Los silencios en torno a la FIVET
Gonzalo Herranz, Grupo de trabajo de Bioética. Facultad de Medicina. Universidad de Navarra.
Conferencia pronunciada en el I Corso Internazionale di Bioetica.
Bologna, 15-16/29-30 Aprile 1988.
I. Los silencios en torno a la práctica clínica de la FIVET
II. Los silencios en torno a la investigación clínica
III. La silenciosa lucha por la supremacía
IV. El silencio en torno a lo personal del hombre
V. El silencio en torno al embrión humano
Quiero, antes de nada, expresar mi agradecimiento al Centro Cultural E. Manfredini por la invitación a participar en este curso de Bioética. Mi gratitud es muy sincera y tiene al menos tres razones: La primera es que me ha permitido visitar Bolonia: un universitario debe hacer al menos una vez en su vida una peregrinación al Alma mater boloñesa; visitarla mientras celebra su noveno centenario es un regalo. La segunda es el honor que supone para mí participar al lado de eminentes colegas de otras Universidades europeas e italianas en el análisis de algunos problemas éticos de la Medicina y la Biología. La tercera razón es que los organizadores del Curso me han ofrecido un tema muy interesante para tratar aquí: los silencios en torno a la FIVET. Quizás tuvieran noticia de mi sordera y de mi particular habilidad para auscultar los silencios.
¿Por qué es interesante tratar de las cosas de que se habla poco o que se omiten en la discusión científica y ética en torno a la fecundación in vitro? La respuesta es obvia: el silencio es un marcador de problemas. Por esos, las cuestiones rodeadas de silencio necesitan, por lo común, ser sacadas a la discusión. La función crítica es para la Medicina como el latir del corazón para el cuerpo. Todos somos responsables de ella, pero incumbe de modo particular a los que nos interesamos por la Etica médica. Tenemos el deber romper ciertos silencios, de poner sobre el tapete asuntos impopulares y de decir, a veces, cosas que muchos no desean oír. No puede en Medicina silenciarse la voz a la conciencia moral, que sea sensible a la vez a los valores intrínsecos de la Ciencia biomédica y respetuosa del hombre herido por la enfermedad. Si no ejerciéramos esa función, la Medicina se empobrecería científica y humanamente.
Esa tarea crítica es muy exigente. Hay en la sociedad una actitud confiada hacia la Ciencia, justificada por su eficacia y su balance fabulosamente favorable de bienestar y conocimientos. Nos fiamos de ella porque sabemos que cuenta con mecanismos, lentos pero seguros, para detectar y rechazar las impurezas que puedan contaminarla: el fraude, los datos falseados, las construcciones fantasiosas. La gente, además, vive tranquila porque supone que todo lo que se hace en Ciencia es transparente, público y que los científicos están sólo interesados en la verdad científica. Se supone que en la empresa científica nadie tiene que callarse nada ni barrer cuidadosamente debajo de la alfombra migajas de realidad que no casan con las previsiones deseadas.
Hablar de silencios que rodean a la reproducción humana asistida es el objeto de mi intervención. La aventura científica de la fecundación in vitro abunda en contrastes: para adquirir una apariencia de respetable rectitud ha tenido que ocultar algunos de sus defectos tras silencios que suenan ya con mucha fuerza. No es fácil sistematizarlos. Por eso, he escogido los que creo más significativos. Unos están ligados a la febril actividad de los médicos: son los que rodean a la práctica clínica, los que acompañan a la investigación, los que son usados en la pelea por la supremacía profesional. Otros se refieren a cuestiones éticas o doctrinales: son el silencio en torno a lo personal del hombre en la reproducción o al silencio sobre la humanidad del embrión.
I. Los silencios en torno a la práctica clínica de la FIVET
Leon Kass se quejaba, ya en 1971, de que la mayoría de los artículos sobre fecundación in vitro publicados hasta entonces permanecían extrañamente mudos a ciertos aspectos éticos. No decían nada acerca de cómo se solicitaba la cooperación de las mujeres donantes de oocitos para investigación: de cómo se obtenía su consentimiento informado ni de lo que se les decía sobre el destino de sus oocitos. Curiosamente, este extraño silencio ha persistido en torno a la FIVET aún después de sus triunfos espectaculares. En 1980, cuando ya la FIVET había ganado el favor popular, Steptoe y Edwards relataron en su libro A Matter of Life la prehistoria de la FIVET. Su silencio en torno a las cuestiones planteadas por Kass sigue siendo completo: desvelan algunos datos fragmentarios sobre el número de embriones humanos producidos, pero esos datos son insuficientes para reconstruir la historia del desarrollo de la técnica. Steptoe y Edwards insisten en que obtenían la cooperación de las mujeres, persuadiéndolas de que su ayuda era necesaria para resolver el problema de la esterilidad, pero no han publicado nunca el protocolo que usaban para obtener el consentimiento informado de las mujeres ni el número de embriones consumidos en las investigaciones.
Ni siquiera ahora, la FIVET se ha liberado de este carácter reticente. La información que se ofrece a los usuarios potenciales de estas técnicas sigue guardando un obstinado silencio sobre los aspectos “duros” de la técnica. No es fácil obtener información sobre el particular: he pedido a algunas clínicas españolas que practican la FIVET el protocolo que usan para la obtención del consentimiento informado. No he recibido ninguna respuesta escrita. De mis conversaciones con algunos embriólogos clínicos de España, deduzco que lo habitual es considerar que el deseo de la pareja de inscribirse en la lista de espera para la práctica de la FIVET se tiene como prueba suficiente de consentimiento informado. Cierto que se da a los usuarios una descripción general de las técnicas aplicadas. Pero es una versión edulcorada, que no informa de las bajas tasas de éxito, ni de las posibles conflictos psicológicos que pueden surgir en el curso y tras el fracaso de la FIVET, ni sobre otras alternativas de tratamiento. Tampoco se hace referencia al juicio moral de la Iglesia sobre las técnicas de reproducción asistida, ni a la inevitable pérdida de embriones, ni al hecho de que una proporción variable de casos de esterilidad (entre el 5 y el 11%) tienen descendencia mientras esperan su turno para la FIVET.
Se oculta a los matrimonios estos aspectos de la realidad para ahorrarles traumas psíquicos o torturantes dilemas éticos. Se les expropia así de su derecho a dar un consentimiento auténticamente libre y consciente. Esto me parece paternalismo del malo. Siempre he sostenido que uno de los logros más positivos de la Etica médica contemporánea es la elevación del paciente a la condición de sujeto moral maduro. Pienso que el respeto a la autonomía moral del paciente hace la relación médico-enfermo más humana y más abierta a la responsabilidad moral, en particular, cuando el paciente tiene una vida moral más rica y sensible que el médico. Por eso, es de lamentar que en muchos centros de reproducción humana asistida se silencien algunas circunstancias de fundamental significación moral y que se prive a los pacientes de tomar responsablemente sus decisiones morales.
II. Los silencios en torno a la investigación clínica
La búsqueda de nuevos y más eficaces remedios para la enfermedad es uno de los valores más preciosos de la Medicina, en el que se dan cita la vocación científica y la sanadora del médico. Pero sabemos que ni el deseo de saber ni el deseo de curar son suficientes para garantizar una investigación clínica verdaderamente humana: es preciso que la investigación sobre el hombre enfermo se someta a ciertas reglas éticas, pues, de no hacerlo, el empeño científico y benefactor podría degenerar en pasión incontrolada.
Tal compromiso ético adquiere particular importancia en el área de la reproducción humana asistida. Quienes trabajan en este campo se consideran afortunados por disfrutar de la oportunidad envidiable de asistir al nacimiento y rápido desarrollo de una aventura científica que cambiará radicalmente el modo de vivir de la humanidad. La investigación para mejorar los rendimientos de las técnicas clínicas es además un campo muy atractivo, pues el que se ponga en cabeza no ganará sólo fama y reconocimiento social, sino también mucho dinero.
Lógicamente, la producción bibliográfica crece de modo acelerado. Es ya demasiado grande para abarcarla con holgura. Es tanto lo que se investiga y escribe que ya no son suficientes para contenerlo las revistas de Ginecología, Fertilidad o Andrología y han tenido que ver la luz revistas dedicadas específicamente a difundir artículos y revisiones sobre las técnicas de reproducción humana asistida.
Cuando se hace un examen atento y crítico desde el punto de vista de la calidad investigativa, se experimentan sensaciones encontradas. Son ciertamente muchos los artículos de planteamiento y ejecución correctos, incluso elegantes. Pero es preocupante ver que muchos otros carecen de elementos científica o éticamente significativos. Voy a limitarme a comentar dos: 1. La caída de la calidad científica determinada por la prisa en publicar y 2. El borramiento de la frontera ética que debe existir entre experimentar y tratar.
1. Los artículos a que me refiero parecen estar concebidos sin la debida reflexión y ejecutados con prisa excesiva; sus resultados son provisionales y sus discusiones aparecen repletas de sugerencias insuficientemente fundadas; el conjunto se presenta poco convincente. Suelen tratar de innovaciones técnicas que se declaran superiores a otras, pero sin que ello haya sido objeto de una comprobación controlada.
Al estudiarlos, nos encontramos con que el cuerpo del artículo no demuestra lo que su introducción promete ni lo que la discusión afirma. Suelen incluir una cláusula, de intención tranquilizante, que manifiesta la necesidad de que los prometedores resultados reseñados sean objeto de ulterior confirmación en un ensayo clínico rigurosamente controlado. Pero ocurre, muchas veces, que ni los autores del trabajo parecen tener interés o tiempo para ello, ni los demás científicos se dejan seducir por las promesas. De hecho, nadie se decide a emplear su tiempo y sus habilidades en determinar el verdadero valor del procedimiento recomendado.
Ello no impide que algunos de esos procedimientos queden incorporados a la práctica de algunos médicos. Y aquí radica el daño: aplicar intuiciones prometedoras como si fueran remedios comprobados trae graves consecuencias para la solidez científica de la Medicina.
Veámoslo con un ejemplo. Lo elijo porque en su realización han participado científicos de las Universidades de Bolonia y Melbourne.
Se trata de una investigación acerca de las ventajas de emplear líquido amniótico como medio en el que llevar a cabo la fecundación y cultivo de embriones humanos y como vehículo para su transferencia intrauterina. La idea que inspira este trabajo es sencilla y brillante: si el líquido amniótico es el medio en que se aloja el embrión durante casi todo el tiempo de su desarrollo intrauterino, el líquido amniótico parece un candidato con muchos méritos para ser el medio ideal para el embrión inicial in vitro. ¿Cómo se ha verificado o refutado esta idea tan interesante? En primer lugar, realizando una comprobación en el animal. El trabajo, excelentemente diseñado en este aspecto, demuestra la superioridad del líquido amniótico sobre un medio de cultivo estándard para el desarrollo del embrión joven de ratón. En contraste con la parte experimental, la sección clínica del trabajo es muy débil: la impaciencia por comunicar resultados provisionales ha impedido a los autores llegar a conclusiones firmes. Siguiendo la rutina antes aludida, el artículo sienta estas conclusiones: “Es posible que el líquido amniótico, sin necesidad de ningún suplemento, posea la composición correcta, tanto iónica como no iónica, y los factores de crecimiento necesarios para optimizar el desarrollo del embrión preimplantado. Se necesitan ensayos controlados en gran escala para determinarlo... nuestros resultados con líquido amniótico fueron mejores de lo que podía esperarse”.
Pero cuando se examinan las cosas de cerca, se ve que tales conclusiones son una extrapolación injustificada de lo mostrado en el artículo. La sección de resultados termina afirmando que el número de casos estudiados es insuficiente para hacer comparaciones estadísticas válidas. ¡Qué pena que la prisa por publicar arruine la calidad de tantos trabajos!
La publicación prematura es habitual en el campo de la reproducción humana asistida. La bibliografía se llena de trabajos inconclusos. Hay, por ejemplo, una larga lista de medios para embriones humanos: los hay sintéticos, de composición bien definida, pero que varían entre sí en cuanto a los ingredientes que contienen o a la adición de suero o plasma humano de diversa procedencia; hay medios carentes de proteína, diseñados para facilitar la transferencia del embrión a la cavidad uterina; otros imitan la composición del líquido tubárico, el microambiente que rodea naturalmente al embrión en las primeras horas de su desarrollo. Los medios son sometidos a diferentes procesos de esterilización o de inactivación por medio de calor, rayos gamma o luz ultravioleta. Hay casi tantos medios como grupos de investigadores. Faltan, y es una pena, estudios cooperativos y sistemáticos que se propongan determinar cuáles son los medios ideales para el cultivo de los embriones humanos jóvenes o que definan cuáles son las propiedades y aplicaciones específicas de cada uno de ellos. La confusión es grande: hoy nadie puede afirmar que un determinado medio sea superior a los demás. No lo sabemos y probablemente seguiremos ignorándolo mientras persista en este campo la dominante actitud refractaria a la cooperación.
Esto tiene unas implicaciones prácticas y éticas muy serias. No parece próximo el final de este período pionero y anárquico. Recientemente Alan DeCherney hacía una fuerte crítica de esta actitud poco abierta a la cooperación en un artículo editorial de Fertility & Sterility, que titulaba “Anything you can do I can do better... or differently!” Aunque el artículo comentaba ciertos aspectos, no de la FIVET, sino de la cirugía reparadora de la trompa de Falopio, refleja muy bien el ethos competitivo, apresurado, de innovar por innovar, de la Medicina de la reproducción.
Las implicaciones éticas de esta mentalidad, insisto, no son despreciables. No se trabaja con animales de laboratorio, sino con seres humanos embrionarios. ¿Se echará la cuenta algún día de los embriones que han perecido a consecuencia de la falta de coordinación de la investigación en la elección del medio ideal para la fase in vitro de la reproducción extracorpórea? Este es un espinoso problema ético sobre el que se extiende una conspiración de silencio. Apenas se oyen voces críticas en este campo. Pero estoy seguro de que, más temprano o más tarde, se producirá inevitablemente una maduración científica entre los investigadores.
2. El segundo punto de análisis se refiere al borramiento de la frontera entre experimentación y práctica ordinaria. En Medicina, estamos obligados a distinguir entre tratamiento en fase experimental y tratamiento aceptado. Es muy importante desde el punto de vista de la calidad de servicios, pero, sobre todo, como cuestión ética.
La Asociación Médica Mundial ha señalado en su Declaración de Helsinski unas directrices éticas inequívocas para guiar la investigación sobre seres humanos, directrices que son diferentes de las que regulan la aplicación de tratamientos ya admitidos en la lex artis, en los usos admitidos de la práctica ortodoxa de la Medicina. La frontera experimentación/práctica admitida separa dos territorios en los que la relación médico-enfermo presenta rasgos distintos: nadie, según la Declaración de Helsinski, puede ser incluido en un ensayo clínico sin que haya prestado previa y formalmente su consentimiento libre e informado a recibir el tratamiento en fase de ensayo. Por el contrario, el contrato de servicios que subyace a la ordinaria relación médico-enfermo autoriza al médico a usar y a aplicar lo que se tenga por recibido según el estado del arte del momento.
¿Cuáles son las consecuencias de derribar la frontera entre experimentación y práctica ordinaria? Son, al menos dos: una lesiona el respeto al paciente como persona. La otra erosiona el caráctar científico de la Medicina.
Si privo al paciente de esa información que le debo sobre algunos puntos significativos (que el procedimiento que se va a aplicar está en fase experimental, de cuáles son las ventajas y los riesgos potenciales del procedimiento en ensayo y sus méritos en relación con otros en uso, de su libertad para participar en el ensayo o retirarse de él, etc), tomo mis decisiones por él, sustituyo sus convicciones por las mías, le anulo como persona. La repugnancia del público ante el fenómeno del cobaya humano expresa el rechazo a esa expropiación de libertad: por bien intencionado que sea, el médico que abusa en esta situación corre, a los ojos de la gente, el riesgo de ser tenido por un Dr. Frankenstein.
Pero, además, la anulación de esa frontera erosiona el carácter científico y crítico de la Medicina. No es bueno que las innovaciones entren en la práctica ortodoxa por la puerta de atrás, que encontremos instalados en la ortodoxia médica y como remedios comprobados lo que sólo son promesas que no han superado con éxito un ensayo experimental seriamente diseñado. La tolerancia en esta frontera permite la migración clandestina al campo de la práctica médica de técnicas de buena apariencia pero de eficacia dudosa, con lo que al cabo de unos años nos encontraríamos en una situación regresiva, similar a la de los tiempos anteriores a la farmacología clínica moderna: volveremos a tener nuestros botiquines llenos de fármacos inútiles o nocivos y en nuestros hospitales volverá a practicarse medicina empírica. Dicho sencillamente: si yo hago una estimación inflada de un ensayo provisional y no conclusivo y la gente me hace caso, nadie estará dispuesto a prescindir de él cuando, a continuación, se planee un ensayo al azar para comprobar su eficacia real.
Sólo recientemente se ha roto el tolerante silencio ante tantos procedimientos introducidos de contrabando en la clínica. Son muy pocas las voces que dicen cosas como éstas: “Algunos modos de plantear los tratamientos nuevos son esencialmente anecdóticos o empíricos. Se olvidan de que se han observado gestaciones espontáneas en virtualmente todas las poblaciones de parejas infértiles. Son necesarios ensayos clínicos rigurosos para establecer el valor de cada tratamiento en cada situación clínica específica. Estos ensayos son, claro está, muy difíciles de llevar a cabo, porque los pacientes se resisten a participar si se les dice que pueden ser relegados a un grupo control durante un significativo período de tiempo. También se desaniman muchos investigadores a causa del elevado número de pacientes y la larga duración que requieren las investigaciones para demostrar inequívocamente tasas de gestación aumentadas” (Haney AF. What is efficacious infertility therapy. Fertil Steril 1987; 48:543-5).
No podemos olvidar que la investigación sobre reproducción humana asistida es quizá una de las más complejas y difíciles de diseñar. Pero esto no se dice: se guarda sobre este punto un silencio complaciente y los editores toleran la publicación de investigación de escasa calidad.
III. La silenciosa lucha por la supremacía
El Código de Deontología médica de España condensa en su Artículo 14º una doctrina deontológica común, cuando afirma que “La Medicina es una profesión noble y elevada. Su práctica en ningún caso y en manera alguna puede ser ejercida como un comercio”. Pero, en ciertos países o en ciertos ambientes, la reproducción humana asistida corre el riesgo de ser atraída hacia el campo de gravitación de los intereses económicos. Se afirma que es una de las parcelas más prometedoras del llamado “complejo industrial de la Medicina”. Las prospecciones practicadas hace unos años señalaban que una fracción muy importante de la humanidad, alrededor del 15% de los matrimonios en edad fértil, se verá en la necesidad de acudir a la reproducción asistida para vencer la esterilidad.
Ante un mercado potencial tan alto, es preciso demostrar un alto nivel de eficiencia para asegurarse el mayor número posible de clientes. En la pugna por asegurarse una clientela numerosa y permanente, que garantice la rentabilidad de las cuantiosas inversiones y elevados gastos de funcionamiento de las clínicas especializadas, han empezado a manifestarse modales poco éticos, entre los que se cuentan el inflamiento de los buenos resultados y el silencio acerca de los fracasos.
Se ha acusado a ciertos centros de reproducción asistida de deformar sus cifras de éxitos, mediante una habilidosa manipulación de la reserva mental. En reportajes publicados en la prensa popular o en cartas enviadas a médicos y a clientes potenciales se dice que hay muchas más gestaciones que las logradas en realidad. He aquí un ejemplo de esta información publicitaria: “Los doctores que trabajan en la Clínica XXX informan que una modificación relativamente sencilla de la técnica de la fecundación in vitro ha catapultado su tasa de gestaciones a alrededor del 40%, un 10% más alta que la de cualquier otra clínica de niños probeta de todo el mundo. Esta proporción es un 5% más alta que la tasa natural de gestaciones”.
Esto es silenciar la realidad. Pero esto no ocurre sólo en la prensa general. Algunos artículos publicados en revistas científicas aparecen también infectados por la tendencia a ofrecer los datos de tal manera que muestren su perfil favorable y oculten su lado desventajoso. Empiezan a levantarse, en medio de este otro silencio complaciente y algo cómplice, voces de protesta. Hace dos años, apareció en Fertility \& Sterility un artículo de Michael R. Soules titulado “La tasa de gestaciones de la Fertilización in vitro: seamos honrados entre nosotros”. Un grupo inglés ha pedido que se formalice el modo de presentar la información sobre los resultados de la FIVET, a fin de que el público conozca cuáles son los niveles de eficacia alcanzados por los distintos centros y pueda elegir aquel que más le convenga.
Hay, ciertamente, mucha gente honrada en los servicios de reproducción humana asistida. Pero abundan también los que están presionados por la necesidad de triunfar para sobrevivir o para colocarse en el grupo de cabeza y que no dudan en silenciar la realidad mediante el manejo habilidoso del lenguaje y así atraer clientes. Se sigue hablando de “tasas aproximada de éxitos”. Pero ¿qué se entiende por éxito: la obtención de un embarazo bioquímico, subclínico o clínico o el nacimiento de un niño? Otros afirman que “es todavía demasiado pronto para evaluar los resultados”, a pesar de haber estado practicando la FIVET durante más de dos años. Hay ciertamente mucha gente honrada en el servicio de la reproducción humana asistida, pero algunos silencian la realidad.
IV. El silencio en torno a lo personal del hombre
Hay mucha gente bienintencionada que no comprende el mensaje sobre la dignidad de la procreación contenido en la Instrucción vaticana Donum vitae. Una de las recomendaciones que les hago para que lleguen a comprender ese mensaje es que reflexionen sobre algunos aspectos silenciados de la FIVET: los aspectos pricológicos y antropológicos de la reproducción humana asistida.
Hasta ahora ha estado sonando el rumor de la euforia, los aplausos por el triunfo tecnológico y sentimental de los niños probeta. Apenas nadie -unos pocos entre moralistas, psiquiatras y grupos feministas- ha prestado atención a los problemas psicológicos que afectan a las mujeres que han visto truncarse sus ilusiones cuando en ellas fracasó la tecnología reproductiva.
Que este fracaso produzca gran sufrimiento moral es lógico: la reproducción de laboratorio ha nacido y se ha desarrollado bajo nociones biotecnológicas y apenas ha prestado atención a la naturaleza somatopsíquica y espiritual del hombre.
La sordera hacia los valores humanos se manifiesta muy claramente en el silencio que hasta ahora ha rodeado ciertos aspectos que subyacen a la conducta del fecundador in vitro. Este trabaja ordinariamente sin querer enterarse de que está jugando a Dios, que ha asumido el papel de Destino. Decide quién nace y quién no, o quién nace ahora y quién más tarde; determina quiénes son dignos de tener un hijo y también a quiénes, por razones económicas, genéticas, socioculturales, o simplemente aleatorias, tal oportunidad les es rehusada. El fecundador in vitro establece cuáles son los criterios de selección para proporcionar ayuda tecnológica: un determinado nivel de salud mental o de estabilidad económica, el orden de inscripción en la lista de espera, el estado matrimonial, la intensidad del deseo de tener un hijo o la edad más apropiada. Trabaja de ordinario olvidado de que ha asumido para ciertos hombres el papel de Destino. Decide que la vida de un niño cuyos padres no tienen mucho dinero es menos valiosa y plena que la de otro niño cuyos padres viven desahogadamente, y concede ésta y niega aquélla. Si piensa que quien nace de unos padres algo desequilibrados no podrá tener una biografía significativa, se negará a engendrarlo, en beneficio de quienes se adaptan a su propia noción de normalidad.
Es ésta una responsabilidad enorme, pero casi instantánea. Una vez creada la criatura, el fecundador artificial rehúsa toda responsabilidad sobre ella. Desde un punto de vista antropológico, el médico juega un papel mucho más activo que los padres en el proceso de generar ciertas vidas humanas. A fin de cuentas, los padres funcionan como simples, e incluso lejanos, proveedores de gametos: el fecundador in vitro es el concreador inmediato, el artífice de la nueva vida. ¿Cuál es su responsabilidad antropológica? Hasta ahora no ha habido más que una lectura técnica del papel del médico. Quizá nunca lleguen a ser muchos las demandas legales por “vida errónea” contra los fecundadores de laboratorio, porque las evitan en virtud de la eliminación selectiva de los niños probeta deficientes mediante el aborto eugenésico. Pero en cuanto haya jurisprudencia sobre el particular, comenzará a dibujarse cuál es la responsabilidad del médico en la producción artificial de vidas humanas. Entonces habrá que romper el silencio sobre el papel del médico en la creación artificial de seres humanos y habrá que determinar cuál es la responsabilidad ética del hombre que se erige en Destino para otros hombres.
V. El silencio en torno al embrión humano
Si se hiciera hoy una encuesta entre expertos en Embriología clínica sobre la naturaleza ontológica y ética del embrión humano, es decir, qué cosa es o quién es, y cuáles son las exigencias morales que reclama de nosotros, la mayoría de los expertos contestaría con el silencio de un “No sabe, no contesta”.
Esta ignorancia específica es un fenómeno reciente. Porque hasta el advenimiento de la FIVET, cualquier libro de Embriología humana empezaba más o menos de este modo: “El desarrollo de un individuo humano comienza con la fecundación, fenómeno en virtud del cual dos células muy especializadas, el espermatozoo del varón y el oocito de la mujer, se unen y dan origen a un nuevo organismo, el cigoto”. Pero hoy ya no es así. Parece como si la observación visual directa del fenómeno siempre sorprendente de la fecundación, produjera efectos opuestos entre los científicos. A unos les provoca una duradera sonrisa de asombro, al contemplar la sencillez indescriptible y misteriosa con que un nuevo hombre es engendrado. A otros les causa una especie de incrédulo desengaño, como si no aceptaran para el hombre una génesis tan humilde. Estos últimos, entre los que se cuentan los fecundadores in vitro, llegan a afirmar que el zigoto es algo irrelevante, un producto molecular carente de forma y valor humanos, y que la fecundación es un momento prácticamente vacío de significado.
Hay, pues, dos actitudes polares ante el embrión humano: son las que han fijado de modo paradigmático el Informe Warnock, por un lado, y la Instrucción vaticana Donum vitae, por otro.
La decisiva influencia que ha ejercido el Informe Warnock sobre la opinión pública se basa en haber hecho de la humanidad del embrión un tabú. Después de Warnock hay un pacto entre la gente “educada” de no hablar del tema. El Comité acordó por mayoría de votos que el embrión humano no es un ser humano, le privó de consistencia ontológica y lo redujo a una noción funcional. Con esta decisión, el embrión humano deviene una entidad éticamente neutra y nuestras relaciones con él carecen de significación moral. El Comité nos condenó a todos a guardar un silencio cómplice cuando veamos a alguien manipular o destruir embriones humanos jóvenes, con tal de que lo haga con la autorización de un Organismo administrativo de control.
En contraste con la utilitarista doctrina warnockiana del embrión-cosa, la Instrucción vaticana impone el respeto como actitud ética ante la vida humana naciente, hacia el embrión-hombre. Según la Donum vitae, todos los seres humanos han de ser amados por igual y todos respetados como personas humanas desde su concepción. Suceda ésta donde suceda -en lugares tan dispares moralmente como dentro del matrimonio o fuera de él, en la injusticia agresora de una violación o en las asépticas condiciones del tubo de ensayo- la concepción inaugura siempre una vida humana, que no es del padre ni de la madre, sino la de un ser humano que se desarrolla por sí mismo y que jamás llegaría a ser humano si no lo fuera ya entonces. El embrión es éticamente un igual a nosotros. Si está enfermo, hemos de atenderle conforme a los mejores y más benéficos avances de la ciencia biomédica, esto es, diagnosticarlo y aplicarle las terapéuticas apropiadas, siempre en el respeto a su singularidad personal. El diagnóstico prenatal y las intervenciones terapéuticas sobre el embrión humano son lícitas si respetan su vida y su integridad, si buscan su curación y su bienestar.
La Instrucción habla en un lenguaje sencillo, hecho de respeto y compasión, pero abierto a la audacia científica y a la modernidad. No volatiliza al embrión ni le hunde en un estrato de subhumanidad. Al contrario, le confiere plenitud de derechos y le hace partícipe de todas las exigencias éticas conferidas a los seres humanos. No es el embrión humano considerado como un animalillo experimental o un complejo celular, sino que comparte los privilegios generales de la humanidad.
Es para mí una fuente de desconsuelo ver que esta doctrina tan alentadora y positiva de la Intrucción vaticana ha sido víctima de un silencio injusto y agresivo, mientras que al Informe Warnock se le ha hecho una propaganda lisonjera y gratuita. Pero no me cansaré de insistir que, en medio de la exhuberante proliferación de directrices y recomendaciones sobre experimentación embrionaria humana, sólo la Donum vitae es máximamente abierta y consistente. Fuera de la Donum vitae, ninguna otra ha mostrado fidelidad a la Declaración de Helsinski. La Instrucción vaticana hace suya la idea de que jamás los intereses de la ciencia o de la sociedad podrán prevalecer sobre los del individuo, incluido el individuo embrionario; señala que la investigación no puede convertirse en una manipulación destructiva de seres humanos; aboga en favor del consentimiento libre y voluntario de los sujetos de experimentación.
Estoy seguro de que estas ideas terminarán por imponerse. Ha sido para mí una ocasión de alegría grande ver cuan diferentes son las versiones de 1985 y 1987 del proyecto de Declaración de la Asociación Médica Mundial sobre la FIVET. El documento de 1985, discutido en Bruselas, acogía las inhumanas normas warnockianas que obligan a suspender los experimentos a los 14 días y a abstenerse de transferir al útero los embriones que hubieran sido sometidos a experimentación. Recomendaba además la experimentación embrionaria para mejorar las técnicas de reproducción asistida y para desarrollar métodos de cribado genético o nuevos modos de contracepción. Junto con muchos estimados colegas, pugné en Bruselas para mejorar ese documento. No pareció entonces mucho lo conseguido. Pero el texto de la Declaración presentado en Madrid en 1987 aparece libre de todas aquellas aberraciones éticas y señala taxativamente que las reglas de Helsinski se aplican no sólo a la madre, sino también al embrión.
Hemos, pues de hablar, no quedarnos silenciosos. Tenemos en la Donum vitae una inagotable fuente de inspiración para desarrollar una buena antropología del embrión y de la procreación, y para una buena Medicina.
Algunos me han reprochado mi entusiasmo sin matices hacia la Instrucción vaticana. He de indicar que hay un punto en ella con el que no estoy de acuerdo: la aceptación del término preembrión. La Instrucción señala en una nota a pié de página que “Los términos ‘cigoto’, ‘pre-embrión’, ‘embrión’ y ‘feto’ en el lenguaje biológico pueden indicar estadios sucesivos en el desarrollo del ser humano. La presente Instrucción utiliza libremente estos términos, atribuyéndoles un idéntico sentido ético”.
Bien. Estoy de acuerdo, pero disiento en la inclusión del término preembrión. Me parece que es un término venenoso, en el que la ética secularista ha encontrado la solución a todos los problemas. Por eso, yo no lo utilizaré nunca, pues no fué introducido por Penelope Leach para designar una realidad biológica, sino una evaporar una responsabilidad moral. La revista Lancet, en un artículo editorial, afirmó que “conviene utilizar el término preembrión, menos cargado emotivamente, para el producto de la concepción en sus primeros 14 días... El término preembrión ha hecho más que ninguna otra cosa para disminuir la temperatura de las discusiones en torno a la investigación sobre embriones”. Pero a mí me parece que si algo necesita la discusión en torno a la investigación sobre embriones humanos es un poco de calor.
La palabra preembrión es un truco semántico para expropiar al embrión no sólo de su condición humana, sino de su entidad biológica. Gracias a este artificio verbal el embrión humano es cosificado y anulado ontológicamente y queda automáticamente expoliado de todos sus privilegios y derechos humanos.
Es además un arma para el combate dialéctico, un arma ciertamente eficaz para imponer silencio a los que disienten del punto de vista oficial. Veámoslo con un ejemplo elocuente.
En el Simposio “Human Embryo Research. Yes or No?” publicado por la Ciba Foundation, se transcribe una breve discusión sobre ¿Embrión o Preembrión? Es una demostración de cómo es literalmente aplastada la oposición al uso de esa palabra. Reproduzco parte del diálogo, en el que aparte del Moderador, Sir Cecil Clothier, intervienen varios primeros espadas: Robert Edwards, el pionero de la FIVET, Anne McLaren, embrióloga comprometida, y John Maddox, editor de la revista Nature.
Abre el diálogo Sir Cecil Clothier: “Sería interesante saber qué piensan ustedes de la... expresión preembrión”.
Maddox: “Yo pienso que es un truco cosmético”.
Sigue una breve, pero confusa, disputa en la que Anne McLaren, Robert Edwards, y Maddox expresan diferentes puntos de vista sobre la ambigüedad con que los científicos y el público usan el término de embrión, sobre la cuestionable aceptabilidad del término preembrión, sobre la suficiencia del vocabulario de la Embriología común para designar las distintas fases del desarrollo. Ni una sola palabra se dice directamente en favor del término ni sobre la legitimidad de su uso en Biología. Sin embargo, Sir Cecil impone la ley del silencio cuando para cerrar la discusión pontifica: “Todos nosotros pensamos que ‘preembrión’ aclara los problemas”.
El término preembrión no aclara, sino que suprime los problemas. El término preembrión es un producto típico de la ideología materialista, una ideología que se caracteriza por ignorar deliberadamente una parte importante de la realidad. Chesterton decía a este propósito que algunos hombres de ciencia, al encontrarse con realidades vulgares, pero altamente complicadas, como pueden serlo el primer amor o el temor a la muerte, superan la dificultad reduciendo esas realidades a su aspecto más fácil. Y así, llamarán al primer amor, instinto sexual, y al miedo a la muerte, instinto de conservación. “Que haya un fuerte elemento fisiológico tanto en el romance como en el memento mori, los hace, si es posible, más desconcertantes que si fueran hechos puramente intelectuales. Precisamente porque esas realidades son animales, pero no del todo, las dificultades se acentúan. Los materialistas analizan la parte fácil, guardan silencio sobre la difícil y se van a tomar el té”. Hasta aquí Chesterton.
No somos materialistas, pero el programa nos impone la pausa del té. Acabo ya. Hemos de acabar con estos silencios en torno a la FIVET. Los embriones no tienen voz. No somos muchos los que hablamos en su favor. A veces parece que nuestro mensaje en favor del respeto de la vida humana naciente y de la dignidad de la procreación es escuchado por muy pocos. Por eso no podemos permanecer callados. Hemos de hablar sin cansancio para acabar con ciertos silencios cómplices.
Muchas gracias a todos por su atención y su tolerancia.