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La biología de la bioética: usos y abusos de los datos científicos

Gonzalo Herranz, Departamento de Humanidades y Ética Médica, Universidad de Navarra
VI Curso de Actualización del Instituto Superior de Ciencias Religiosas: Ciencias para el Mundo Contemporáneo
Ciencia y Técnica en Perspectiva Cristiana
Pamplona, 28 de agosto de 2009

Nota: Esta clase está enfocada a estudiantes de teología, lo que la diferencia notablemente de otra del mismo nombre.

Índice

Unos tópicos para empezar

La biología en la bioética

El uso abusivo de los datos científicos

¿Qué razones dieron los biólogos a sus hermanos de las otras facultades para apoyar la noción de preembrión?

La futilidad del argumento de la gemelación monocigótica

El argumento de las quimeras tetragaméticas

El destino extraembrionario de las células del preembrión

Conclusión

Saludos y agradecimientos.

Unos tópicos para empezar

Participar en un curso dedicado a tratar de Ciencia y Técnica en Perspectiva Cristiana hace sospechar que los aquí presentes estamos convencidos de que entre religión cristiana y ciencia natural existe una armonía profunda. Sabemos que en Dios no cabe contradicción: El mismo que creó el mundo es El que se nos revela en Jesucristo. Lo dijo con palabras claras el Concilio Vaticano II: “En todos los campos del saber, la investigación auténticamente científica y conforme a las normas morales, nunca será realmente contraria a la fe, porque las realidades profanas y las de la fe tienen origen en un mismo Dios” (GS 36).

Y, sin embargo, el ambiente parece saturado de la idea contraria. En muchas revistas científicas, y no sólo en los medios de comunicación general, se reprocha a la Iglesia que rechace sin misericordia el consuelo y los beneficios que van ligados a muchas aplicaciones de la ciencia: a la contracepción y ciertas formas del aborto, a las técnicas de reproducción asistida; a las promesas de los proyectos de investigación genética o de células troncales embrionarias. Y se la reprende también que no se ponga en cabeza de todo lo nuevo, que se instale a veces en el no querer saber, en no aceptar los datos de la ciencia actual.

¿Qué hay de cierto en ello? Que hay desacuerdos entre el establishment científico y la Iglesia es evidente. El establishment se guía por una bioética de la eficiencia, del poder tecnológico, del futuro transhumano. La Iglesia, lo ha vuelto a decir en la Instrucción Dignitas personae, sobre algunas cuestiones de Bioética, quiere cumplir su deber de dar voz a quien no tiene voz, y clamar en defensa de los pobres del mundo y de quienes son amenazados, despreciados y oprimidos en sus derechos humanos.

Consideremos el caso paradigmático del embrión humano, pues nadie está más amenazado, despreciado y oprimido. En los documentos bioéticos suscritos por los poderosos (las Comisiones parlamentarias, los comités nacionales, las asociaciones internacionales), lo mismo que en las grandes revistas y en los tratados de reproducción asistida humana, encontramos una versión unánime, consolidada, del embrión humano como una entidad biológica incierta y precaria, tanto que no se la puede reconocer como titular de los derechos y privilegios propios de la persona humana. Obviamente, eso está en abierta contradicción con la visión católica que exige el máximo e idéntico respeto hacia el ser humano desde que es concebido en la fecundación hasta que muere de muerte natural.

El enfrentamiento es tan radical que un espectador imparcial podría pensar que los protagonistas están hablando en dos idiomas mutuamente ininteligibles. La ciencia está en un lado, la piedad en el otro. ¿Dónde queda aquella armonía entre ciencia y fe? ¿Es razonable seguir aspirando a ella?

Mi respuesta es afirmativa. Pero exige no limitarse a estar convencidos en teoría de que entre la ciencia y la religión verdadera no puede haber contradicción. Hay que superar el impasse por medio del estudio crítico y del debate amable. Para empezar, habría que poner un poco de orden en la casa de la ciencia.

Las ciencias biológicas necesitan una revisión continua, para no quedar sepultadas bajo la inmensa cantidad de intereses y prejuicios que las invaden. Y también para no perder el norte, pues esas ciencias no se valen sin la ayuda de una ética fuerte. Si navegaran autónomamente, no irían a ninguna parte; como el marinero que se guiara por la proa de su propia embarcación, se condenarían a girar alrededor de sí mismas. Igual que el navegante necesita la brújula y el mapa, la biología del hombre necesita de la ética.

Y, viceversa, una bioética sana necesita de una biología sana. Este es el tema de esta tarde: la biología de la bioética ¿Por qué la ética necesita de la biología?

La biología en la bioética

Porque la bioética es un híbrido de ética y de biología, de filosofía moral y de ciencia biológica. Los filósofos, los teólogos y los que se autodenominan bioeticistas, hablan mucho de la ética de la bioética, pero poco, y no muy bien, de la biología de la bioética. Y, sin embargo, un buen cultivador de la Bioética tendría que gastar muchas horas para aprender biología, para tener de ella un conocimiento críticamente evaluado, personalmente asumido. La biología confiere identidad a la bioética, es parte de su esencia: es su bios, su vida.

Ese es mi mensaje. No basta, pues, dominar los principios, reglas y procedimientos de la ética. Es imprescindible un conocimiento serio, actual, de la biología: de sus fundamentos teóricos y sus métodos. Hace falta, sobre todo, aprender y practicar el oficio de leer críticamente la biología, en especial la de aquellos campos que más directamente nos conciernan. El cultivador de la bioética, el que escriba de bioética, ha de ser capaz de garantizar la calidad de los datos biológicos que introduce en sus reflexiones. Solo entonces podrá plantear y resolver correctamente problemas y casos, proponer normas, formular criterios. Y sólo así podrá educarse a sí mismo y enseñar a otros.

Conviene insistir en la idea de que la bioética es un híbrido de biología y ética. Es interdisciplinar. En consecuencia, la bioética no es fácil. No lo es convertirse uno en una especie de Jano bifronte, o conseguir reunir un equipo competente y unido. En especial cuando se trata de asuntos serios, de materias graves, no es decente eludir la responsabilidad de juntar la buena ética a la buena biología. Biólogos y éticos han de trabajar juntos. Pero la división de funciones tiene un límite. No sería aceptable que los éticos dijeran: que los biólogos nos den su versión de los hechos, que nosotros pondremos la ética. No es decoroso que el ético se limite a “creer” la biología con la fe del carbonero. No sería académico aceptar a pies juntillas, sin una prudente averiguación, la objetividad de los datos biológicos que uno necesita manejar en sus estudios o en sus clases.

Entre otras razones, porque no conviene olvidar que los cultivadores de la biología son seres humanos, hechos de la fibra moral del hombre común, capaces de virtudes cardinales y de vicios capitales. Aunque, en teoría, todos reconocen que la ética debería englobar el trabajo y las ambiciones de biólogos y médicos, muchos de ellos consideran la ética como una rémora que enlentece sus investigaciones y dificulta su triunfo: están convencidos hasta la médula de sus huesos de que la salvación del hombre vendrá de la mano de la ciencia, no de la de la ética o de la religión.

Para terminar esta sección de mi charla, quiero insistir en dos puntos.

El primero: la idea de que, en la bioética de tradición católica, el estudio a fondo de los datos biológicos es particularmente importante. Con palabras muy sencillas lo dijo el Cardenal Ratzinger: “No me cansaré nunca de repetirlo: para la Iglesia, el lenguaje de la naturaleza es también el lenguaje de la moral”. No cabe hacer un elogio más expresivo de la ciencia natural, cuya función típica es descifrar con la mayor justeza posible, el lenguaje de la creación, para interpretarlo, valiéndose de la razón, a la luz de la fe. No podemos olvidar que, en la tradición católica, la gracia no destruye la naturaleza, sino que la ama, la conoce, la respeta, la perfecciona.

El segundo: que tiene algo de autobiográfico, es para indicar que lo dicho hasta ahora es, en el fondo, una autocrítica. Yo, como cualquier hijo de vecina, descuidé mis deberes críticos, me dejé guiar, hasta no hace mucho, por el establishment científico. Me he dado cuenta de que en bioética se ha trabajado mucho con datos científicos no fiables, incluso inválidos. Estoy persuadido de que buena parte, por no decir que todos, de los llamados “expertos”, de los que jugaron un papel estelar en la revolución reproductiva humana, pusieron, no dudo que con toda su buena voluntad, su prestigio científico y su influencia social al servicio de su propia mentalidad cientifista. En su conflicto de intereses entre la objetividad científica y sus proyectos llamémosles sociobiológicos, dejaron que éstos prevalecieran: y no dudaron, probablemente con la mejor de las intenciones, en favorecer una interpretación apañada de los datos, a fin de orientar la investigación biomédica hacia sus convicciones ideológicas.

El uso abusivo de los datos científicos

La cosa no les resultó muy difícil. Dominaban los resortes de la política científica. Gozaban de universal prestigio. Haciéndose eco de una tradición ya secular (un médico, profesor de Lovaina, había dicho ya en 1625 que “los teólogos, en estas materias, no hacen otra cosa que seguir la opinión de los médicos”), Cristopher Tietze, el mayor promotor de la contracepción, en una reunión internacional sobre DIUs, celebrada en Nueva York en 1964, advertía que “lo habitual es que los teólogos y juristas acepten el consenso dominante de los biólogos y médicos del momento: creerán en lo que dicen los científicos como si fuera un hecho. Si conseguimos poner a los médicos de acuerdo en que la gestación, y por tanto la vida, comienza con la implantación, nuestros hermanos de las otras facultades nos harán caso”.

Así de sencillo. Resultaron ser palabras proféticas: como bien sabemos, la ciencia “oficial” dice, desde entonces, que la vida humana empieza con la implantación. Y, curiosamente, los más entusiastas seguidores de la idea se cuentan entre los bioéticos, ya sean filósofos, teólogos o juristas.

Veamos un ejemplo: no necesitamos salirnos de España. Cuando aquí se legisló por primera vez sobre reproducción asistida, nuestros diputados –lo afirma el largo preámbulo de la Ley 35/1988– se habían comprometido a “ajustar argumentalmente su labor a la verdad biológica de nuestro tiempo”. Para conocer esa “verdad”, el Congreso creó una Comisión Especial de Estudio de la Fecundación “in vitro” y la Inseminación Artificial Humanas. A su debido tiempo, la Comisión redactó el llamado Informe Palacios, que fue aprobado con aplauso por el Pleno de la Cámara en abril de 1986.

El Informe ofrecía a los diputados la idea de preembrión como apoyada en los datos de la ciencia. Lo razonaba así: de la ecuación axiomática vida humana = ser humano individualizado se deduce que la individualización viene determinada por dos propiedades: la unicidad (ser único e irrepetible) y la unidad (ser solamente uno). Pero la ciencia enseña que la unidad del ser humano es contradicha en el caso de las quimeras (cigóticas o postcigóticas); y que la unicidad es refutada por la existencia de los gemelos monocigóticos. Es así que ambas situaciones, el gemelismo monocigótico y las quimeras, contradicen la necesaria unidad y unicidad, exigibles para poder afirmar sin fisuras la individualidad del ser humano, luego se ha de concluir que, después de la fecundación, hay un tiempo de incertidumbre genética, de indeterminación preindividual, que dura unos 14 días. Sólo entonces, a partir del día 14 de la fecundación, un embrión ya no puede dejar se ser lo que es.

El Informe Palacios concluía que “no carecía de fundamento admitir que durante estos 14 primeros días de desarrollo –fase preanidatoria o preimplantatoria– el embrión no está individualizado, pues […] ‘no sabemos si será uno de dos o dos de uno’.” Y recomendaron que se autorizara “la manipulación positiva de los embriones en sus primeros catorce días de vida, pues, al no poder garantizarse que estén ya individualizados en esta fase, los preembriones no se presentan como objeto de protección en cuanto seres humanos”. Los diputados dieron por buena la idea de preembrión y aprobaron la “Ley Palacios”, pues la ciencia sostenía que las distintas fases del desarrollo humano son embriológicamente diferenciables, lo que justificaba que fueran igualmente diferenciables la valoración ética y la protección jurídica de los pre-embriones.

Hoy, pasados 20 años, la noción de preembrión sigue presente en nuestras Leyes: en la de reproducción asistida, de 2006, y en la de Investigación biomédica, de 2007. Ya no hay, como en 1988, divagaciones científicas u ontológicas en ellas. El BOE afirma que el concepto de preembrión se “ajusta a la verdad biológica de nuestro tiempo”.

Y lo mismo ocurre prácticamente en todas partes. Con extraña unanimidad, los legisladores de muchos países han hecho suyas las premisas y las conclusiones que, en 1979, hace 30 años, expresó el Ethics Advisory Board estadounidense: que el embrión humano en los primeros 14 días de su existencia no posee los atributos biológicos, ni disfruta de la dignidad ética, ni goza del estatuto jurídico de los seres humanos propiamente tales: merece una indeterminada medida de respeto, pero no del respeto que se asigna al individuo humano.

¿Qué razones dieron los biólogos a sus hermanos de las otras facultades para apoyar la noción de preembrión?

Las que figuran en el Informe Palacios: que el embrión humano durante los 14 días de su existencia se puede dividir y originar así dos o más gemelos; que dos preembriones se pueden recombinar y fundirse en una quimera. Otro argumento más hizo mucha mella: el que afirmaba, que, en esos 14 días, la práctica totalidad de las células del conceptus están destinadas a construir estructuras extraembrionarias, y como lo extraembrionario no es propiamente embrión, los concepti son, y se han de llamar, preembriones.

Ha llegado de verdad la hora de la biología de la bioética

¿Qué solidez factual tienen esos argumentos? ¿Qué observaciones y los experimentos los corroboran?

Estas preguntas pueden parecer preguntas anacrónicas. Para muchos, el preembrión es cosa del pasado. Pienso que no.

Después de leer críticamente mucha, mucha bibliografía, puedo dar a esas preguntas una respuesta doble:

  1. Que, efectivamente, esas tres afirmaciones (sobre gemelos monocigóticos, sobre quimeras tetragaméticas, sobre composición celular) son aceptadas universal y pacíficamente en el campo biomédico.

  2. Que carecen de base factual. Son ejemplos, sorprendentes en nuestro incrédulo siglo XXI, de lo que Francis Bacon llamó idola tribus: prejuicios universalmente aceptados, generalizaciones precipitadas, nunca sometidas a un escrutinio riguroso.

La segunda parte de la respuesta puede parecer chocante, pretenciosa: tanto que es posible que algunos de ustedes empiecen a dudar de mi salud mental, a tenerme por un visionario, víctima de mis propios prejuicios. Pienso, sin embargo, que puedo mostrarles que estamos ante unos argumentos fútiles y vacíos, meras exageraciones.

La futilidad del argumento de la gemelación monocigótica

Afirma este argumento que, a lo largo de sus primeros 14 días, el embrión humano es capaz de escindirse en dos o más gemelos. En consecuencia, el preembrión no posee status plenamente humano, no ha alcanzado todavía su individualidad irrevocable.

Este argumento bioético, tiene dos brazos. Uno, filosófico, que ha hecho correr ríos de tinta, gira en torno a los complejos conceptos de individuo y persona. No entraré en él. El otro brazo, biológico, nos enfrenta a la cronología de la gemelación monocigótica, que, se afirma, se extiende a los primeros 14 días.

Eso dice hoy unánime la biología: en la especie humana, la capacidad de originar gemelos se extiende del día siguiente a la fecundación, cuando el cigoto se divide en los dos primeros blastómeros, hasta el día decimocuarto, en que se forma la estría primitiva. Formada ésta, se extingue la capacidad de originar gemelos.

Pero hay más. La diferente estructura de las envolturas fetales nos revela cuando tuvo lugar la partición gemelar. Es un calendario ya clásico: cuando la escisión se produce en la fase de segmentación blastomérica, entre los días 2 y 3, se originan gemelos dicoriónico-diamnióticos. Cuando tiene lugar entre los días 4 y 8, resultan gemelos monocoriónico-diamnióticos. Cuando, lo que ocurre pocas veces, la escisión acaece entre los días 9 y 13, se forman gemelos monocoriónico-monoamnióticos. Finalmente, la escisión es todavía más tardía, el día 14 o después, suele ser incompleta y determina la producción de gemelos unidos, los llamados siameses.

Pero, ¿las cosas suceden así? Esa descripción, ¿corresponde a hechos reales, comprobados?

La respuesta es que no: esa descripción es un mero ejercicio de imaginación. El calendario citado fue imaginado, como modelo hipotético, en 1922 por G. W. Corner. Lo introdujo, al final, en un artículo en el que describía unos gemelos monocoriónicos porcinos. Corner lo presentó como un ejercicio especulativo, como mera sugerencia que trataba de correlacionar la estructura de las membranas fetales (corionicidad, amnionicidad) con ciertos momentos del desarrollo embrionario. Audazmente, extrapolaba su pensamiento a la especie humana. Decía Corner: “Voy a permitirme un breve ejercicio de imaginación sobre la morfogénesis de los gemelos monocoriónicos humanos”.

Curiosamente, la “travesura” intelectual de Corner, ingeniosa y muy racional, pero meramente imaginada, se convirtió con el paso de los años en ortodoxia sólida. El esquema de Corner, incluidos los gemelos monocigóticos dicoriónicos (en 1922, se pensaba que los dicoriónicos eran sin excepción dicigóticos) es hoy icono oficial, paradigma indiscutido, y dogma que no ha generado herejes. Treinta y tres años más tarde, en 1955, el propio Corner, decía, un poco asombrado del éxito de su hipótesis: “los embriólogos y obstetras hemos dibujado en el papel la teoría morfológica de la gemelación uniovular, y hemos imaginado los diferentes modos que puede seguir el cigoto para desarrollar al final dos embriones. Todo eso, elaborado mediante conjeturas, está ya en todos los manuales …”

Pero, hasta el día de hoy, nadie ha corroborado la teoría con pruebas, lo que no impide que siga gozando de credibilidad prácticamente total. Pasa con ella lo que con la astronomía geocéntrica antes de Copérnico. Muy raras veces, y sólo muy recientemente, alguien apunta una crítica. Y como en el origen de toda investigación hay una pregunta, una rebeldía, al no haberlas aquí, no ha habido investigación. El resultado es neto: en lo que concierne a la cronología de la gemelación estamos en la línea de salida. Que, en un mundo tan innovativo como es el de la biomedicina, un modelo teórico no haya sido ni corroborado ni refutado por más de ocho decenios, es inaudito. El pasado junio, Charles Boklage escribía: “Siempre hablamos de la cronología relativa de la gemelación: es tan fácil de entender que nos deja desmotivados para seguir adelante. Pero tiene que haber una base molecular para esa cronología: las células no pueden leer relojes o esquemas gráficos”.

La cosa tiene, sin embargo, su explicación. Nadie ha observado, ni podrá probablemente observar nunca, en directo, como un embrión se convierte en dos en el cuerpo de la madre. Pero, cabe preguntarse, ¿nadie ha observado la gemelación del embrión in Vitro? Se han examinado centenares de miles de cigotos, mórulas y blastocistos humanos in Vitro. Pero, de momento, aportado datos, datos fiables, sobre la cronología de la gemelación, y eso que, por mecanismos todavía no aclarados, la FIV provoca un incremento de la gemelación monocigótica. Hay muchos artículos publicados sobre ese fenómeno y sus posibles causas. Se ha hablado de alteraciones de la pelúcida, retraso de la implantación, apoptosis central o escisión espontánea de la masa celular interna, disminución de la adhesividad intercelular por caída del nivel de calcio en el blastocisto, disrupción de la comunicación intercelular, alteraciones de la sincronía. Nada se ha comprobado. No se ha adelantado un paso para esclarecer el momento en que se produce la escisión del embrión.

No estoy exagerando. Seguimos sin tener una descripción real del modo y el tiempo de la gemelación humana. Un botón de muestra. Apareció en Fertility & Sterility, de septiembre de 2005, un póster titulado “Desafío a un dogma tradicional: Dos casos de división monocigótica tardía que aparecen como gemelación dicoriónica”. Me dije: parece que, al fin, alguien se atreve con el esquema de Corner. Me faltó tiempo para poner un correo electrónico a los autores. Me respondieron que nunca habían seguido esos casos ni los iban a publicar en detalle.

Otro: el pasado diciembre, Mio y Maeda publicaron en el Am J Obstet Gynecol unos vídeos en cámara lenta sobre los cambios observados en embriones humanos cultivados in vitro. Son espectaculares. En uno de esos vídeos aparecen dos blastocistos gemelados: en cada uno se habían formado dos masas celulares internas. Pero el vídeo no aclara ni cómo ni cuando se produjo la gemelación. Los autores japoneses destacan mucho el hallazgo de que los blastocistos gemelados experimentaron repetidas fases de colapso y reexpansión. Pero no saben qué relación pueda tener ese fenómeno con la gemelación.

Tengo la esperanza de que el venerable modelo de Corner termine por ser desautorizado. Hay que diseñar modelos alternativos que tengan en cuenta la complejidad espacial del embrión. En Cristalografía, una ley establece que, por encima de un nivel determinado de complejidad, no es posible la gemelación de cristales. Lo lógico es sospechar que la escisión gemelar se produzca en la primera división del zigoto. Sabemos que el embrión ya desde el principio tiene polos y planos, es asimétrico; que los primeros blastómeros no son equivalentes. Esa imagen nueva contrasta con la del embrión “amorfo”, homogéneo, hecho de elementos iguales entre sí y totipotenciales, que podrían separarse en grupos casuales, capaces en cualquier momento de establecer cada uno dos sistemas nuevos y completos de simetría corporal, dos conjuntos de ejes en las tres direcciones del espacio. Y sabemos también que, en el embrión, las decisiones moleculares se toman mucho antes de que se manifiesten sus efectos morfológicos.

En síntesis: el modelo dominante de la cronología gemelar es una mera hipótesis, nunca demostrada. Sobre una base biológica tan débil no parece justificado éticamente expropiar de dignidad a los seres humanos de menos de 14 días. Es un abuso inadmisible.

El argumento de las quimeras tetragaméticas

Este argumento a favor de la idea de preembrión es muy aparente. Viene a decir que, a lo largo de sus primeros 14 días, dos embriones dicigóticos pueden amalgamarse en un embrión único. Si la gemelación hacía de un embrión dos, la fusión quimérica hace de dos embriones uno. La circunstancia de que esos dos embriones tuvieran pares de cromosomas sexuales diferentes conduce a la formación de individuos hermafroditas o con ambigüedad genital.

El argumento insiste en la idea ya conocida: en las dos primeras semanas, la individualidad del embrión no está hecha, permanece en estado fluido. Pero, detrás de su apariencia espectacular, el argumento es muy débil.

La información que tenemos hoy sobre quimeras humanas es, además de escasa, muy complicada. A pesar de los refinamientos de la genética molecular, sigue siendo muy difícil distinguir entre ciertos tipos de quimeras genuinas y algunas formas de mosaicismo genético.

Quimeras y mosaicos se caracterizan por ser organismos en los que coexisten mezcladas poblaciones celulares de genotipos diferentes. En el papel, las definiciones de mosaicos y quimeras son precisas: En los mosaicos, las líneas celulares diferentes provienen de un solo cigoto, esto es, de un solo individuo: son descendencia de un único linaje celular, del que se originan poblaciones de genotipos diferentes a causa de errores genéticos o cromosómicos producidos después de la fecundación, tales como mutaciones génicas o trastornos mitóticos

Por contraste, una quimera genética es un organismo en el que coexisten poblaciones celulares procedentes de dos o más individuos. Hay una notable variedad de quimeras. Muchas de ellas son mínimas y se las llama microquimeras. El microquimerismo es muy frecuente. Se da en las mujeres que han tenido embarazos, pues es habitual que pasen células del feto a través de la placenta y colonicen los órganos de la madre. Se da en sujetos que han recibido transfusiones de sangre o trasplantes de tejidos u órganos. Se da en gemelos monocoriónicos, en cuyas placentas se cruzan las dos circulaciones.

Se llaman también quimeras, en sentido amplio e impropio, casos muy infrecuentes que resultan de errores de la fecundación: son las denominadas quimeras partenogenéticas, quimeras por fecundación simultánea del ovocito y del segundo corpúsculo polar, y quimeras androgenéticas. En ellas coexisten poblaciones celulares diversas, cada una con su cariotipo distintivo. Desde el punto de vista diagnóstico, puede ser muy difícil diferenciar estas quimeras, en sentido impropio, de las quimeras en sentido estricto, las quimeras por agregación de dos embriones.

Como cada uno de los embriones que se amalgaman es resultado de la fecundación de un ovocito por un espermatozoide, las quimeras genuinas derivan de cuatro gametos; por eso, se las llama quimeras tetragaméticas. Son extraordinariamente raras: aunque en los últimos cincuenta años se han publicado unos 30 casos presuntos, sólo cinco o seis han demostrado poseer los marcadores genéticos hoy exigidos para aceptar su origen tetragamético. Es éste un tema del que poseemos muy poca información factual.

Pero lo que nos interesa no es tanto saber si son pocas o muchas las quimeras tetragaméticas. La pregunta que importa es: ¿hasta cuándo se puede producir la fusión de dos embriones en uno? En otras palabras, la capacidad de amalgamarse, ¿dura un día, unos pocos días, todos los 14?

En ningún trabajo sobre quimeras tetragaméticas humanas, original o de revisión, he podido encontrar alusión alguna a su cronología, supuesta u observada. Nadie lo sabe. Afirmar que puede ocurrir a lo largo de 14 días es una afirmación gratuita. Como argumento a favor del preembrión, carece de fuerza, es prematuro. Habrá que esperar a que saber cómo y cuándo se originan las quimeras humanas tetragaméticas espontáneas.

El destino extraembrionario de las células del preembrión

Este argumento ejerció una influencia intensa, casi podría decirse que decisiva, en la mente de los no científicos, en especial de los políticos, para afianzar la idea de pre-embrión.

Afirma que, durante las dos primeras semanas, el organismo humano en desarrollo está constituido por dos poblaciones celulares: una, masivamente predominante, destinada a formar la parte fetal de la placenta y las membranas fetales (corion, amnios, alantoides); la otra, minúscula, el cuerpo del embrión. La realidad, nos dicen, es que en el preembrión apenas existen células que con propiedad puedan llamarse células embrionarias. Esa enorme desproporción entre los dos compartimentos celulares (el extraembrionario y el embrionario) en el organismo en desarrollo de menos de 14 días obliga a hablar de él como preembrión, pues no sería correcto llamar embrión a lo que no lo es. Las células presentes en los primeros 14 días están destinadas a formar estructuras que serán desechadas en el momento del parto.

Eso los vemos desde el inicio mismo del desarrollo: hay ya casi desde el principio dos poblaciones celulares: un pequeño embrioblasto y un dominante trofectodermo (TE). El primero originará la masa celular interna, de la que derivará el cuerpo del embrión y también algunos anejos embrionarios; el segundo, formará las células trofoblásticas de la placenta.

En sus Consideraciones Éticas de las Nuevas Tecnologías Reproductivas, el Comité de Ética de la Sociedad Americana de Fertilidad concluía: “Los eventos iniciales del desarrollo se dedican a establecer tejidos y funciones extraembrionarios, no tejidos y funciones embrionarios […] Por tanto, el cigoto, la mórula, el blastocisto joven no pueden ser considerados como etapas embrionarias, sino preembrionarias […] El término embrión se ha de reservar para el esbozo del futuro individuo, que sólo aparecerá al final de la segunda semana después de la fecundación”.

Formulado así, el argumento parece persuasivo, pues consta de dos elementos que entran por los ojos. Uno, la disparidad de las cifras de las dos poblaciones celulares. El otro, la disparidad de valor, llamémoslo antropológico, entre el cuerpo y las secundinas. En el fondo, los proponentes del argumento nos quieren decir que usar cigotos, mórulas o blastocistos en investigación equivale, en la práctica, a destruir material extraembrionario, desechable.

Y, de hecho, fue muy convincente. Lo usó con gran eficacia la embrióloga Anne McLaren en los días que precedieron a la votación de la ley de reproducción asistida humana en el Parlamento británico. McLaren hizo uso de su prestigio para convencer a los parlamentarios. Les dijo: “Al cabo de 14 días tenemos una masa relativamente grande de tejido derivada del huevo fecundado […]. Casi todo ese tejido –99% ó 99,9‰– es extra-embrionario. El embrión mismo se forma a partir de un pequeño número de células todavía no comprometidas cuando la llamada estría primitiva aparece y forma el eje del embrión”.

Viene la pregunta inevitable de la biología de la bioética: ¿Tiene el argumento base real, científicamente demostrada? Lo dicho por McLaren, ¿es una exposición científica o un devaneo retórico? De entrada, sorprende en un científico serio que pueda mover sus números un orden de magnitud, pasar de una célula de cada cien a una de cada mil es una laxitud poco compatible con la ciencia.

Un inciso no está aquí fuera de lugar: la promotora del argumento, Anne McLaren, había impulsado años atrás la “Numerología” del desarrollo. Así titulaba un artículo que había publicado en 1972. Hizo trabajar a sus discípulos en recuentos de las células del embrión. En 1976, en un simposio sobre Embriogénesis, presentó los resultados obtenidos en el embrión de ratón de la fecundación al nacimiento. La cosa es relativamente fácil durante los 4 ó 5 primeros días. Después no hay otro remedio que hacer estimaciones indirectas (en cortes histológicos seriados, o disecando los componentes y determinando su peso y volumen, o estudiando los índices mitóticos). Todo se vuelve muy complejo y difícil. Las cifras ofrecidas por McLaren indican que las células de destino embrionario representan, los días 4 y 7,5, respectivamente el 25 y el 13% de la población celular total. Nunca bajan de este nivel. A partir del día 7,5 no hay datos numéricos fiables.

Los datos relativos al embriones humanos que se han publicado nos dicen que el blastocisto humano tiene aproximadamente 60, 160 y por encima de 200 células, los días 5, 6 y 7 respectivamente, y que de ellas aproximadamente el 40 por ciento corresponden a la masa celular interna. No tenemos datos de lo que pasa después: obtenerlos obligaría a extraer embriones humanos que inician la implantación. Se sabe que el trofoblasto prolifera muy agresivamente al invadir el endometrio, pero la propia masa celular interna incrementa también muy rápidamente el número de sus células para constituir las dos láminas celulares (epiblasto e hipoblasto) y contribuir células al epitelio amniótico y al endodermo del saco vitelino. Sea de ello lo que fuere, estamos muy lejos del 1 por cien o del 1 por mil de McLaren.

Me referí antes a que el argumento de los recuentos celulares pretende establecer un distanciamiento antropológico entre el cuerpo del embrión, de un lado, y la placenta y las membranas fetales, de otro. Una especie de antagonismo entre uno y otras. Nada más lejos de la realidad: ambos tejidos se necesitan recíprocamente. La masa celular interna ayuda a mantener la capacidad de proliferación del trofectodermo, y el trofectodermo soporta el desarrollo continuado de la masa celular interna. Si se separan una de otro, podrán cultivarse células troncales embrionarias, pero no un embrión integrado. No existe frontera entre envolturas y embrión. Las células germinales se forman en la pared del saco vitelino y emigran al cuerpo del embrión: sin ellas no habría propagación de la especie. Las células de la sangre se originan en posición extraembrionaria y pasan después al embrión. Los vasos del embrión se inician en la alantoides, que pone en comunicación la circulación placentaria con la del embrión. La embriología más reciente está rehabilitando el papel básico de las estructuras extraembrionarias, devolviéndoles el rango y función de órganos embrionarios.

En conclusión: los datos ofrecidos por McLaren han de ser tomados como metáforas numéricas, no como representación cuantitativa de la realidad biológica.

Conclusión

Termino ya, con una conclusión y un deseo.

La conclusión es esta: sin una biología fuerte y crítica no puede haber una bioética sólida. La colaboración entre científicos de la biomedicina y bioéticos es esencial. Por haberla descuidado hemos sufrido mucho.

El deseo es que nos esforcemos por desmontar la teoría del preembrión. Es, a la vez, un error ético y un error científico. Con el tiempo, será olvidada. Pero antes hay que rectificarla. No olvidemos que gran parte del trabajo de la ciencia y de la ética consiste en rectificar errores.

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