Estella, dos sedes para una ciudad

Hasta 1259 cada barrio histórico estellés tenía su propia junta. En ese momento, el rey Teobaldo II los reunificó en una alcaldía y los estableció en la casa concejil de San Martín. Con el paso del tiempo y a pesar de las sucesivas reformas, el edificio debió de quedarse pequeño, levantándose un nuevo edificio consistorial en su lugar a principios del siglo XVIII.

A diferencia de los palacios estelleses anteriores, en los que se alterna el sillar y el ladrillo, nos encontramos ante una fábrica labrada en espléndido sillar. De su fachada destaca el volumen escultórico que adquiere la disposición de las columnas, casi exentas, y los boceles que flanquean la puerta principal y las ventanas, dando una grácil movilidad. Remata en un ático que nos habla de la influencia de la zona media Navarra y con un amplio alero. En este destaca la rica ornamentación de jóvenes desnudos, ligeramente pudorosos, que dejan entrever unas formas bellamente esculpidas con sabor renacentista.

Para finales del siglo XIX, el Ayuntamiento decidió acometer una nueva mudanza “por su situación excéntrica, poca capacidad y por ser en extremo húmeda”, aunque la complicada coyuntura económica del consistorio dilató la construcción, sobre los restos del arruinado convento de San Francisco y bajo los planos de Máximo Goizueta, hasta 1904. El proyecto contemplaba tanto la propia casa como las escuelas municipales. El viejo edificio, anteriormente descrito, se reaprovechó como juzgado durante la práctica totalidad del siglo XX y, desde 2018, hace las funciones de oficina de turismo.

De considerables dimensiones y construido en un estilo ecléctico, consta de planta baja y único piso. La fábrica es de mampostería y ladrillo macizo, y las fachadas están enfoscadas y pintadas imitando el despiece del ladrillo rojo, mientras que en la planta baja y otros elementos arquitectónicos y decorativos se utiliza la piedra natural. La fachada principal se desarrolla muy horizontalmente y se divide en dos mitades iguales por una elevada estructura central, delimitada por pilastras que terminan en palmetas y jarrones, y enmarcan la balconada, el reloj y el escudo de la ciudad. Corona el conjunto una estructura de forja que sostiene las campanas y una sencilla veleta. El resto se compone de dos cuerpos que conjugan plenamente con la decoración del paramento central. Todo el conjunto rezuma un lenguaje joven y renovador, propio del eclecticismo de aquel momento.

Al interior destaca la gran escalera imperial que articula el conjunto, cuya caja está decorada con yeserías de evocación gótica y manierista, iluminada a través de una vistosa vidriera con las armas de la ciudad. El espacio interno fue reorganizado en su totalidad tras la reforma de 1987.