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La cultura de la vida: un empeño afirmativo

Gonzalo Herranz, Departamento de Humanidades Biomédicas, Universidad de Navarra
Ponencia en la VII Asamblea de la Academia Pontificia para la Vida:
La cultura de la vida: fundamentos y dimensiones
Ciudad del Vaticano, 3 de marzo de 2001.

Índice

Introducción

El compromiso con la verdad

La celebración del Evangelio de la vida

Sobre la celebración del Evangelio de la vida en la docencia biomédica

Celebración y activismo a favor de la vida

Introducción

Cuando se analiza lo que la Encíclica Evangelium vitae dice sobre la cultura de la vida, se echa de ver que el Santo Padre se está refiriendo a una doble realidad.

De un lado, la cultura de la vida nos es mostrada por el Papa como algo que tiene su razón de ser en su enfrentamiento a la cultura de la muerte. Juan Pablo II quiere hacernos conscientes de esta dimensión, necesaria y relacional, hostil y reactiva: la cultura de la vida existe para oponerse a la cultura de la muerte. No nos oculta el Papa que estamos implicados en un “enorme y dramático choque entre el bien y el mal, la muerte y la vida, la «cultura de la muerte» y la «cultura de la vida»”1. Cuando se refiere a este conflicto, el Papa escribe de modo característico las expresiones «cultura de la muerte» y la «cultura de la vida» con comillas2.

De otro lado, la cultura de la vida aparece en la Encíclica como una realidad afirmativa y dinámica, autosuficiente y verdadera, que existe y se tiene en pie por sí misma, que no necesita ser entendida como reacción. El Papa suele referirse a ella con la denominación de nueva cultura de la vida, para señalarnos que es algo creativo y original, parte de una civilización de amor y de verdad3.

Es lógico que, a la primera dimensión, bélica y antagónica, la «cultura de la vida» se haya dedicado en el mundo entero un esfuerzo intenso y prioritario, tan rico en frutos como pobre en medios. Hay una inmensa literatura de la «cultura de la vida» contra la «cultura de la muerte», dispersa por folletos, boletines, revistas y libros publicados en papel, y una masiva cantidad de información depositada en la red4. Mucha de esa literatura, a pesar de su carácter polémico, abunda en buena doctrina y en comprensión para los equivocados, responde a las sombras con la luz, a la dureza con la ternura, al pesimismo con la apertura a la esperanza.

Pero no siempre, desde el bando de la cultura de la vida, las acciones y los pensamientos tienen ese sesgo afirmativo. La batalla a favor de la vida es muy dura y sin pausa, se hace contra un enemigo que dispone de medios y recursos enormes: es, como dice el Papa, una guerra de los fuertes contra los débiles5.

Dada tal desproporción de fuerzas entre uno y otro bando, no es de extrañar que, con el paso del tiempo, entre muchos luchadores por la vida se haya desarrollado un ethos peculiar. En las acciones y en los escritos de no pocos de ellos se aprecian acentos de dureza y resentimiento, de aspereza y amargura, fruto de la fatiga, de las heridas inevitables, de las aparentes derrotas, propias de toda guerra prolongada. Pierde intensidad el pensamiento de estar a favor de la vida y se desarrolla la mentalidad polarizada de que lo decisivo es aniquilar al enemigo. Se genera así una ideología más negadora que afirmativa, se pierden facultades para la amistad. A veces, los que luchan por la vida pueden adquirir una personalidad poco atrayente.

Así pues, sucede, paradójicamente, que lo que empezó siendo un movimiento a favor de la vida se ha ido transformando insensiblemente en un generador de acciones “anti-”: contra el aborto o la eutanasia, pero también contra personas singulares y, especialmente, contra las poderosas organizaciones que promueven la «cultura de la muerte». En el fragor del combate, no es fácil rechazar la tentación de emplear las mismas armas, violentas y lesivas, de que se sirve el enemigo. Se puede llegar incluso a olvidar que la cultura de la vida es intrínsecamente una tarea de caridad, un mensaje luminoso y amable, que se esfuerza por comprender a todos hasta el heroísmo, porque a todos quiere atraer, al tiempo que es intransigente con el error, al que desea refutar con racionalidad y paciencia.

Conviene, pues, recordar a todos los que pelean por la vida que la cultura de la vida está, no para debilitar o aniquilar a los cultores de la muerte, sino para salvarlos, para ofrecerles nuevos signos de esperanza. La cultura de la vida trabaja para que aumenten la justicia y la solidaridad, busca edificar una auténtica civilización en la verdad y el amor6. La cultura de la vida es un empeño esencialmente afirmativo.

Es fácilmente comprensible que, dada la violencia de esta guerra y la cercanía del frente de batalla, se haya dedicado menos atención a desentrañar los contenidos positivos de la nueva cultura de la vida que a la tarea, aparentemente más urgente, de combatir los errores y estrategias de la «cultura de la muerte». Y, sin embargo, a mi parecer, nada es más esencial que estudiar, como estamos haciendo en esta VII Asamblea de la Academia, las cuestiones y problemas que podrían llamarse aspectos afirmativos de la cultura de la vida.

Se trata de ponernos a buscar cosas tan interesantes como las siguientes:

- el tono psicológico, constructivo y atrayente, que la cultura de la vida ha de poner en sus ideas y acciones;

- los modos de definir y presentar la cultura de la vida como una novedad siempre fresca;

- definir y caracterizar su estilo intelectual y humano, unitario en su núcleo, pero adaptado a la múltiple variedad, que ha de ser no sólo respetada, sino fomentada, de mentalidades, situaciones y lugares;

- como procurar que los mensajes de la cultura de la vida vayan siempre impregnados de ciencia sólida y también de comprensión y alegría, de esperanza teologal.

- como explorar nuevos modos de expresar el entusiasmo humano y cristiano por la vida humana, sin caer en lirismos sonrosados o en narrativas maniqueas;

- hay que determinar hasta donde ha de llegar el buen celo en la defensa de la vida para no caer en el encarnizamiento o el acoso;

- como, respetando la libre iniciativa y la infinita variedad, se pueden señalar tiempos para perseguir determinados objetivos comunes, para crear un mínimo de coordinación en medio de la necesaria polifonía de la cultura de la vida;

- ver los modos de crear comunicación interna, para oírnos unos a otros sobre los mil modos de propagar el evangelio de la vida;

- en especial hay que anudar un compromiso firme y leal con lo verdadero de las ciencias biológicas y humanas, que nunca es legítimo negar o exagerar, torturar o manipular;

- hay que tratar en cada caso de mezclar armónicamente la racionalidad fuerte de los juicios morales objetivos con la práctica de la compasión;

- hay que aprender a conjugar la afirmación de la verdad moral con la acogida para los equivocados.

- es preciso, finalmente, desarrollar con audacia inteligente el triple encargo que el Papa nos da en la Encíclica de anunciar, celebrar y servir al Evangelio de la vida.

De todo ese amplísimo e incitante programa temático, me limitaré a ofrecer algunos barruntos sobre dos puntos: uno se refiere al compromiso insobornable con la verdad que han de tener todas las acciones que se encuadran en la cultura de la vida; el otro consiste en ofrecer algunas consideraciones sobre el menos atendido, y quizá el más difícil, de los proyectos de la nueva cultura de la vida humana que el Papa nos señala: el de celebrar el Evangelio de la vida.

Obviamente, mis conclusiones no son finales. El tema necesita de mucha reflexión. Lo ofrezco hoy a debate para que la Ponencia que haya de presentar a la VII Asamblea quede enriquecida con las observaciones, críticas y sugerencias de todos ustedes.

Pasemos, pues, al primer punto:

El compromiso con la verdad

Una búsqueda sistemática, en el texto de Evangelium vitae, de la palabra “verdad” y de los términos emparentados nos muestra de modo palmario que el Santo Padre coloca la verdad como un elemento esencial de la teoría y la práctica de la cultura de la vida. Nos habla del valor capital de la verdad en la difusión del Evangelio de la vida, pues sólo en un profundo compromiso con la verdad puede el hombre descubrir y difundir el respeto por la humanidad de todo ser humano. Nos dice el Papa, entre otras cosas, que la apertura sincera a la verdad es condición para que al hombre se le revele el valor sagrado de la vida humana7; que toda relación social auténtica debe fundamentarse sobre la verdad8; que ahora es más necesario que nunca mirar de frente a la verdad y llamar a las cosas por su nombre, sin ceder a la tentación del autoengaño9; que en la historia se han cometido crímenes en nombre de la verdad10; que la cultura nueva de la vida es fruto de la cultura de la verdad y del amor11; que el trabajo de los constructores de la cultura de la vida ha de expresar la verdad plena sobre el hombre y sobre la vida12; que en los medios de comunicación social debe ejercerse una escrupulosa fidelidad a la verdad13.

Y, por contraste, los mensajes de algunos de algunos de los que militan en el campo de la cultura de la vida parecen contaminados de diferentes formas de faltas a la verdad: no en el sentido de que sus autores usen deliberadamente de la mentira o el engaño, sino en el de que han sucumbido a la tentación de la eficiencia estratégica. Y, entonces, exageran la verdad y la deforman, con la pretensión de hacerla más dura y convincente. O la torturan para hacerle revelar aspectos que no están contenidos en ella; o la revelan en parte y, a la vez, en parte la ocultan, para eludir la inevitable complejidad que no pocas veces la realidad presenta.

En otras ocasiones, por la urgencia de la situación o por falta de veneración por la verdad, se difunden escritos inmaduros, fruto de la improvisación, creados en la irritación o en la ira, que dañan a la causa de la cultura de la vida y provocan el regocijo de los que la combaten. No sólo pueden faltar entonces a la verdad y a la caridad, sino también a la prudencia por no haber pedido consejo a quien pudiera darlo. Nunca, en la construcción de la cultura de la vida, se debería saltar el trámite de solicitar una crítica constructiva de quien puede ver el problema con más serenidad y mayor ciencia.

Las publicaciones escritas o las manifestaciones verbales de los seguidores de la cultura de la vida habrían de atenerse, en lo que les sea de aplicación, a las normas de calidad que rigen en el mundo de la comunicación científica y cultural. Esas normas que inicialmente se referían de modo casi exclusivo a cuestiones de estilo y etiqueta, han ido incorporando, con el paso de los años y con intensidad creciente, ciertos requisitos éticos14. Algunos de esos requisitos son importantes en nuestro contexto, pues traducen una actitud ética de honestidad intelectual y de integridad informativa, requisitos que inmunizan contra el riesgo siempre presente de hacer de la ética un uso contrario a ella. Nunca, en la construcción de la cultura de la vida, puede estar vigente el cinismo ético de que el buen fin justifica los medios. En la guerra a favor de la cultura de la vida no vale el principio perverso del “todo vale”.

La ética común de la publicación15 nos impone ciertos deberes, entre los que se pueden señalar los siguientes:

- el de adquirir y practicar una actitud recta acerca de la autoría intelectual, que nos obliga a no apropiarnos méritos ajenos, mediante el plagio o la imitación, sino a conceder, por justicia, el crédito de originalidad a los creadores de ideas nuevas;

- el de comprobar la veracidad y exactitud de los datos que usamos en nuestras argumentaciones, gracias a una evaluación diligente y a una selección crítica de fuentes de información fidedignas, y a indicar explícitamente tales fuentes;

- el de rechazar toda tentación de fabricar datos, falsificar testimonios, u omitir información significativa;

- el de expresar con racionalidad, mesura y prudencia las conclusiones de nuestros discursos, para no dar como real lo que sólo es deseable, para no señalar como cierto lo dudoso, para no dar por comprobado lo simplemente hipotético;

- a asumir personalmente la responsabilidad moral de cuanto comunicamos y difundimos en el contexto de la cultura de la vida, en la cual no hay cabida para el libelo anónimo;

- a pedir consejo a quien pueda darlo con competencia y generosidad. Del mismo modo que la revisión por árbitros ha supuesto un salto de calidad en la publicación científica, pedir consejo antes de publicar es, en el contexto de la cultura de la vida, la mejor garantía contra la precipitación y el subjetivismo. Pedir y dar consejo es un gran tesoro humano y cristiano, que salva del peligro, a veces demasiado próximo, de dejarse uno llevar de ideas violentas u obsesivas, especialmente cuando son erróneas o inoportunas.

Algunos de estos errores éticos en el campo de los promotores de la cultura de la vida han sido denunciados recientemente, con mucha firmeza y ejemplos tomados de la vida real, por Roberge16. Su artículo es digno de ser leído, pues no sólo fustiga las deficiencias científicas y éticas que se encuentran ocasionalmente en la bibliografía pro-vida, sino que señala algunos defectos que contribuyen a mantener en un estado rudimentario la obtención de datos científicos y la evaluación experta que tan necesarias son hoy para una acción vigorosa a favor de la cultura de la vida.17

Esta es una cultura de verdad y amor. Es decir, sólo en la honestidad intelectual, en la búsqueda de la verdad, en el esfuerzo por amar y perdonar, los movimientos a favor de la vida encontrarán su lugar intelectual y ético. Creo que ello incumbe de modo especial a los miembros de la Academia Pontificia para la Vida. Pienso que tenemos una obligación particular de ayudar a construir una cultura de la vida que esté sólidamente cimentada en la evaluación amorosa e inteligente, crítica y gozosa de la verdad de la vida humana.

Pasemos al segundo punto

La celebración del Evangelio de la vida

Es el de la celebración del Evangelio de la vida un tema considerable, importante, necesitado de estudio y desarrollo, porque es decisivo para encontrar el tono que han de tomar las otras dos direcciones, de anuncio y servicio, de la acción evangelizadora de la vida a la que el Papa nos invita. Considero, además, que en la comprensión profunda de lo que el Papa nos dice en los puntos 83 a 86 de Evangelium vitae se encuentra el remedio para muchos de los achaques que pueden afectar a los que luchan por la vida y que he descrito anteriormente.

Sin alegría, sin el gozo del Espíritu Santo en el alma, no es posible construir la nueva cultura de la vida, ni puede arraigar en nosotros la conciencia humilde y agradecida de ser el pueblo para la vida. Para promover el necesario y profundo cambio cultural al que el Papa nos empuja, hemos de presentarnos ante los hombres con gestos de alegría sosegada y humilde, con espíritu de celebración.

¿Qué nos dice el Papa en la Encíclica sobre la celebración del Evangelio de la vida?

El Papa recomienda –y ese es su ejemplo constante– que siempre que sea posible comencemos nuestras reflexiones y enseñanzas éticas con alguna referencia a la Escritura, que tratemos de darles un fundamento bíblico18. Fiel a su propia recomendación, el Papa da fundamento escriturístico a toda la Encíclica. Y elige para ello una atmósfera de celebración. Comienza la Carta  recordándonos que, en la aurora de la salvación, el nacimiento de un niño es proclamado como noticia gozosa: “Os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor” (Lc 2, 10-11). Nos indica así el Papa que la alegría, y en concreto la alegría mesiánica, constituye el fundamento y el colmo de gozo por cada niño que nace. La alegría está en la entraña de la nueva cultura de la vida19. El Papa nos presenta, más adelante, la escena exultante de la Visitación de María a Isabel como un estallido de gozo por la vida, en el que se celebra tanto la fecundidad y la espera ilusionada de una nueva vida, como el valor de la persona humana desde la concepción20.

Al comienzo del Capítulo IV de la Carta, el Papa nos dice que las tres dimensiones, de anunciar, celebrar y servir el Evangelio de la vida, son inseparables y que, dentro de la vida de la Iglesia, cada uno de los operarios del Evangelio ha de cumplirlas según su propio carisma y ministerio, juntando así unidad y diversidad, fidelidad y espontaneidad21. Concluye el Papa que “todos juntos sentimos el deber de [...] celebrar [el Evangelio de la vida] en la liturgia y en toda la existencia”: es decir, hay una celebración que tiene que ver con la liturgia, pero otra celebración se hace en el ancho mundo, en el campo sin orillas de la existencia entera22. Esta última es la que aquí nos interesa.

No es fácil resumir lo que el Papa nos dice en los puntos 83 a 86 de la Encíclica, en los que trata por extenso de la celebración del Evangelio de la vida. Pero merece la pena intentarlo.

Esa sección de la carta lleva como lema unas palabras del Salmo 139/138: “Te doy gracias por tantas maravillas: prodigio soy”. Esta jaculatoria de gratitud y asombro da tonalidad jubilosa y agradecida a lo que sigue. Con profunda intuición psicológica y pastoral, el Papa nos recuerda que somos enviados al mundo como “pueblo para la vida” y que el anuncio del Evangelio de la vida ha de ser celebración verdadera y genuina que con sus gestos, símbolos y ritos, se convierta en vehículo de la belleza y grandeza de este Evangelio. No son, pues, pequeñas las dimensiones de esta celebración, ni sus objetivos.

En un giro inesperado, el Papa nos dice que para que la celebración sea auténtica es necesario que cultivemos en nosotros, y fomentemos en los demás, una mirada contemplativa sobre el Evangelio de la vida. La nueva cultura de la vida nos exige profundizar en la fe, creer firmemente en que el Dios de la vida crea a cada hombre como un prodigio, un milagro. Necesitamos ver la vida humana en la profundidad de la contemplación para asombrarnos sin tregua de su gratuidad y su belleza, de la invitación a la libertad y responsabilidad que en ella está incluida. Esa penetrante mirada contemplativa, que es respetuosa, pero no posesiva, nos revelará en cada persona la imagen viviente del Creador, nos hará ver por transparencia la intangible dignidad de cada ser humano tantas veces ocultada debajo de la apariencia de la enfermedad, el sufrimiento, la vulnerabilidad, o la precariedad que antecede a la muerte. Esa mirada contemplativa encuentra sentido a toda vida humana, pues descubre en el rostro de todo hombre una llamada al mutuo respeto, al diálogo y a la solidaridad. La reflexión a fondo sobre el Evangelio de la vida ha de llenarnos el ánimo de religiosa admiración por cada ser humano, ha de hacernos capaces de venerarlo y respetarlo. El Papa regresa al punto de partida, al afirmar que es en virtud de esta visión contemplativa del hombre como el pueblo de la vida puede prorrumpir en himnos de alegría, alabanza y agradecimiento por el don inestimable de la vida, don que incluye misteriosamente la llamada de todo hombre a participar, en Cristo, de la vida de la gracia y de una comunión sin fin con Dios Creador y Padre23.

Sentado así el fundamento, Juan Pablo II nos invita a participar activamente en la celebración de la vida y a edificar la cultura de la vida en su dimensión festiva. Nos ofrece un conjunto de ideas, amables y fuertes, que, si fueran asimiladas a fondo, podrían dar a nuestro diálogo con los hombres una frescura siempre renovada y una capacidad inagotable de superar prejuicios.

La primera actividad en que ha de manifestarse la celebración del Evangelio de la vida es el gozo en el Amor creador de Dios, en la Vida divina, vivificadora por sí y creadora de la vida, de la que procede todo ser viviente y de la que viene a las almas ser inmortales. Creemos en un Dios personal, Creador y Dador de vida, al que no basta simplemente confesar como remoto Principio, Causa y Fundamento único de la vida. Es preciso también alabar, contemplar y celebrar a Dios como Vida que vivifica toda vida.

El Santo Padre va enumerando posibilidades y sugerencias aptas para celebrar la vida. Tomando palabras del Salmo 139/138, nos invita a alegrarnos a diario, en nuestra oración, con alabanzas a Dios nuestro Padre que nos ha tejido en el seno materno y nos ha visto y amado cuando éramos todavía informes. Nos invita a prorrumpir, con las palabras que sirven de lema a esta sección de la encíclica, en acciones de gracias a Dios por la maravilla que somos. Citando a su predecesor Pablo VI, el Papa nos presenta el contraste misterioso que forman vida y muerte como ocasión de alegría: “Esta vida mortal, a pesar de sus tribulaciones, de sus oscuros misterios, de sus sufrimientos, de su fatal caducidad, es un hecho bellísimo, un prodigio siempre original y conmovedor, un acontecimiento digno de ser cantado con júbilo y gloria”.

Insiste el santo Padre una vez y otra, pues ahí está el cimiento de la cultura de la vida, en asentar en nuestra conciencia la idea clara y profunda de la dignidad de todo ser humano, de todos los seres humanos. Y esa dignidad, tantas veces ocultada por la enfermedad y la ignorancia, ha de ser, sin embargo, siempre celebrada porque en ella nunca falta un chispazo de la gloria de Dios: “En cada niño que nace y en cada hombre que vive y muere reconocemos la imagen de la gloria de Dios, gloria que celebramos en cada hombre, signo del Dios vivo, icono de Jesucristo”24.

Estas ideas y otras más que se contienen en los puntos 83 a 86 de la Encíclica deberían ser lectura frecuente para los que laboran en la construcción de la nueva cultura de la vida. Más aún, deberían ser ofrecidas con esperanza a los que militan en las filas de la cultura de la muerte, a fin de pudieran comprender cual es el núcleo fuerte del amor a la vida humana.

Pero ha llegado el momento de preguntarnos qué es eso de celebrar el Evangelio de la vida y qué papel juega en la construcción de la nueva cultura.

Si hubiéramos absorbido plenamente en nuestra alma, en nuestra conciencia moral, esta actitud incondicionada de admiración y gozo, ante la dignidad casi divina del hombre, sería muy fecunda y animosa nuestra actividad en favor de la cultura de la vida que el Papa nos invita a edificar, cultura que lo abarca todo y que tiene mil aspectos diversos.

Yo puedo hablar, con algo de conocimiento, del papel que la celebración del Evangelio de la vida puede jugar en dos áreas: en la docencia de la Medicina (no me atrevo a hablar de otros estudios universitarios), y en las acciones sociales promovidas en favor de la vida.

Sobre la celebración del Evangelio de la vida en la docencia biomédica

Paradójicamente, no parece muy aguda esa mirada contemplativa de que habla el Papa entre muchos universitarios. Para empezar, ¡qué pobremente inspirados y escritos parecen la mayoría de los libros que estudian nuestros alumnos! Son libros fríamente descriptivos, escritos sin entusiasmo por la vida, con una objetividad envarada, unidimensional, aburridamente formalista. Habría que reescribir los tratados de Biología y Patología del hombre con una actitud nueva, una actitud que uniera al rigor de la observación científica y la evaluación crítica de hechos e hipótesis el rasgo definitivamente humano de la admiración.

Muchas veces bastaría introducir en libros y explicaciones pequeñas pausas para dar tiempo y lugar al asombro y a sus innumerables motivos. Todos seríamos mejores educadores si, en nuestras clases y en nuestros libros de texto, proporcionáramos a nuestros alumnos y lectores oportunidades para una sonrisa de agradecimiento por la belleza de la vida, y también para sondear nuestra ignorancia, para hacer algunos cálculos de lo mucho que nos queda por descubrir, de la inagotable esperanza de llegar a conocer ya admirar la riqueza de la realidad viviente.

Así podríamos proteger a los estudiantes y a los profesionales de las ciencias biomédicas de la tentación terrible del simplismo mecanicista, del riesgo la visión rutinaria de la vida, de la trivialización de lo asombroso, de la desertización de lo afectivo.

Es, pues, necesario echarle vida a la vida. Sólo así, podremos protegernos frente a la sutil narcotización del cientifismo. La obsesión mecanicista –no el análisis científico de los mecanismos y procesos biológicos y de su adaptación a las condiciones anormales inducidas por la enfermedad– tiende a grabar en la mente del estudiante y del investigador, que sólo lo mecanísticamente explicable tiene realidad, lo cual viene a significar, como hábito intelectual, que sólo es biológico lo muerto, pues el paradigma hoy vigente –el de la Biología y la Medicina moleculares– afirma que es científicamente válido sólo aquello que puede explicarse en términos de moléculas. De ese modo, la biología se convierte en una especie de tanatología25.

En tal contexto, la enseñanza de las ciencias biomédicas pierde aliento intelectual y se cierra a lo propiamente humano y a la consideración ética. Se cae en la barbarie de la insensibilidad, de la ceguera para lo humano. El embrión humano deviene un mero complejo celular en el que se expresan genes y moléculas moduladoras, conforme a una mecánica del desarrollo, que no difiere en absoluto con la que rige el desarrollo de otras especies más o menos próximas. Hablar, en un curso de Embriología médica, del embrión humano como de un ser humano que ha de ser respetado es tenido por una excentricidad. Admitir que en el embrión se expresa la naturaleza humana parece una traición a la ciencia. El mero recuerdo de que nuestra existencia personal comenzó con esa humilde, pero gloriosa, apariencia es rechazado como si fuera la mención de una ascendencia indigna.

La ausencia de referencia a lo humano viviente en la enseñanza de las ciencias biomédicas básicas deja desarmados a los estudiantes para el encuentro con los pacientes en el comienzo de los cursos clínicos: no se les ha familiarizado con las realidades humanas de la enfermedad y el sufrimiento. Es frecuente hoy que el estudiante experimente una reacción de extrañeza al entrar en el hospital. Podrían superarla los estudiantes de medicina si leyeran Evangelium vitae, no sólo porque es una soberana lección de ética médica, sino porque es también una profunda lección de humanidad médica. Hemos de decir a nuestros estudiantes, futuros médicos, que la vocación médica tiene que ver tanto o más con hombres vivos que con moléculas muertas, que han de aprender a reconocer y a apreciar a los enfermos en su singularidad personal y en su integridad humana, pues sólo así les será posible tratarlos de un modo verdaderamente profesional, que sea a la vez científico y humano.

Es preciso fomentar, cono señala el Papa, en todos, pero particularmente en los que van a ser médicos, la honradez del intelecto, la sinceridad de la mirada, el amor gozoso por la vida. Eso se alcanza con la mirada contemplativa de la que el Santo Padre nos habla. Hay una perspicacia humana que permite transparentar la realidad y abrirla al significado, que viene de profesar el asombro, humano y celebrativo, por la vida.

Me gusta citar algunos escritos de Lewis Thomas, un hombre cuya vida no estuvo iluminada por la luz de la fe, sino que discurrió en la penumbra de la nostalgia de Dios. Thomas, además de patólogo de mirada original y de escritor fascinante, fue un hombre enamorado de la vida, un testigo de las maravillas del vivir. Escribió sobre los seres vivos como muy pocos lo han hecho hasta ahora.

De un artículo titulado Sobre la Embriología tomo esta muestra, en la que Thomas nos relata lo que sucede en los días primeros de nuestra vida. Describe con tal garbo lo que ocurre en ese albor de la vida que la lección se convierte en una vivencia intensa, marcadora, inolvidable. “Tú partes de una sola célula que proviene de la fusión de un espermio y un oocito. La célula se divide en dos, después en cuatro, en ocho, y así sigue. Y, muy pronto, en un determinado momento, resulta que, de entre ellas, aparece una que va a ser la precursora del cerebro humano. La mera existencia de esa célula es la primera de las maravillas del mundo. Deberíamos pasarnos las horas del día comentando ese hecho. Tendríamos que pasarnos el santo día llamándonos unos a otros por teléfono, en inagotable asombro, y citarnos para charlar sólo de esa célula. Es algo increíble. Pero ahí esta ella, encaramándose a su sitio en cada uno de los miles de millones de embriones humanos de toda la historia, de todas las partes del mundo, como si fuera la cosa más fácil y ordinaria de la vida.

Si quieres vivir de sorpresa en sorpresa, ahí tienes la fuente de todas ellas. Una célula se diferencia para producir el masivo aparato de trillones de células, que se nos ha dado para pensar, imaginar, y también, para el caso, para quedarnos de una pieza ante tan formidable sorpresa. Toda la información necesaria para aprender a leer y a escribir, para tocar el piano, para discutir ante un Comité del Congreso, para atravesar la calle en medio del tráfico, o para realizar ese acto maravillosamente humano de estirar el brazo y reclinarse contra un árbol: todo eso se contiene en esa primera célula. En ella está toda la gramática, toda la sintaxis, toda la aritmética, toda la música [...]. Nadie tiene ni la más remota idea de como eso se hace, pero la verdad es que nada en este mundo parece más interesante. Si antes de morirme –concluía Lewis Thomas– alguien encontrara la explicación de ese fenómeno, yo haría una locura: alquilaría uno de esos aviones que pueden escribir señales en el cielo, más aún, una escuadrilla entera de esos aviones, y los mandaría por el cielo del mundo para que fueran escribiendo un signo de admiración tras otro, hasta que se me acabase el dinero”26.

La razón de haber transcrito este largo fragmento es el modo como expresa el asombro entusiasmado y el amor por la vida. Deberíamos esforzarnos por poner parejo entusiasmo, asombro y amor en nuestras lecciones y discusiones académicas sobre la vida humana, al argüir a favor de ella. Pienso que el respeto ético se incuba, no sólo en el fundamento metafísico, sino también en el asombro biológico, en la mirada contemplativa.

Pero la cultura de la vida no está hecha solo de inteligencia: exige también amor. En las Facultades de Medicina, ¿se enseña a los estudiantes de medicina a amar?

Para ser un promotor activo de la cultura de la vida no basta el conocimiento cordial e intenso. Hay que favorecer el crecimiento del carácter. La cultura de la vida requiere generosidad y servicio, vencer el egoísmo, tener capacidad de aventura. El Papa nos dice que hace falta una paciente y valiente obra educativa que apremie a todos y a cada uno a hacerse cargo del peso de los demás, que se necesita una continua promoción de vocaciones de servicio, particularmente entre los jóvenes. Ese esfuerzo educativo es imprescindible y urgente en el contexto social de hoy, tan frío y egoísta27.

En un análisis de la crisis de humanidad que está atravesando la práctica de la Medicina, un médico judío, el Prof. Shimon Glick, afirma que tal crisis es el resultado directo del empobrecimiento en valores morales y éticos que muchas sociedades democráticas occidentales han introducido en sus sistemas educativos. Basta calcular la calidad humana y moral que tendrán los jóvenes, hombres y mujeres, candidatos a la profesión médica que han sido criados y educados como niños o adolescentes en un ambiente acomodado y abiertamente permisivo, acostumbrados a obtener sin esfuerzo e inmediatamente lo que quieren y siempre que lo desean; a los que se les enseña que el objeto último de la vida es aspirar, con el costo moral más bajo posible, al bienestar y a la autosatisfacción. No es de esperar que esos niños se conviertan en adultos morales que se entreguen con energía generosa al ejercicio de la Medicina28.

En el estilo educativo de hoy falta casi por completo la educación para la generosidad, para la alegría de dar y darse. No se fomenta la estima por los valores morales. La educación en la virtud ha sido expulsada de muchas universidades, tras etiquetarla de mero moralismo, y se ha olvidado que lo mejor que  la universidad puede ofrecer no es tanto el aprovechamiento técnico, cuanto la formación del carácter de sus estudiantes.

Si se ha de hacer realidad el deseo del Santo Padre de que cada educador universitario sea un buscador del hombre29, es necesaria la conversión, la vuelta a las raíces cristianas, devolver a la universidad la alegría de vivir. En este aspecto, la celebración de la vida parece algo esencial.

Celebración y activismo a favor de la vida

Ya he señalado que una de las tentaciones más insidiosas que amenazan a los defensores de la vida es la de sucumbir a la tentación del desaliento. No faltan motivos si las cosas se ven de tejas abajo. Pero sería penoso que la buena sal perdiera su sabor, que los predicadores del Evangelio de la vida se volvieran amargos y vengativos, que pusieran en sus palabras y sus acciones más irritación que alegría, más rencor que esperanza, más antagonismo que caridad.

Se comprende que quien cada día entra en contacto con la agresividad ideológica de los neomaltusianos y de quienes controlan los centros neurálgicos de la inspiración política y del control profesional, o quien trata de comprender la extensión e intensidad de la masiva destrucción de vidas humanas que, con protección de la ley, se perpetra hoy en el mundo, tiene razones sobradas para sentirse muy afligido y triste: son muchos los pecados que se cometen, muchas las vidas que se cercenan, mucha la obstinación impenitente.

Pero no podemos olvidar que esos sentimientos son incompatibles con la nueva cultura de la vida. En toda circunstancia, el Evangelio de la vida es una buena nueva, llena de esperanza y de promesas, que ha de ser presentada con serenidad y amor. Y si fuera posible, con viveza en los ojos y una sonrisa en la cara, con corazón comprensivo y generoso, con paciencia, valentía y sencillez, y sin que nunca falte un toque de humor.

Vuelvo a recordar la primera página de la Encíclica. En ella se nos encarece que el Evangelio de la vida sea predicado con fidelidad y fortaleza, sin temor, pero con la alegría de una buena nueva a los hombres de todas las épocas y culturas, pues es una ley nueva de libertad, gozo y bendición. El Papa nos recuerda que los mandatos de Dios nunca están separados de su amor, que son siempre un regalo que se hace para alegría y crecimiento del hombre.

Es muy importante que demos con la clave tonal justa que han de tener nuestras palabras y nuestros trabajos en favor de la vida. En Veritatis splendor, muy al principio, el Papa habla del esfuerzo de hallar “expresiones siempre nuevas de amor y misericordia para dirigirse no sólo a los creyentes, sino a todos los hombres de buena voluntad” y recuerda que la Iglesia es experta en humanidad, una Madre y Maestra que se pone al servicio de cada hombre, de todos los hombres30.

El activismo en favor de la vida ha de estar informado de alegría. Se nos dice en Evangelium vitae que el Evangelio de la vida es para la Iglesia no sólo una proclamación alegre, sino en sí mismo fuente de gozo31. El Evangelio de la vida, lo mismo que la nueva cultura que le es anexa, no es una convicción política, o un modo de juzgar sobre demografía, o de evaluar las relaciones sociales. Lo que ha de impelernos a defender la vida es la gratitud que sentimos por la incomparable dignidad del hombre. Esa es la razón que nos ha de impulsar a hacer partícipes de nuestro mensaje a los demás hombres y mujeres.

Muchas veces, al leer publicaciones de movimientos pro-vida, echo de menos el espíritu afirmativo, alentador, alegre, celebrativo, que debe dar energía a las acciones pro-vida. Hay en esas publicaciones demasiada política de partido, excesivas referencias personales a los fautores del mal, sobrado localismo, exhibicionismo de virtudes musculares, toques de maniqueísmo. No son muy inspiradoras muchas de esas publicaciones. Les falta generosidad intelectual. Pero esa generosidad nos es necesaria. Y también un poco de visión universal. Y la alegría por las muchas maravillas que se obran cada día, en forma de conversión y arrepentimiento.

Una cosa está clara en el mensaje del Papa. Después de Evangelium vitae el activismo pro-vida no puede dejar de ser afirmativo y revelador de su riqueza evangélica. No puede caer ya nunca más en el juego triste de hacer la contra, de aceptar el reto de competir en el odio o en la altanería, como quieren sus enemigos.

Pienso que la celebración del Evangelio de la vida se ha de basar en dos apoyos fundamentales. El primero, muy fácil de expresar y, con la ayuda de Dios, de poner en práctica, consiste en una gozosa y fiel aceptación de las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia. El segundo ha de ser la firme convicción de que este es un trabajo para mucho tiempo, un punto fijo en la agenda de trabajo de todos nosotros. Nos corresponde cooperar vitaliciamente, cada uno con su propio carisma y vocación, en la divulgación, celebración y servicio de este evangelio. Hemos de ser trabajadores incansables en un trabajo absorbente y casi interminable.

Esto significa que, por el resto de nuestras vidas, habrá de dedicar cada uno una parte sustancial de su tiempo y esfuerzo a esta tarea tan dura como prometedora. No podemos consentir que el impacto de la Encíclica se amortigüe y se extinga en unos pocos meses.

Vayamos por el mundo sembrando con alegría esta doctrina tan humana y verdadera, dando gracias a Dios que nos permite sacar del odio amor, de la muerte vida. La cultura de la vida ha de construirse y de pensarse con la ayuda de la reflexión del teólogo, la abstracción del pensador y la investigación del sociólogo. Pero también con historias personales, con poesías y canciones que cuenten la hermosura de la vida real, de la firmeza del amor. Y que lo hagan con fuerza, no para dejar una impresión fugaz, una leve conmoción del espíritu, sino una herida que duela cada día. Hemos de cargar de comprensión el fuerte enfrentamiento entre pro-lifers y pro-choicers, no en el sentido de ceder en los principios innegociables del respeto sagrado a la vida humana, sino poniendo más oración por la conversión de los equivocados, más caridad para sentir hacia ellos un amor dolorido a causa de sus errores y pedir para que vuelvan a la casa del Padre.

No podemos olvidar que la celebración del Evangelio de la vida está ligada al oficio sacerdotal de los seguidores de Cristo, que ha de informarla de mucha misericordia e intercesión. Todos hemos de hacer, bajo el influjo de la gracia, un esfuerzo por comprender a los errados y atraerlos con un amor que supere los odios y las distancias. El Papa nos da ejemplo, cuando convoca a la conversión al Evangelio de la vida a las mujeres que han recurrido al aborto. La Iglesia –dice Juan Pablo II– sabe cuántos condicionamientos pueden haber influido en su decisión y no duda que en muchos casos se ha tratado de una decisión dolorosa, incluso dramática. Es verdad que lo sucedido fue y sigue siendo profundamente injusto. Sin embargo, no cabe ceder al desaliento ni abandonar la esperanza. Hay que comprender lúcidamente lo ocurrido e interpretarlo en su verdad. Pero cabe todavía la gran esperanza del arrepentimiento, del perdón del Padre de toda misericordia. Hemos de construir, de la mano del Papa, esa nueva sociología del perdón, de la verdad del arrepentimiento, uno de los actos humanos de dignidad más elevada, síntesis de la fragilidad del hombre con el amor misericordioso de Dios32.


[1] Evangelium vitae, n. 28

[2] Evangelium vitae, nn. 21, 28 (en dos ocasiones), 50, 87, 95, 100.

[3] Evangelium vitae, nn. 6, 82, 92, 95 (tres  veces), 97, 98 (cuatro veces), 100. En esta segunda acepción, por siete veces, la cultura es calificada de nueva; una vez es llamada auténtica, y otra más verdadera. En cuatro ocasiones, se habla simplemente de cultura de la vida.

[4] Ver, por ejemplo, la página de Internet de la Culture of Life Foundation, en la que pueden encontrarse conexiones a un elevado número de organizaciones que militan en el campo de la cultura de la vida.

[5] Evangelium vitae, n. 100.

[6] Evangelium vitae, n. 6.

[7] Evangelium vitae, n. 2.

[8] Evangelium vitae, n. 57.

[9] Evangelium vitae, n. 58

[10] Evangelium vitae, n. 70.

[11] Evangelium vitae, n. 77.

[12] Evangelium vitae, n. 95.

[13] Evangelium vitae, n. 98

[14] International Committee of Medical Journal Editors. Uniform Requirements for Manuscripts Submitted to Biomedical Journals. Annals of Internal Medicine 1997, 126(1):36-47.

[15] American Medical Association, Manual of style. A guide for authors and editors, Baltimore: Williams & Wilkins, 1998, Chapter 3, Ethical and legal considerations, pp 87-172.

[16] Roberge L.F., Scientific disinformation, abuse, and neglect within pro-life, Linacre Quarterly 1999, 66(1):56-64.

[17]  Connelly R. J., The process of forgiving: an inclusive model, Linacre Quarterly 1999, 66(3):35-44.

[18] Smith J.E., The Introduction to the Vatican Instruction, in The Pope John Center, Reproductive technologies, Marriage and the Church, Braintree, Mass: The Pope John Center, 1988:17.

[19] Evangelium vitae, 1.

[20] Evangelium vitae, 45.

[21] Evangelium vitae, 78.

[22] Evangelium vitae, 79.

[23] Evangelium vitae, 83.

[24] Evangelium vitae, 84.

[25] Holbrook D., Medical ethics and the potentialities of the living being, British Medical Journal 1985; 291:459-462.

[26] Thomas L., The medusa and the snail. More notes of a Biology watcher, New York: Bantam Books, 1980:129-131.

[27] Evangelium vitae, 88.

[28] Glick S., Humanistic medicine in a modern age, New England Journal of Medicine 1981;304:1036-1038.

[29] Juan Pablo II, Discurso para el Jubileo de los Docentes Universitarios. Sábado, 9 de septiembre de 2000.

[30] Veritatis splendor, 3.

[31] Evangelium vitae, 78.

[32] Evangelium vitae, 99.

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