Tafalla, un ayuntamiento sobre los restos de un palacio

Las primeras reuniones concejiles, allá por el siglo XIII, se realizaron en las parroquias de San Andrés y Santa María, aunque la primera sede como tal estuvo en una casa de la calle Concepción, de humilde apariencia y fachada de mampostería. A inicios del siglo XVI debió de trasladarse a otro edificio en la calle Misericordia, en una sala que el concejo arrendaba a la cofradía de Santa Catalina. Es allí donde el 28 de junio de 1656 se realizó la escritura de compraventa del palacio de los Marqueses de Falces, situado en la calle de las Cuatro Esquinas, hoy placeta de las pulgas. Fue utilizado como ayuntamiento hasta la construcción del actual, si bien tuvo que acometerse una profunda reforma para adaptarlo a sus nuevas necesidades.

Para principios del siglo XIX el ayuntamiento se había quedado sumamente pequeño y obsoleto, y presentaba grandes deficiencias que amenazaban la propia construcción. Ante aquella situación, las autoridades, deseando construir un nuevo edificio que acogiera también el almudí, las carnicerías, las pescaderías y el peso, y al mismo tiempo abrir una plaza pública a la manera de las plazas mayores de otras ciudades españolas, pusieron sus ojos en el Palacio Real, por entonces muy deteriorado. Para ello, en 1853 solicitaron a la reina Isabel II la cesión de los terrenos, hecho que se manifestó dos años después tras informe y proyecto de Juan de Redecilla, arquitecto de la Real Academia.

Sin causa aparente, el consistorio tafallés prescindió de sus servicios, encargando la formación de nuevos planos al arquitecto vitoriano Martín Saracibar, quien diseñó una plaza rectangular en forma de “U”, inspirada en la Plaza Nueva de su localidad natal, con un alzado similar a las tradicionales plazas mayores españolas: soportales de arco de medio punto, que abarcan planta baja y entrepiso, y dos pisos superiores abiertos al exterior por balcones individuales, coronado todo ello por una cornisa volada que recorre el perímetro.

Justo en el centro se sitúa la casa consistorial, construida también en sillería e inaugurada el 15 de agosto de 1866. Su fachada, de más empaque, se remarca con medias columnas y pilastras de orden toscano en la planta baja, balcón corrido con su correspondiente forja en el primer nivel, triple balconada individual en el segundo, y frontón triangular en el remate. Ese último incluye un reloj en el tímpano y termina con el escudo de armas de la ciudad, enmarcado por retorcidos cueros y guirnaldas, y timbrado por corona abierta y veleta. Al interior, un amplio vestíbulo en la planta baja da paso a una elegante escalera imperial que lleva a la planta noble, donde se sitúa la sala de sesiones, abierta a la plaza. En el segundo piso se ubicaron el salón de baile o liceo y otras dependencias de menor entidad.