El escultor romanista Juan de Anchieta
Por Pedro Luis Echeverría Goñi
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Retablo mayor de la Asunción de Añorbe
Es obra prácticamente coetánea en su ejecución al retablo de Cáseda, pues sabemos que para 1577 el entallador Pedro de Contreras había concluido su ensamblaje, correspondiendo su escultura a la mano inconfundible de Juan de Anchieta, según ha concluido García Gainza. En un caso poco habitual, solo habían transcurrido veinte años cuando en 1597 el pintor y rey de armas Juan de Landa contrató su dorado y estofado. Así pues, podemos afirmar que en este conjunto contrarreformista híbrido se dan cita la gubia y el pincel de los dos maestros más importantes del Manierismo internacional en Navarra, lo que, además, se ha puesto en valor tras una acertada restauración.
Su traza propone un desarrollo plano con banco, dos cuerpos y tres calles, con la estudiada reducción óptica en el tamaño de las casas del segundo cuerpo. La articulación se realiza aquí con la utilización de apoyos de orden corintio doblados, pilastras en el primer cuerpo, juego de pilastra-columna en los extremos, y columnas en el segundo. Los frontones astorganos distinguen también el cuerpo de la Virgen y, sobre ellos, aparecen recostados muchachos desnudos a la manera de las Tumbas de los Medici. Ha conservado su sagrario original con la Institución de la Eucaristía en la puerta y san Pedro y san Pablo en sus hornacinas; el templete-expositor está retirado en una capilla.
Se muestra ante los ojos del fiel un programa contrarreformista trentino, que culmina con el Calvario, bajo el que se sitúa la Asunción-Coronación, como corredentora e intercesora. Aquí, al igual que en Cáseda, ha escogido el modelo de Virgen erguida con brazos abiertos, que deriva de la Asunción pintada por Daniele Volterra en la iglesia de la Trinidad en Roma. En su condición de mediadora entre su Hijo y los hombres, tiende una mano hacia arriba y otra hacia abajo como en el retablo de Astorga. La Virgen con el Niño, titular del retablo, es una escultura bloque con rostro de matrona clásica y pesadas telas, concentrada en el cruel destino que le espera a su Hijo en su misión en la tierra. En contraste, el Niño, desnudo y vertical, está representado, como corresponde a su edad, haciendo carantoñas a su madre. Llama la atención el magnífico estudio anatómico del infante, que muy pocos escultores sabían tratar.
Los cimientos sólidos son los Padres de la Iglesia, con san Ambrosio y san Agustín en el banco, sedentes en cátedra, significando la autoridad de los prelados. Les acompañan san Juan Bautista ermitaño, que describe una línea serpentinata, y san Esteban protomártir, dos ejemplos de vida para el cristiano. Las alegorías de las virtudes del banco del primer cuerpo derivan del retablo catedralicio de Astorga, incluso en la concesión al desnudo, anteponiendo la caridad, situada en el lado del evangelio, es decir, la importancia de las obras para el cristiano, a la fe en el otro extremo. Simulan soportar la estructura del retablo en los bancos las figuras de los telamones, inspirados en los putti de los tronos de la Sixtina y que representan, en clave neoplatónica, la idea del cuerpo como cárcel del alma. Los dos del banco, con pesadas telas a sus espaldas, delatan la gubia de Anchieta y son muy parecidos a los que hizo en el retablo de Vileña del Museo de Burgos. En el banco del segundo cuerpo vemos a los cuatro evangelistas sedentes.
En las calles laterales aparecen altorrelieves con santos emparejados en acalorados diálogos gestuales sobre su fe común, que pueden pertenecer al mismo ciclo, como san Pedro y san Pablo, o diferente como san Antón y un santo obispo, lo que ratifica la universalidad de la religión. No debe extrañar la presencia de san Miguel, devoción muy arraigada en Navarra, pero en esta obra contrarreformista se le representa aislado en actitud declamatoria, como un guerrero triunfante con el demonio a sus pies. Va a representar ahora para los fieles la victoria de la Iglesia contra la herejía y, en particular, contra el protestantismo. En el ático flanquean el Calvario dos profetas, uno de ellos Moisés, que repite el gesto de mesarse las barbas característico de la famosa estatua de Miguel Ángel.
Reviste el retablo una bella policromía del natural, aplicada por Juan de Landa, en la que los estofados se concentran en las figuras y los fondos, quedando los elementos estructurales simplemente dorados. Los motivos que podemos admirar en las pilastras del banco por su cercanía al espectador son naturalistas, depurados tras el Concilio de Trento y compuestos de una trilogía de tallos vegetales que se enroscan en forma de roleos, niños y pajaritos del país entremezclados, utilizando una tripleta de colores luminosos como son el carmín, el verde montaña y el azul ceniza.
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