El escultor romanista Juan de Anchieta
Por Pedro Luis Echeverría Goñi
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Crucificado de la Catedral de Pamplona
Se trata, en palabras de Concepción García Gainza, no solo del mejor Cristo de Juan de Anchieta, sino uno de los más logrados de la escultura del Renacimiento hispano. El maestro fue un especialista en esta iconografía, pues nos ha dejado una docena de excelentes imágenes, de las que la mitad están en Navarra. Aunque en su mayor parte no fueron concebidas para procesionar, se le considera como un precursor de los Crucificados barrocos de Semana Santa. Aunque contamos con varios testimonios documentales de colaboradores suyos, que en 1579 se refieren a una obra que acababa de hacer en la catedral por 100 ducados, y un inventario posterior que lo cita, junto a san Jerónimo, como “hechuras” de Anchieta, son las características inimitables de la propia obra las que delatan a su autor, que la debió de hacer entre 1577 y 1578. Podríamos calificar este Cristo de ‘peregrino’, debido a su itinerancia por distintas dependencias de la catedral, lo que le fue añadiendo calificativos, como la capilla Barbazana –su primer destino–, cerca del claustro donde dispuso su enterramiento, el trasaltar en el siglo XIX, la girola y su sede actual, en la capilla de San Juan Bautista. El azar ha querido que esta obra devocional se localice hoy en la parroquia catedralicia de la que era feligrés.
El origen para este Cristo crucificado hay que buscarlo en Astorga, donde trabajó a las órdenes de Gaspar Becerra en el retablo mayor de la catedral. Aquí debió de conocer los dibujos de Miguel Ángel, como el del Museo Británico, en el que se inspira, el tratado de anatomía de Valverde de Amusco, ilustrado por Becerra, y el Crucificado del Calvario, el primero entre los romanistas. Tiene un tamaño cercano al natural y una amplia concesión al desnudo, solo interrumpida por un paño de pureza, reducido a una franja horizontal. Recordemos que en el pensamiento neoplatónico de Miguel Ángel el desnudo es alusivo a la virtud y aquí se aplica a Dios hecho hombre para nuestra salvación. Con él quedan fijadas las características de un prototipo al que seguirán un elevado número de réplicas en toda Navarra hasta mediados del siglo XVII. Nos presenta un Cristo muerto con la cabeza derrumbada a su diestra sobre el pecho, dejando colgantes unos mechones de su cabello y su rostro oculto, a no ser que adoptemos un punto de vista de abajo arriba. En su faz triangular nos muestra una nariz aguileña, boca entreabierta y barba bífida. La corona de espinas de doble entrelazo va tallada, como si estuviera clavada, lo que la diferencia de los postizos barrocos. El cuerpo adopta una característica combadura manierista con el adelantamiento del hombro izquierdo y la contraposición de los brazos. Sigue la iconografía de tres clavos con el pie derecho montado sobre el izquierdo y las manos contraídas por la presión de los clavos.
Realizado en madera de nogal, posee todas las características de la estatuaria clásica en mármol, asemejándose a representaciones de dioses y héroes de la Antigüedad. Se ajusta perfectamente al ideal de imagen devocional de la Contrarreforma por representar a Cristo muerto como culminación de la redención del género humano. Al rigor alcanzado en la imitación de la anatomía con huesos, músculos, tendones y venas, se añade una encarnación a pulimento coetánea que nos ha dejado ese color marfileño y el mínimo aparato de sangre, localizado en los regueros que parten de los clavos o las gotas que se deslizan por la frente. Una característica italiana es esa sensación de la blandura de la carne y la piel con amoratamientos grises violáceos en aquellas zonas del cuerpo más sometidas a los golpes durante los castigos previos que sufrió de manos de los sayones.
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