Deontología Biológica
Índice del Libro
Capítulo 12. Ética de la comunicación de la Ciencia
J. M. Desantes-Guanter
El investigador científico, en cualquier rama del saber, encuentra las reglas deontológicas postreras -lógica y cronológicamente- en el momento de la publicación o comunicación de los resultados de su trabajo. Estas reglas pueden escalonarse en tres estratos que han de ser aplicados supletoriamente conforme a su creciente generalidad:
a) Reglas que afectan a la Ciencia biológica cuya investigación se quiere comunicar que, sin contradecir a las siguientes, vienen a especificarlas o a modularlas en algún aspecto concreto.
b) Reglas que se refieren, más en general, a la comunicación científica en cuanto comunicación de ideas mentefacturadas epistemológicamente.
c) Reglas que se refieren a la comunicación de los diversos tipos de mensajes que se ponen en forma para ser comunicados.
El tratamiento deontológico de la comunicación científica viene fundado en la naturaleza misma de la Ciencia que se comunica, en nuestro caso la Biología, y del objeto de su estudio, que nadie como el propio biólogo conoce y tiene que aplicar. En idea fecunda de Pieper1, la Ética -y la Deontología es Ética- no es otra cosa que la realidad hecha norma. No puede existir una norma moral que contradiga a la realidad. Pero la norma tiene, como uno de sus principales caracteres, la generalidad. La complejidad de la realidad biológica obligará al biólogo a aplicar las normas generales a los problemas concretos que se le vayan planteando o, lo que es equivalente, a hacer operativa la norma general.
a) Derecho y deber de comunicar la ciencia
La primera evidencia que se advierte es que la comunicación de la Ciencia biológica es, ante todo, comunicación científica. Ha de ser, por tanto:
a) Comunicación o puesta en común de mensajes entre aquellos que, por formación, son capaces de comprender lo que se comunica. Es, por tanto, una comunicación de sentido horizontal, entre personas de un mismo nivel, que constituyen una cierta comunidad científica o un grupo social, caracterizado por una capacidad comprensiva equivalente de aquello que se emite y se recibe.
b) Científica: de mensajes científicos. Es decir, de contenido epistemológico y causal, elaborado conforme a un proceso intelectual -aunque basado en realidades experimentales, como son las biológicas- que permite, por métodos de inducción, abstracción o generalización, obtener unos principios generales a los que llamamos ideas, en sentido amplio. Ideas que, aunque referidas a fenómenos biológicos externos, forman parte del mundo interior del científico que actúa como emisor en un acto comunicativo concreto, en el que se pretende trasladarlas a unos receptores capaces de comprenderlas, como se ha dicho, de modo que se establezca, entre emisor y receptores, una "adæquatio mentis ad mentem".
Se advierte que la comunicación científica es, como toda comunicación ideológica, la comunicación de un bien2. Bien que, en su acepción más precisa, se define como "veritatem agere" o verdad operativa, que, de alguna manera, se traduce en acción; no simplemente verdad lógica o especulativa. Si en todas las ciencias la comunicación de los resultados de la investigación significa la comunicación de un bien, lo significa específicamente en la Biología, no solamente porque las ideas científicas van sirviendo de apoyo, precedente o andamio, a nuevos descubrimientos científicos, sino también por su utilización epistemológica en las Ciencias aplicadas o en las diversas aplicaciones técnicas3.
Partimos del axioma de que el hombre de ciencia -el biólogo en nuestro caso- tiene derecho a la obtención de esas ideas, derecho a la investigación o a la creación científica4. Este derecho -como todos aquellos que se refieren a una actividad profesional- no es otra cosa que el medio jurídico -y, por tanto, ético- de cumplir su deber de investigación, ideación o creación científica como obtención de un bien para sí mismo5 y para la humanidad6.
De manera paralela, el biólogo, quizá de un modo más intenso que otro científico, puesto que estudia la vida misma -el primero y más natural de los derechos-, sus fuentes, características, etc., tiene derecho a comunicar sus ideas científicas como modo de cumplir su deber de comunicación de la Ciencia biológica. Deber que, como todos, responde al derecho de otra u otras personas que, como ya ha quedado dicho, constituyen la comunidad científica y que corresponde a todos y cada uno de sus miembros. Este acoplamiento entre el derecho de otro y el propio deber que lo satisface se refiere no solamente al qué, sino también al cómo de la comunicación científica; y este cómo abarca no sólo el fondo o la sustantividad de los mensajes científicos, sino también su forma, a la que D'Ors ha llamado acribia7.
Comunicaciones acientíficas y paracientíficas
El planteamiento riguroso de lo que es comunicación científica, en general y especialmente en el área biológica, obliga a excluir de su ámbito la divulgación de lo científico. El resultado comunicativo de la divulgación deja de ser científico. En consecuencia, el proceso informativo que a él lleva deja de ser comunicación científica desde el momento en que no existe comunidad entre el científico y el público -más o menos culto- no experto en Biología. El derecho del público no especialista a conocer los avances científicos se mueve en una órbita más amplia, diversa al derecho a la comunicación científica. Y, por tanto, también en esa línea se encuentra el deber de comunicar.
No se trata, en este supuesto, de difundir, sino de divulgar, de hacer comprensible a todos lo que ocurre en el campo de la Biología. Y esta amplia extensión de la comprensibilidad priva de la complitud y de la precisión epistemológica y técnica al mensaje divulgado. El derecho del público a conocer los avances de la Ciencia se satisface con la comunicación del quehacer científico, de las motivaciones y propósitos de los investigadores y de los resultados prácticos de la investigación. Pero no llega -porque no puede llegar- a más. Hay, empero, dos formas de divulgación cuyas reglas deontológicas concretas son diversas, aunque obedezcan a los mismos principios: la divulgación a través de los profesionales de la información, y la que directamente difunde el biólogo.
La primera es la que ha dado lugar a lo que impropiamente se ha llamado "periodismo científico", que ha tenido más brillo en su intención programática8 que en sus resultados efectivos9. En realidad, este modo de divulgación de lo científico es obra de lo que Brajnovic ha llamado "colaboración continua" o conexión entre el biólogo y el comunicador, para que éste último pueda dar cuenta de lo que ocurre en el nivel científico, y para que el "experto popularizador" interprete aquello que pueda entender10. La responsabilidad del biólogo termina así en conseguir la comprensión posible por parte del comunicador; no se extiende a lo que resulte de la efectiva comunicación al público, ni a las ambigüedades e inexactitudes en que pueda incurrir el informador que divulga.
El biólogo que divulga directamente por medio de artículos, entrevistas, etc., que se difunden a través de medios de comunicación social o en forma verbal y pública, asume la responsabilidad moral -y, en su caso, la jurídica- del mensaje vulgarizado de lo científico. No es un caso de comunicación científica, sino de divulgación por un hombre de Ciencia, sin mediadores profesionales de la información. La dificultad de traducir a términos inteligibles al público las ideas y términos científicos puede inducir, ora a desvirtuar o hacer equívoco lo que se intenta decir, ora a hacerlo incomprensible al público o a la parte de él menos culturalizada. En uno y otro caso se frustra la efectiva comunicación. En el supuesto de que la comunicación se logre11, acechan otros peligros reales y, por tanto, morales a la divulgación. Uno de ellos es el sensacionalismo con que, más o menos intencional o negligentemente, puede destacarse el mensaje vulgarizado para despertar el interés y la admiración del público, ante una investigación o un hallazgo que no merece una ponderación tan destacada. Otro, la anticipación con que un investigador da noticia de unos resultados inmaduros, no confirmados o inválidos. Estas desviaciones pueden ser graves cuando despiertan expectativas, por ejemplo, de curación; cuando producen temor en las gentes; cuando inducen a pensar a personas impresionables que tienen síntomas de un mal imaginario; cuando le llevan a utilizar medios o sustancias sin control facultativo, etc.
El mismo concepto taxativo de comunicación científica margina toda la información que puede llamarse, en términos generales, referencial. El agobiante número de publicaciones científicas que se editan en el mundo y la posibilidad actual de estar enterado de todas ellas por procedimientos electrónicos12 exige la confección de las escuetas referencias de los trabajos publicados y el dominio de los sistemas de análisis, clasificación y valoración que se les debe aplicar. En un plano algo más elevado, conocer la técnica de la confección de resúmenes o abstracts, que den una primera impresión aproximativa de la calidad y el interés de un trabajo científico.
Esta tarea impone una especialización metodológica, más que sustantiva o de contenido. En otras palabras, es tarea de documentalistas y no de biólogos; en último extremo, de biólogos que no actúan como científicos de la Biología, sino como técnicos de la documentación13. No es el científico el que comunica, sino que es el documentalista de la Biología el que, mediante los distintos tipos de referencia, incluido el resumen, lleva a cabo la información acerca de las comunicaciones científicas. La responsabilidad del biólogo, en este caso, se concentra en la fase previa a su propia investigación: en saber lograr y valorar el material referenciado. No en su comunicación que, todo lo más, acompañará, como elemento de erudición a la comunicación científica propiamente dicha, en forma de notas o de relaciones bibliográficas.
La comunicación científica ha de reunir las cualidades suficientes para que sea posible el "rediscovery" o redescubrimiento de lo comunicado, lo que exige que la comunicación de las ideas o generalizaciones científicas vaya acompañada de datos, ejemplos de la realidad, exposición de procesos seguidos en el laboratorio, etc. La aportación fáctica es importante y necesaria para completar la comunicación científica. Pero, por una parte, es tan sólo un suplemento de tal comunicación. Por otra, supone un tipo de mensaje de hechos o comunicación del mundo exterior distinto al mensaje ideológico. Este mensaje fáctico tiene sus propias reglas, que se deducen de su mismo constitutivo, que es la verdad, entendida como adecuación de lo comunicado con la comunicación. Los datos, hechos, acontecimientos, procesos, etc., han de comunicarse tal como son y en la medida en que sean necesarios para explicar la idea científica. Lo mismo cabe decir de las reproducciones icónicas, sean trasunto de la realidad (fotografías, por ejemplo), sean representaciones elaboradas (dibujos, gráficos, etc.). Con respecto a todos ellos, el científico debe ser objetivo en el sentido de prescindir de todo ingrediente subjetivo en su exposición o reproducción clara, escueta, suficiente y verdadera.
La aplicación a estos hechos de ideas científicas, propias o ajenas, antecedentes o coetáneas puede llevar a formular juicios u opiniones subjetivas del investigador que, por su inmadurez, no sean susceptibles de generalización o elevación a la categoría de ideas científicas. Puede ser necesaria, conveniente u oportuna su comunicación; pero -como en el caso de los hechos- tal comunicación desempeña un papel ancilar y es objeto, también, de sus propias reglas comunicativas. La opinión ocupa un estado intermedio entre la duda y la certeza. Como tal tiene un gran valor en el avance de la Ciencia al permitir la salida de la esfera de lo dubitativo, aunque sea todavía cuestionable su desemboque en la verdad científica. Las opiniones científicas pueden considerarse como hipótesis que hay que demostrar y es indiscutible el valor preludial e impulsor de la hipótesis en la Ciencia. Pero la opinión no es certeza generalizable; y la hipótesis no es tesis comprobada. Y como tales deben ser expuestas. Y para que puedan ser compartidas o discutidas han de partir de los hechos a enjuiciar y de los criterios con que se ha verificado la subsunción de estos hechos en los principios o ideas generales, para formular unas hipótesis u opiniones que -sin demostrar taxativamente- tan sólo pueden difundirse como comunicación precientífica, con toda la fuerza atenuada, preambular y probable que puedan tener.
Comunicación de ideas científicas ajenas
Aparte de estos modos de comunicación científica o paracientífica, conviene distinguir dos tipos de comunicación científica, en el sentido riguroso de comunicación ideológica, que pone en común algo del mundo interior del biólogo: la comunicación de aquello que se ha aprendido de otro, cuya autoría le corresponde; y la comunicación del propio hallazgo, del fruto del esfuerzo intelectual del investigador que emite el mensaje científico. La primera no siempre está exenta, empero, de una cierta originalidad en la ordenación de las ideas aprendidas, en el modo de exposición, etc.14. Pero el mensaje nuclear de la comunicación es en ella interno, en tanto en cuanto ha sido comprendido y asimilado por el emisor. Es la forma habitual de la comunicación con carácter pedagógico; o el recorrido a través de los antecedentes teóricos; o la exposición del "status quæstionis" de un tema en un momento histórico determinado, incluso actual.
A la comunicación científica de ideas ajenas le afectan las mismas reglas que a la de las ideas procedentes de la propia investigación, con tres modulaciones. La primera se refiere a la fidelidad del mensaje comunicado con el expresado por el autor de que se trate. No es lícito, por ejemplo, modificarlo con el fin de poderlo criticar más cómodamente; o para quitar importancia a la labor científica ajena. La segunda, a la atribución a cada autor de la paternidad de lo que ha sido objeto de su autoría, sin atribuirse la creación científica ajena, lo que constituirá una forma de plagio15. La tercera, consiste en situar con exactitud el lugar o los lugares donde el autor ha expuesto su original, lo que lleva consigo la obediencia a unas normas técnicas de exposición, de uso común, o impuestas por el medio o por el editor del trabajo científico; pero que, en todo caso, han de ser suficientes para la localización del trabajo original16.
La comunicación del hallazgo científico
La comunicación científica, en su sentido más estricto, es así la comunicación ideológica de lo que el investigador ha descubierto por sí mismo, de los resultados de su investigación científica. Lo que sitúa al investigador en una actitud de modestia o humildad intelectual y moral ante la desproporción entre el propio hallazgo y la extensión de la "res civilis"17 en la disciplina de que se trata, en nuestro caso de la Biología. La humildad no es otra cosa que la verdad. Por lo que el comunicador científico ha de reconocer los límites de su hallazgo para no sobrepasarlos. Se impone el silencio acerca de lo que no se ha llegado a descubrir y que queda abierto a nueva investigación, propia o ajena; o a lo que solamente es una esperanza, es decir, que puede ocurrir, porque todavía no se ha producido; o en la comunicación antes de hora de una investigación incompleta, no terminada; o todavía en hipótesis no confirmada, ni interesante en su estado de simple probabilidad; o, desbordando los linderos del campo de estudio o del método, afirmar, negar o dar explicaciones en materias que trascienden de la Ciencia biológica, amparados en el prestigio de la profesión de biólogo. La modestia o humildad no excluye, antes, al contrario, la satisfacción de haber ampliado levemente el conocimiento de la naturaleza, de contribuir al bienestar de los hombres y del cumplimiento del propio deber.
La naturaleza intelectual de la comunicación ideológica alcanza su máximo grado de intensidad en los mensajes científicos. Prescindiendo analíticamente de los datos o ingredientes fácticos y de las hipótesis, opiniones, críticas o juicios, el mensaje nuclear de mayor valor epistemológico será el que refleje las ideas obtenidas a través de los métodos acreditados de investigación que, en cada caso, vendrán condicionados por el objeto específico del estudio. Se ha podido decir que, en la cresta de la ola de la comunicación científica, siempre se encuentra la delicada espuma de las ideas18.
Como toda comunicación ideológica, la comunicación científica obedece a unos principios, emanados de su propia naturaleza, que requieren unas adecuaciones a la realidad, elevada a idea, que se va a comunicar. Teniendo en cuenta que la idea científica, una vez decantada y depurada en la mente del investigador, va a ser -por derecho y por deber- puesta a disposición de las mentes de otros científicos capacitados para su comprensión.
b) Características éticas de la comunicación
Objetividad del dato
En la comunicación del mundo externo, como ha quedado dicho, el emisor ha de tener objetividad, es decir, prescindir de todo ingrediente subjetivo para mostrar la realidad tal cual es. La realidad externa es la medida del conocimiento del emisor y la del mensaje fáctico comunicado. El hecho de que la objetividad sea prácticamente imposible de alcanzar no releva al comunicador de procurarla de una manera asintótica19. En todo caso, la exactitud o verdad de la comunicación del mundo externo puede comprobarse por la adecuación a él del mensaje fáctico comunicado.
En la comunicación del mundo interno esta adecuación es imposible de medir. Queda exclusivamente pendiente de la conciencia y del sentido de responsabilidad del emisor. En otras palabras, solamente admite una valoración ética o -en el caso del investigador científico- deontológica. Pero no pierde su sentido y su fuerza de deber, más riguroso para el investigador, puesto que solamente de él depende su cumplimiento que es incomprobable por otro.
Sinceridad en las ideas
El deber de hacer transparente la propia idea científica es un deber de subjetividad, paralelo al que, en la comunicación del mundo externo, hemos llamado deber de objetividad. El científico ha de prescindir de todo ingrediente externo para comunicar lo que, efectivamente, ha ideado. Esta fidelidad a la propia idea se llama sinceridad.
La comunicación científica ha de ser sincera. El biólogo ha de informar -poner en forma- su mensaje ideológico de modo tal que ofrezca a sus colegas la posibilidad de compartir20 con él sus propias ideas, sea para admitirlas, sea para rechazarlas. La sinceridad del científico le ha de llevar a decir lo que piensa, todo lo que piensa y nada más que lo que piensa.
La comunicación de una idea que no tiene o que, de un modo o de otro distorsiona, constituye un engaño o inadecuación entre la mente y el mensaje comunicado para que lo reciban otras mentes.
La sinceridad del científico exige la complitud del mensaje comunicado. El biólogo no puede ser un avaro que se reserva ideas que forman parte de la investigación, comunicando ésta de modo fragmentario o incompleto. Con ello queda incumplido su deber deontológico, insatisfecho el derecho a recibir de los miembros de la comunidad científica, y amenazada la existencia de esta comunidad o, al menos, la integración en ella del científico que se reserva las ideas. Esto es así, incluso cuando la idea constituye una perspectiva de la realidad. "Una perspectiva no es un fragmento, sino la cosa toda colocada en un sesgo determinado"21.
La sinceridad impide, del mismo modo, la fabulación: el ampliar imaginativamente las ideas científicamente elaboradas; el ofrecer como ideas sustantivas las que tienen tan solo un valor marginal o adjetivo; el ponderar excesivamente en sentido positivo el esfuerzo que ha costado o la importancia que tiene una idea; el descartarlas con un más o menos críptico sensacionalismo; la simulación de ideas no obtenidas por el esfuerzo de abstracción del científico comunicador, en general.
La comunicación científica ha de tener el mismo grado de catarsis intelectual que ha de tener la idea científica del biólogo emisor.
La libertad
La pureza intelectual del investigador científico exige su libertad ideológica. Y si la comunicación científica ha de ser sincera, ha de estar presidida también por el principio de libertad. Libertad que, para ser tal, no admite condicionamiento, ni limitación alguna, internos o externos. La ausencia de estos últimos constituye la independencia del comunicador científico22.
La libertad incondicionable e ilimitable no significa, empero, la posibilidad deontológica de comunicar cualquier cosa bajo la calificación científica. La libertad es el modo libre de ejercitar un derecho o de cumplir un deber. Tiene, por tanto, no por limitación, sino por propia naturaleza, que seguir la suerte del derecho y del deber de la que constituye un adjetivo y ser congruente con el objeto sobre que recaen el derecho y el deber. Así entendida, la libertad de comunicación científico-biológica se refiere exclusivamente a:
a) La comunicación científica y no de otro tipo, como puede ser la comunicación ensayística; o la comunicación de ideas elaboradas no científicamente por un aficionado, o incluso por el biólogo, sin sometimiento a una metodología científica.
b) La comunicación de ideas científicas en el estricto campo de la Biología y no de otras Ciencias que al biólogo le resulten extrañas. Otra cosa es que se valga para su investigación -y que crea conveniente comunicarlas- ideas elaboradas por científicos en campos del saber más o menos aledaños a la Biología, conforme a las reglas que ya se han esbozado acerca de las ideas científicas aprendidas o no originales.
c) La comunicación de las ideas científicas del saber biológico no puede servir de ocasión o excusa para llevar a cabo ninguna especie de propaganda o comunicación persuasiva tendente a fomentar una ideología, o sistema ideológico que, por axioma, no pertenece al campo científico, sino al religioso, político, etc., que tienen sus reglas propias de comunicación.
La comunicación ideológica tiene como constitutivo un bien. La comunicación científica difunde un bien científico. La difusión de un mal no constituiría comunicación, sino que sería un modo de incomunicación, ya que tendría efectos disfuncionales en la Ciencia y en la Sociedad. Nadie tiene derecho a difundir el mal; por el contrario, existe el deber de no difundirlo. Constituye difusión de un mal la de cualquier mensaje que va en contra de los derechos naturales o fundamentales. En el campo científico de la Biología el derecho más primario y fundamental de todos, que es el derecho a la vida, y otros dos derechos inherentes al núcleo de la personalidad humana: el derecho a la dignidad del hombre y el derecho a su intimidad23.
Conciencia de los límites del conocimiento científico
El mensaje de la comunicación ideológica tiene como constitutivo el bien o la verdad operativa, equivalente a la verdad científica, cuyo significado es muy distinto al de la verdad como adecuación de la realidad al conocimiento. No se trata aquí del conocimiento de hechos, sino de la elaboración criteriológica de abstracciones o ideas a partir de aquel conocimiento. Al científico no se le exige que comunique la verdad de unos hechos, sino las ideas que él considera válidas para explicar causalmente los fenómenos y considera, en el momento de comunicarlo, como su verdad. Verdad que no puede serlo de una manera absoluta y definitiva, puesto que solamente explica una parte de todo el objeto de su Ciencia y del concreto objeto investigado24; y porque su hallazgo es susceptible de profundizaciones y generalizaciones sucesivas. Que le sea exigible la sinceridad, no significa que sea exigible la comunicación de una verdad como adecuación total con el ser, al modo de la comunicación de la realidad externa.
Esto no significa escepticismo, ni relativismo, desde el punto de vista de la comunicación ideológica porque lo que es relativa es la llamada "verdad científica". Lo que parece tal al propio investigador en el momento de comunicarlo, puede no serlo en el momento siguiente, en que ha obtenido una idea nueva. Cada sucesiva generalización sitúa al investigador ante nuevos horizontes que hallar que, descubiertos, desvirtúan la verdad científica anterior, la cual, a pesar de su imperfección o incomplitud, ha servido de punto de partida para el nuevo avance. El hombre de ciencia comparte la idea socrática de que cuanto más aprende, más le falta por saber, le sitúa en trance de iniciar nuevas andaduras25. Se ha dicho, por eso, que la verdad científica es frágil como la porcelana26. Si en lugar de referirnos a un solo investigador lo hacemos a la sucesión de investigadores que han trabajado en una misma línea, el resultado de provisionalidad de las conclusiones científicas y de su valor de escabel para nuevas investigaciones, es el mismo27.
Por otra parte, tampoco la "verdad científica" que el investigador responsable comunica sinceramente es verdad en cuanto que él la ha conseguido con honradez, esfuerzo y método. Pero para otro científico que trabaje sobre el mismo objeto puede ser un error, subjetiva u objetivamente hablando. El error científico que el investigador comunicase de buena fe como verdad no obstaría a los mecanismos éticos de la comunicación científica. Y esto no solo por su derecho y su deber de comunicar aquello que, de buena fe y puestos todos los medios epistemológicos, considera un acierto, sino también porque el error supone un valor positivo para la ciencia por el esfuerzo que, el mismo investigador que lo comete u otro distinto, ha de hacer para rebatirlo, cancelarlo, superarlo o rectificarlo. Se ha dicho que la Historia de la Ciencia es la historia de los errores científicos28. Sean tales errores, sean aciertos incompletos, el avance científico se va produciendo por el conocimiento de unos y otros en la comunidad científica y por su utilización adecuada como apoyos, por acción o por reacción, para cada nuevo objetivo científico a conquistar. Lo que no impide que, por sucesivas decantaciones criteriológicas, se llegue también a conclusiones que puedan ser estables o difícilmente discutibles.
En cualquier caso, la comunicación científica nunca puede ser una comunicación "ex cathedra", no por el relativismo del investigador o porque esté en duda su competencia científica, sino por la relatividad natural de las conclusiones intelectuales que le es dado comunicar.
Reglas formales de la difusión científica
Las reglas deontológicas de la comunicación científica se extienden también a la forma. La comunicación exige una puesta en forma, que es en lo que consiste la información. El científico que comunica los resultados de su investigación es así un informador de unos específicos mensajes ideológicos.
La comunicación científica ha de ser elocuente, en el preciso sentido del concepto y el término elocuencia: decir algo a alguien. La comunicación científica no es un hablar, sino un decir. Decir todo lo que hay que comunicar y nada más. De una manera precisa, sintética y sencilla, pero comprensiva, de todo el mensaje. La grandilocuencia y los adornos en el lenguaje científico pueden considerarse como ociosos y en consecuencia superfluos para el receptor29. En el supuesto de la comunicación oral, es necesaria una preparación próxima para cuidar las expresiones y su exactitud al máximo. En el caso de la comunicación escrita, es imprescindible la corrección de los términos, del estilo, de los errores y de las erratas de imprenta. De aquí que sea recomendable un espacio de tiempo entre la redacción primera y la corrección o correcciones sucesivas, del autor, de un tercero o de ambos30.
El algo comunicable ya ha quedado repetido que es el resultado de la investigación. Resultado que ha de decirse con precisión y exactitud. La investigación, en cuanto que es original, puede ser comunicable mediante una conceptualización y terminología conocidas y ya usuales en el lenguaje científico o puede requerir la formulación de nuevos conceptos y la utilización de términos adecuados. Los conceptos se comunican mediante definiciones que han de cumplir las tres reglas criteriológicas de tal manera de expresión: abarcar todo el objeto que se pretende definir; marcar claramente el límite con los demás objetos; y evitar que lo definido entre en la definición. La utilización de términos adecuados es una parte del quehacer científico: nominar es ya hacer ciencia. Nominar con exactitud requiere un extenso e intenso conocimiento del idioma para utilizar las palabras existentes en su más depurado sentido. Solamente cuando no hay término exacto en el propio idioma, la precisión exigirá la adopción de un extranjerismo -siempre que el vocablo extranjero sea también preciso en el idioma original para nominar idéntico objeto-, o la creación de un neologismo, si tampoco se encuentra un término adecuado en otro idioma.
Si en otra comunicación científica anterior, propia o ajena, se ha empleado inadecuadamente un término, debe corregirse la nominación. De no haber inadecuación, debe emplearse el mismo término con el fin de homogeneizar y normalizar la terminología científica.
En la medida de lo posible esta homogeneización debe entenderse por círculos concéntricos a las ciencias afines y a las más alejadas hasta constituir un acervo común con las Humanidades en los puntos de tangencia entre las Ciencias experimentales o de la Naturaleza y las Ciencias del espíritu o del hombre en cuanto ser espiritual.
De este modo el alguien de la comunicación o sujeto receptor puede ir ampliándose sin descender por eso del nivel rigurosamente científico, pero contrapesando recíprocamente los inconvenientes de la especialización científica, sin perder sus ventajas.
El sujeto receptor se ampliará cuantitativamente, sin merma de su calidad, a medida que se aumenta la comunicabilidad de los resultados científicos o la capacidad de comprensión de las personas dedicadas a la investigación científica en las diversas ramas del saber. Y es deber del investigador contribuir a esta expansión.
La calidad intelectual de la comunicación científica exige el decoro en el medio en que se difunde o en el soporte del mensaje comunicado. Este decoro está distante del descuido como del lujo. Una investigación científica difundida con poco gusto, sin cuidado o en forma ostentosa, se devalúa. Esta exigencia depende, en algunos casos, del medio en que la comunicación se difunda, lo que impone al investigador seleccionar este medio. La calidad del papel o del soporte de que se trate, el tipo de letra, la sobriedad y elegancia de portadas y títulos no encarecen el coste de la publicación y dignifican el mensaje que vehiculan. El científico debe acudir, en la duda, a los expertos en las técnicas informativas.
En todo caso, del autor depende la exigencia de lo que es su derecho: que el texto corresponde con el redactado por él; que se corrijan, por él o por otros, los errores y erratas de imprenta, y el dar el "tírese" definitivo al texto compuesto para su impresión.
La publicación de investigaciones colectivas
En el supuesto de un trabajo colectivo, las reglas deontológicas que rigen su comunicación son las mismas que rigen la publicación del trabajo individual. Hay, sin embargo, alguna puntualización oportuna.
Sea un trabajo separable en su publicación, sea un trabajo solidario no individualizable en sus resultados, ninguno de los componentes del equipo debe adelantar la publicación de una parte sin la autorización de los demás; o utilizar resultados del trabajo del equipo para basar, razonar o confirmar los propios trabajos individuales a comunicar. Mucho menos revelar los secretos de una investigación en marcha, cuya titularidad corresponde al equipo o a alguno de sus componentes.
La publicación del trabajo debe hacerse bajo el nombre del responsable de cada parte, o bajo el de todos los que han participado en el trabajo, cuando el resultado es solidario. Es lícito, por supuesto, destacar el nombre del que efectivamente y no solo por su categoría, ha actuado como director del equipo. Hay que evitar, sin embargo, lo que, referido a un versículo evangélico, se ha llamado "efecto San Mateo"31, que puede adoptar diversas formas: la omisión del nombre de algunos colaboradores modestos, lo que supone una apropiación de la titularidad intelectual por parte del resto; la introducción del nombre de alguna persona que no ha realizado esfuerzo alguno, lo que implica la apropiación por su parte del esfuerzo de los demás; y la figuración de los nombres de los colaboradores, que induzcan a error o confusión acerca de la importancia relativa de su participación en el trabajo, como puede ocurrir con el orden en que figuran, cuando no se objetiva - por ejemplo, el orden alfabético-, o cuando se establece en función de la categoría académica, científica o social de los figurantes y no del efectivo esfuerzo desarrollado en la investigación cuyos resultados se difunden.
Notas
(1) PIEPER, J. "El descubrimiento de la realidad". Rialp. Madrid, 1974, p. 15.
(2) DESANTES GUANTER, J.M. "Principios jurídicos de la comunicación ideológica". En "Comunicación y Sociedad". Homenaje al Profesor D. Juan Beneyto. Madrid, 1983, pp. 411-428.
(3) "La unión entre ciencia, técnica y producción es objetiva porque depende de una libertad de la comunicación del saber que puede ser temporalmente restringida, pero con la que, en definitiva, no se puede acabar. En otros términos, esa comunicación está unida a la fuerza expansiva de la verdad -de cualquier modo que se la entienda-, que hoy, sin lugar a dudas, está ampliamente potenciada por las modernas formas de comunicación". COTTA, S. "El hombre tolemaico". Rialp. Madrid, 1977, p. 64.
(4) El artículo 20,1,b) de la Constitución española de 1978 "reconoce y protege" el derecho a la creación científica. El 44,2 ordena que "los poderes públicos promoverán la ciencia y la investigación científica y técnica en beneficio del interés general".
(5) Como estudio intenso que es, la investigación resulta siempre intensamente formativa para el investigador, quien se realiza por ella. A mayor abundamiento, el esfuerzo de expresarse para comunicar la investigación cumple, con respecto al pensamiento, una función semejante a la de la mayéutica socrática: lo arranca de su inercia y desarrolla su potencial crítico y creador.
(6) "El hombre que sabe mucho, pero no aumenta el patrimonio colectivo del saber, es un hombre estéril, fracasado". MALPIQUE, C. "Introduçao a vida intelectual". Coimbra, 1934, p.236.
(7) D'ORS, A. "Especialización, universalidad y acribia en las ciencias históricas". En "Papeles del oficio universitario". Madrid, 1961, pp. 124 a 138. Define la acribia como "una virtud de la exposición científica", p. 131.
(8) Véase, por todos, PRADAL, J. "La vulgarisation des sciences par l'écrit". Consejo de Europa, s.l. y s.d.; aunque por los datos que ofrece, posterior a 1970; "Memoria del 2º Congreso Iberoamericano de Periodismo científico". Madrid, 1979.
(9) PRADAL, J. "o.c.", según los datos estadísticos de las pp. 98-99.
(10) BRAJNOVIC, L. "Deontología Periodística" (2ª ed.). EUNSA. Pamplona, 1978, pp. 276-277.
(11) Los programas o secciones biológicas o médicas de los medios de información general escritos o emitidos por biólogos, o son incompresibles para el público o se mueven en un nivel comparable a aquel en que se expresa el médico cuando explica al enfermo su dolencia y le recomienda un tratamiento.
(12) Véase el tema tratado por DE SOLLA PRICE, D.J. "Science since Babylon", New Haven, 1961; y "Little Science, big Science". Nueva York, 1971. En tal fecha calculaba el autor que aparecía en el Mundo un artículo médico, en una revista científica, cada 26 segundos.
(13) TOFFLER, A. "Previews and Premises". Londres, 1983, exige, con abundancia de datos que lo avalan, una depurada tecnología para referenciar y analizar el material documentario científico.
(14) Sin llegar al extremo de las palabras de Terencio, "Nullum est jam dictum quod non dictum sit prius", lo cierto es que nuestra ideación es en gran parte simple ordenación o generalización de ideas y vivencias aprendidas.
(15) "Plagiarius" se llamaba en Roma al que robaba esclavos o secuestraba hombres libres para venderlos como esclavos, con lo que se le castigaba a la "plagis damnatio".
(16) En general, véase el Capítulo IV, "Presentación del trabajo científico" del libro de ROGER, J. "Metodología de la documentación científica". Madrid, 1969, pp. 77-79.
(17) DROCHON, P. "Richeses spirituelles du chercheur". En "Impacts": 4, 70, 1983. "Sólo Dios tiene los archivos completos de la humanidad", Ibid., p. 71. En el clásico libro de NICOLAS CUSANO, "De docta ignorantia", cuyo título se estima como la mejor definición de la Ciencia, se lee en 1,1: "tanto quis doctior erit quanto se magis sciverit ignorantem".
(18) "En psicología no hay hechos vírgenes, solo hay hechos fecundados. De ahí la necesidad de velar sobre el elemento fecundante, es decir, sobre el espíritu y la libertad, al menos tanto como sobre el elemento fecundado. La iniciación, para los antiguos, consistía en una enseñanza espiritual y doctrinal más que en la experiencia material de la vida. Porque hay algo más importante que conocer la vida y es conocer el sentido de la vida". THIBON, G. "Nuestra mirada ciega ante la luz". Rialp. Madrid, 1973, p. 72.
(19) Acerca de la objetividad informativa, la bibliografía es abundante y no siempre orientada; pero existe también la objetividad científica: RODRIGUEZ QUIROGA, F. "La objetividad como meta educativa en Foerster". En "Revista de Estudios Políticos", 114, pp. 157-173, 1971.
(20) Al intercambiar ideas el "yo" y el "tú", no sólo intercambian lo que ya poseen, sino que crean algo nuevo, que es propio del "nosotros"; CASSIRER, E. "Las ciencias de la cultura". Graf. Panamericana. México, 1955, pp. 84-85.
(21) GARCIA MORENTE, M. "El tema de nuestro tiempo. Filosofía de la perspectiva". En "Ensayos". Madrid, 1944, p. 53.
(22) No constituye amputación de la libertad del sometimiento voluntario -en un ejercicio radical y mantenido de la libertad- a un dogma, como conjunto sistemático y objetivado de ideas aceptadas globalmente en virtud de la autoridad de una Institución. Es posible el dogma en las Instituciones o Comunidades a las que se pertenece voluntaria y libremente; y voluntaria y libremente se puede dejar de pertenecer, como las Iglesias; no en las que la integración es necesaria, como la Comunidad internacional o la estatal. DESANTES GUANTER, J.M. "La comunicación de ideas religiosas" en "Persona y Derecho", 11, pp. 247-248, 1984.
(23) SORIA, C. "Derecho a la información y derecho a la honra". Barcelona, 1981; y URABAYEN, M. "Vida privada e información". Pamplona, 1977.
(24) "La verdad es el todo, y, no obstante, no vemos el todo de nada". PIEPER, J. "La fe ante el reto de la cultura contemporánea". Madrid, 1980, p. 18.
(25) "Ce qui fait l'adorable et hautaine grandeur de la Science, c'est qu'elle est un perpétuel devenir". NORDMANN, Ch. "Einstein et l'Univers". París, 1932, p. 8.
(26) DROCHON, P., "o.c.", p. 71.
(27) "La serie de los hombres durante el transcurso de los siglos, debe ser considerada como un solo hombre que existiera siempre y continuamente aprendiera". Palabras de PASCAL, citadas por CHALLAYE, F. "Philosophie scientifique". París, 1929, p. 19.
(28) ORTEGA Y GASSET, J., "Prólogo a Historia de la Filosofía, de Emile Brehier". En: "Obras Completas", Vol. VI, Ed. Sudamericana, Buenos Aires. Madrid, 1961, p. 417.
(29) "Las florituras son una ofensa al pensamiento", SERTILLANGES, A.D. citado por MALPIQUE, C., "o.c.", p. 45. "La poesía de la Ciencia reside precisamente en el rigor lógico de su lenguaje", Ibíd., p. 219.
(30) Sin llegar al extremo de HORACIO que en la "Epístola a los Pisones" exige nueve años de reposo del original que se escribe hasta que se revisa.
(31) Aunque confiesa que no es original, la expresión la emplea RIOBE, O. "Equipe de recherche ou recherche en équipe". En "Impacts", 4,14, 1983. El texto se encuentra en San Mateo, 13,12: "Porque al que tiene se le dará más y abundará; y al que no tiene, aun aquello que tiene le será quitado".