Basílica de San Ignacio de Loyola
Por Ricardo Fernández Gracia
Presentación
Cualquier persona que se sitúe frente a la basílica de San Ignacio de Pamplona puede evocar cuántos cambios se han producido en el edificio y la ciudad a lo largo de los últimos cinco siglos en relación con la memoria y conciencia histórica del fundador de los jesuitas.
El propio lugar recuerda el sitio donde cayó herido el santo con bastante precisión, junto al castillo. También nos recuerda la primera memoria erigida nada más comenzar el siglo XVII, en unos momentos de transformación de aquel paraje, con la construcción del convento de San José de las Carmelitas Descalzas y de “construcción” del proceso que llevaría a los altares al de Loyola. La segunda mitad de aquel siglo XVII nos presenta el testigo de la arquitectura de la actual basílica, erigida a instancias de don Diego de Benavides, conde de Santesteban, virrey de Navarra entre 1653 y 1661, de donde pasó a Perú con el mismo cargo. En este último virreinato, contactó con algunos jesuitas navarros que juntaron donativos remitidos para la realización de un monumento al santo, en recuerdo de su herida en la defensa del castillo de Pamplona.
Sin entrar en el edificio y abierto el cancel, nos percatamos de que la primera mitad del siglo XVIII, momento del triunfo de la decoración, el conjunto sufrió una transformación, vistiéndose su arquitectura de ricas yeserías y un retablo a la moda. El testimonio del triunfo del ornato también queda de manifiesto en el gran blasón central de la fachada. En este último también se patentiza la salida de los jesuitas y su supresión, al haber sido afeitado el motivo central que contenía el IHS, emblema del instituto.
Las huellas del siglo XIX se observan en el edificio del palacio de Diputación y las del XX en la mutilación del conjunto en 1927 para el alineamiento recto de la avenida de San Ignacio, a costa de gran parte del edificio. La ampliación de Diputación en 1965 junto a la basílica hace que esta última pase casi desapercibida.
Pese a todo, una visita al edificio presenta un evidente interés, ya que hoy en día es el único edificio con gran parte de su exorno de la Compañía de Jesús en Pamplona, destacando varios lienzos de pintura llegados desde Roma; en último extremo, es una expresión del nivel cultural, artístico y religioso que los jesuitas alcanzaron a lo largo de los siglos XVII y XVIII.
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