La obligación deontológica del estudio. Estar al día y estarlo en la ortodoxia
Gonzalo Herranz, Departamento de Bioética, Universidad de Navarra.
Conferencia pronunciada en el Colegio Oficial de Médicos de Baleares.
Palma de Mallorca, 21 de marzo de 1991.
1. El ejercicio de la Medicina es un servicio basado en el conocimiento científico
2. El deber personal de estudiar y de estar al día
3. La educación continuada, deber institucional
1. La actitud general ante las Medicinas alternativas
2. La obligación de dar fundamento científico a las Medicinas no convencionales
3. La asociación de médicos con quienes no lo son
Quiero decir, lo primero de todo, que agradezco al Colegio de Médicos de Baleares y a su Presidente, mi querido colega y antiguo alumno, el Dr. Miguel Triola Fort, la invitación que me hizo a venir a hablarles. En una carta suya, del pasado diciembre, me invitaba a participar en unos actos que se preparaban para celebrar la inauguración de la biblioteca del Colegio, después de su remodelación. Y añadía que esperaba que pudiera tratar de algún tema relacionado con el nuevo Código de Ética y Deontología médica.
Me pareció un deber moral aceptar la invitación. Pienso que no podía desaprovechar una ocasión así, pues tanto en mi condición de Profesor universitario, como en la de médico seriamente preocupado por la Deontología profesional, la Biblioteca de un Colegio de Médicos me parece un lugar importantísimo. Y tratar de difundir el conocimiento del Código, una tarea urgente.
Para matar los dos pájaros de un tiro, le sugerí -y él aceptó, y se lo agradezco- tratar en mi conferencia del deber del médico de estudiar y de hacerlo en la ortodoxia.
Hay en el Código de Ética y Deontología Médica de la Organización Médica Colegial un Capítulo, el quinto, dedicado a tratar de la "Calidad de la Atención Médica". Son precisamente los últimos artículos de ese capítulo, los que llevan los números 23 y 24, los que quiero comentar esta tarde. El 23 nos habla de que el ejercicio de la Medicina tiene una base científica y deriva de esta afirmación el deber, del médico individual de estudiar y estar al día, y el compromiso de las organizaciones y autoridades médicas de favorecer y fomentar, entre los médicos, la puesta al día de los conocimientos. El artículo 24, en sus tres partes, trata de la obligación de ciencia de los médicos que aplican Medicinas no convencionales; establece que son faltas deontológicas las prácticas médicas carentes de base, o de garantía de calidad, científica; y condena toda asociación de médicos con quienes no lo son para la aplicación de esas prácticas marginales.
En la primera parte de mi intervención de esta tarde aquí voy a comentar esos artículos del Código. Dedicaré después unos momentos, breves, a glosar qué papel debe desempeñar la Biblioteca del Colegio en la vida de los colegiados.
Empecemos, pues, por comentar el artículo 23, cuyo texto dice así: "El ejercicio de la Medicina es un servicio basado en el conocimiento científico, cuyo mantenimiento y actualización es un deber deontológico individual del médico; y un compromiso ético de todas las organizaciones y autoridades que intervienen en la regulación de la profesión."
Son tres, me parece, los puntos principales de este artículo. El primero es la declaración inequívoca de que el ejercicio profesional del médico está ligado a la ciencia natural: "El ejercicio de la Medicina es un servicio basado en el conocimiento científico". El segundo, impone al médico la obligación personal de estudiar y de estar al día: "cuyo mantenimiento y actualización (el del conocimiento científico) es un deber deontológico individual del médico". El tercer punto señala que la educación continuada es también un deber de las instituciones médicas: "y un compromiso ético de todas las organizaciones y autoridades que intervienen en la regulación de la profesión".
1. El ejercicio de la Medicina es un servicio basado en el conocimiento científico
¿Por qué se nos recuerda, al hablar de la base científica de la práctica médica, que esa práctica es, ante todo, un servicio? Porque el médico dispone hoy de un poder increíble. La Medicina moderna, lo sabemos bien, puede manipular al hombre. Pero, en un contexto deontológico, el médico renuncia a ser un dominador de sus semejantes y se establece entre ellos no como dueño, sino como servidor.
Su empleo del tiempo, su vida familiar, sus diversiones o su descanso, han de ceder muchas veces ante las necesidades de sus enfermos, ante su obligación de cuidar de la salud de la comunidad, ante su deber de ciencia. El servicio del médico consiste fundamentalmente en estar disponible para acudir, armado de su ciencia, en ayuda de quien lo necesita. Puede, en ocasiones, este deber de servicio obligar a un altruismo generoso, incluso a arriesgar la propia vida para rescatar la del prójimo. Pero tal disposición de servicio jamás puede degenerar en servilismo, es decir, en una disposición de aceptación acrítica de las órdenes de otros, ya se trate de los titulares del poder político o del control administrativo, o de los pacientes que consideran al médico como un técnico cualificado que hace, por encargo, cierto tipo de arreglos.
La prevención contra el servilismo del médico, contra su degeneración servil-burocrática, exige una vacuna bivalente, una doble convicción: el reconocimiento, por un lado, de que paciente y médico poseen la misma e idéntica dignidad, y, por otro, de que el médico debe basar sus decisiones en los datos objetivos, inmanipulables, de la ciencia, aunque tantísimas veces tenga que decidir en la incertidumbre. El servicio del médico incluye necesariamente la ciencia y la conciencia: es un hombre libre que, con vocación humanitaria y competencia científica, sirve voluntariamente a sus semejantes.
De esto se deduce que no es buena Medicina la que practica el médico que sólo atiende a una sola de esas dos dimensiones. En efecto, hay médicos que dirigen sus decisiones a reparar el mero trastorno biológico de la enfermedad, pero se desentienden de las necesidades humanas que el enfermar provoca. Son víctimas del prejuicio cientifista: hacen caso exclusivamente a los datos sólidos del laboratorio y de la imaginería diagnóstica e ignoran el eco que los trastornos moleculares o celulares provocan en el vivir de los pacientes. Pierden así de vista aspectos muy importantes de su tarea. Curan, y a veces espectacularmente, a muchos de sus pacientes, pero a otros muchos los dejan insatisfechos o irritados.
Otros médicos, víctimas del prejuicio pastoralista, defraudan a sus pacientes cuando les prodigan un trato campechano, comprensivo y amistoso, al tiempo que les deniegan los beneficios del progreso. Es muy dañosa la falacia pastoralista, porque atrae a bastantes médicos, especialmente a los que ya no son capaces de mantener al día sus conocimientos o sus destrezas. No es buena Medicina, aunque lo diga la Organización Mundial de la Salud, cuando sostiene que conviene más saber de cómo preservar la salud que de cómo curar la enfermedad, que es mejor usar la palabra que los fármacos, que la Medicina ortodoxa tiene mucho que aprender de las Medicinas marginales, que el gasto médico puede contenerse dentro de límites relativamente modestos.
La Medicina, entendida como un servicio al hombre basado en la ciencia, es cara, pero es formidablemente eficaz.
2. El deber personal de estudiar y de estar al día
El estudio es un deber perenne del buen médico. Aparece ya en el Juramento de Hipócrates, que lo expresaba con estas palabras: "Haré cuanto sepa y pueda en beneficio de mis pacientes". El Código Internacional de Ética médica, por su parte, establece que "El médico debe a su paciente... todos los recursos de su ciencia".
Desde siempre se ha sostenido que el ejercicio del médico debe tener un adecuado nivel de calidad. Siempre se ha dicho que el médico debe a su paciente lo que manda la ley del arte, la ciencia del momento. El deber, legal y ético, de la lex artis, incluye, además de la corrección del trabajo, la prudencia y la diligencia, un elemento de conocimiento, de ciencia debida. Es el conocimiento actualizado, que todo médico, normalmente dotado de honradez y de capacidad intelectual, debe tener. No es ciencia voluminosa del superdotado o la puntiforme del investigador que está desbrozando la trocha del avance científico. Es la ciencia del médico que la gente de la calle escogería para que cuidara de ella, la ciencia del médico prudente, que no comete errores irreversibles, que diagnostica y trata a sus enfermos con competencia aceptable.
El médico ha de ser un estudiante de por vida, ha de estudiar constantemente. El acelerado progreso de la Medicina es causa de que la mejor formación se quede anticuada en el espacio de muy pocos años. Seguir de cerca el progreso exige mucha capacidad de trabajo y de iniciativa e ingenio para planear el estudio y la educación permanente, pues las absorbentes obligaciones clínicas, los deberes familiares y sociales y el necesario descanso compiten con fuerza para apropiarse de las horas que tendrían que haberse dedicado al estudio.
La insuficiencia crónica de estudio conduce al estancamiento intelectual y a la rutina. Convierte al médico en un practicón. La carencia de la imprescindible curiosidad intelectual y del impulso moral de hacer las cosas lo mejor posible son, sin duda, la causa principal de la práctica, empobrecida y ramplona, de no pocos médicos. El estudio es una grave obligación. Lo exigen así los enfermos, que tienen derecho a ser atendidos por médicos competentes. Siempre que un enfermo va al médico lo hace en la confianza de que le va a tratar del mejor modo que esté a su alcance. Si no fuera así, se apresuraría a ir a otro médico competente, pues espera recibir una ayuda basada en los conocimientos vigentes hoy, no en las nociones que valieron años atrás. Si un médico somete a su paciente a un tratamiento ya abandonado, o le diagnostica conforme a ideas caducadas, le está denegando un beneficio al que tiene derecho.
El Artículo deja al médico una amplia y saludable libertad para cumplir este deber. El médico debe descubrir el lugar, el tiempo y las circunstancias más favorables para este deber "individual". Pero cabe hacer aquí algunas consideraciones prácticas. Aunque sea bueno tener una curiosidad despierta y abierta a todo, es mejor éticamente dedicarse seriamente a lo que nos es más necesario. Es importante que cada médico ha de ser capaz de medir sus conocimientos o, mejor dicho, de someterse a una auditoría de sus deficiencias y determinar su ignorancia, para poder clasificarla. No podemos olvidar que hay ignorancias tolerables e incluso benéficas (la que se refiere a asuntos raros o exóticos, a cosas que no veremos prácticamente nunca, a tecnologías de las que nunca dispondremos). Y las hay que, por referirse a conocimientos moralmente obligados, no pueden ser disculpadas: un médico general, por ejemplo, debe ser un profundo conocedor de las entidades frecuentes en la población que atiende y debe saber mucho y ser muy competente en, por ejemplo, el diagnóstico y tratamiento de la hipertensión o de las enfermedades respiratorias crónicas, en la atención domiciliaria de los pacientes geriátricos, en el manejo juicioso de los antibióticos y los psicofármacos, en ciertas medidas preventivas de uso general. En pocas palabras: ha de ser experto en las diez o veinte entidades que se le presentan prácticamente cada día.
El médico tiene una obligación moral de disponer de una biblioteca personal que, aunque reducida en dimensiones, sea viva y funcional. Los libros de años atrás pueden ser conservados como un amable recuerdo del tiempo pasado, pero su valor es prevalentemente sentimental o decorativo, pues ya no cuentan como instrumentos de trabajo. Cada médico, cada año, ha que comprar algunos libros y mantener la suscripción de alguna revista de calidad. El núcleo de la biblioteca del médico está constituido por unos pocos libros, fundamentales, clásicos, informativos, de los que aparecen cada pocos años ediciones puestas al día. ¿Son suficientes, para mantener una dieta intelectual saludable, las revistas que, gratuitamente se nos envían, y que cada semana o cada mes nos trae el correo? El asunto no ha sido estudiado entre nosotros. En los Estados Unidos, donde esas revistas tienen un aspecto y una calidad aparente obviamente superior a las nuestras, un examen serio de sus contenidos, especialmente los relativos a aspectos terapéuticos, ha demostrado que las revisiones que publican están muy fuertemente influenciadas por quienes, a través de la publicidad, sostienen las revistas.
Pero no se trata sólo de leer y estudiar. Es necesario leer y estudiar críticamente. Sobre este punto, me parece que sería muy conveniente que en las Facultades se enseñara a los estudiantes a practicar la lectura crítica, para que aprendan a juzgar, ya desde muy temprano, los artículos de investigación, las revisiones y los libros, en los que basan su actuación profesional. Lo mismo deberían hacer los cursos de educación continuada y, lo veo con ilusión, los Colegios de Médicos con los profesionales en ejercicio. Si los Ministerios de Salud se dieran cuentan de las incalculables ventajas económicas y de nivel sanitario se podrían obtener de enseñar la lectura crítica de la bibliografía médica, cambiaría totalmente su actitud restrictiva, más aún, roñosa, con respecto a la educación continuada.
Un aspecto importante de la autoeducación continuada del médico y que no puede dejarse de lado es el perfeccionamiento de su formación humana. Por tal no hay que entender ni la cultura enciclopédica ni la erudición, sino del conocimiento del hombre, del hombre enfermo como persona, para aprender a mostrar hacia él, quienquiera que sea, una actitud cada vez más humana y humanitaria. Los propios enfermos son el mejor tratado de humanidad, donde se puede aprender cuáles son las grandezas y las debilidades de nuestra raza. Esa formación humana es el único camino que nos puede hacer madurar en el arte de descubrir las necesidades de los demás y de responder a ellas con respeto y solicitud. El médico debe conocer y respetar a sus pacientes como personas: esa es la esencia de su formación humana.
3. La educación continuada, deber institucional
El Código habla casi en exclusiva de deberes individuales del médico hacia el paciente individual. En raras ocasiones, trata de los deberes sociales del médico, de sus responsabilidades hacia la comunidad. Pero, curiosamente, en este artículo señala deberes que han de cumplir las organizaciones y las autoridades que intervienen en la regulación de la profesión. Es decir: al lado del estudio personal, debe haber recursos o estructuras educativas supraindividuales que son responsabilidad de la Organización Médica Colegial y de los Colegios, de las Facultades de Medicina, de los Hospitales y de sus servicios o departamentos, de las Sociedades médico-científicas, de los que gestionan el Sistema Nacional de Salud, a escala del Estado, de las Autonomías, de los Municipios. Son infinitamente variados los medios que se pueden ofrecer. Unos tienen que ver con los conocimientos: Congresos y cursos cortos de actualización; módulos de estudio, que van de libros y revistas con cuestionarios para autovaloración a horas de trabajo en una buena biblioteca puesta al día, de programas audiovisuales de educación continuada, al estudio dirigido; de sesiones bibliográficas dentro de cada servicio a sesiones clínicopatológicas de todo el hospital. Otros programas tratan de poner al día o ampliar las destrezas técnicas del médico que aprende nuevas intervenciones preventivas o terapéuticas. Pero, siempre, un gran motor de la educación continuada ser la relación de tú a tú entre los médicos. En fin, los temas y los medios para la educación continuada son variadísimos.
La O.M.C. se está haciendo consciente de su obligación de proporcionar oportunidades y materiales educativos a los Colegiados, a fin de cumplir uno de sus principales fines estatutarios: el de promover por todos los medios a su alcance la constante mejora del nivel científico de sus colegiados (Artículo 3,3 de los EGOMC).
Hay un punto, con respecto a la responsabilidad de de las autoridades que intervienen en la regulación de la profesión, que conviene resaltar. Dije, hace unos momentos, que si las autoridades sanitarias se dieran cuentan de los incalculables réditos, en salud y ahorro económico, que pueden derivarse de una inteligente política de la educación continuada de los médicos, cambiaría totalmente su tímida actitud actual. Convendría recordar a los que, entre nosotros, gestionan la salud que en la Declaración de Luxemburgo del Comité Permanente de los Médicos de la Comunidad Europea, se establece, como condición para garantizar la competencia profesional del médico contratado, que le sea posible "perfeccionarse técnicamente y poner al día sus conocimientos, durante el tiempo de trabajo remunerado". Deberían los directivos, por tanto, establecer las normas para que los médicos puedan obtener los necesarios permisos, fuera de las vacaciones reglamentarias, para proveer a su mejoramiento profesional. Sería ese un modo muy eficiente de incrementar el rendimiento del hospital o el ambulatorio. Educar a los médicos en estrategias diagnósticas, en farmacología clínica, en cirugía ambulatoria, por ejemplo, sería una política mucho más eficaz, en relación con la reducción del gasto médico, que hostigarlos con una política de racionamiento o de amenazas administrativas.
Para que sea eficaz la educación continuada del médico en ejercicio, conviene que no sólo busque cambiar determinadas conductas, sino que proporcione al médico los medios para evaluar críticamente el cambio inducido. Se realizan ahora esfuerzos para dar a esta noción, un tanto vaga e indefinida, una formalización precisa, cuantificable. Algunas asociaciones profesionales médicas están tratando de expresar de modo preciso qué entrenamiento mínimo es necesario para poseer suficiente competencia profesional, o de cuantificar los componentes esenciales de esa formación. No sólo se trata de decir que son necesarios tres o cinco años de residencia, sino cuántos pacientes y con qué diversidad han debido ser atendidos, o cuántas intervenciones ha debido realizar por sí mismo el candidato a tal diploma, etc. Pueden garantizar así al público que los médicos que reciben de tal asociación el correspondiente título, poseen los conocimientos, habilidades y actitudes esenciales para ofrecer cuidados de calidad acreditada.
Dejo para el diálogo que siga a la conferencia, la discusión de los inconvenientes y ventajas de la recertificación, de la renovación de la licencia para ejercer, que algunos comienzan a considerar como un medio, Dios quiera que siempre voluntario, nunca coercitivo, para dar seriedad y contenido a la educación continuada y para responder a la justa aspiración de la sociedad de ser atendida por médicos permanentemente competentes.
Es ya hora de pasar a comentar el artículo 24. Empecemos por el 24.1, cuyo texto dice así: "En tanto las llamadas Medicinas no convencionales no hayan conseguido darse una base científica aceptable, los médicos que las aplican están obligados a registrar objetivamente sus observaciones para hacer posible la evaluación de la eficacia de sus métodos."
1. La actitud general ante las Medicinas alternativas
Asistimos hoy en Medicina a un progreso científico sin precedentes, progreso que consiste tanto en conquistar nuevos conocimientos y procedimientos, como en desechar ideas falsas y remedios inoperantes o dañinos. Pero, al mismo tiempo, vemos como, paradójicamente, un número no despreciable de médicos se dedican a practicar ciertas variedades de Medicinas exóticas, y que una parte no pequeña del público muestra preferencia por formas renovadas de viejas supersticiones o por retornar a una Medicina naturalista primitiva. Una cosa está clara: la práctica de las Medicinas no ortodoxas plantea problemas muy complejos.
En primer lugar, el de los límites que separan esas Medicinas de la Medicina ortodoxa. Esos límites serán siempre relativos, porque la Medicina científica está abierta por esencia al progreso. Esto significa que siempre contendrá en su seno ideas patogenéticas o terapéuticas destinadas en un futuro más o menos próximo a ser desechadas y sustituidas por otras más válidas. Siempre ocurrirá que lo que en cada momento es aceptado como respetable y aun avanzado por la Medicina "oficial" será posteriormente objeto de rechazo, e incluso de irrisión, al igual que hoy lo son muchos procedimientos que gozaron de respetabilidad en el pasado. Pero no todo es relativo en este campo. Como hemos visto, hay una obligación moral de tratar según el arte médico del momento. Nunca será ético usar terapias irracionales, basadas en sistemas ilusorios o en falseamientos de la ciencia, o esotéricas, que se niegan a revelar sus "secretos".
En segundo lugar, muchos médicos ortodoxos de hoy no son capaces de ofrecer remedio a muchos pacientes que se presentan con "enfermedades indiferenciadas", con trastornos crónicos y fastidiosos, para los que o no descubren bases fisiopatológicas objetivas ni tratamientos eficaces y duraderos. Por desgracia, esos médicos no suelen demostrar mucho interés por esos pacientes tan difíciles ni les dedican el tiempo necesario para ayudarles a sobrellevar sus síntomas. Son precisamente muchos de esos pacientes los que recurren a los que practican las medicinas alternativas, ya sean médicos o curanderos, y, al parecer, encuentran en ellos el alivio y el consuelo que les negaron los médicos científicos. Es esta una situación que la Medicina ortodoxa ha de encajar con humildad.
En tercer lugar, sucede que los Ministerios de Salud no ven con malos ojos el auge de la Medicinas alternativas, pues derivan hacia los sistemas no ortodoxos a bastantes pacientes, con el consiguiente alivio económico. Por ello, son cada vez menos los Gobiernos que imponen en la práctica la prohibición legal del curanderismo. Crece, en consecuencia, el número de los países que toleran, ante la mirada complacida de la Organización Mundial de la Salud, la práctica de las formas alternativas de curar.
2. La obligación de dar fundamento científico a las Medicinas no convencionales
El artículo 21.1 establece sin dejar lugar a dudas que la práctica médica ha de basarse en la ciencia natural, que, como hemos visto, existe en un estado fluido, de avance y revisión constantes. De ello se deriva la obligación del médico de revisar críticamente su modo de actuar, para mantenerlo acorde con los criterios científicos del momento.
Algunos médicos han optado, sin embargo, por incorporar a su práctica ciertos sistemas de diagnóstico o tratamiento no validados científicamente. Con frecuencia, esos sistemas son simples añadidos, más o menos pasajeros, a una práctica por lo demás ortodoxa de la Medicina. Otras veces, el médico puede abandonar el sistema científico de la Medicina y dedicarse en exclusiva a practicar alguna de las variantes de la Medicina no científica.
El Código se muestra tolerante con los médicos heterodoxos, pero les impone una condición: no pueden abdicar de su obligación de evaluar críticamente los procedimientos que emplean. Se les exige, para ello, que anoten sus observaciones, con honestidad y verazmente. Porque sólo así, conservando y analizando críticamente las historias clínicas de los enfermos que han tratado, se hace posible determinar si esas prácticas no ortodoxas tienen alguna eficacia y en qué grado. La Medicina ortodoxa exige eso mismo de cada uno de los nuevos procedimientos diagnósticos y terapéuticos que quieren abrirse camino hacia la práctica oficial. Si un médico que sigue alguna forma de Medicina no ortodoxa descuidara esta obligación (artículos 15.1 y 15.4), le sería muy difícil demostrar que su comportamiento es el de un médico verdadero, pues no se diferenciaría apenas del modo de actuar de los curanderos y brujos.
Artículo 24.2. No son éticas las prácticas inspiradas en el charlatanismo, las carentes de base científica o las que prometen a los enfermos o a sus familiares curaciones imposibles; los procedimientos ilusorios o insuficientemente probados, la aplicación de tratamientos simulados o de intervenciones quirúrgicas ficticias o el ejercicio de la Medicina mediante consultas exclusivamente por carta, teléfono, radio o prensa.
Como vemos, este artículo es una lista de faltas deontológicas contra la calidad de la atención médica.
Condena, en primer lugar, las diferentes formas de charlatanismo, que tienen como rasgo común inducir en el paciente la convicción de que el médico charlatán es de algún modo superior a sus otros colegas, por lo que, de algún modo, los servicios que presta son más eficaces. Hay, obviamente, matices e la intensidad con que este mensaje de charlatán es trasmitido al público. Encontramos aquí, en primer lugar, el problema nada fácil de separar la información, que es una función altamente ética y que forma parte del deber de educar a la población, de la promoción publicitaria, de la que el charlatanismo es una forma extrema. No cabe duda de que, en muchas entrevistas con médicos difundidas por la prensa escrita o por radio o televisión, se incluye un componente de alabanzas autodirigidas o de adulaciones inmodestas manifestadas por el periodista, que caen plenamente en el campo del charlatanismo. El médico, cuando se asoma a los medios de opinión pública, debe poner un cuidado enérgico en evitar cualquier indicio de publicidad que pudiera atraerle clientes. Es una función específica de los Colegios, con la ayuda y consejo de sus Comisiones de Deontología, Derecho médico y Visado, vigilar constantemente el campo de la información y de la publicidad médicas. En principio, todo lo que se publica en este campo debería recibir el visado previo de la Junta Directiva.
Se condena la práctica de prometer curaciones imposibles. Aunque esta falta deontológica va siendo cada vez más infrecuente, en razón tanto de la educación sanitaria de la gente como del acceso de todos a un sistema sanitario que goza, a pesar de los pesares, de confianza general, su variante menor, la promesa de garantizar determinados resultados en el tratamiento de ciertas entidades menores, está en auge. Es lo que ocurre con las curas de adelgazamiento, las intervenciones de medicina o cirugía estética, con ciertas formas marginales de fisioterapia, o con los consejos psicológicos, por poner sólo unos ejemplos. La necesidad de atraer pacientes lleva a algunos médicos a incurrir en esa falsificación de la Medicina que consiste en prometer resultados en lugar de ofrecer servicios. Cuando el médico asegura a su paciente que su intervención obtendrá unos efectos determinados (comprometiéndose incluso a devolver el dinero si el tratamiento resultara insatisfactorio para el paciente), incurre en una adulteración radical de la Medicina.
Es obvia la indignidad ética de engañar la buena fe de los pacientes, ofreciéndoles remedios de eficacia o toxicidad desconocidas, sometiéndoles a operaciones quirúrgicas simuladas, aplicándoles procedimientos medio mágicos, ficticios o ilusorios. Es una desgracia que algunos médicos se vean tentados a practicar la Medicina como una picaresca y que derrochen su ingenio al margen de la ortodoxia y de la dignidad profesional. Siguen dándose todavía algunos casos, pocos por fortuna, de colegas que urden timos terapéuticos para engañar la buena fe de unos padres ansiosos de mejorar la deficiencia mental de su hijo, de una paciente con dolor crónico que los médicos ortodoxos no son capaces de aliviar, de tanta gente que busca un remedio contra la obesidad que no exija sacrificios en la mesa: hay poblaciones específicamente vulnerables que caen con facilidad en las redes de médicos intelectualmente perezosos pero muy astutos para aprovecharse del dinero y de las debilidades de la gente.
Se condena también la sustitución de la consulta ordinaria, personal y directa, con su interrogatorio y su exploración física, por consultas a distancia, mediante carta y teléfono, o de recomendar tratamientos con ocasión de los llamados consultorios de salud que transmiten algunas emisoras de radio o publican ciertos periódicos o revistas del corazón. No se incluye aquí lógicamente la llamada telefónica que el paciente hace al médico que le atiende, o la carta que le escribe, para consultarle acerca de alguna duda o para comunicarle algún incidente que considera de interés, sino la consulta que en su totalidad se hace por medio de cartas o de conversaciones telefónicas, y en las que no se da una relación inmediata, cara a cara, entre médico y paciente. Todos sabemos que, antes de estar especificada esta falta deontológica en el Código, existían sistemas de consultas exclusivamente por correo que reportaban pingües beneficios a ciertas asociaciones de médicos y farmacéuticos.
3. La asociación de médicos con quienes no lo son
Artículo 24.3. No es deontológico facilitar el uso del consultorio, o encubrir de alguna manera, a quien, sin poseer el título de médico, se dedica al ejercicio ilegal de la profesión.
Se condena aquí, al margen de lo prescrito por la legislación sobre el delito de intrusismo y de ejercicio ilegal de la profesión, la falta ética de encubrir o ser cómplice de quien no está habilitado para ejercer la Medicina.
Es lógico que el Código prohíba, con vistas al ejercicio profesional, la asociación o cooperación de los médicos con personas no médicas. Lo prohíben también los EGOMC, en los apartados d) y g) de su Artículo 44, cuando prohíben al médico "ponerse de acuerdo con cualquier otra persona o entidad para lograr fines utilitarios que sean ilícitos o atentatorios a la corrección profesional" y "prestarse a que su nombre figure como director facultativo o asesor de centros de curación..., que no se ajusten a las leyes vigentes y al Código deontológico". Es prácticamente inevitable que el médico que establece algún tipo de asociación con curanderos incurra en la falta de encubrir a quien, sin estar legalmente habilitado, aparece a los ojos del público ejerciendo la Medicina (Artículos 44, b de los EGOMC). Por su parte, el curandero que se asocia con un médico incurre de hecho en el delito de intrusismo, tipificado en el Artículo 321 del Código penal español, que establece que "El que ejerciere actos propios de una profesión sin poseer el correspondiente título oficial, o reconocido por disposición legal o convenio internacional, incurrirá en pena de prisión menor. Si el culpable se atribuyere públicamente la cualidad de profesional, se le impondrá además la pena de multa de 30000 a 300000 pesetas."
La asociación, con el propósito de atender a pacientes, entre médicos y curanderos, incluidos los que poseen diplomas sin valor legal, se presta a convertirse en un engaño al público, pues se induce en muchos el error de que la atención ofrecida por un grupo del que forma parte un médico colegiado tiene la garantía de la OMC. El Capítulo VIII del Código señala las directrices deontológicas de la imprescindible y positiva colaboración entre médicos y los titulados de las otras profesiones sanitarias. Pero se trata, específicamente, de las profesiones de salud legalmente reconocidas. Las que no lo son, carecen de la condición jurídica de profesión y, lo que es mucho más importante, de un sistema eficiente y reconocido de normas éticas y de disciplina deontológica. Ni siquiera disponen de sistemas para reconocer quienes están o no capacitados y para qué tipo de actuaciones.
Se va haciendo hora de terminar ya. Y quiero añadir sólo dos cosas. La primera, que hemos de tener nuestra casa limpia. La acción deontológica de los Colegios ha de ser enérgica: no sólo, de puertas afuera, hemos de cumplir el mandato social de ordenar, dentro de la ciencia y la ética, el ejercicio de la profesión médica (primer fin estatutario de la OMC). Estamos obligados también, de puertas adentro, a salvaguardar y a hacer cumplir los principios deontológicos y éticosociales de la Medicina (segundo fin estatutario) y a promover la constante mejora de los niveles científico y cultural de los colegiados (tercer motivo que justifica la existencia de los Colegios y de toda la OMC). Yo sé que este Colegio de Baleares trata de cumplir con prudente energía esos compromisos.
La segunda es esta: en un momento en que tantas cosas están cambiando tan profundamente en el ejercicio de la Medicina, en que atravesamos un tiempo de elevado riesgo ético, es un motivo de alegría que un Colegio remoce su biblioteca y la ofrezca a sus colegiados. Los médicos necesitamos los libros. Dijo Osler, cuando en 1901, pronunció, al inaugurar la Biblioteca Médica de Boston, un breve pero intenso discurso titulado Libros y Hombres, unas palabras que hago mías: "Es difícil para mí hablar del valor de las bibliotecas médicas en términos que no parezcan exagerados. Los libros han sido mi delicia en mis treinta años de médico, y de ellos he recibido beneficios incalculables. Estudiar los fenómenos de la enfermedad sin libros es como navegar por un mar sin mapas y sin guía, mientras que estudiar libros sin ver enfermos es como no salir a navegar. Para un médico general, una buena biblioteca, una biblioteca que tiene los buenos libros del momento, es uno de los pocos correctivos contra la senilidad prematura que tan frecuentemente le ataca. Centrado en su pequeño mundo y muchas veces autodidacta, el médico general suele llevar una vida solitaria, y a menos que su experiencia cotidiana sea corregida por la lectura cuidadosa de los buenos tratados y por la conversación con los colegas, pronto deja de tener valor y se convierte en un simple montón de hechos aislados, sin correlacionar entre sí. Asombra ver con cuán poco estudio un médico puede seguir practicando la medicina un año tras otro, pero no tiene nada de asombroso ver lo mal que lo hace cuando estudia tan poco".
Terminaba Osler diciendo: "Una biblioteca, después de todo, es un gran catalizador, que facilita la nutrición intelectual y que acelera el progreso de la profesión. Estoy seguro de que para esta Institución construir esta casa para sus libros y este taller de duro trabajo para sus miembros ha sido un gran sacrificio, pero es un sacrificio que sólo hacen los hombres buenos".
Querido Presidente Triola, queridos colegas. Cuidad la biblioteca. Gastad en ella el dinero juiciosa y generosamente. Haced una biblioteca a la que los médicos jóvenes en paro vengan a estudiar para completar y afinar los conocimientos que la Facultad no pudo darles o les dio demasiado superficialmente. A la que vengan los médicos en ejercicio, en visitas breves y apresuradas, en visitas de médico, a resolver una duda, a buscar un dato, o a examinar algún libro reciente. Que la biblioteca remozada sea un buen instrumento para muchos colegiados puedan cumplir su obligación deontológica de estudiar, de estar al día y de estarlo en la ortodoxia.
Muchas gracias.