dejó llevar por el brillo que a veces te da la exposición pública de esta profesión. 

¿Cómo alguien tan amante de lo ordinario, la familia, las raíces, el trabajo hecho con pasión, puede llegar a ser tan extraordinario?

David era consciente de la responsabilidad de su trabajo. Sabía que no daba igual hacerlo de cualquier manera o hacerlo de la mejor manera posible. Como hemos escuchado, no se conformaba con las primeras respuestas e indagaba hasta encontrar las razones últimas. No se limitaba a contar con las caras de los que están ansiosos por salir en cámara, sino buscaba a aquellos que las rehuían, o a quienes nadie quería mirar por ser demasiado peligroso, o comprometido. 

Sabía también que no podía ser buen profesional si no era buena persona. Y él quería ser un buen profesional, por lo que no nos sorprende que además fuera una persona grande, apreciada, querida. 

Tras el asesinato de David y Roberto no han dejado de repetirse las muestras de afecto y cariño hacia su figura, el dolor por su pérdida como profesional, pero sobre todo como colega, como amigo. 

La pasión por su trabajo consolidó en David el deseo de ser una buena persona, una persona extraordinaria, convirtiendo su talento en una fuerza transformadora tanto interior como exteriormente. Y así ha hecho realidad unas palabras de San Josemaría Escrivá, fundador de esta universidad e inspirador directo de esta facultad: “que tu vida sea una vida útil. Deja poso”. 

David era también muy consciente del valor de libertad: de la suya, de la que él sentía, y del coste de esa libertad para aquellos a los que quería. La libertad no es una mera ausencia de ataduras. La libertad es compromiso, es elección de algo y rechazo de otras cosas. 

La libertad nos da la fuerza para cumplir con aquello que hemos elegido y da sentido, incluso, a la propia muerte. Solo entendiendo esto podemos pensar que David murió libremente: porque quiso estar allá, porque no quiso abandonar a Roberto, porque sabía que su trabajo conllevaba riesgos radicales. Porque su familia, que también entendió la libertad de esta manera descarnada pero auténtica, sabía que quererlo libre era estar dispuesto a perderlo. 

Y que, al perderlo, lo han ganado para siempre. En su legado, en sus amigos, en su voz, en su trabajo. En su figura que trascenderá los límites de su biografía temporal. Si en algo podemos contribuir como Facultad, como su facultad, a que esto sea así, es nuestra responsabilidad y nuestro honor hacerlo. 

Porque David se une a una saga de gigantes que nos aúpan y nos llevan a fijarnos metas ambiciosas. Nos empujan a que en nuestra tarea formativa surjan muchos jóvenes valientes que quieran ejercer su trabajo con libertad y responsabilidad, con un compromiso alegre, muy humano, pero también muy profundo. Para quienes hoy ejercen la labor de periodistas y comunicadores, el ejemplo de David ayuda a recordar que las cosas se pueden hacer de otra manera, mejor, más honda. Más costosa, sin duda, pero mucho más auténtica. 

Al recibir el premio Luka Brajnovic de la Comunicación, el nombre de David Beriáin, se une al de otras grandes figuras que, como Don Luka, lucharon por defender valores universales como la defensa de la verdad y de la libertad de expresión. Que entendieron que solo en una sociedad donde se escucha a todos, también a quienes nadie quiere escuchar, se puede hablar realmente de progreso y de futuro. 

Este galardón nos permite actualizar la belleza del Premio Luka Brajnovic, acercarla a generaciones más jóvenes y hacernos entender que los cambios tecnológicos y sociales hacen más necesario que nunca redescubrir la naturaleza humana que se esconde en quienes nos rodean y en la que se enraiza nuestro trabajo. Decía David que era un mediocre quien no se daba cuenta de la grandeza de las personas a las que tenía delante porque ya las había juzgado con su propio criterio. Ojalá este premio, y su figura, nos animen a estar más cerca de nuestros amigos y colegas, de aquellos con los que trabajamos codo con codo y aquellos para los que trabajamos. Ojala aprendamos a apreciar la escucha y nos ofrezcamos a ser sustitutos de David allá donde estamos, haciendo así más grande su legado. 

No quería terminar estas palabras sin agradecer a todos los que hoy habéis hecho posible que estemos aquí. 

A su madre, Angelines, a Rosaura, a su familia por su generosidad: por dejarnos sentir a David también como nuestro en medio de vuestro dolor. Entendemos que David tuvo la fortuna de contar con referentes claros en los que inspirarse.  

A Rafa Cores que supo impulsar en tiempo record una candidatura que recibió cientos de adhesiones en unas pocas horas. 

A todos el equipo de 93 metros, a todos los que participaron en la emocionante mesa redonda de ayer, a sus colegas y amigos que han respondido a nuestras preguntas estas semanas y nos han permitido elaborar vídeos, noticias y podcast que llevan la figura de David más lejos y la hacen más grande. 

A Marc Marginedas, que no sabemos muy bien cómo ha puesto en pausa la invasión de Ucrania pero que hoy ha querido estar aquí rindiendo este tributo tan especial a David.

Y al equipo que ha trabajado en la organización de este Premio: a sus amigos MAJ y Bea, a María y Alvaro, a Amaia y a Maga, a Sheila y Canva, y a todos los que han dedicado ilusión, tiempo y mucho cariño. 

En una última paradoja de este acto, sé que todos diremos que hemos recibido más de lo que hemos dado. 

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Charo Sádaba durante la entrega del premio Luka Brajnovic a David Beriain

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DISCURSO ROSAURA ROMERO, PRODUCTORA AUDIOVISUAL 93 METROS

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Rosaura Romero durante la entrega del premio Luka Brajnovic a su marido David Beriain

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Rosaura Romero durante la entrega del premio Luka Brajnovic a su marido David Beriain

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Lo primero, ¡GRACIAS! A la universidad, a los organizadores, a los aquí presentes.

Lo segundo, perdonad mi falta de voz, pero es lo que tiene hablar después de este maratón de emociones.

Y hoy… ¿qué decir después de todo lo que se ha dicho ya? ¿Qué contaros? Que David era un tío sólido. Sí, era una roca.

Que escuchaba. Tenía las mejores orejas de la historia y, además, escuchaba queriendo solucionar.

Que era buena gente, buen periodista, buen amigo, buen hijo, buenísimo marido…   el chico 10, como le decían de pequeño.

David…

David no soñaba de pequeño con ser periodista. No. ¿Pero qué sucedió en esta universidad y en su vida que habéis terminado reconociéndole con uno de los premios más honorables del periodismo?

“Vidas como la de David son ricas y fecundas. Con la entrega de este premio queremos hacer llegar más lejos su ejemplo y su figura, contribuir a hacer más grande su legado, que sigue vivo en sus amigos, sus colegas, sus compañeros de promoción y en el corazón de la facultad.”  Esto escribía hace unos meses la Decana cuando anunciaba la entrega del premio.

Y hoy estamos aquí rindiéndole un bonito homenaje en esta universidad a la que David entró sin saber muy bien qué le depararía el futuro. 

Le gustaba escribir, conversar (mucho), aprender, escuchar, dudaba… Por aquel entonces, cuando tenía que escoger su destino,  dudaba entre estudiar sociología, psicología, políticas o irse directamente a América Latina a cavar letrinas.

David era un hombre de contrastes. ¡Sí señor! Como bien lo contaron ayer Paco, con la anécdota del rojo noble, y Natalia, que le describe como el tío duro que iba a la guerra y que luego hacía las preguntas que solo haría una buena amiga. ¡Y es que así era!

Y así lo recordamos sus personas cercanas sin importar qué época de su vida hayamos compartido, porque se ve que esas características estaban ahí desde pequeño y se mantuvieron intactas hasta el final.

David era una cebolla con muchas capas. MUCHAS. ¡Y eso lo hacía grande! Todos los que le habéis llegado a conocer de verdad lo sabéis. Siempre contaba que fue su padre, Javier, el que le dijo: “¿Y por qué no estudias periodismo?”

En todos estos meses que han pasado desde lo sucedido, he tenido la oportunidad de escuchar anécdotas de sus compañeros de clase, algunos aquí presentes que han venido desde lejos. 

Imaginarle en esa época, en esta aula, rebelde, con su pendiente en la oreja, con sus pintas, sus barbas y su pensamiento crítico… me hace sonreír. Ayer me contó una de sus profesoras que antes de venir a clase comentaban: “A ver con qué pregunta nos sale hoy David”.

Todos, absolutamente todos, dicen que estaba claro desde entonces que David iba a llegar lejos. Decía él que eso le sorprendía porque él no lo pensaba así. Pero quizá esto mismo hizo que siempre trabajara el que más. Que, al madurar, entendiera que su éxito no dependía de lo motivado que se sintiera, sino del trabajo, la mística y la dedicación con la que se implicara en su día a día.

¡Dependía de ser constante!

Sus propios miedos e inseguridades hicieron que tuviese una energía inagotable, una cabeza privilegiada que no paraba hasta que lo hacía, y entonces disfrutaba, bailaba y reía con la misma intensidad.

David tuvo una vida fecunda, como bien decía la decana. ¡Fecunda! Y no solo en lo laboral. Trabajó todos los formatos del periodismo y en todos, absolutamente en todos, hizo historias únicas. 

También fueron fecundas sus conferencias, muchas de ellas impartidas aquí. David dedicó mucho, mucho tiempo a reflexionar sobre el periodismo y sobre el papel del periodista. Tenía muy claro que un periodista es solo un vehículo entre lo que sucede y los que estamos recibiendo la historia. Y eso que sucede implica a todas las partes involucradas, no solo a aquellas que nos resultan cómodas.

El reportero, en su paso al audiovisual, trabajó en casi todas las cadenas. Y si contamos solo lo producido desde 93 Metros, produjo más de 50 documentales. 56 para ser exactos. 

Su obra recorrió el mundo y fue merecedora de muchos premios, ninguno equiparable al orgullo que le produjo tirar el cohete de Artajona.

Como empresario, su obsesión era que su equipo estuviese contento, feliz. Feliz con todas las letras y siempre, cosa que es imposible, claro.

Pero David era un jefe que lo preguntaba: “¿Eres feliz? ¿Estás bien? ¿Necesitas algo?”.

Más allá de todo eso, del David periodista, del David empresario… lo más destacable era su calidad humana. De esto podemos dar fe sus personas cercanas: su familia, sus amigos y compañeros y también -ojo-, no pero, óigase bien, y también: el sicario, el narco, el guerrillero… 

David era igual con todos y a todos les trataba con dignidad y respeto. ¡Ese fue siempre el secreto de su éxito! Y eso, precisamente, es lo que debemos aprender de él.

Intentar honrarle así: siendo buena gente, haciendo un esfuerzo consciente por sentir empatía, por ponernos en el lugar del otro. No permitir que nuestros propios miedos e inseguridades nos atrasen en la cultura del Yo -“Yo hago”, “Yo soy“, YOYO…- muy típico de esta profesión. Porque si necesitas reivindicarlo, entonces no eres…

David lo sabía y lo aplicaba en todas las facetas de su vida. Con sus padres, Ángelines y Javier, con su hermano, Eduardo, con sus tíos y primos…

Como marido, qué os puedo contar que no haya dicho ya. Lo repetiría todo. He sido una afortunada al tener a David como marido y si soy fuerte y sigo adelante es porque pienso que es lo que él querría.

Y como periodista, productor, creador audiovisual, empresario… lo habéis escuchado ya de personas cualificadas y cercanas.

Este premio va de aquellos valores que David hizo suyos y defendió a capa y espada: libertad, honestidad, dignidad. De eso, de haber ejercido el periodismo con humildad, sabiendo que lo más importante es el respeto por el otro -sin importar quién sea.

En nombre de David, de nuestra familia aquí presente, de Artajona, de Uterga y un poquito también de América Latina… De corazón, ¡muchas gracias!