Ruta por los retablos baztaneses del siglo XVIII
Introducción
Las localidades que componen el Valle de Baztan han conservado un buen número de retablos que corresponden a los siglos de la Edad Moderna, en los diferentes estilos que se suceden, aunque los más importantes y destacables corresponden al Barroco y, más concretamente, a lo que Julio Caro Baroja denominó como “la hora navarra del XVIII”, en donde recoge en expresión certera lo ocurrido en aquel particular contexto histórico así: “Parientes, parientes, negocios, negocios. Finanzas, canonjías, carreras distinguidas en el ejército. Todo va unido”. J. M.ª Imízcoz da la cifra de ochenta y dos hábitos de órdenes militares conseguidos por familias del Valle, cuatro condados y ocho marquesados, que dotaron a aquellas aldeas de una arquitectura civil extraordinaria y, sobre todo, de sobresalientes ajuares para sus iglesias. Al conjunto de retablos del Siglo de las Luces nos vamos a referir, dejando para otra ocasión los tardorromanistas de Elbete o Amaiur.
Todos ellos se realizaron en madera, material especialmente dúctil para la talla y, sobre todo, susceptible de recibir una capa de oro, que los convertían en verdaderas ascuas de luz y escenografías áureas. Con el colorido y el dorado –operación en la que se empleaban panes de oro de altos quilates–, el retablo, iluminado por la luz de las velas, refulgía como una brasa en el interior de los templos, insinuándose a la vista del público como una aparición celestial. Además, con la vibración de las formas de sus diseños, lo tupido de la decoración y la multiplicidad de sus imágenes, se confería a los templos de la época –casi siempre de muros rígidos, inertes y cortados en ángulos rectos– una sensación de movilidad y expansión del espacio del que estructuralmente carecían. Los retablos provocaban de ese modo un ilusionismo muy característico del Barroco en que la dicotomía entre fondo y figura, entre superficie y realidad, quedaba solo engañosamente resuelta.
Un rico patrimonio que habla multidisciplinarmente de historia, estética, mecenas y promotores, artistas, mensajes, iconografía, uso y función y técnicas. La arquitectura, pintura, escultura y relieves polícromos que forman el programa iconográfico de un retablo exigían un amplio repertorio de técnicas aplicadas a imitar tejidos, carnes, objetos diversos y variadas texturas, según la época y las modas, produciendo, en su conjunto, un efecto ilusionista que realza con eficacia el carácter milagroso del altar, a la vez que magnifica las dimensiones del templo.
Junto a sus estructuras más o menos dinámicas, su teatralidad y su color, los retablos se concibieron como tronos para las imágenes tanto de devociones profundamente enraizadas en el pueblo, como las de los nuevos santos que representaban, ni más ni menos, la respuesta de la Iglesia de la Reforma católica a unas nuevas necesidades que pregonasen el papel de las obras o de la oración, sin que faltasen los patronos navarros o los santos ligados a la particular devoción de sus promotores o de tradiciones locales. Fueron, asimismo, un gran telón de fondo para las ceremonias sagradas, especialmente para la celebración de las misas, y unos focos visuales, litúrgicos y rituales.
La finalidad primordial de un retablo fue adornar y contribuir a la perfección, lucimiento y hermosura del templo y capilla que lo acogía, pues era el objeto que en el interior cumplía mejor ese cometido. Su misión fue la de servir a la adoración de Dios, así como procurar poner en contacto al fiel con el mundo celestial a través de la veneración de las sagradas imágenes. Tapié afirma que “los retablos respondían a una religión de ostentación que quería dar a sus ritos la mayor solemnidad y brillo posibles, y que se complacía en erigir un arco triunfal encima de cada altar”.
Alfonso Rodríguez G. de Ceballos afirma que el retablo mayor de la iglesia servía maravillosamente para la función de aprender, contemplando sus iconografías, mientras se escuchaba el sermón, puesto que el predicador casi podía ir señalando con el dedo desde el púlpito las escenas de pintura o relieve para apoyar sus palabras, “a la manera del coplero ciego que señalaba con una varita en la calle los dibujos desplegados ante los espectadores que escuchaban embobados su relato”.
El retablo, por tanto, no fue un objeto más en el templo para infundir mayor veneración, sino que tuvo su proyección y vida en el interior del espacio sagrado. A juicio de Sánchez Mesa, ningún otro elemento asumió el carácter desbordante del retablo, puesto que el Barroco, destinado a exaltar sensorialmente y mover conductas, encontró en este género artístico un excelente medio para sus fines por contar con formas, ornamento, artificiosidad, luces, fantasía, riqueza, colorido y, por supuesto, con las sagradas imágenes. El retablo, arropado en el rico ceremonial litúrgico y la polifonía, se convertía en un espectáculo para todos los sentidos, logrando provocar sensorialmente al individuo, conmoviéndole y enervándole, siempre con el fin de mover y convencer a través de los sentidos, mucho más vulnerables que el intelecto.
Los retablos mayores de las parroquias de Arizkun y Ziga pertenecen a la fase decorativa del barroco. El resto, en gran medida, siguieron los usos cortesanos de las décadas centrales del siglo XVIII gracias a sus mecenas, grandes personajes de la historia del Valle en aquellos momentos.
La llegada del arte académico se hizo patente en Baztan con anterioridad al resto de Navarra, en donde la construcción de la fachada catedralicia fue todo un referente. La construcción del retablo de la parroquia de Irurita constituye una excepción reseñable por sus líneas decididamente clasicistas en una fecha como 1770, cuando el arte rococó imperaba en casi todos los talleres.
CRUZ YABAR, M. T., “José de Hermosilla y el retablo de Irurita en Navarra”, Archivo Español de Arte, n.º 290 (2000), pp. 51-65.
FERNÁNDEZ GRACIA, R., El retablo barroco en Navarra, Pamplona, Gobierno de Navarra, 2003.
FERNÁNDEZ GRACIA, R., “El triunfo del Academicismo en los retablos baztaneses y el proyecto para el mayor de Villafranca (1783) en un dibujo de la Biblioteca Nacional”, Studium, Magisterium et amicitia. Homenaje al profesor Agustín González Enciso (ed. R. Torres Sánchez), Pamplona, Eunate, 2018, pp. 467-478.
FERNÁNDEZ GRACIA, R., “En torno a la inscripción de la Virgen del Rosario de Irurita, obra de Juan Domingo Olivieri, de 1749”, Pieza del mes de marzo de 2023. Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
GARCÍA GAINZA, M.ª C., “Virgen del Rosario, firmada por Olivieri”, Archivo Español de Arte, n.º 235 (1986), pp. 324-329.
GARCÍA GAINZA, M.ª C., El escultor Luis Salvador Carmona, Pamplona, Universidad de Navarra, 1990.
GARCÍA GAINZA, M.ª C., “Sobre las esculturas de Luis Salvador Carmona en Lekaroz”, Cuadernos de la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro, n.º 2, Pamplona, 2008, pp. 243-255.
GARCÍA GAÍNZA, M.ª C., “Alonso Cano y José Ribera, fuentes inspiradoras en la obra de Luis Salvador Carmona: el martirio de san Bartolomé de Lekaroz”, Pieza del mes de mayo de 2015. Cátedra de Patrimonio y arte navarro
MARTÍN GONZÁLEZ, J. J., “Problemática del retablo bajo Carlos III”, Fragmentos n.º 12-14 (1988), pp. 33-43.