Comparecencia ante la Comisión de estudio sobre la Eutanasia
Gonzalo Herranz
Departamento de Bioética, Universidad de Navarra
Senado de España, 16 de junio de 1998
1. La actitud de la profesión médica ante la eutanasia
A. Lo que dicen los Códigos de Ética de las Asociaciones Nacionales de Médicos
B. Declaraciones de los organismos internacionales de Ética médica
a. Asociación Médica Mundial, en sus Declaraciones de Madrid (1988) y Marbella (1992)
c. La Conferencia Internacional de Órdenes Médicas
d. Declaraciones de los Organismos médicos nacionales sobre la eutanasia
2. Las Recomendaciones de los Comités Nacionales de Bioética
Sra. Presidenta y Señores miembros de la Comisión:
Deseo, lo primero de todo, ofrecer mi sincero agradecimiento por la oportunidad que se me ofrece de actuar ante Ustedes. El agradecimiento es personal. Pero también, corporativo, pues la invitación se me ha hecho a través de la Organización Médica Colegial. Creo que es muy acertado, al tratar de eutanasia, que se escuche la voz de la corporación médica.
Saben ustedes ya que hace ahora 16 años dejé mi Cátedra de Anatomía patológica y tomé la para muchos extraña decisión de dedicarme al estudio, la enseñanza y la práctica de la Ética Médica. Estoy muy contento de haberlo hecho, porque me ha permitido despertar en muchos estudiantes y jóvenes colegas un interés vivo y estudioso sobre los problemas éticos de la medicina. Me ha permitido cooperar con colegas de las organizaciones médicas de la Unión Europea en los primeros esfuerzos para identificar nuestra herencia ética común y para programar su enriquecimiento y transmisión a las nuevas generaciones. He tenido también varias oportunidades, en Bruselas, Estrasburgo y Madrid de actuar ante comisiones parlamentarias que estudiaban cuestiones ético-médicas.
Propósito de mi intervención
Acudo a esta sesión con el mejor deseo de ayudarles a estudiar los graves interrogantes que la regulación legal de la eutanasia plantea en nuestra sociedad. Deseo advertirles de antemano que mi testimonio se basa en el intenso seguimiento al día y la lectura crítica de la ya inabarcable bibliografía sobre la eutanasia, en la dirección de algunos trabajos de investigación sobre enfermedad terminal, sobre futilidad terapéutica y las necesidades de comunicación del paciente terminal, y en los contactos con los miembros de las Comisiones de Ética Médica de la Asociación Médica Mundial y del Comité Permanente de los Médicos de la Unión Europea, de la que soy, por segunda vez, Vice-presidente.
Confesión de sesgos
Creo que conviene señalarles lealmente que mi actitud es contraria a la legalización de la eutanasia y de la ayuda médica al suicidio. No puedo negar que tal convicción forma parte de mis convicciones religiosas. Comparto plenamente la doctrina que el papa Juan Pablo II ha expuesto en su Encíclica Evangelium vitae, al que, cualesquiera que sean las opiniones que se tengan sobre la materia, hay que considerar un clásico de la Bioética de nuestros días. Mi actitud proviene también del condicionamiento profesional que los médicos recibimos en el curso de nuestra educación profesional. Pero, desde que me dedico a la Ética médica, ese sesgo se ha ido haciendo cada vez más consciente, pienso que también más racional y fundado. He ido comprendiendo cada vez más a fondo el pensamiento de quienes arguyen a favor de la eutanasia y del suicidio médicamente asistido, pero he ido comprendiendo cada vez más a fondo que la eutanasia es incompatible con la ética médica del respeto a las personas.
Contenidos
Creo que la mejor contribución que puedo hacer a los trabajos de esta Comisión es la de ofrecer una perspectiva acerca de:
1. La actitud de la profesión médica ante la eutanasia. Para ello les mostraré que dicen A) los Códigos de Ética de las Asociaciones Nacionales de Médicos; y B) las Declaraciones de los organismos internacionales de Ética médica.
2. Las Recomendaciones de los Comités Nacionales de Bioética. Son organismos de gran reputación que en muchos países han sido establecidos para inspirar, guiar y dar a conocer el debate social acerca de puntos importantes de la ética. En España carecemos, por desgracia, de un comité nacional de (bio)ética.
Creo que estos dos puntos pueden ofrecer una perspectiva muy amplia y en clave cultural muy diversa sobre el asunto que estudiamos.
Por último,
3. Quisiera ofrecerles algunas consideraciones personales acerca de los efectos negativos de la legalización de la eutanasia.
1. La actitud de la profesión médica ante la eutanasia
A. Lo que dicen los Códigos de Ética de las Asociaciones Nacionales de Médicos
He revisado recientemente lo que dicen sobre los cuatro grandes problemas de la ética del fin de la vida (eutanasia, ayuda médica al suicidio, encarnizamiento terapéutico y atención paliativa) los Códigos de Ética y Deontología médica de 39 países (22 de Europa y 17 de América) en más de un centenar de ediciones diferentes. Les dejo una separata del trabajo publicado en una revista italiana. Podría extender mis datos a 46 países, con la inclusión de los Códigos de ética médica de 7 asociaciones nacionales de médicos de Asia y Oceanía.
Los resultados son estos: no tratan de la materia, tres; aluden marginalmente a ella, doce; la tratan de modo explícito, pero no se definen sobre los cuatro aspectos específicos analizados, trece; ofrecen de ellos una exposición detallada, dieciocho. Aunque los Códigos son muy variados en contenido y estilo, no se detecta ninguna fisura en la común tradición de rechazo de la eutanasia y de la ayuda médica al suicidio. Es también general la condena de la obstinación terapéutica, lo mismo que el mandato positivo de aliviar el sufrimiento y de aplicar los remedios paliativos. De modo significativo, las Reglas de Conducta para los Médicos de la progresista Real Sociedad Holandesa de Médicos guardan silencio sobre la relación del médico con el paciente terminal, un silencio que quiere decir mucho.
Esta rara unanimidad, en el tiempo y en el espacio, sobre la intangibilidad de la vida humana que se acaba deber incitar a la reflexión, pues, curiosamente y por diferentes caminos (por argumentos utilitaristas, por vocación sanadora, por imperativo moral, por adhesión a las tradiciones), se llega, en las diferentes áreas culturales, a la misma y firme prohibición de la eutanasia. No es muy propicio el tiempo en que vivimos para proponer y defender normas morales absolutas o simplemente fuertes. No sólo no están de moda: el posmodernismo dominante es incompatible con las convicciones duras. Una conclusión se impone: el respeto a la vida terminal pertenece al mínimo ético que define el núcleo de la profesión médica: es esta una afirmación basada en pruebas, que pasa por encima de la variabilidad religiosa, cultural y económica de la práctica de la medicina.
B. Declaraciones de los organismos internacionales de Ética médica
De acuerdo con las instancias profesionales internacionales, la eutanasia y la ayuda médica al suicidio son incompatibles con la ética médica. Ese es el parecer universal, como lo muestran las siguientes declaraciones.
a. Asociación Médica Mundial, en sus Declaraciones de Madrid (1988) y Marbella (1992)
Declaración sobre la eutanasia
Adoptada por la 39ª Asamblea Médica Mundial, Madrid, España, Octubre 1987
La eutanasia, es decir, el acto deliberado de dar fin a la vida de un paciente, aunque sea por su propio requerimiento o a petición de sus familiares, es contraria a la ética médica. Ello no impide al médico respetar el deseo del paciente de dejar, en la fase terminal de su enfermedad, que el proceso natural de la muerte siga su curso.
Declaración sobre el suicidio con ayuda médica
Adoptada por la 44a Asamblea Médica Mundial, Marbella, España, Septiembre de 1992
Recientemente, se han dado a conocer a la opinión pública algunos casos de suicidios con ayuda médica. En ellos, se ha utilizado una máquina inventada por un médico que instruye a la persona en cuestión el modo de usarla. Por lo tanto, se ayuda a la persona a suicidarse. En otros casos, el médico ha proporcionado medicamentos a la persona junto con información sobre la dosis necesaria para provocar la muerte. Es decir, a la persona se le proporcionan los medios para suicidarse. Es casi seguro que las personas que se han suicidado estaban gravemente enfermas, quizá en fase terminal, y sufrían mucho dolor. Además, las personas estaban aparentemente con todas sus facultades y tomaron voluntariamente la decisión de suicidarse. Con mucha frecuencia, los pacientes que son tentados por el suicidio dan muestras de la depresión que acompaña a la enfermedad terminal.
El suicidio con ayuda médica, lo mismo que la eutanasia, es contrario a la ética y debe ser condenado por la profesión médica. Cuando la ayuda del médico se dirige intencionada y deliberadamente a permitir que una persona ponga fin a su vida, entonces el médico actúa contra la ética. Sin embargo, el derecho a rehusar tratamiento médico es un derecho básico del paciente, por lo que no actúa contra la ética el médico que respeta ese deseo del paciente, aun cuando de ello se siga la muerte de éste.
b. El Comité Permanente de los Médicos Europeos, en sus Declaraciones de Berlín (1987) y Cascaes (1993)
Declaración de Berlín sobre la ayuda al moribundo (CP 87/16)
Preámbulo. El ejercicio de la medicina implica en toda circunstancia el respeto de la vida y de la dignidad de la persona humana. Todo acto que mire a provocar deliberadamente la muerte de un paciente es contrario a la ética médica. El médico debe respetar la voluntad de aquel que él asiste para iniciar y continuar el tratamiento que él, en conciencia, juzga apropiado. La asistencia terapéutica y psicológica a los moribundos se incluye en esas obligaciones, pues el moribundo tiene derecho a una consideración y a un tratamiento humanos.
Declaración: Los médicos tienen el deber de dar asistencia terapéutica y psicológica a su paciente hasta el final. El médico debe esforzarse por obtener, en la medida de lo posible, el consentimiento informado de aquel a quien asiste. Cuando el paciente pierde la conciencia, los médicos deben asistirle con los medios médicos más adecuados al interés genuino de aquél y mantener esos medios mientras subsista alguna esperanza de mejora. Cuando la enfermedad incurable entra en su fase terminal irreversible, el médico puede limitar su terapéutica al alivio de los sufrimientos físicos y morales, y se esforzará en la medida de lo posible en mantener la calidad y la dignidad de una vida que se acaba.
Declaración de Cascais sobre los testamentos de vida/directrices anticipadas (CP 93/83).
Living wills/advance directives (CP 93/83 Final)
Statement of the standing committee of doctors of the EC on living wills/advance directives adopted during the Plenary Meeting held in Cascais on 12-13 November 1993
Introduction
The Standing Committee is opposed to any legislation giving living wills/advance directives the force of law, because if that were the case, it would constrain the ability of the doctor to treat the patient to the highest professional and ethical standards.
Such a document can only be a written expression of the wish and intention of the patient, made at the time when the patient was fully “compos mentis”, which can later be of use as a basic framework of care.
The Standing Committee recognises that approaches to this issue are determinated by a range of social, cultural and religious factors, which mean that there are wide variations in legal provision and professional attitudes from one country to another. While respecting these national differences, the Standing Committee has identified basic principles.
Recommendations
1. This form of expression of wish and intention is not intended to promote active euthanasia.
2. Doctors should not be obliged to act contrary to their consciences. The doctor should inform the patient at the outset of any objections which she/he may have to the content of an individual expression of wish and intention and, if necessary, assist the patient in transferring to the care of another colleague.
3. Doctors should at all times seek to act in the best interests of their patients and to recommend the treatments which they consider most appropriate.
4. The doctor/patient relationship is based on mutual respect, trust and good communication. Doctors should explain treatment options to patients and ensure that they have sufficient information on which to base decisions.
In the absence of contrary evidence, a valid statement of wish and intention is of value in representing a patient's settled wish when the patient may no longer be competent to express a view. The patient is responsible for ensuring that the existence of his/her advance directive is known to those who may be asked to comply with its provisions. Those who interpret it must take account of the possibility that the patient's views about treatment may change as his or her clinical condition changes.
5. Patients may wish that every possible treatment should be provided to the point of death. They also have the right to refuse treatment at ah times.
6. Patients who become incompetent should retrain the same rights in respect of health care as those who remain competent.
7. It should be possible for a statement of wish/intention to be overridden where the clinical circumstances are not precisely covered by their provisions. Such circumstances are a matter of clinical judgement and would merit further discussion.
8. If there are discussions about developing policy on the use of statements of wish/intention, representatives of medical and other health professions should be involved while the complexity and sensitivity of the various factors which must be taken into account should be drawn to the attention of the public and appropriate authorities.
c. La Conferencia Internacional de Órdenes Médicas
incluye en sus Principios de Ética Médica para Europa, París, 1987, los siguientes artículos:
Artículo 1º. La vocación del médico consiste en defender la salud física y mental del hombre y en aliviar su sufrimiento en el respeto a la vida y a la dignidad de la persona humana, sin discriminación de edad, raza, religión, nacionalidad, condición social o ideología política o cualquier otra razón, tanto en tiempo de paz como en tiempo de guerra.
En la sección sobre Ayuda al moribundo, el Artículo 12º, que dice:
La medicina implica en toda circunstancia el respeto constante por la vida, por la autonomía moral y por la libertad de elección del paciente. En caso de enfermedad incurable y terminal, el médico puede limitarse a aliviar los sufrimientos físicos y morales del paciente, administrándole los tratamientos apropiados y manteniendo, mientras sea posible, la calidad de una vida que se acaba. Es obligatorio atender al moribundo hasta el final y actuar de modo que le permita conservar su dignidad.
En estas Declaraciones internacionales, tenemos ya los elementos típicos de la Deontología de la eutanasia. Es posible identificar como ideas básicas:
- el respeto, la intangibilidad de la vida humana, de los que ha de ser garante y guardián el médico.
- el respeto por la autonomía del paciente, que es el llamado a determinar hasta que punto se aplican las medidas médicas que hacen al caso.
- la obligación de aliviar el sufrimiento físico y moral del paciente, mediante una competente práctica paliativa.
- el deber de mantener en lo posible la calidad y la dignidad de la vida que declina.
- la taxativa prohibición de la eutanasia y de la ayuda médica al suicidio.
- la condena deontológica de los gestos terapéuticos carentes de razonabilidad y buen juicio, que buscan encarnizadamente una curación ya imposible.
Es también patente que se dan ciertos paralelismos ideológicos, incluso ciertas estrechas semejanzas, e incluso, coincidencias en los textos. Entre el Art. 12 de los Principios de Ética Médica para Europa (enero de 1987) y la Declaración de Berlín del Comité Permanente (octubre de 1987) hay una casi total coincidencia de ideas e incluso de texto:
d. Declaraciones de los Organismos médicos nacionales sobre la eutanasia
España. Declaración Sobre la eutanasia
(Aprobada por la Asamblea General el 21 de junio de 1986)
En artículos y programas hablados se emplean con frecuencia las expresiones «ayuda a morir» o «muerte digna». Tales expresiones son confusas, pues, aunque tienen una apariencia aceptable, esconden frecuentemente actitudes contrarias a la ética médica.
La asistencia médica al moribundo es uno de los más importantes y nobles deberes profesionales del médico, mientras que la eutanasia es la destrucción deliberada de una vida humana, y aunque se realizara a petición de la víctima o por motivos de piedad en el que la ejecuta, no deja de ser un crimen que repugna profundamente a la vocación médica sincera.
A tenor de lo que se establece en los Artículos 28.1 y 28.2 de nuestro Código de Ética y Deontología Medica, el médico está obligado a desempeñar su genuina función de ayudar y atender al morir de sus pacientes por medio de un tratamiento competente del dolor y de la angustia. Ha de empeñarse en procurar el mayor bienestar material; ha de favorecer, según las circunstancias, la asistencia espiritual y el consuelo humano al moribundo; prestará también su apoyo a los allegados de éste. El médico también dignifica la muerte y la ayuda cuando se abstiene de tratamientos dolorosos e injustificados y cuando los suspende, porque ya no son útiles.
Pero el médico traicionaría su vocación de sanador y de protector de la vida humana si acabara con un enfermo o colaborara a su suicidio voluntario. Nunca puede el médico provocar deliberadamente la muerte: la medicina no está para eso. Aunque alguna Ley lo permitiera, jamás el médico podrá usar el poder y las prerrogativas que la sociedad le ha concedido para ejecutar una pena capital ordenada por un tribunal de justicia o para suprimir la vida de un enfermo, aunque se lo solicitara él, o su familia o un comité de cuidados hospitalarios.
Un médico es culpable de una grave infracción deontológica si se niega a prestar a un moribundo una asistencia médica competente y, sobre todo, si se arroga el poder desorbitado de destruir voluntariamente una vida humana.
Una Declaración sobre el uso incorrecto de la expresión eutanasia pasiva, de 1995, que recomienda su exclusión en los debates: si eutanasia es matar deliberadamenre, entender como eutanasia pasiva la suspensión de los tratamientos fútiles no es eutanasia. Tampoco es eutanasia pasiva la eutanasia provocada por la omisión de cuidados necesarios para salvar la vida: esa es eutanasia activa cometida, ejecutada, por omisión.
Reino Unido
BMA: No se debe cambiar la ley. Matar deliberadamente a un ser humano debe seguir siendo un delito. Este rechazo de cualquier cambio de la ley actual, de modo que se permitiera a los médicos intervenir para poner fin a la vida de una persona, (...) es, sobre todo, una afirmación del supremo valor del individuo, independientemente de cuán sin valor o cuán sin esperanza pueda estar.
Podríamos añadir la Cámara de los Médicos Alemanes, la Orden de los Médicos de Francia, la Organización Médica Colegial de España y la Real Asociación Médica de Holanda.
2. Las Recomendaciones de los Comités Nacionales de Bioética
Este apartado no llegó a confeccionarse.
He publicado algunos artículos en la revista oficial de la OMC acerca de los efectos de la legalización de la eutanasia. De ellos extraigo algunos párrafos.
De uno, publicado en 1991.
Mi tesis es clara: cualquier legislación tolerante de la eutanasia, por muy restrictiva que pretenda ser en el papel, provoca una brutalización creciente de la medicina, ya que la degrada en lo científico y en lo ético.
La decadencia ética no es difícil de calcular. En la dinámica de la permisividad legal, despenalizar la eutanasia empieza por significar que matar sin dolor es una forma excepcional de tratar ciertas enfermedades, que sólo se autoriza para situaciones extremas y muy estrictamente reguladas. Pero, sin tardanza, inexorablemente, por efecto del acostumbramiento social y del activismo pro-eutanasia, la despenalización termina por significar que matar por compasión es una alternativa terapéutica aceptada de hecho, y tan eficaz que los médicos no pueden moralmente rehusarla. La razón es obvia: la eutanasia -una intervención limpia, rápida, eficiente al cien por cien, indolora, compasiva, mucho más cómoda, estética y económica que el tratamiento estándar- se convierte en una tentación invencible para ciertos pacientes y sus allegados. Y para algunos médicos también, ya que la muerte dulce de alguno que otro de sus enfermos les ahorra mucho tiempo y algunos esfuerzos: los que invierte en estudiar a fondo el caso, en paliar sus síntomas, en visitarle, en acompañarle en el difícil momento final.
Las restricciones impuestas por la ley se hacen letra muerta, caen ante el empuje creciente de la demanda social, que se incrementa a la vista de la tolerancia judicial, ya que toda permisividad legalizada es intrínsicamente expansiva.
Despenalizada la eutanasia, lo grave, para el médico, es que sus virtudes específicas -la compasión, la prevención del sufrimiento, el no discriminar entre sus pacientes- se vuelven contra él, de modo que se ve impulsado por ellas a aplicar cada vez con más celo esta «terapéutica» suprema: no puede negar a un paciente la muerte liberadora que, en circunstancias semejantes, ha dado ya a otros; ni puede retrasar para más tarde lo que ya ahora se presenta como remedio eficaz. El concepto de enfermedad terminal se ensanchará más cada vez; las indicaciones médicas de la eutanasia se irán haciendo más extensas y precoces.
El médico que haya ejecutado una eutanasia, o se arrepiente definitivamente, o ya no podrá dejar de matar: si es éticamente congruente consigo mismo, y cree que está haciendo algo bueno, lo hará en casos cada vez menos dramáticos y saltándose, en nombre de la ética de la compasión, las barreras legales. Porque si la ley, como parece probable en las leyes de eutanasia de primera generación, sólo autorizará la eutanasia para quien la pide libre y voluntariamente, ¿cómo podrá el médico negarla a quien es incapaz de pedirla, pero cuya vida está más degradada o es más cargosa? Está seguro de que el paciente indudablemente le pediría la muerte dulce si tuviese un momento de lucidez. Autorizada la eutanasia, las virtudes del médico se vuelven contra él, hacen de él un criminal, lleno de celo compasivo.
Además, la eutanasia erosiona la vocación científica de la medicina. Es, por ejemplo, más fácil suprimir con la eutanasia el problema de la demencia senil, que resolverlo investigando la neurobiología del envejecimiento cerebral; es más fácil limpiar a la humanidad de basura genética mediante el aborto eugénico o la eutanasia neonatal, que profundizar en la patogenia y terapéutica de las malformaciones bioquímicas o morfológicas.
Aun el médico más íntegro y recto necesita protegerse contra sus flaquezas y, paradójicamente, contra los excesos de sus virtudes. Despenalizar la eutanasia equivaldría a sumir a la medicina en una enfermedad autoagresiva. La obligación de respetar y de cuidar toda vida humana es una fuerza moral maravillosa e inspiradora. Con ella, hemos de desarrollar una sólida medicina paliativa, científica y humana que desarraigue de nuestros hospitales el error escandaloso del ensañamiento terapéutico y que haga resaltar, por contraste, la fría inhumanidad que, disfrazada de compasión, se oculta en la eutanasia.
El dinamismo expansivo de la aceptación de la eutanasia.
El drama moral de la eutanasia se desarrolla en cuatro etapas de eclipse progresivo del respeto a la vida y a la persona.
1. Al principio, cuando el médico asiente a matar por compasión, concibe la eutanasia como una intervención excepcional, un último recurso, que sólo se justifica en situaciones extremas de dolor torturante, refractario a los tratamientos más enérgicos, y que sólo está autorizado como respuesta a una petición reiterada y conmovedora de un paciente racional y lúcido. Ante lo inoperante de los remedios sintomáticos y lo trágico de la situación clínica, el médico se rinde ante la idea de que sólo la muerte puede liberar a su paciente de su vida insoportable. Con temor y temblor, lleno de angustia y compasión, el médico mata a su primer paciente. Pero rompe a la vez algo de inestimable valor: su respeto máximo, virginal, a la vida.
Si se arrepintiera y no volviera a hacerlo más, pondría a salvo su vocación médica. Pero si autojustifica su acción, si sigue creyendo que la eutanasia es una acción profesional aceptable, ya no podrá salirse de la cascada eutanásica.
2. El médico, tras apostatar de su fe en el carácter sagrado de la vida, cae inexorablemente en la herejía del absolutismo de la calidad de vida. Llega entonces, más o menos pronto, a la pesimista y dramática conclusión de que no escasean las vidas que van camino de la pérdida de calidad, que ya prácticamente no merecen ser vividas, tan penosas y carentes de dignidad y valor vital se van volviendo. En pocos años, bien en virtud de la legislación permisiva o de la jurisprudencia tolerante, bien de la opinión pública manipulada por la prensa y la televisión, la eutanasia, de ser un remedio excepcionalísimo, termina por convertirse en un recurso médico casi ordinario, una opción terapéutica como otra cualquiera, ciertamente polémica como tantas otras que son aceptadas por unos médicos y rechazadas por otros, y de la que no cesan de hablar las revistas profesionales. Sus resultados, como ocurre en Holanda, son auditados y comparados con las otras alternativas terapéuticas en términos económicos y en medición de la satisfacción de médicos y familiares. La eutanasia gana respetabilidad y prestigio, pues se la presenta a la sociedad como una alternativa terapéutica rápida e indolora, realizada con competencia y buena práctica, más cómoda y estética, incomparablemente más eficiente e incluso más compasiva, que el tratamiento paliativo.
Bajo esa apariencia de intervención ortodoxa y muy profesional, la eutanasia gana plaza de acto médico ordinario, se presenta como opción prioritaria para muchas situaciones clínicas, en especial cuando es deseada y pedida por el enfermo o sus allegados.
En la situación de permanente escasez de recursos económicos en que vivirá ya para siempre la Medicina, la eutanasia terminará por acreditarse como un tratamiento muy eficiente, de óptimo cociente costo/beneficio, que aligera enormemente el gasto sanitario, que da alivio a los circunstantes, y satisfacción a quien la pide.
3. Y también a quien no la puede pedir. La eutanasia en esta tercera etapa brota de la potencia beneficiente, irreductiblemente paternalista, del médico. Si un doctor considerara que la eutanasia es un servicio al que todos tienen derecho, no podrá rehusarlo a quien está incapacitado de pedirlo. El médico asume entonces, en virtud de su privilegio terapéutico, la función de mandatario subjetivo de los pacientes incapaces. Ante el demente profundo, el malformado grave, o el vegetativo persistente, el médico, liberado de su compromiso de máximo respeto por la vida, razona así en su corazón: “Es horrible vivir en esas condiciones de precariedad biológica o psíquica. Nadie, en su razón cabal, querría vivir así. La muerte es preferible a esa vida empobrecida. Yo, en esa situación, exigiría, mediante un testamento vital exigible, que me dieran la muerte dulce”. El médico adquiere así un poder discrecional sobre la vida y la muerte de los incapaces.
4. Pero eso no es todo: el médico que tiene la eutanasia por acto virtuoso terminará por juzgar que hay pacientes cuyo deseo de seguir viviendo es irracional y caprichoso, pues considera que la vida que ellos tienen por delante es o bien biológicamente detestable, o una carga familiar o social intolerable, o un despilfarro económico. Su argumento dice así: “El deseo de vivir de algunos pacientes es un antojo irracional, un lujo económico, una carga para los demás, un abuso injusto, egoísta y contrario a una auténtica solidaridad. Satisfacer ese deseo meramente vitalista de seguir viviendo, porque así lo demandan los enfermos o quienes los representan, es, además de una injusticia, un consumo irracional de recursos, económicos y humanos. Ese dinero y ese esfuerzo laboral podrían ser invertidos en cosas más beneficiosas e interesantes”.
No es ésta, por desgracia, una situación imaginaria: los médicos generales holandeses declaran que el 10% de los actos de eutanasia que ellos practican se dan en pacientes conscientes y capaces de decidir, pero a los que, por razones paternalísticas, no les consultan acerca de la eutanasia que se les aplica.