Itinerario Teresiano en Pamplona
Lienzo de Santa Teresa con el Cristo a la columna de los Carmelitas
La llegada de este lienzo junto a los del resto de los retablos queda precisada por unos pagos del año 1627. Se trata del único que se conserva de los realizados por el maestro burgalés Fray Diego de Leiva.
La fuente textual de este tema, clásico en la iconografía carmelitana, nos la proporciona la propia santa de Ávila en el libro de su Vida (cap. XXXIX). Entre los grandes maestros que representaron este pasaje en los tiempos en que Leiva realizaba la pintura para Pamplona, figura el mismísimo Gregorio Fernández que lo hizo para la iglesia de la Santa en Ávila, si bien la columna del Cristo es la baja, siguiendo un modelo más acorde con los tiempos en los que la columna de la iglesia de Santa Práxedes se había convertido en el modelo a seguir, en el convencimiento de seguir de ese modo la historicidad y propiedad que la iglesia postridentina exigía a los artistas.
La canonización de Santa Teresa acababa de producirse en 1622, en plena Contrarreforma, tras un proceso de difusión de su santidad en toda España. Su iconografía se gestó en aquella primera etapa postridentina, momentos austeros, en los que el Barroco triunfal aún no se había hecho presente y, por tanto, tampoco las argucias de la retórica y la propaganda. Se trataba de convencer y adoctrinar con unas imágenes, tras el reformismo conciliar, con la exposición de una verdad, una realidad y una propiedad o historicidad. Eran momentos aún de cierta contención, en la órbita de personajes de tanto carácter como San Carlos Borromeo, Molanus o el cardenal Paleotti. Las características que la Iglesia postridentina exigía para las imágenes de devoción se cumplen, en toda su extensión, en esta pintura: decoro, la simplicidad, respeto, nobleza de personajes efigiados, la honestidad histórica y veracidad.
Esa contención, en este caso también con una austeridad cromática y de la mano de un tenebrismo se evidencian en la pintura del cartujo, a una con un dibujo apretado. La figura de Cristo todavía guarda evidentes rasgos del manierismo romanista, mientras la santa resulta más veraz y realista, en sintonía con las tendencias artísticas del momento.
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