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CÉSAR IZQUIERDO, profesor de la Facultad de Teología

 

La risa de Sara
Teología y humor

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Excelentísimo Señor Rector Magnífico
Excelentísimas autoridades
Claustro Académico y Alumnos
Señoras y Señores

Deseo, en primer lugar, manifestar mi comprensión ante la sorpresa e incluso el escepticismo que habrá surgido en más de uno al ver que se ponen en relación la teología y el humor. Teología y humor… ¿no es un oxímoron? La teología se ocupa de cosas esencialmente serias y trascendentes: Dios, el hombre, la salvación, la gracia, el pecado, los sacramentos… cosas todas ellas de las que decimos, con razón, que no deben ser tomadas a risa.

Para responder a la pregunta sobre las posibles relaciones entre la teología y el humor me sirve de inspiración el capítulo 18 del libro del Génesis en el que tres varones misteriosos que visitan a Abrahán, ya anciano, le anuncian que Sara su mujer le va a dar un hijo del que nacerían pueblos y naciones. “Abrahán … se sonrió diciendo para sí: «¿Acaso un hombre centenario puede tener un hijo, y Sara, con noventa años, puede dar a luz»”? (Gen 17, 17). Lo mismo se repite con Sara que al oír el mismo mensaje se sonrió por dentro. A la risa de Sara le sucede el siguiente diálogo: «¿Por qué se ha reído Sara, diciendo ¿de veras voy a dar a luz siendo anciana? ¿Es que hay algo difícil para el Señor? En el tiempo señalado, la próxima primavera volveré a ti y Sara habrá tenido un hijo. Sara lo negó diciendo: «No me he reído», pues tenía miedo. Pero Él le contestó: no es cierto, te has reído” (Gen 18, 13-15). Efectivamente, se había reído como lo confirman las mismas palabras de Sara un poco más adelante, en Gen 21, 6, después de haber dado a luz a Isaac, nombre que incluye el significado de reír o risa: “Entonces dijo Sara: Dios me ha hecho reír; quienes lo oigan reirán conmigo”.

Responderé más adelante a la pregunta por el significado de la risa de Sara. De momento me limito a observar que la sonrisa, la risa, la carcajada son manifestaciones ordinarias provocadas por el humor que produce un hecho o una realidad determinada. La reacción humorística surge cuando alguien percibe sintéticamente elementos que no encajan en un orden lógico, sino que chocan entre sí sin anularse, manifestando así que la misma realidad no es reducible a lógica, sino que, en el fondo, solo puede ser percibida por quien puede captar la totalidad, aunque no esté en condiciones de explicarla.

El humor y sus teorías

No olvido que estamos en la universidad y que, como ante cualquier otra cuestión, se debe ofrecer una reflexión crítica sobre el humor.

En los últimos años los estudios sobre el humor han experimentado un extraordinario desarrollo: sobre su naturaleza, su origen, su historia, sus efectos, etc. Existen abundantes estudios en el campo de la neurociencia, de la psicología, de la sociología, etc.

Pero la consideración seria, filosófica, del humor y de la comicidad ha despertado las suspicacias de Umberto Eco que piensa que el humor y lo cómico ha representado siempre un desafío para los filósofos que se han visto en aprietos a la hora de definirlo.

No sin malicia, Eco da una relación de autores que se han ocupado de lo cómico siendo ellos esencialmente “serios”:

a) un pensador tan serio como Aristóteles, que introduce lo cómico precisamente como explicación final de lo trágico. (b) un filósofo quisquilloso, moralizante y austero como Kant; (c) otro filósofo igual de austero, aburrido y nada proclive a las bromas, como Hegel; (d) un poeta romántico, morboso y quejumbroso -aunque razonablemente desesperado- como Baudelaire; (e) un pensador algo sombrío y existencialmente angustiado como Kierkegaard; f) algunos psicólogos con poco sentido del humor, como, por ejemplo, el alemán Lipps; (g) Bergson  y, h) el padre de la neurosis, Sigmund Freud, que reveló los aspectos trágicos y el deseo de muerte que yacen en el fondo de nuestro inconsciente.

Las condiciones del humor

No es necesario ofrecer una nueva teoría sobre el humor para detectar algunas condiciones subjetivas y objetivas que lo hacen posible. Me referiré a tres condiciones: la percepción sintética, el caso concreto, la realidad encarnada. En el caso del humor vinculado a la teología hay una cuarta condición que tiene que ver con la relación entre la gracia del humor y la Gracia de Dios.

El humor solo es accesible a la síntesis, y es en cambio reacio al análisis. Cuando alguien necesita que se le explique la gracia de una situación o de un chiste, no cabe esperar que se desencadene a continuación la hilaridad, sino quizás alguna pregunta ulterior, del tipo “y por qué dijo…” o “por qué no hace…”, para acabar finalmente con un “Ah, claro”, es decir con el asentimiento racional a lo que es esencialmente poco racional.


Otra condición para que brote el humor es que haya un ámbito en el que se manifieste lo concreto y lo contingente. Las esencias, y también las ideologías son perfectas y completas, están regidas por implicaciones necesarias y en ellas no caben los desajustes ni las incongruencias que alimentan la mirada bienhumorada.  Por ejemplo, las matemáticas: un número, un algoritmo no tiene nada de humorístico. Solo cuando se aplican a lo concreto, cuando se abren a relaciones particulares con lo humano cabe la posibilidad de la mirada o del juicio humorístico (como resulta con el animal que tiene entre tres y cuatro ojos: el pi-ojo).

Tampoco cabe el humor sobre lo estrictamente espiritual porque, al no haber en él composición, contraposición, contraste o choque, es totalmente maleable. Para que lo espiritual sea susceptible de humor es preciso que se “encarne” en lo corporal, en lo físico, en lo temporal, que son los que pueden albergar los opuestos que conviven juntos, lo desajustado, lo inadecuado; lo humorístico, en una palabra.

En su obra La risa, de 1900, Bergson ha señalado que el poeta trágico procura evitar todo lo material. “Ése es el motivo –escribe Bergson- por el que los héroes de tragedia ni beben ni comen ni se calientan. En la medida de lo posible ni siquiera se sientan. Sentarse en mitad de un parlamento sería recordar que se tiene un cuerpo”. Narra a continuación el comentario de Napoleón cuando se entrevistó con la reina de Prusia después de la batalla de Jena: “Me recibió con tono trágico, como Jimena: ¡Justicia, justicia pido! ¡Magdeburgo! Seguía con ese tono que tan fastidioso me resultaba. Para que lo dejase de una vez, le rogué que se sentase. Nada acaba mejor con una escena trágica ya que, cuando uno está sentado, la situación se transforma en comedia”.

Podemos concluir que la condición básica para que surja el humor se encuentra en quien acepta la realidad como es, sin trivializarla y sin convertirla en arma para agredir o deformar la percepción social. Al ver las cosas en su inadecuación, con sus contrastes y desajustes, el lado divertido que presentan, las acepta sin sentirse responsable de ellas y, a la vez, sin renunciar a entenderlas o solucionarlas.

Humor en la Biblia

¿Hay humor en la Biblia? Esa cuestión ha despertado desde hace algún tiempo el interés de los autores. Claro que en la respuesta que dan influye en gran medida la cultura de cada autor. Por ejemplo, Hershey Friedman aduce como ejemplo de humor el texto de Nm 11, 18-20. “El Señor os dará a comer carne. Y no la comeréis ni un día, ni dos, ni diez, ni veinte, sino un mes entero, hasta que os salga por las narices y os provoque repugnancia”. El pasaje es gráfico, sin duda, pero no es el tipo de humor que provoca una sonrisa. En cambio, a Friedman se le ha escapado un pasaje anterior (v.5).  Debió ser un momento de profunda depresión de los hebreos cuando exclamaron: “¡Cómo recordamos los pescados que comíamos gratis en Egipto, y los pepinos, las sandías, los puerros, las cebollas y los ajos!”.

Sumariamente podemos afirmar que la presencia del humor en la Biblia no aparece en su expresión directa e intencional. La enseñanza sapiencial ve la risa en su doble sentido de expresión de alegría o de ligereza. La risa de Sara y de Abrahán es un caso especial que analizaremos. En cambio, la Escritura invita insistentemente a la alegría y a la esperanza.

Humor en la experiencia cristiana

Las condiciones del humor -la síntesis, lo encarnado y lo concreto- tienen rasgos específicos en la experiencia de fe vivida por los cristianos. No debe entenderse esto como si hubiera un “humor cristiano”, sino que desde la experiencia cristiana la sintonía con la visión de la realidad en la que brota naturalmente el humor está especialmente potenciada por la alegría.

La alegría cristiana responde a la misma ley de la encarnación que se actualiza una y otra vez en las diversas formas como se concreta la vida. “La alegría es el secreto gigantesco del Cristianismo”, afirma Chesterton, crítico acerbo de ese espiritualismo desencarnado que menosprecia lo material, lo corpóreo y lo concreto. Comenta el caso de Mary Baker Eddy, fundadora de la Ciencia cristiana, que decía que ella no hacía regalos en el sentido grosero, sensual, terrenal, sino que se ponía a meditar sobre la Verdad y la Pureza, hasta que sus amigos se beneficiaban de ello.

“Yo no digo –señala Chesterton- que este plan sea supersticioso ni imposible, y sin duda tiene su encanto económico. Sí digo que es anti-cristiano, en el mismo sentido en que es anti-musical tocar una melodía al revés (…) (esa teoría de los regalos) la condena el cristianismo igual que ser soldado condena la huida”.


Así pues, la alegría cristiana se encarna necesariamente en la vida concreta, se manifiesta de diversas maneras y entre ellas en el buen humor. No todas las personas tienen la misma capacidad de manifestar el sentido del humor, pero en todo caso no pueden ser tristes ni pesimistas porque para los que aman a Dios todo coopera al bien (Ro 8, 28).

La teología no trivializa las experiencias humanas trágicas, ni responde a ellas con crueles optimismos o con consuelos vacíos. Pero alimenta la conciencia filial de estar en buenas manos, en las de Dios Padre amoroso. De ahí brotan dos consecuencias que beben directamente de la visión panorámica que proporciona, mediante la fe, la gracia, y son una fuente de bienestar psicológico y espiritual. La primera es la sana capacidad de relativizar todo aquello que se nos presenta de manera urgente e importante para el propio yo; con frecuencia se está en condiciones de descubrir que “no es para tanto”.

La segunda se refiere a la disposición a no tomarse uno a sí mismo demasiado en serio, incluso a reírse de sí mismo. Es lo que respondió el cardenal J. Ratzinger a la pregunta de si Dios tiene sentido del humor.

 “Personalmente creo que tiene un gran sentido del humor. A veces le da a uno un empellón y le dice: “¡No te des tanta importancia”! En realidad, el humor es un componente de la alegría de la creación. En muchas cuestiones de nuestra vida se nota que Dios también nos quiere impulsar a ser un poco más ligeros; a percibir la alegría; a descender de nuestro pedestal y a no olvidar el gusto por lo divertido”.

También santo Tomás de Aquino ha hecho su aportación a la experiencia cristiana del humor. Por ejemplo, en su comentario al artículo del Símbolo que se refiere a la vida eterna. En la vida eterna, dice, todos los deseos se verán realizados, y lo ejemplifica, entre otros casos, con los deseos de seglares y eclesiásticos: “Para los que apetecen honores, allí (en la vida eterna) el honor será completo. Lo que los seglares desean sobre todo es ser reyes, y los clérigos ser obispos; pues ambos deseos se verán realizados allí”. No podía escapar al santo Doctor que, si todos fueran obispos y reyes, ese nuevo estado perdería todo su atractivo.

S. Tomás ha hablado, además, de la eutrapelia como remedio para el cansancio del alma, que se logra “mediante algún deleite procurando un relajamiento en la tensión del espíritu. Estos dichos o hechos en los que no se busca sino el descanso del alma se llaman juegos. Por eso es necesario hacer uso de ellos (de los juegos) de cuando en cuando para dar algo de descanso al alma”. En estos juegos o bromas hay que evitar que el deleite se busque en obras o palabras torpes, que se pierda totalmente la gravedad del espíritu, y que sea digno del tiempo y del hombre. Dato interesante es el juicio del santo Doctor que, siguiendo a Aristóteles, se muestra severo con quienes nunca cuentan un chiste o no ven con agrado los rasgos de humor de los demás: “Los que así se comportan son duros y rústicos (duri et agrestes)”.

El humor de los santos

Me voy a limitar a una breve referencia a santo Tomás Moro y a santa Teresa de Jesús. Un rasgo característico de Moro era el humor. A él se atribuye la célebre oración que encarna al mismo tiempo la gracia del abandono, el realismo de la vida y la esperanza. En ella, pide a Dios la salud del cuerpo, el buen humor, el alma sana, un corazón que no conozca el aburrimiento, las quejas y los lamentos. “No permitas que me tome demasiado en serio, ni que sufra excesivamente por esa cosa tan dominante que se llama yo. Dame el sentido del humor, dame el don de saber reírme, a fin de que sepa traer un poco de alegría a la vida, haciendo partícipe a los otros. Amén”.

Cuando Moro rehusó plegarse, como habían hecho la mayoría de nobles, funcionarios y obispos al capricho del rey, fue condenado a ser decapitado. Su sentido del humor lo llevó incluso hasta el cadalso. Al ver los peldaños por los que tenía que subir al tablado y sentir que le faltaban energías, tiró el bastón que llevaba y pidió la ayuda del lugarteniente: “Ayúdame a subir seguro, que ya bajaré por mis propios medios”.

Un caso menos trágico es el de Teresa de Jesús. En una ocasión, había conseguido un retal de tela para hacer los pesados hábitos de las monjas. Pero resultó que esa tela atraía especialmente a los piojos. Para desdramatizar las molestias que ello suponía se le ocurrió a la santa de Ávila organizar una diversión para las monjas. A ese efecto, preparó una procesión nocturna durante la cual cantaban una coplilla que santa Teresa había compuesto para pedir por la liberación de aquella “mala gente”, de los piojos.

Santa Teresa comenzaba:

“Hijas, pues tomáis la cruz,
tened valor;
y a Jesús, que es vuestra luz,
pedid favor;

Él os será defensor
en trance tal."

A lo cual respondían las monjas:

"Pues nos dais vestido nuevo,
Rey celestial
librad de la mala gente
este sayal.”

Y con coplas semejantes seguía la procesión.

Humor ante los misterios. La risa de Sara

Volvamos ahora al pasaje con el que iniciaba esta intervención, el del anuncio a Abrahán y Sara de que tendrían un hijo cuando ambos eran casi centenarios. Se rio Abrahán (Gen 17, 17) y se rio Sara (Gen 18, 12) ante lo que era totalmente inesperado, más aún, sencillamente imposible.

Una mente analítica habría comenzado a valorar las causas, los medios y los efectos para que se realizara la promesa. Acabaría interpretando esa risa como una reacción amarga, o al menos como expresión de incredulidad, si no de rechazo puro y simple de encontrarse ante un verdadero anuncio que hubiera que tomar en serio.

Creo, sin embargo, que no es esa la verdadera interpretación. La reacción de los esposos no respondía a una lógica solamente humana. Así lo muestra el comportamiento de Abrahán en quien, efectivamente, brotó la risa, pero después de haber rendido homenaje de adoración a quien le hablaba: “Abraham cayó con el rostro en tierra, y se sonrió” (Gen 17. 17). La profunda relación entre la fe y el humor ha provocado la reflexión apasionada de Kierkegaard que ha encontrado un ejemplo vivo de esa relación en la figura de Abrahán.

Pero es Sara la que representa mejor la encarnación paradójica en la risa, de la fe y de la confianza en la promesa recibida tras haber dado a luz a Isaac. “El Señor me ha hecho reír…”. La risa agradecida de Sara al cumplirse la promesa de su maternidad da la interpretación verdadera de la risa inicial.


La fe es humorística precisamente porque se presenta como un desafío. La risa de Sara y de Abrahán es la de quien no sabe cómo podrán realizarse las cosas que se le anuncian, pero a la vez es consciente de que está ante quien no hace promesas en falso. Es, en definitiva, la risa ante la gracia inmerecida que llega a su vida y que desencadena un estado de cosas inimaginable. Es el humor suscitado por la gratuidad de los dones de Dios. Es asimismo el humor de una actitud confiada, más aun, abandonada en la verdad, el amor y el poder de Dios.

En todo ello, encontramos aspectos a los que corresponde con propiedad el calificativo de paradójicos.

De la paradoja como encuentro de lo a primera vista opuesto se ha ocupado la teología católica del siglo XX, y entre ellos Henri de Lubac. Según de Lubac, la paradoja surge cuando se hace necesario mantener a la vez dos verdades aparentemente contradictorias. Es distinta de la dialéctica hegeliana en la que los contrarios están en un movimiento incesante en el que se transforman el uno en el otro de forma que nunca aparecen a la vez. De Lubac concibe la paradoja, en cambio, como simultaneidad de los dos contrarios que, en el fondo, es decir, en el nivel sobrenatural, se encuentran en una profunda armonía.

La paradoja no es una mera forma de hablar de la realidad, sino que “denomina sobre todo la realidad en sí misma, y no la forma de hablar de ella”. A la paradoja tal como la entiende la teología católica la caracteriza lo inclusivo, la conjunción copulativa “y” propia de las síntesis (gracia y libertad; Biblia e Iglesia; autoridad y libertad, por ejemplo), frente a lo disyuntivo del que nacen las antítesis que se expresan por la adversativa “o…o” (gracia o pecado; Biblia o Iglesia, etc). Porque se refiere a la realidad, el carácter paradójico es tanto mayor cuanto más elevado sea el grado de la realidad. Por esa razón, el paradigma de las paradojas, o la “paradoja de las paradojas” como dice de Lubac, -que en esto coincide con Kierkegaard-  es la Encarnación del Verbo. Quizás ha sido G. K. Chesterton, maestro del humor paradójico y de la ironía fina ante lo postizo e insustancial, el que ha presentado la paradoja como la expresión adecuada de la fe resaltando su relación con el humor.  ¿Qué es la paradoja? Chesterton responde: “Paradoja significa simplemente cierta alegría desafiante que pertenece a la creencia”.

Chesterton aplicó el pensamiento paradójico a la fe cristiana, a la que volvió cuando tenía 48 años, al incorporarse a la Iglesia católica. En su libro Ortodoxia, publicado en 1908, desarrolla provocativamente los motivos que muestran la legitimidad de la fe cristiana y la inconsistencia de las críticas que recibe.

“Mientras haya misterio –escribe- habrá salud, y cuando se destruye el misterio aparece la enfermedad. Las personas corrientes siempre han estado cuerdas porque las personas corrientes siempre han sido místicas. Han admitido el claroscuro. (…) Les ha interesado más la verdad que la coherencia. Si veían dos verdades aparentemente contradictorias, aceptaban las dos junto con la contradicción. Su visión espiritual es estereoscópica, igual que su visión física: ven dos imágenes diferentes al mismo tiempo, y precisamente por eso ven mejor”.

Por eso, añade “han dejado a los niños gobernar el reino del cielo y les obligan a ser obedientes en el reino de la Tierra”. La contraposición se establece con el lógico enfermizo que intenta que todo sea cristalino, y “lo único que consigue es que todo sea misterioso”. El místico, en cambio, permite que una cosa sea misteriosa, y todo lo demás se vuelve cristalino.

La misma conciencia de que todo nos supera pero que, al mismo tiempo, constituye una urdimbre de benevolencia amorosa de Dios por los hombres, aporta la capacidad de ver las incongruencias de la vida con mirada tranquila y abierta al juego de la providencia divina. La vida entonces, ¿es tragedia o comedia? Ni una ni otra. No es tragedia porque la fuerza del destino está dirigida al orden y al bien últimos, aunque haya de enfrentarse con los aspectos dolorosos, incluso “trágicos” en algunos casos, que siempre serán pasos intermedios hacia el cumplimiento final prometido. Tampoco es comedia porque la existencia vivida en profundidad no permite arreglos fáciles y artificiales. Una vez más, la risa cristiana está arraigada en la esperanza familiarizada con la dificultad y la prueba, a las que seguirá la superación –no solo escatológica- de toda incongruencia.


El humor es una virtud de alta calidad intelectual y moral, próxima a la virtud de la sabiduría. La visión humorística ha sido a menudo criticada como frívola y escapista. En realidad, es lo contrario: dada la condición humana, es la visión más realista que tenemos. Enfrentarse a las decepciones y frustraciones de la vida, a las irracionalidades y contingencias con la risa, con una sonrisa es una forma elevada de sabiduría. Esa risa no ignora ni reduce la posible irracionalidad con la que se encuentra; simplemente cede ante ella sin demasiada emoción o fricción. La aceptación humorística del destino es en realidad la expresión de una forma elevada de desprendimiento de sí mismo.

Las personas religiosas con sentido del humor difícilmente sobrevalorarán su propia importancia o tratarán de imponer su propia visión de la trascendencia a los otros. Como saben que la debilidad y el error forman parte de la condición humana, les es más fácil ser magnánimos y flexibles, también en situaciones de conflicto.

Termino refiriéndome a la relación de la alegría con la libertad: la alegría acompaña y es fruto de la libertad que se dirige a la verdad y al bien. El humor, el buen humor, por su parte solo prende en un clima de libertad interior de la persona que no se ve aplastada por el peso de la existencia ni por circunstancias fatales de la historia. Por esa razón, el humor puede contribuir a la revolución pacífica de una libertad seriamente comprometida con la verdad y el bien de las personas y de la sociedad. “Os dejo como herencia, en lo humano, el amor a la libertad y el buen humor”. Estas palabras de S. Josemaría, fundador de nuestra Universidad, resumen perfectamente el don y la tarea que se nos confía.