Introducción

Desde finales del siglo XVII y, sobre todo, a lo largo de la centuria siguiente, el valle de Baztan fue escenario de la construcción de un importante conjunto de casas señoriales y palacios que se convirtieron en imagen y memoria del linaje que los habitaba. A lo largo de aquel periodo fueron numerosos los baztaneses que, respaldados por su hidalguía y apoyados en tupidas redes de paisanaje, parentesco y amistad, salieron de su tierra para servir a la monarquía hispánica en la alta administración del estado y en el ejército, o para dedicarse a los negocios, sin que faltaran los que se adentraron la cúspide de la Iglesia. El derecho de vecindad que regía en el valle y el sistema de heredero único, junto con otros factores como la presión demográfica, propiciaron esta emigración que afectó sobre todo a los segundones de las familias o a los que no estaban llamados a la sucesión de la casa.

En sus lugares de destino (las Indias, la Villa y Corte de Madrid, la propia capital navarra o ciudades ligadas con el Nuevo Mundo como Cádiz o El Puerto de Santa María) aquellos emigrantes lograron amasar importantes fortunas que revirtieron total o parcialmente en sus lugares de origen y en la familia dejada atrás. Su interés se centró en gran medida en sus casas nativas que ahora se reconstruyeron de nueva planta o fueron sometidas a profundas remodelaciones, dándoles en muchos casos un aspecto señorial, sin que faltaran los que optaban por la arquitectura popular de la zona con la tipología de caserío. El interés por la casa, que sigue en gran medida vigente en la actualidad, no era baladí. No en vano en Baztan la casa no solo era la aglutinadora de una estirpe, sino también magno escaparate del éxito alcanzado por los miembros de su linaje, capaz de trascender en el tiempo a sus habitantes o moradores.