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La píldora RU-486 y otros abortivos: ¿El control natal del futuro?

Gonzalo Herranz, Departamento de Bioética, Universidad de Navarra.
Ponencia en Primer Congreso Internacional por la Vida y la Familia.
Corporación Movimiento Anónimo por la Vida/Human Life International.
Pontificia Universidad Católica, Santiago, Chile.
Sábado, 20 de agosto de 1994, 10:30 h.

Índice

Introducción

1. Mirando al pasado

a. La progresiva irrelevancia de los conceptos

b. La mifepristona, puente molecular entre contracepción y aborto

2. La confusión deliberada de la terminología como instrumento de manipulación psicológica y moral

3. La banalización del aborto, consecuencia final del continuo contracepción-aborto

Introducción 

Hace unas semanas, en los últimos días de junio, el Gobierno socialista que gobierna en España anunció su propósito de enviar al Congreso de los Diputados una nueva ley del aborto que incluyera la posibilidad de abortar libremente la mujer dentro de las 12 primeras semanas de gestación. Es tradición, que ya practicaba muy astutamente el general Franco, utilizar el comienzo del verano, cuando medio país está disfrutando de sus vacaciones estivales, para aprobar medidas de gobierno poco populares o para presentar los proyectos legislativos más comprometedores. De todos modos, no es exagerado afirmar que durante unos días ni se habló ni se escribió en España de otra cosa: estalló una viva discusión pública del asunto.

A un programa de la Televisión de Madrid fuimos invitados representantes de las distintas actitudes sociopolíticas, jurídicas y profesionales para discutir la nueva ley. Entre los participantes se encontraba un ginecólogo, tristemente famoso por su actitud extremadamente radical en favor del aborto, que había sido condenado tiempo atrás por el Tribunal Supremo a ser encarcelado por practicar abortos ilegales, pero que fue indultado por el Gobierno socialista. En el curso del programa dijo este ginecólogo que el estaba abiertamente en contra del aborto, que ya no deseaba hacer más abortos: que el futuro había comenzado con el empleo de la RU-486, no como fármaco que provoca el aborto en las siete primeras semanas de la gestación, sino como contragestivo que ha de tomar la mujer sexualmente activa, en cuanto se da cuenta de que el periodo menstrual no se produce en el momento esperado. Argüía el ginecólogo que es infinitamente más limpio, más humano, más práctico, más económico y más confortable éticamente impedir la iniciación de un embarazo mediante la ingestión una dosis de RU-486, que recurrir tanto a un aborto quirúrgico o farmacológico, cosa siempre traumática y molesta, como a usar algún método contraceptivo, ya fuera la píldora contraceptiva oral, ya los contraceptivos de depósito, ya el DIU, los métodos de barrera o los métodos naturales.

Nuestro ginecólogo estaba haciendo eco una vez más al mensaje que desde unos años viene repitiendo el Dr. Emile Etienne Baulieu cuando propaga por el mundo el uso contraceptivo de la RU-486 como control de la natalidad del futuro.

Pero antes de considerar el futuro, merece la pena que echemos una mirada atrás, para ver examinar dos cuestiones: la primera se refiere a la caída hacia la "impurificación abortiva" que han experimentado los métodos contraceptivos a lo largo de la historia. Es decir, como se ha ido estableciendo, lenta pero inexorablemente, la continuidad bioquímica, psicológica, médica y moral de contracepción y aborto.

La segunda, será mostrar como ya hoy, ni la mayoría de los médicos generales, ni de los especialistas en ginecología, ni de los farmacólogos están interesados en considerar como científica ni éticamente relevante la distinción entre efectos contraceptivos en sentido estricto, es decir, anovulatorios, y efectos abortivos de los métodos de control de los nacimientos. Para llegar a esa indiferencia científica y ética ha sido necesario realizar con complicidad una manipulación del lenguaje a fin de narcotizar la conciencia moral y desdibujar la taxonomía biológica clásica que distinguía la concepción como un fenómeno cardinal de la fisiología reproductiva. La manipulación de las palabras y la redefinición de los términos ha permitido a algunos olvidarse de las diferencias éticas y biológicas que hay entre contracepción y aborto.

Estaremos entonces en condiciones de abordar nuestro tema central: comprender como se planifica para el futuro esa nueva síntesis de contracepción y aborto con la introducción de las antiprogesteronas, las píldoras capaces de actuar como contraceptivos y también de inducir el aborto. Y como se establece definitivamente, en los planos bioquímico, médico, psicológico y moral el continuo contracepción-aborto. El futuro, según Baulieu, es la era, no de la contracepción, sino de la contragestión.

1. Mirando al pasado 

En efecto, en el campo de la contracepción se ha ido produciendo una evolución histórica consistente, casi inexorable, que interesa conocer, porque no es sólo una historia de como han evolucionado las moléculas, las dosis, las vías de administración, los efectos indeseados o los ensayos clínicos, sino que es sobre todo la historia de como se ha ido imponiendo una ideología, de como se ha falsificado la ética, de como la eficiencia técnica y económica ha ahogado importantes valores morales.

Y la historia es esta: el primitivo diseño de controlar la fecundidad se operaba mediante agentes anovulatorios que, al impedir la ovulación, situaban los conflictos éticos en la fase preconcepcional. Es obvio que existe una grave responsabilidad moral, formulada de modo muy lúcido en la Humanae vitae, al cegar las fuentes de la vida y al hacer artificial y deliberadamente infértil el acto conyugal mediante los anovulatorios. Pero no estaba cargada esa acción con la culpa adicional de destruir un ser humano.

Pero aquella píldora anovulatoria de primera generación era un producto farmacológicamente "pesado". La dosis de hormonas, especialmente de estrógenos, necesaria para trastornar cada mes la maduración del folículo ovárico y evitar la ovulación era demasiado fuerte y provocaba a muchas mujeres efectos secundarios molestos. Se hizo necesario disminuir la dosis de hormonas contenidas en la píldora. Tal modificación trajo consigo varias consecuencias: el mecanismo de acción inicial, anovulatorio, fue sustituido por un complejo y nuevo mecanismo de acción, en el que se combinan el efecto anovulatorio ocasional, con modificaciones del moco cervical, que se vuelve muy denso, viscoso y difícil de atravesar por los espermios, con modificaciones de la motilidad de la trompa de Falopio, que dificultan el transporte del ovocito. Pero, sobre todo y en particular, se producen cambios en el endometrio, la cubierta interna del útero, que se vuelve refractario a la anidación del embrión, en el caso de que se hubiera producido la fecundación. Este último factor tiene una gran significación técnica, humana y moral, ya que determina que las nuevas píldoras, que actúan a través de mecanismos diferentes, posean un efecto potencialmente abortivo.

Es curioso que no es mucha la información que tenemos sobre este aspecto de la contracepción. No se suele investigar mucho sobre él. Parece que los laboratorios farmacéuticos que producen contraceptivos modernos no están muy interesados en determinar la intensidad del efecto abortivo: no es ciertamente asunto fácil de estudiar si queremos hacerlo con gran precisión. Pero, estoy convencido, la escasez de estudios no viene de la dificultad de su diseño experimental, sino del posible daño que a la buena reputación de la píldora de baja dosis de estrógenos podría causarle el esclarecer que actúan en el 30%, en el 15%, o en el 5% de los casos a través de una acción antinidatoria, abortiva precoz.

a. La progresiva irrelevancia de los conceptos 

La frontera entre regulación de la natalidad/control de los nacimientos y aborto ha sido objeto de un desdibujamiento progresivo, hasta el punto de que para muchos médicos y bioeticistas, y también para algunos teólogos morales, es una cuestión carente de interés: es asunto que se puede ignorar o considerar como irrelevante. Hace unos años eran frecuentes los artículos que todavía se interrogaban sobre la significación biológica y moral de que un determinado agente actuara en una fase preconcepcional, evitando la ovulación o impidiendo la fecundación, o si ejercía su acción después de la fecundación, lesionando directamente al embrión joven o impidiendo simplemente su anidación. Las revistas publicaban artículos con títulos como, por ejemplo, La píldora del día siguiente y el dispositivo intrauterino: ¿contraceptivos o abortifacientes?, o La Mifepristona, ¿agente contragestativo o abortifaciente médico? Ello es muy congruente con la vocación científica de la Medicina: no es suficiente conocer los efectos finales de las intervenciones biomédicas: es necesario determinar y estudiar en detalle los mecanismos por medio de los cuales actúan.

Pues bien, los artículos que estudian esos problemas constituyen una especie en riesgo de extinción. El hecho no parece deberse a que la materia carezca de interés científico. El desinterés por el problema viene de fuera: el esclarecimiento del mecanismo de acción puede crear un rechazo de esos procedimientos en ciertos ambientes religiosos o culturales. Para evitar tal rechazo, lo mejor es ignorar: tender un velo de silencio sobre lo ya conocido o volatilizar el problema, no interesándose por él ni científica ni éticamente.

Una historia puede aclarar este modo de proceder. En un artículo de revisión, publicado en una revista seria, titulado Una década de contracepción intrauterina: 1976 a 1986, Howard J. Tatum y Elizabeth B. Connell, de la Emory University School of Medicine, Atlanta, Georgia, relatan como los DIUs fueron absueltos de toda malignidad. Estas son sus palabras: Se han hecho, ya desde el momento en que los DIUs empezaron a usarse con propósitos de contracepción, acusaciones de que su acción se debe fundamentalmente a una acción abortiva. Este concepto ha sido difundido por ciertos grupos religiosos que han proscrito en consecuencia el DIU como medio moralmente aceptable para controlar la fertilidad.

Uno espera que los autores refuten esas acusaciones de un modo científico, aportando pruebas relevantes a la cuestión básica, esto es, de si los diferentes tipos de DIUs poseen un mecanismo de acción preconcepcional sobre los gametos mismos o si, por el contrario, destruyen al embrión joven en algún momento de su existencia, sea antes, en el curso, o después de su implantación en la pared uterina. Pero el desengaño es inmediato: la refutación de aquellas alegaciones se hace, no en el terreno firme de los hechos científicos, sino por medio de la redefinición táctica de los conceptos, mediante lo que puede llamarse con justicia un lavado de cerebro.

Nos engañan Tatum y Connell cuando nos dicen: Las definiciones precisas de los términos gestación y aborto y los datos científicos recientes nos ayudan a rechazar tales conceptos erróneos y esas informaciones engañosas que, en el pasado, han enturbiado todo el problema de los mecanismos por los que se ejerce el efecto contraceptivo de los DIUs.

No cabe duda que las nuevas definiciones vienen avaladas por corporaciones muy importantes, más interesadas quizás en revestir de aparente dignidad sus rutinas profesionales, que en esclarecer la realidad de los hechos. Con cínica sencillez, esas nuevas definiciones ignoran la parte moralmente significativa de la realidad, y todo se considera arreglado mediante la solemne aprobación de una nueva terminología trucada. Prosiguen Tatum y Connell: El Colegio Americano de Obstetricia y Ginecología (ACOG) publicó en 1972 su libro sobre Terminología Obstetro-Ginecológica. En este texto, se define la concepción como la implantación del blastocisto. Concepción no es pues sinónimo de fecundación. Se define la Gestación como el estado de la mujer después de la concepción y hasta la terminación de la gestación. La misma cuestión fue objeto de estudio en septiembre de 1985, en una reunión de la Federación Internacional de Ginecología y Obstetricia (FIGO) en Berlín Occidental. En tal ocasión, el Comité de Aspectos Médicos de la Reproducción Humana, presidido por M.F. Fathalla, M.D., de Egipto, fue encargado por la Junta de Gobierno de la FIGO, respondiendo a una petición de la Organización Mundial de la Salud (OMS), de establecer una definición precisa del término gestación. El Comité acordó la siguiente postura: La gestación empieza con la implantación del huevo fecundado. Siguiendo las definiciones citadas de concepción y gestación, un abortifaciente es aquello que actúa interrumpiendo la gestación, lo cual sólo ocurre después de la implantación.

Como vemos, el padre ha desaparecido del terreno de la transmisión de la vida humana: no existe ya como agente biológico y moral en la procreación de un nuevo ser humano. Observamos que algo fundamental se nos ha escamoteado: los decisivos primeros días de la existencia flotante pero increíblemente activa del embrión preimplantado. Pero conviene acompañar todavía a Tatum y Connell hasta el término de su argumentación: Desde el punto de vista científico, una publicación reciente de Segal el al. nos informa sobre los niveles séricos secuenciales de gonadotropina coriónica humana en portadoras de DIU. Señalan estos autores que 'Nuestro estudio demuestra que las usuarias de DIU no conservan su fertilidad natural y que los DIUs no ejercen su efecto antirreproductor como agentes abortifacientes'.

No nos dicen como se produce ese efecto. Y concluyen: Si se detecta una gestación confirmada en una portadora de DIU, hay que suponer que representa un caso aislado de fallo contraceptivo.

La causa está lista para sentencia. Los argumentos, plagados de peticiones de principio y hábilmente manipulados, permiten concluir a Tatum y Connell: Es de esperar que estas definiciones oficiales y los datos científicos nuevos proporcionen un fundamento realista y científico para entender con mayor lucidez el mecanismo de acción de los DIUs entre el público, los teólogos, los políticos y los trabajadores de la salud en general.

Nada se dice sobre lo que pasa al embrión entre la fecundación y la anidación, ni de su entidad biológica ni de su rango ético durante esos días tan importantes. Los expertos, las autoridades oficiales han decidido ignorar su existencia. Es inquietante la ingenua franqueza con que por decreto se reduce a la nada al embrión preimplantado. La ciencia oficial prescinde de él, lo desconoce: es un no-existente.

Pero lo igualmente grave es que la argumentación de Tatum y Connell, que representa de modo típico la posición de la 'ciencia oficial', consigue poner una única e idéntica etiqueta moral de inocencia a la contracepción anovulatoria, a la interceptiva y al aborto precoz, mediante un juego de palabras y de redefiniciones que permite ignorar la significación ontológica y moral del embrión preimplantado. Esta tergiversadora falsificación de conceptos es la piedra angular del control de los nacimientos del futuro.

Con el apoyo de la ciencia organizada, pasa a ser doctrina oficial que el decisivo tiempo biológico que transcurre entre la fecundación y la anidación carece de interés para la embriología clínica, para la fisiología o la farmacología de la reproducción, y, como era de esperar, también para la ética.

Proponer y difundir esta doctrina es a ojos vistas una actitud acientífica, manipulativa, pues no se basa en la observación de los hechos, sino en su supresión parcial, caprichosa y voluntarista. Al redefinir lo que es concepción y gestación, se crea una ventana de irresponsabilidad moral: la destrucción del embrión preimplantatorio no se puede llamar aborto, ni se pueden calificar de abortifacientes los agentes que los matan o que hacen imposible la anidación del embrión preimplantado. Pero la realidad está ahí clara e innegable: muchos agentes contraceptivos actúan a través de la destrucción de seres humanos en los días de su existencia flotante que van de la fecundación a la anidación.

Pero no ha sido necesario esperar al desarrollo de los contraceptivos de acción abortiva para comprender el continuo que forman contracepción y aborto. Hace ya más de veinte años, cuando las leyes de aborto estaban dando sus primeros pasos en los países avanzados, Emily Campbell escribía en el International Inventory of Information on Induced Abortion: Aborto y contracepción deben ser considerados conceptualmente como elementos complementarios, aplicados en un sistema total de planificación de nacimientos y de control de la fertilidad. Se describe a menudo el aborto como el modo de control de nacimientos usado con mayor frecuencia y posiblemente también como el procedimiento mediante el cual se ha impedido el mayor número de nacimientos. Y es cierto: el aborto provocado ha jugado un papel más prominente que la contracepción en la caída de la fertilidad que ha experimentado el mundo occidental desarrollado.

Esta profecía se volverá realidad si, en septiembre y en El Cairo, triunfa la tesis de incluir el aborto entre los medios ordinarios de control de la natalidad.

Así pues, desde el comienzo, contracepción y aborto se han tenido como mutuamente complementarios, han progresado hacia una simbiosis cada vez más plena, se han integrado en una unidad. La propuesta del Documento de trabajo para la Conferencia de El Cairo de dar al aborto el rango oficial de medio contraceptivo ordinario no es una monstruosidad de reciente acuñación: tiene antecedentes remotos.

Veamos con un ejemplo bien reciente como ya no existen barreras conceptuales entre contracepción y aborto. La campaña sobre sexo seguro ha constituido un tremendo y doloroso fracaso, en especial entre la gente joven. La frivolidad con que, al menos en mi país, las autoridades sanitarias administraron esa campaña y la ligereza con que los jóvenes a quienes iba dirigida la recibieron fueron por igual escalofriantes. En vez de fortalecer la voluntad y el coraje moral de los adolescentes y jóvenes, la campaña provocó un incremento de la promiscuidad y de las relaciones sexuales casuales. Prácticamente en ningún lugar se habló con suficiente claridad sobre la necesidad de cambiar de conducta. La campaña partía de la premisa de que el libertarismo sexual es la forma ordinaria de conducta humana, y que es inevitable que los jóvenes ejerciten irresponsablemente su sexualidad.

Pero las estadísticas empiezan a señalar que, a pesar de los esfuerzos de la campaña de difusión de los condones y de la actividad de los servicios contraceptivos, el incremento, en el grupo de edad juvenil, de la incidencia de enfermedades de transmisión sexual, entre ellas la infección por el VIH, es una realidad trágica. También ha aumentado de modo desconsolador el número de embarazos y de abortos en jóvenes de 15 a 19 años. Las autoridades sanitarias de algunas ciudades de los Estados Unidos, tras el fracaso del preservativo en la reducción de la alta tasa de gestación entre las escolares, decidieron promover la difusión, a través de los consultorios médicos de las escuelas, del Norplant. Se trata de una progestina de efecto prolongado, que, en forma de cápsulas, se implanta bajo la piel, y que, al liberar pequeñas cantidades del producto activo, ejerce un efecto contraceptivo. Éste suele durar alrededor de cinco años, a menos que se proceda a extraer las cápsulas implantadas. El Norplant interfiere con la fertilidad mediante varios efectos, entre los que se incluye el bloqueo de la implantación del huevo fecundado.

Por decirlo de un modo suave, el Norplant es un contraceptivo 'duro', no sólo por la larga duración de su efecto, sino porque éste incluye un componente antinidatorio, esto es, abortifaciente. El que las autoridades sanitarias hayan recurrido a él es, por un lado, prueba de que la campaña de difusión del preservativo ha fracasado. Pero, por otro, indica claramente que para esas autoridades carece de relevancia práctica la distinción ética entre los métodos que impiden la fecundación, como son el preservativo y los otros métodos de barrera, y los métodos que provocan el rechazo del embrión joven. Es doloroso que la conciencia de muchas autoridades sanitarias se haya endurecido hasta el punto de no distinguir entre unos procedimientos y otros. Y lo es también que consideren a los jóvenes refractarios a todo mensaje moral. Se limitan a ofrecerles, como tantas veces sucede en la sociedad pragmática en que vivimos, un producto químico como sucedáneo de la virtud, del esfuerzo moral.

Esa misma pulsión pragmática es la que ha presidido la evolución de la contracepción oral. Buscando la minimización de los efectos secundarios, se ha producido con el paso del tiempo una escalada de 'dureza' en el mecanismo de acción de los contraceptivos. De los anovulatorios iniciales y de los métodos de barrera, el centro de gravedad en la práctica presente y en la investigación para el futuro se ha se ha trasladado a los antinidatorios y abortivos precoces. En general, los modernos contraceptivos orales actúan a través de múltiples mecanismos de acción; pero ninguno de ellos está libre de un efecto antinidatorio: poco importante cuantitativamente, pero éticamente significativo, en los que combinan estrógenos y progestínicos; muy importante en otros, en especial en el caso de la 'minipíldora' y en los progestínicos de acción prolongada, que ejercen una acción predominantemente antinidatoria. Se ha ganado en efectividad farmacológica y en seguridad para la mujer a cambio de un elevado costo ético.

Nada revela mejor la estrecha relación entre contracepción y aborto como los estudios sobre las potencialidades contraceptivas y abortivas del compuesto RU 486, también llamado mifepristona.

b. La mifepristona, puente molecular entre contracepción y aborto 

Es curioso: la mifepristona es un agente farmacológico que, según el modo y el momento en que sea administrado, puede actuar unas veces como contraceptivo, otras como antinidatorio y otras, finalmente, como abortivo. Con las antiprogestinas, y en concreto con la mifepristona, se completa a nivel molecular el continuo contracepción-aborto.

Es, en primer lugar, el abortivo más intensamente estudiado. Cuando la mifepristona se administra sola no es muy eficaz, pues provoca el aborto solo entre el 64 y el 85 por ciento de las mujeres con embarazos de siete semanas o menos. Además, en el 10 al 30 por ciento de los casos, el aborto inducido es incompleto y debe terminarse con evacuación quirúrgica. Pero combinada con ciertas prostaglandinas, la mifepristona es capaz de inducir el aborto en el 92,7 al 99 por ciento de embarazos de siete semanas o menos. Estas elevadas tasas de eficacia abortiva se han alcanzado después de mucha investigación en busca del modo más eficaz de combinar mifepristona con prostaglandinas. Los efectos secundarios del tratamiento son, a veces, muy intensos, y debidos en su mayor parte a la prostaglandina. Los partidarios del aborto farmacológico observan con satisfacción que, poco a poco, van ganando terreno a sus rivales del aborto quirúrgico, y eso a pesar de los inconvenientes del procedimiento, pues a sus efectos colaterales hay que añadir el mínimo de cuatro visitas que, antes y después del aborto, la mujer ha de hacer necesariamente al médico. Según un trabajo publicado, el 88 por ciento de las mujeres que se habían sometido a un aborto farmacológico respondieron afirmativamente a la pregunta de si volverían a escoger ese método con preferencia al quirúrgico si tuvieran que someterse de nuevo a un aborto.

Pero la mifepristona puede ser usada también como contraceptivo. Y es curioso que, según el modo, la cantidad y el momento de administrar el producto, se pueden establecer pautas de contracepción notablemente diferentes entre sí.

Puede ejercer de varias maneras un efecto anovulatorio. Si se administra en una dosis única alta en la fase folicular avanzada, frena transitoriamente la maduración del folículo dominante y retrasar la ovulación. El uso de dosis bajas (de 10 a 25 mg) de RU 486 en los días de la fase folicular tardía, preovulatoria, parece provoca la supresión de la ovulación. También la ingestión continua durante 30 días de 2 mg diarios inhibe la ovulación y retrasa la menstruación. Si este último régimen se combina con la adición periódica de una progestina, se provoca la transformación secretora del endometrio y se consigue una hemorragia bien controlada, aunque no siempre se consigue bloquear la ovulación.

Es posible inducir un efecto antiimplantatorio. La mifepristona ejerce una acción más potente sobre el endometrio que sobre la hipófisis. La administración tanto de una dosis única de 200 mg al comienzo de la fase postovulatoria, como de 10 mg durante 5 u 8 días de esa misma fase del ciclo, provoca una desincronización endometrial, que haría muchas veces, pero no siempre, imposible la anidación del embrión.

También la mifepristona puede usarse como contraceptivo abortivo. Se pensó en usarla como 'regulador menstrual' o 'contraceptivo mensual de dosis única (píldora del mes siguiente)', administrándola cada mes durante la fase luteínica tardía, a fin de provocar la menstruación, haya o no haya tenido lugar la gestación. Pero los resultados muestran que este uso ha de descartarse, por mostrar una tasa de fallos del orden del 18 por ciento, similar a la de fracasos que se observan cuando la mifepristona se usa como abortivo en mujeres con embarazos de menos de siete semanas. Para actuar como una eficiente píldora contraceptivo-abortiva mensual, habría que asociar la RU 486 con una anti-hormona liberadora de la gonadotropina o una prostaglandina oral.

También se la ha ensayado como 'contraceptivo postcoital', dentro de las 72 horas de la relación sexual. Aquí ha demostrado mayor eficacia y mejor tolerancia que la combinación de etinil estradiol y norgestrel.

La mifepristona no ha resultado, de momento, el contraceptivo ideal. Pienso, sin embargo, que los datos señalados son suficientemente persuasivos: la mifepristona constituye un puente molecular entre contracepción y aborto.

Paso a tratar del segundo punto:

2. La confusión deliberada de la terminología como instrumento de manipulación psicológica y moral 

La aceptación en amplios sectores de la sociedad moderna del aborto como algo sociológica y éticamente normal fue hecha posible, en primer lugar, gracias a la amplia difusión que en esa misma sociedad había alcanzado la contracepción. Ésta introduce profundamente en la gente el convencimiento práctico de que los hijos se pueden programar de que, de hecho, se los puede tener en el número y momento deseados. El control de los nacimientos trae consigo la libertad reproductiva: los embarazos, los hijos, son clasificados en deseados y no deseados. Progresivamente, el aborto se va instaurando en la sociedad como el procedimiento final, sino único, de control de la fertilidad.

Pero esa aceptación no hubiera sido nunca tan rápida y tan extensa si no hubiera echado mano de la manipulación del lenguaje. La sustitución de la tradición de respeto a la vida -patrimonio de muchas culturas, en especial de la cristiana, y también de la ética hipocrática de la Medicina- por la nueva mentalidad utilitarista ha sido posible gracias a la ofuscación de las mentes gracias al juego prestímano con las palabras. Al lado de la adulteración taimada de las definiciones, de las que hemos visto hace un momento unos ejemplos, en la mutación de las actitudes morales ha jugado un papel decisivo la creación de neologismos acolchados, de apariencia suave, pero de núcleo duro y destructor. Gracias al nuevo lenguaje, las nuevas actitudes y conductas, que hasta entonces habían sido tenidas por comportamientos repugnantes o inmorales, empezaron a revestirse de una apariencia de dignidad, y han terminado por imponerse como normas de buena ética civil.

Hemos visto hace unos momentos como la redefinición de concepción y gestación por parte del ACOG y de la FIGO ha sido suficiente para desplazar a un limbo de penumbra o de oscuridad moral al embrión preimplantado. Pero conviene conocer con algún detalle el papel de la terminología trucada en la implantación social del aborto: su difusión mediante la tecnología publicitaria, el uso de fórmulas persuasivas, de sintagmas que dignifican el aborto, de expresiones que manchan a los que se oponen a él.

La perversidad del aborto queda psicológicamente camuflada o anulada cuando el hecho de destruir una vida humana se oculta bajo expresiones nuevas e inocentes, que son a la vez científicas, progresivas, técnicas y tolerantes, tales como 'microaspiración', 'extracción menstrual', 'interrupción voluntaria de la gestación' o simplemente 'interrupción', 'regulación menstrual', 'inducción de las reglas', 'intercepción', 'píldora mensual'. En el mundo artificial así creado, hablar, en relación con el aborto, de matar, asesinar, o destruir seres humanos, se considera ineducado y de positivo mal gusto, ya que esa terminología indica que no se han captado los valores de la autonomía individual, del derecho a escoger, de la hominización progresiva del feto, del rechazo de la superpoblación, del respeto ecologista por la naturaleza, de la responsabilidad social de contribuir a no degradar la superficie del planeta.

El activismo en favor del aborto ha dejado de ser una cruda militancia pro-abortion. Se ha sofisticado: hoy se prefiere hablar de defensa de las libertades civiles, proponer tolerantes actitudes pro-choice, argüir en favor de las justas reivindicaciones feministas. Recientemente, en los Estados Unidos, algunos manifestantes profirieron gritos, y portaron carteles, diciendo Abortion is beautiful! El eslogan no triunfó, pues, además de ser demasiado radical, resucitaba la palabra aborto. Lo ideal del activismo pro-aborto es mantener un exterior civilizado, y una militancia serena: la violencia quede para las acciones de rescate de los pro-vida. Es preferible más que gritar, arrullar a la sociedad con promesas de bienestar ecológico y de ejercicio de libertades individuales. Desde el punto de vista dialéctico, es preferible olvidarse de las palabras duras, tanto más cuanto que para englobar la contracepción abortiva y el aborto farmacológico se dispone de un neologismo muy científico y tranquilizador. El nuevo vocablo es contragestión.

Emile Etienne Baulieu, el padre de la píldora abortiva, de la mifepristona, ha acuñado específicamente el término contragestión para designar tácticamente todas las variantes de aborto inducido farmacológicamente. El nuevo término viene exigido, en primer lugar, por la conveniencia de que al tratar de la mifepristona no se haga referencia alguna al aborto. Explicaba Baulieu la razón: Mi propósito es eliminar la palabra aborto, porque esa palabra es tan traumática como el hecho mismo del aborto. Pero la principal razón del neologismo consiste en destacar el hecho de que la píldora abortiva no constituye, por el hecho mismo de ser abortiva, una novedad en el campo del control de los nacimientos. Afirma Baulieu que Muchos métodos de control de la fertilidad no son contraceptivos en el sentido común y aceptado del término. Eso sucede en el caso de los dispositivos intrauterinos, la contracepción hormonal a base de gestágenos y la contracepción postcoital. De hecho, la interrupción posterior a la fecundación, que tendría que ser considerada como abortiva, es algo que está a la orden del día. Además, todas las mujeres prácticamente han tenido o tendrán algún aborto (espontáneo), aunque no se den cuenta de ello muchas veces La idea de aborto incluye una connotación violenta y controvertida, como si, de modo colectivo, conscientemente o no, sólo nos preocupara si ha habido o no fecundación, y nos olvidáramos de la multitud de etapas que deben sucederse para que se desarrolle un ser humano. Considerado en su globalidad y continuidad el proceso de generar la vida y los mecanismos naturales de selección que determinan su desarrollo, emplear, cuando se trata del aborto, de términos tales como 'asesinato' o 'matar' sólo sirve para oscurecer los términos reales de un problema que sólo tiene que ver con la salud. Por esa razón, he propuesto el término 'contragestión', una contracción de 'contra-gestación', para que en él se incluya la mayoría de los métodos de control de la fertilidad. Es de esperar que este nuevo término sirva para evitar que el debate se salga de cauce.

Es patente en las palabras de Baulieu la intención de amoralizar, de situar en un terreno éticamente neutro, la transmisión de la vida humana y de reducirla a pura biología. Decir contragestión en vez de aborto desconecta tal acción de cualquier implicación moral, de cualquier relación con Dios. Queda sometido a las meras leyes civiles que regulan la práctica del aborto y a la política de la eficiencia técnica y del control demográfico. El cambio léxico quiere además dar a entender que la preocupación por la significación antropológica y moral de la fecundación, una simple etapa más de un continuo biológico, es algo obsesivo, infundado. Introducido el neologismo, se convierte automáticamente en perverso o, al menos, oscurecedor y de mal gusto, utilizar, al tratar del aborto, expresiones -asesinato, matar- dotadas de contenido moral. El término contragestión no es sólo atraumático: anestesia la conciencia moral, pues ya no despierta una asociación de ideas con el proceso de transmitir la vida y con el papel que en él juega la mujer, sino sólo con la administración general de los asuntos.

Hay además un efecto no esperado de la introducción del término contragestión: los promotores de la nueva palabra reclaman, no tanto una especie de patente para su uso exclusivo, sino el derecho a definir el nuevo orden moral que con la contragestión se inaugura. Toda objeción a la legitimidad de la palabra y de la moral que le subyace es violentamente rechazada.

Una brevísima polémica en las páginas del JAMA lo demuestra. En una carta al editor, Godefroid reprochó a Baulieu lo risible de su evaluación ética del aborto químico que hacía en su Lasker Lecture, indicándole que el cambio táctico de la terminología no cambia la sustancia moral de las acciones, y que es obviamente abusivo llamar control de la fertilidad a lo que, en realidad, es desalojar del útero a un ser humano. Baulieu, mostrando de modo muy típico un rasgo de su carácter que es injuriar y despreciar a quienes disienten de sus opiniones, recriminó sofísticamente a Godefroid haber usado 'un lenguaje diseñado, gracias a una manipulación semántica profundamente acientífica, para provocar un rechazo a priori de los hechos y las ideas implicados en la idea de contragestión'.

Todos sabemos cuan necesario es en el contexto científico utilizar una terminología precisa, inequívoca. El lenguaje de la ciencia es un instrumento de alta precisión, en el que las palabras han de designar las realidades con una objetividad descarnada. El buen científico sabe trazar una nítida separación entre los datos observados y comprobados y las hipótesis imaginadas o explicaciones plausibles, pero todavía no demostradas. No le es lícito al científico falsificar la realidad, ni negar su existencia o la de alguno de sus componentes.

3. La banalización del aborto, consecuencia final del continuo contracepción-aborto 

Es curioso ver cuan contradictoriamente ha sido recibida la mifepristona entre las feministas. Algunos grupos la consideran como el summum de la degradación de la mujer y de su esclavización sexual. Muchos otros la ven como el primer paso verdadero hacia la liberación sexual de la mujer.

De hecho, el dominio técnico de la reproducción ha sido incluido ya en las listas de los derechos de la mujer. Y no han faltado ni políticos ni médicos que se han apresurado a reconocer ese derecho, en busca quizá de los votos o del dinero de las mujeres. En noviembre de 1988, el entonces Ministro de Salud del Gobierno francés, Claude Evian, ordenó a la firma Roussel-Uclaf, el laboratorio farmacéutico que fabrica la mifepristona, reanudar la distribución del producto que había suspendido unos días antes ante la presión de los grupos pro-vida. Justificaba el ministro su orden en el interés de la salud pública, y para apoyar los derechos de las mujeres. Casi simultáneamente, más de 1000 ginecólogos asistentes a un Congreso en Rio de Janeiro, amenazaron con boicotear los medicamentos comercializados por Roussel-Uclaf si esta cedía a las demandas de los pro-vida, pues consideraban que la retirada de la RU 486 era 'un mazazo descargado sobre los derechos de la mujer'.

Sea o no un derecho de la mujer, el aborto precoz y deliberadamente inadvertido nunca se verá libre de traumas psicológicos y de conciencia. Sin duda alguna, es más intenso el impacto emocional causado por el aborto quirúrgico, con su necesario desplazamiento a una clínica, la anestesia y su condición de intervención invasiva. Pero el aborto 'casero' no está libre de tensiones y ansiedades. El aborto desmedicalizado deja a la mujer abandonada a sí misma y en la incómoda compañía del miedo, el dolor y el temor a la hemorragia. La píldora abortiva perfecta favorece la privacidad y el secreto de la mujer, pero la condena a la soledad.

Pero, ¿y si se generalizara el uso de una píldora antinidatoria-abortiva, segura y eficiente, que el farmacéutico despachara en su oficina sin necesidad de receta del médico? Entonces, se dice, la mujer se constituiría de hecho en dueña de su capacidad reproductiva. Una píldora así, ingerida mensualmente como 'inductor menstrual', le concedería la total autonomía reproductiva, a la vez que haría desaparecer los sentimientos de culpabilidad ligados al aborto. La mujer ya no tendría que preocuparse de si ha concebido o no. Le sería suficiente practicar una limpieza química de su útero con la periodicidad conveniente. Sería la fusión de la contracepción y el aborto en la nueva noción de contragestión.

Los efectos que esa hipotética aceptación y generalización del aborto farmacológico pudiera tener desde el punto de vista de la Ética médica son incalculables. Hace unos años, en 1985, describí así la amenaza de banalización del aborto farmacológico precoz: La significación de este tipo de aborto es sumamente importante: establecerá como un hecho socialmente admitido la noción de que el embrión humano es un simple producto de desecho. No sólo se cosifica al embrión, despojándole de su valor humano: se le reduce a la condición negativa de una excreta. Lo mismo que un laxante es capaz de exonerar de su contenido fecal al colon perezoso, la nueva píldora permitirá liberar al útero gestante del embrión que crece en él. Desconectado de la madre mediante un preciso mecanismo de competitividad molecular entre antihormonas y hormonas, y catapultado hacia la red de alcantarillado por la acción de los estimuladores específicos del miocito uterino, el embrión termina su existencia sin pena ni gloria. La transmisión de la vida humana, la suprema capacidad del hombre de concrear hombres, esa participación en el poder creador de Dios, quedará convertida así en una función del mismo rango fisiológico, psicológico y moral que la micción o la defecación.

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