Mi tía y mi tata, que juntas suman más de 180 años de experiencia, comentaban hace unos días que qué suerte tengo, que en sus tiempos, aunque “valieran”, las mujeres no solían tener la oportunidad de estudiar, y mucho menos carreras “de ciencias”. Este es uno de los motivos por los que cada 11 de febrero celebramos en todo el mundo el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia. Se trata de una fecha propuesta por Naciones Unidas para promover el acceso y la participación plena y equitativa de las mujeres de cualquier edad en la ciencia, y un recordatorio de que las mujeres desempeñan un papel fundamental en el desarrollo científico y tecnológico, aunque su presencia sin duda debe fortalecerse. Hoy me gustaría dar las gracias por lo conseguido, considerar ámbitos en los que todavía tenemos trabajo pendiente y, finalmente, soñar con un futuro en el que este día no sea necesario.
La realidad de la presencia de la mujer en la historia de la ciencia, aunque en gran medida no apoyada, reconocida y recordada como debiera, no se le escapa a nadie. Desde los tiempos antiguos y hasta hoy en día surgen nombres de mujeres que han contribuido con solvencia a la ciencia y la tecnología y a un mundo mejor, como Hildergarda de Bingen, Wang Zhenyi y Marie-Anne Pierrette Paulze, entre otras. Gracias a estas pioneras las mujeres han tenido referentes y han descubierto su vocación. Por su tesón y en algunos casos con el apoyo de sus familias y mentores, las mujeres han podido formarse y desarrollar una carrera científica. Su trabajo excelente, a menudo con gran sacrificio personal y contra los convencionalismos del momento, ha hecho posible su contribución significativa al desarrollo del conocimiento y la técnica. Es de agradecer también la labor de las asociaciones que promueven y sustentan el desarrollo profesional y dan visibilidad al trabajo de las mujeres. Así, cada vez son más las niñas que no dudan en desarrollar su vocación científica.
Aunque en los países desarrollados la incorporación profesional de la mujer al desarrollo científico y tecnológico está en parte encauzada, cabe preguntarnos cómo continuar con esta labor tan importante. Por un lado, en las familias y en las escuelas debemos permanecer atentos para descubrir y potenciar el desarrollo de vocaciones científicas. Es esencial que las niñas y los niños tengan referentes que les permitan decir “yo de mayor quiero ser…”, y por eso es inestimable el papel de los científicos no sólo haciendo ciencia, sino también comunicando ciencia y dando visibilidad a su vocación. Por otro lado, los gobiernos e instituciones han de mejorar sustancialmente en el apoyo al desarrollo científico y tecnológico con planes que sustenten de manera suficiente y continuada el desarrollo profesional, especialmente de las mujeres. La conciliación sigue siendo una asignatura pendiente, pues para las mujeres supone una barrera a la hora de elegir y desarrollar su carrera profesional, particularmente en puestos de responsabilidad y decisión. Finalmente, sólo si como sociedad visibilizamos y valoramos el esfuerzo y tesón de los científicos, y el gran beneficio -de conocimiento, sanitario, ecológico, industrial, económico y social- que supone su trabajo, dispondremos de voluntad de proteger y promover la ciencia.
No hemos de olvidar, sin embargo, que en gran parte de nuestro planeta la escolarización, especialmente de las niñas, es una tarea pendiente. Donde no hay qué comer, donde la supervivencia es el modo de vivir, difícilmente hay ilusión y oportunidad de pensar en una vocación profesional, sea científica o de otro tipo, lo que perpetúa el círculo vicioso de la pobreza, personal y social. Hemos de ser además conscientes de lo fácil que es deshacer el camino hacia la inclusión plena de la mujer en cualquier ámbito de la sociedad; la situación en Afganistán, por ejemplo, nos lo recuerda a diario.
Finalmente, me gustaría reflexionar sobre la necesidad de celebrar este día. Como científicas, nuestra condición de mujeres no es lo que nos define, es un aspecto central de nuestra naturaleza, pero no determina nuestras capacidades ni nuestra valía profesional. Por lo tanto, agradeciendo lo ya logrado y sabiendo que tenemos áreas en las que mejorar, miremos más allá y planteémonos si, como sociedad, no es el momento de centrar nuestro empuje en el reconocimiento y el apoyo del talento de las personas. Valoremos la diversidad de intereses y capacidades, y apostemos por identificar el potencial único de cada persona para poder apoyarlo de manera adecuada. En línea con lo que señaló María Iraburu en su toma de posesión como rectora de la Universidad de Navarra, busquemos ser una sociedad comprometida con el talento, esté donde esté y venga de donde venga, en la que no haya necesidad de diseñar políticas ajustadas a grupos, sino centrada en cada persona y sus capacidades, para que todos podamos poner el desarrollo pleno de nuestra vocación al servicio de un mundo mejor.
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Ujué Moreno
Profesora de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Navarra.