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Actas del Congreso Internacional de Bioética 1999. Bioética y dignidad en una sociedad plural

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Mesa de trabajo III: Problemas al término de la vida humana

Modera:
Dr. José Luis del Barco Collazos, Prof. Titular de Filosofía Moral, Universidad de Málaga.

Intervienen:
Dr. Antonio Pardo Caballos, Profesor Adjunto del Departamento de Humanidades Biomédicas, Universidad de Navarra
Dr. José Miguel Serrano Ruiz Calderón, Prof. Titular de Filosofía del Derecho, Universidad Complutense de Madrid y Académico correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación
Dr. Francisco León Correa, Secretario de la Asociación Española de Bioética, Director de la Revista "Cuadernos de Bioética".
Resumen elaborado por Antonio Pardo.

En su presentación, José Luis del Barco reflexionó sobre la sustancia de la bioética. A raíz de una conferencia que hubo de pronunciar, barajó manuales sin mucho éxito; concluyó que la bioética es la fámula solícita de la existencia en apuros. O, dicho de otra manera, la preocupación fundamental de la Bioética es la vida frágil; dejó así centrado su papel ante la vida que termina, objeto de la Mesa redonda.

El profesor Antonio Pardo centró su intervención en precisar el concepto de eutanasia. Indicó que, tal como se presenta en la declaración de Madrid de la Asociación Médica Mundial, la eutanasia es una acción que debe definirse siempre de modo intencional, es decir, no puede ser abarcada adecuadamente con una mera descripción de hechos materiales, sino que debe incluir la decisión voluntaria de producir la muerte. Dicha decisión se suele tomar con intenciones generalmente compasivas, pero lo definitivo para establecer que un acto es eutanásico es la decisión.

De esta manera, se puede delimitar con claridad lo que es eutanasia y lo que no, cuestión que, por desgracia, suele estar bastante confusa en la literatura profesional. Así, no se pueden calificar de eutanasia las acciones que terminan en la muerte del paciente como efecto tolerado (al realizar una intervención terapéutica cualquiera o al intentar aliviarle). Sin embargo, está muy extendida la terminología "dejar morir" para referirse a acciones médicas en torno al fin de la vida. Dicha terminología es profundamente ambigua, pues "dejar morir" puede incluir cuestiones tan dispares como omitir un tratamiento que ya se demuestra inútil o, por el contrario, retirar un medicamento vital y efectivo para tratar una enfermedad.

La idea de la inclusión de la intencionalidad en la definición de las acciones le sirvió también para solventar una de las dificultades que surge con las actuales discusiones sobre la pertinencia del concepto de muerte cerebral: si el paciente en estado de muerte cerebral está vivo, entonces extraer sus órganos sería un homicidio, y debe dejarse esta práctica. Sin embargo, al incluir la decisión en la definición de lo que se hace, se comprueba que la acción de trasplantar un órgano no es la ejecución de una decisión homicida, sino que la muerte del donante es sólo un efecto tolerado de la acción, efecto que es moralmente admisible en el caso de donantes en estado de muerte cerebral, tal como ha publicado más extensamente en Internet1. Otro tanto cabría decir de intervenciones agresivas en pacientes de salud desfalleciente, en las que cabe cifrar pocas esperanzas de supervivencia: no son eutanasia ni homicidio, pues la decisión del médico no es matarles, aunque dicho efecto se siga con mucha frecuencia de su intervención.

El profesor Serrano Ruiz Calderón reflexionó en su intervención sobre el curioso fenómeno que se observa en la consideración legal de la eutanasia. Parece haber dos posturas contrarias: una, mayoritaria, partidaria de su penalización y otra, minoritaria, partidaria de su aceptación social. Sin embargo, se observa que la postura minoritaria aspira, y está consiguiendo de hecho, imponerse socialmente a través del Derecho. ¿A qué se puede atribuir este fenómeno?

En primer lugar, hizo notar que las dos posturas opuestas, más que una visión del problema concreto de la eutanasia, corresponden a una visión global de la vida. La mayoritaria posee una visión de la vida humana como algo sacro, y mira la debilidad como algo digno de respeto y valioso en la comunidad humana. La minoritaria, por contra, se fundamentaría predominantemente en el individualismo radical, que busca que los demás miembros de la sociedad fundamentalmente me dejen hacer lo que yo quiera –aunque la cuestión precisaría muchas matizaciones–.

Dado que nuestra sociedad se encuentra más identificada con la postura liberal radical, es lógico que sus argumentos tengan más penetración en ella. Así, la postura individualista radical resulta más atractiva y progresista, y lleva las de ganar en un enfrentamiento con la otra, por varias razones. En primer lugar, porque su alegato se presenta como defensa de la libertad individual y de la no interferencia de terceros en las propias decisiones; además, porque actualmente consideramos que la postura que implique menor penalización es más razonable o avanzada; por último, la postura individualista no exige grandes esfuerzos ni sacrificios, aportando soluciones rápidas y concluyentes. La postura de defensa de la dignidad humana, por contra, tiende a producir cargas (sobre el enfermo, la familia, el hospital), parece que interfiere la libertad individual, y, por último, es una postura más compleja: resulta mucho más largo argumentarla de una manera convincente que la individualista.

Argumentó que, sin embargo, estos pros, vistos en detalle, no son tales. Así, la intervención del estado liberal no es necesariamente minimalista si toma algunos valores como algo que debe fomentar en la vida social (considérese, por ejemplo, la cuestión del tabaco). Por otra parte, la pretendida despenalización, defensora de libertades, resulta, en un análisis cuidadoso, legalización, que generará automáticamente derechos subjetivos a reclamar la eutanasia, con la consiguiente obligación de matar por parte de alguien: esto es inesquivable. Por último, el pluralismo de la postura liberal es muy relativo, pues las posturas emergentes tienden muchas veces a imponerse simplemente apelando a su modernidad, anulando la libertad de expresión.

Por último, expuso cómo la defensa de la vida que termina es sostenible desde un punto de vista jurídico, sin necesidad de remontarse a una crítica de la visión global del hombre que subyace a la postura liberal. Así, cabría argumentar que no todo derecho subjetivo es automáticamente permisible (piénsese en una petición de suicidio por una crisis amorosa). Por tanto, la despenalización tiene que garantizar los derechos fundamentales de los débiles, y los partidarios de la eutanasia tienen muy difícil este extremo. Y este modo de razonar no es el argumento de la pendiente deslizante sino la experiencia de la condición humana: así, se prohíbe el trabajo de los menores, que no pueden trabajar, aunque quieran.

Concluyó afirmando que la acción proeutanásica, como se ha dicho reiteradamente, crea un sujeto ficticio en un mundo ficticio que manifiesta una autonomía ficticia y pretende que el ordenamiento jurídico garantice eso, en vez de garantizar valores que sabemos, que vemos, y que constantemente observamos.

El Dr. Francisco León Correa comentó inicialmente su opinión acerca del debate habido por la mañana sobre la muerte cerebral, inclinándose por la corrección, no solamente pragmática, sino teórica, de dicho concepto. Se refirió también a un aspecto de la discusión sobre la eutanasia, que se descuida con frecuencia: cuando se habla del derecho a la vida y del derecho a la salud, se habla de ellos como derechos que implican obligaciones por parte de los demás, y se omite con frecuencia que también implican obligaciones por el propio sujeto del derecho; conservar la salud no es sólo un derecho que implica la obligación de los demás a proporcionar cuidados, sino un deber para el propio sujeto. Y otro tanto sucede con el derecho a la vida: mi vida no es algo de lo que dispongo a mi gusto, sino algo que debo cuidar. Visto desde esta óptica, hablar de derecho a la muerte carece completamente de sentido.

A continuación, centró su intervención en el papel de la Bioética como instrumento para aportar soluciones positivas en la humanización de la atención sanitaria. Más que el papel de una censora de comportamientos incorrectos, la Bioética lleva a buscar las exigencias positivas que presenta la relación interpersonal entre el médico y el paciente terminal, crónico o anciano. Esta exigencia se puede articular en torno a los principios de la bioética manejados habitualmente por la bioética estadounidense, pero dotándolos de un significado preciso. Así, de cara a la eutanasia, el principio de no maleficencia nos impediría considerarla una opción más para "tratar" al paciente. El principio de justicia nos movería a no considerar a los pacientes geriátricos o terminales como pacientes de segundo orden a la hora de proporcionarles cuidados. El principio de autonomía debe llevarnos a considerar la opinión de los enfermos hasta el final de sus días, pero no como un dato absoluto, sino contrapesado con la opinión médica (el médico también tiene su autonomía), y sin lesionar derechos básicos de la persona. En este sentido, queda mucho por hacer para que el consentimiento informado sea una realidad de nuestra atención médica y no solamente un requisito administrativo. Por último, el principio de beneficencia tiene una aplicación directísima al final de la vida: los cuidados paliativos, en cuya importancia nunca nos cansaremos de insistir.

En el debate que siguió a continuación entre los congresistas y los miembros de la Mesa, el profesor Ollero señaló cómo se puede, desde instancias políticas, frenar el avance de la aceptación legal del llamado derecho la muerte, mediante el estudio sosegado de los problemas y mostrando las argumentaciones que se pueden hacer para defender la vida que termina. A propósito de la intervención de una congresista holandesa, comentando la penosa situación de su país, el Dr. Herranz hizo hincapié en la confusión terminológica que se mantiene sobre la eutanasia, que a veces parece deliberada; por contra de lo que se oye decir, no existe eutanasia pasiva; las encuestas que se hacen a los médicos contienen preguntas capciosas de significado no precisado; no existe eutanasia indirecta ni acortamiento de la vida por administrar analgésicos con las pautas modernas; y parece que los periodistas están empeñados en tergiversar la realidad con tal de conseguir noticias con más morbo.

El resto del debate corrió a cargo del Dr. Martínez Lage, neurólogo presente en las Jornadas, y del Dr. Herrando. Ambos incidieron, con vehemencia, en defender la coherencia teórica y práctica de la praxis actual de diagnóstico de muerte por pruebas neurológicas. El Dr. Herrando, además, aportó un modelo antropológico teórico que permitía sostener tal postura. Contestó el Dr. Shewmon, rebatiendo cada uno de los argumentos expuestos2 apoyándose en su experiencia clínica, que ha dejado por escrito en varios artículos, alguno especialmente incisivo publicado en Neurology, en que reseña una serie de casos clínicos que son incompatibles con la explicación teórica que sostiene actualmente la praxis del diagnóstico de muerte por medio de criterios solamente cerebrales. Dejó el debate abierto para futuros encuentros.

Notas

(1) En Muerte cerebral y ética de los trasplantes.

(2) Puede verse el texto completo del debate aquí.

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