La ola de calor que afectó a Canarias durante la primera quincena de octubre llevó a los agentes responsables de los colegios a ordenar su cierre durante dos días. Este hecho fue noticia por su impacto en los niños y niñas canarios y por lo inédito de un evento de estas características en el mes de octubre.
Como es previsible que estos fenómenos se repitan en el futuro, parece urgente desarrollar un protocolo de actuación en estos casos (como ya existe en Andalucía). Pero esta medida, con la que además el problema se traslada a las familias, no es suficiente. Es necesario adaptar los edificios a los efectos del calentamiento global, específicamente a las olas de calor, y sobre todo en los entornos escolares.
Las olas de calor ya no solo ocurren en verano
Las olas de calor son uno de los principales impactos del cambio climático en el territorio español. En su informe anual de olas de calor desde 1975, la Aemet define una ola de calor como “un episodio de al menos tres días consecutivos, en que como mínimo el 10 % de las estaciones consideradas registran máximas por encima del percentil 95 % de su serie de temperaturas máximas diarias de los meses de julio y agosto del periodo 1971-2000”.
De acuerdo con estos datos, establece unos umbrales diferentes para cada localidad. Así, nos encontramos con el umbral de 36ºC en Pamplona, de 41,2ºC en Sevilla, de 33,2ºC en Santa Cruz de Tenerife y de 31ºC en Gran Canaria.
Las olas de calor ya no suceden solo en julio y agosto, meses donde tradicionalmente los colegios están cerrados, sino también en junio, en septiembre e incluso en octubre, como ocurrió en Canarias.
Muchos edificios se concibieron sólo para el periodo escolar, por lo que su diseño está especialmente orientado a las condiciones frías de invierno para reducir el consumo de calefacción, pero no están adaptados al verano.
De este modo, no sólo tienen más posibilidades de sufrir sobrecalentamientos ante olas de calor, sino que además hacen que los edificios no puedan utilizarse para campamentos de verano u otras actividades para niños, adultos y mayores.
Por eso es necesaria y urgente la adaptación de los espacios escolares a las condiciones más cálidas y a eventos extremos de olas de calor, incluso en climas con veranos tradicionalmente benignos o frescos.
Aislamientos, colores claros y ventilación natural
En el diseño de medidas, conviene potenciar aquellas que llamamos “pasivas” (porque no requieren o requieren muy poca energía). Cuando las primeras no sean suficientes para garantizar unas temperaturas que afectan no sólo al bienestar y al rendimiento académico de los niños y niñas, sino también a su salud, se acompañará de la instalación de los sistemas activos de acondicionamiento necesarios.
Las medidas “pasivas” arquitectónicas en los edificios comprenden los aislamientos en fachadas y cubiertas, los vidrios con control solar y sistemas de sombreamiento, la utilización de colores claros en el exterior, el diseño con inercia térmica, la ventilación natural o la incorporación de soluciones basadas en la naturaleza (NBS, por sus siglas en inglés), como las cubiertas o fachadas verdes.
Patios escolares verdes
Pero no sólo los edificios necesitan adaptarse. También los patios escolares, pavimentados en muchas ocasiones como si fueran parkings y no espacios para el juego de los niños y niñas, exigen cambios.
La renaturalización de los patios escolares ofrece beneficios claros cuando se pretende reducir las temperaturas exteriores. Con la ventaja adicional de que repercutirá en la reducción del sobrecalentamiento interior de los espacios docentes adyacentes.
La incorporación de la naturaleza ofrece también otros beneficios ambientales adicionales relacionados con la mejora de la calidad del aire exterior e interior (material particulado, dióxido de nitrógeno) y el aumento de la biodiversidad, así como beneficios relacionados con la salud y el bienestar.
Las estrategias de renaturalización de espacios escolares se están implementando con fuerza en distintas agendas de cambio climático a nivel local, nacional o europeo. Merece la pena dirigir estos planes hacia una verdadera renaturalización, con un diseño adecuado a los objetivos que se persiguen y con herramientas adecuadas para poder testar y simular la eficiencia de las soluciones.
El enfoque necesariamente debe ser multidisciplinar, involucrando a arquitectos, paisajistas, biólogos, ecólogos, ingenieros y diseñadores. Las soluciones basadas en la naturaleza necesitan un conocimiento profundo de qué especies son necesarias en cada clima, y qué especies podrán adaptarse a las nuevas condiciones climáticas o cuáles presentan un riego excesivo para la zona climática que lo desaconseja.
Hay especies especialmente indicadas para la fijación de partículas o de óxidos de nitrógeno, que se pueden considerar en entornos escolares con mayor contaminación o en entornos con mucho tráfico.
A la hora de escoger especies, conviene que no sean especies alergógenas, y que no contengan frutos peligrosos para los más pequeños. La disposición de la vegetación puede promover una ventilación beneficiosa incluso durante el día, y el sistema de drenaje también contribuye a la reducción del agua de escorrentía. Asimismo, las características de las raíces también serán otro factor a tener en cuenta en un patio escolar para el correcto crecimiento del arbolado.
La renaturalización de los edificios y entornos escolares es oportuna y necesaria para la adaptación al cambio climático y las olas de calor. No obstante, su diseño debe ser abordado abarcando un enfoque multidisciplinar que garantice soluciones adaptadas, duraderas y eficientes en un escenario a medio plazo con elementos naturales que contribuyan al juego, bienestar y salud de los más pequeños.
Aurora Monge Barrio
Doctora Arquitecta. PCD, Universidad de Navarra
24.10.2023
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.