El escultor romanista Juan de Anchieta
Por Pedro Luis Echeverría Goñi
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Tallas procedentes del retablo mayor de Obanos
Lamentablemente, no ha llegado a nuestros días el retablo que presidió la iglesia antigua de San Juan Bautista, al demolerse esta en 1911. Al desmontar el retablo, se sacaron los bultos y relieves que lo integraban y que conocemos por una foto histórica de ese momento. El contrato para hacer este mueble se ajustó en 1587 o 1588 entre el vicario, regimiento y primicieros de la villa y el escultor Juan de Anchieta en una época de intensa actividad, por el que le pagarían 200 ducados cada año en dos plazos. Sabemos que su viuda, Ana de Aguirre, cobró 400 ducados de las primicias de Cáseda, Obanos y Aoiz. Su policromía corrió a cargo de Juan de Landa, al igual que las de Añorbe y Tafalla, entre 1598 y 1606.
Sus imágenes se distribuyeron en un principio entre los vecinos de la localidad, que más tarde las trajeron a la nueva parroquia, inaugurada en 1912. Tras una selección que se creyó necesaria, varias de ellas fueron devueltas, conservándose en la actualidad en el templo seis tallas procedentes de este retablo, que están desperdigadas en el interior. En el ático del retablo neogótico tan solo se han reaprovechado los bultos romanistas de la Virgen y san Juan para el Calvario. Ambas figuras visten pesadas telas de profundos pliegues. En el sotocoro están alojadas en sendas hornacinas las tallas de san Pedro y san Pablo, que poseen la terribilità y la exaltación anatómica características del Romanismo miguelangelesco.
Nos obstante, las mejores tallas que delatan la mano del gran artista guipuzcoano son las de san Juan Bautista y la Virgen con el Niño y san Juanito, que se disponían en la hornacina central como titular del retablo y en el ático respectivamente. La del Bautista nos lo presenta sedente sobre una roca con su rodilla izquierda levantada conquistando el espacio del espectador. Viste una túnica de pesados pliegues que deja ver su pecho desnudo. Junta sus manos de forma expresiva, en tanto que el índice se introduce, como si de un separador se tratara, en una de las páginas del libro que porta. Tiene una densa cabellera con largos mechones laocontianos. Este trabajo de gubia define igualmente el vellón de la lana del cordero. Su postura nos recuerda a un estudio para un hombre desnudo y a un ignudo de los tronos de la Sixtina de Miguel Ángel.
Como bien ha valorado García Gainza, el extraordinario grupo de la Virgen con el Niño y san Juanito es una de esculturas más logradas del escultor guipuzcoano, en la que apreciamos una síntesis de la monumentalidad de las estatuas de mármol de Miguel Ángel y la euritmia y la gracia de Rafael. Los evangelios no recogen este encuentro entre los dos primos durante su infancia, pero el mensaje anunciador de la futura pasión de Cristo que encierra, la naturalidad de las actitudes infantiles y la autoridad de grandes los maestros italianos del Alto Renacimiento con Leonardo da Vinci a la cabeza que representaron este tema, justifican que se mantuviera y gozara de popularidad después del Concilio de Trento, como sucedió en Obanos en un retablo dedicado a san Juan Bautista. Es un grupo en el que se representan erguidas las figuras de la Virgen y san Juanito, como vemos por ejemplo en el mismo tema que labró en mármol de Carrara Bartolomé Ordóñez en Zamora, siguiendo modelos italianos.
Domina el conjunto la sensación de bloque, tallado en un solo tronco de nogal, del que sobresalen conquistando el espacio exterior los bordes del manto de la Virgen y la rodilla derecha doblada de Juan niño, que se cruza en tijera. María tiene la solemne cabeza de una matrona romana con cuello potente, mentón corto, perfil heleno y cabello encasquetado con raya en medio, pero lo que mejor la define en este tema es su expresión concentrada, pensando en el cruel destino de su hijo para cumplir con su misión redentora. Respetando el contacto físico, sujeta al Niño con una tela interpuesta en la que hunde delicadamente sus dedos con blandura, ignorando la dureza del material. El Niño desnudo se sitúa en una posición paralela a su madre, sujetando el orbe y con las piernas cruzadas. San Juanito, caracterizado tempranamente de ermitaño, viste con piel de camello y adopta un equilibrio precario al apoyarse sobre una sola pierna colocando la otra sobre el lábaro, que ha perdido la cruz, símbolo del futuro sufrimiento y triunfo de Cristo. Lo más llamativo desde un punto de vista expresivo aquí es el perfecto enlace físico y espiritual entre las figuras conseguido con sus miradas o el delicado gesto de Juanito de tocar el pie de Jesús, que solo logran los artistas más cualificados. Avalora más si cabe esta obra que haya conservado la policromía de Juan de Landa con rameados naturales en el manto, la encarnación a pulimento y los cabellos dorados.
CABEZUDO ASTRAIN, J., “Iglesia de Santa María de Tafalla”, Príncipe de Viana, 67-68 (1957), pp. 426-431.
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